Es cierto que no todos los judíos del siglo primero rechazaran a Jesús cuando fue sentenciado a muerte, pero también es cierto que sus discípulos estuvieron enseñando sus doctrinas por todo el territorio durante muchos años, y solo un número reducido de ellos respondieron favorablemente al mensaje cristiano, todos los demás, la inmensa mayoría de ellos, sí rechazaron estas enseñanzas, lo que significaba que rechazaban a su autor, el hijo de Dios. A estos son a quienes Jesús anunció con anticipación: "El reino de Dios les será quitado a ustedes, y será dado a un pueblo que produzca sus frutos". Muchos de los que aclamaron a Jesús como su rey en su entrada triunfal en Jerusalem poco antes de morir, fueron los primeros en pedir su muerte al ser condenado, y muchos más de los que habían contemplado sus curas milagrosas, incluso que habían sido sanados ellos mismos, también lo rechazaron al verlo vencido. Sin embargo, tanto en el primer siglo como en tiempos actuales, todo el que acepta estas enseñanzas divinas, sean judíos o de cualquier otra nacionalidad, han sido, y son aceptados por Cristo como futuros súbditos del reino mesiánico si siguen siendo fieles observadores de las enseñanzas de Cristo. Depende, pues, de la actitud de las personas hacia los principios y normas de Dios y de Cristo, el que sean admitidos en este reino, no de la nacionalidad, ni de ninguna otra característica de ellos.