JUAN ANTONIO MONROY
Relaciones Iglesia-Gobierno
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Sólo 13 días después de que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ganara las elecciones generales en España, el cardenal arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco, ya estaba destapando la caja de los truenos contra el PSOE. En un desayuno celebrado en los salones del exclusivo y lujoso Hotel Ritz, de Madrid, el viernes 26 de marzo, al que asistieron clérigos del Opus Dei, Legionarios de Cristo, propagandistas católicos y otras altas jerarquías militantes en la extrema derecha del catolicismo español, Rouco anunció, según Juan G. Bedoya, redactor religioso del diario EL PAÍS , que repudiaría las reformas del PSOE.
El encuentro había sido convocado para analizar las relaciones Iglesia-Estado a partir de la muerte de Franco, pero se tornó –según escribe Bedoya- “en un repaso político de una actualidad eclesial marcada de zozobra por el regreso de los socialistas al Gobierno y las reformas prometidas en materia sensible para los eclesiásticos”.
Nada nuevo. Es el talante eterno de la jerarquía católica en España. Lo recordó el rector de la Universidad Carlos III de Madrid y catedrático de Filosofía del Derecho, Gregorio Peces-Barba, en un luminoso artículo publicado en EL PAÍS el 20 de abril último. Dijo: La Iglesia católica “sigue mezclando lo público y lo privado, sigue pensando que su doctrina debe dirigir la vida social, porque es poseedora de verdades que están por encima de las coyunturales mayorías... La Iglesia católica quiere seguir con privilegios y con ventajas y no se resigna a ser una institución libre como otras en una sociedad pluralista”.
Es penoso que en una España democrática y aconfesional, al menos en el papel, los altos dignatarios católicos se jacten en desconocer derechos que son competencias del Estado y de la Administración política. La crítica destructiva es su sistema.
El cardenal Rouco Varela, el arzobispo de Pamplona Fernando Sebastián, el arzobispo de Valencia, García Gasco y el obispo de Mondoñedo, José Gea, publicaron a principios de junio sendas cartas pastorales pidiendo abiertamente que no se votara a los partidos que “hacen del laicismo una bandera”, en clara alusión al PSOE, al que acusan de querer “imponer el laicismo como la nueva religión pública”.
José Manuel Vidal, redactor religioso del diario EL MUNDO , afirma que “uno de los más claros al respecto es el arzobispo de Pamplona, Fernando Sebastián, que reconoce “el poco vigor religioso del cristianismo y lamenta los templos semivacíos, los sagrarios solitarios y las misas despreciadas”.
De esta situación descristianizadora la jerarquía católica ha criticado en el pasado, y vuelve a hacerlo, al partido socialista. El obispo de Sigüenza –Guadalajara y presidente de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación, José Sánchez, acusó a la Administración del Estado como responsable de los programas telebasura que oscurecen la televisión.
En un encendido debate celebrado en la Asamblea de Madrid el 3 de marzo, el consejero de Educación del Partido Popular acusó de anticlericales al partido socialista y a Izquierda Unida por criticar la adquisición de un centro educativo por los Legionarios de Cristo, encuadrados en el ala derecha de la Iglesia católica. Luis Peral, que se confesó cristiano católico, afirmó que Jorge García, de Izquierda Unida, “tiene graves problemas de intolerancia religiosa y calificó al socialista Adolfo Navarro como “un anticlerical rancio y antiguo”. En esta misma línea, Cesar Alonso de los Ríos, defensor de la jerarquía católica, decía el 8 de junio en el diario A.B.C. que “los socialistas intentan recuperar el arsenal histórico y concretamente el anticlericalismo”.
La Conferencia Episcopal ha acogido con preocupación y miedo la intención del Gobierno que preside José Luis Rodríguez Zapatero de revisar los Acuerdos de 1979 con el Vaticano. Inquietan a los obispos españoles los cambios en el régimen de financiación de la Iglesia católica y de los profesores de religión. Y califican de sectarismo “el laicismo militante de algunos sectores de la izquierda”. Una editorial de A.B.C. el 4 de mayo pedía a la jerarquía católica que hiciera valer sus derechos “porque las relaciones con el Gobierno socialista no se presentan fáciles”.
En nada ha cambiado la jerarquía católica. Tengo ante mi el libro titulado DIARIO DE UN MINISTRO DE LA MONARQUÍA, escrito por José María de Areilza, quien fue ministro de Asuntos Exteriores en 1976 con el primer Gobierno de la Monarquía inmediatamente después de la muerte de Franco. El libro fue publicado por la Editorial Planeta en 1977. En la página 72 de dicho libro figura uno de los ataques más descarnados que jamás he leído contra la Iglesia católica. Areilza militó en las filas del catolicismo, fue diplomático, escritor y político. No me habría atrevido a reproducir este párrafo de no haber sido escrito por una personalidad tan destacada en el régimen católico de Franco. Al hacerlo, cargo en él todo tipo de responsabilidad. Dice Areilza:
“¡Qué tremenda pasión levanta la Iglesia en España en cuanto se toca a sus puntos neurálgicos! Se divide la gente; se escinde en bandos; se agrupa en partidos; se acomete en propagandas, sermones, discursos, homilías, panfletos. Se levanta en armas. Se organiza en guerras civiles. Bendice a un bando. Excomulga al otro. Asesinan las masas, de un lado, curas, obispos, frailes y monjas a millares. Con el Cristo en la mano, se asesinan por el otro lado obreros, maestros, campesinos, intelectuales, poetas, mujeres, masones, liberales.
La Iglesia se compromete con el Estado confesional. Establece una inquisición educativa, literaria, cultural, cinematográfica, teatral y política. Luego vira, y comienza otra vez a adoctrinar, a exigir, a predicar y, si se la deja, a amenazar. Despierta más odios que amores. Es más polémica que integradora. Forma más fácilmente en España fanáticos que hombres de bien. ¿No habrá manera de librar al país de esta intromisión perenne en la vida política que envuelve el edificio nacional y por cuya yedra suben ratones, lagartijas y otros bichos que se esconden entre el follaje? ¿Por qué la doctrina y el mensaje de Jesucristo tienen que acabar entre nosotros en esta lamentable confusión e injerencia?”. Aquí queda esto. Guardo silencio.
J.A. Monroy es un escritor y conferenciante internacional
© J. A. Monroy, ProtestanteDigital.com, 2004 (España)
Relaciones Iglesia-Gobierno
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Sólo 13 días después de que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ganara las elecciones generales en España, el cardenal arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco, ya estaba destapando la caja de los truenos contra el PSOE. En un desayuno celebrado en los salones del exclusivo y lujoso Hotel Ritz, de Madrid, el viernes 26 de marzo, al que asistieron clérigos del Opus Dei, Legionarios de Cristo, propagandistas católicos y otras altas jerarquías militantes en la extrema derecha del catolicismo español, Rouco anunció, según Juan G. Bedoya, redactor religioso del diario EL PAÍS , que repudiaría las reformas del PSOE.
El encuentro había sido convocado para analizar las relaciones Iglesia-Estado a partir de la muerte de Franco, pero se tornó –según escribe Bedoya- “en un repaso político de una actualidad eclesial marcada de zozobra por el regreso de los socialistas al Gobierno y las reformas prometidas en materia sensible para los eclesiásticos”.
Nada nuevo. Es el talante eterno de la jerarquía católica en España. Lo recordó el rector de la Universidad Carlos III de Madrid y catedrático de Filosofía del Derecho, Gregorio Peces-Barba, en un luminoso artículo publicado en EL PAÍS el 20 de abril último. Dijo: La Iglesia católica “sigue mezclando lo público y lo privado, sigue pensando que su doctrina debe dirigir la vida social, porque es poseedora de verdades que están por encima de las coyunturales mayorías... La Iglesia católica quiere seguir con privilegios y con ventajas y no se resigna a ser una institución libre como otras en una sociedad pluralista”.
Es penoso que en una España democrática y aconfesional, al menos en el papel, los altos dignatarios católicos se jacten en desconocer derechos que son competencias del Estado y de la Administración política. La crítica destructiva es su sistema.
El cardenal Rouco Varela, el arzobispo de Pamplona Fernando Sebastián, el arzobispo de Valencia, García Gasco y el obispo de Mondoñedo, José Gea, publicaron a principios de junio sendas cartas pastorales pidiendo abiertamente que no se votara a los partidos que “hacen del laicismo una bandera”, en clara alusión al PSOE, al que acusan de querer “imponer el laicismo como la nueva religión pública”.
José Manuel Vidal, redactor religioso del diario EL MUNDO , afirma que “uno de los más claros al respecto es el arzobispo de Pamplona, Fernando Sebastián, que reconoce “el poco vigor religioso del cristianismo y lamenta los templos semivacíos, los sagrarios solitarios y las misas despreciadas”.
De esta situación descristianizadora la jerarquía católica ha criticado en el pasado, y vuelve a hacerlo, al partido socialista. El obispo de Sigüenza –Guadalajara y presidente de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación, José Sánchez, acusó a la Administración del Estado como responsable de los programas telebasura que oscurecen la televisión.
En un encendido debate celebrado en la Asamblea de Madrid el 3 de marzo, el consejero de Educación del Partido Popular acusó de anticlericales al partido socialista y a Izquierda Unida por criticar la adquisición de un centro educativo por los Legionarios de Cristo, encuadrados en el ala derecha de la Iglesia católica. Luis Peral, que se confesó cristiano católico, afirmó que Jorge García, de Izquierda Unida, “tiene graves problemas de intolerancia religiosa y calificó al socialista Adolfo Navarro como “un anticlerical rancio y antiguo”. En esta misma línea, Cesar Alonso de los Ríos, defensor de la jerarquía católica, decía el 8 de junio en el diario A.B.C. que “los socialistas intentan recuperar el arsenal histórico y concretamente el anticlericalismo”.
La Conferencia Episcopal ha acogido con preocupación y miedo la intención del Gobierno que preside José Luis Rodríguez Zapatero de revisar los Acuerdos de 1979 con el Vaticano. Inquietan a los obispos españoles los cambios en el régimen de financiación de la Iglesia católica y de los profesores de religión. Y califican de sectarismo “el laicismo militante de algunos sectores de la izquierda”. Una editorial de A.B.C. el 4 de mayo pedía a la jerarquía católica que hiciera valer sus derechos “porque las relaciones con el Gobierno socialista no se presentan fáciles”.
En nada ha cambiado la jerarquía católica. Tengo ante mi el libro titulado DIARIO DE UN MINISTRO DE LA MONARQUÍA, escrito por José María de Areilza, quien fue ministro de Asuntos Exteriores en 1976 con el primer Gobierno de la Monarquía inmediatamente después de la muerte de Franco. El libro fue publicado por la Editorial Planeta en 1977. En la página 72 de dicho libro figura uno de los ataques más descarnados que jamás he leído contra la Iglesia católica. Areilza militó en las filas del catolicismo, fue diplomático, escritor y político. No me habría atrevido a reproducir este párrafo de no haber sido escrito por una personalidad tan destacada en el régimen católico de Franco. Al hacerlo, cargo en él todo tipo de responsabilidad. Dice Areilza:
“¡Qué tremenda pasión levanta la Iglesia en España en cuanto se toca a sus puntos neurálgicos! Se divide la gente; se escinde en bandos; se agrupa en partidos; se acomete en propagandas, sermones, discursos, homilías, panfletos. Se levanta en armas. Se organiza en guerras civiles. Bendice a un bando. Excomulga al otro. Asesinan las masas, de un lado, curas, obispos, frailes y monjas a millares. Con el Cristo en la mano, se asesinan por el otro lado obreros, maestros, campesinos, intelectuales, poetas, mujeres, masones, liberales.
La Iglesia se compromete con el Estado confesional. Establece una inquisición educativa, literaria, cultural, cinematográfica, teatral y política. Luego vira, y comienza otra vez a adoctrinar, a exigir, a predicar y, si se la deja, a amenazar. Despierta más odios que amores. Es más polémica que integradora. Forma más fácilmente en España fanáticos que hombres de bien. ¿No habrá manera de librar al país de esta intromisión perenne en la vida política que envuelve el edificio nacional y por cuya yedra suben ratones, lagartijas y otros bichos que se esconden entre el follaje? ¿Por qué la doctrina y el mensaje de Jesucristo tienen que acabar entre nosotros en esta lamentable confusión e injerencia?”. Aquí queda esto. Guardo silencio.
J.A. Monroy es un escritor y conferenciante internacional
© J. A. Monroy, ProtestanteDigital.com, 2004 (España)