Querido amigo:
¿Cómo puede un hombre adquirir conocimiento? ¿Cómo adquiere la certidumbre? ¿Acaso mediante explicaciones otro hombre se lo puede transmitir? ¿No le quedará siempre la duda? ¿No será siempre otra opinión?
No, bien sabes que no. Un hombre no puede transmitir ningún conocimiento ni certidumbre a otro hombre, ya que el hombre es una isla y el sólo ve y oye las sugerencias que se despiertan en su interior. Han de crecer de él mismo. Un hombre aprende en el real sentido de la palabra, cuando la información que percibe por la lectura concuerda con la información que él posee, que él ha sabido destapar en su lucha diaria por la vida. Por eso, es tan difícil aprender nada en el mundo, porque se va a la escuela, a la universidad, al templo y esas instituciones intentan transmitir su conocimiento por medio de los sentidos, por eso, esa información no se actualiza, siempre será un conocimiento teórico, siempre quedará registrada como una opinión en la que el sujeto no ha tomado parte en su generación, y ante la menor dificultad se cambiará de punto de vista.
Por muy hermano de carne tuyo que sea, por muchos títulos que tuviera o por todos los premios Nobeles de la tierra que poseyera, no podría nunca infundir en ti una pizca de certidumbre que tu no estés dispuesto a aceptar y a asumir. Tu siempre verías ese conocimiento como un saber teórico, proveniente de otra persona. La mayoría de la gente se apega a corrientes y a saberes sólo por afinidad, no por convicción. De este tipo de personas están llenos los templos y las plazas del mundo. Pero tu no eres de esa clase de gente. Si yo te contase directamente el conocimiento que ahora tengo, si yo te proporcionase todos los libros necesarios para que tú lo adquieras académicamente, aún en el caso de que los supiera, no te servirían de nada. Sólo serviría para que pensaras muchas cosas, desde que soy un embustero, hasta que estoy completamente loco.
También puedes pensar que existe un camino marcado, que sólo hace falta encontrarlo. Pero ya conoces el verso del poeta que dice “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar...”.
Por otra parte, he de decirte que la vida, el mundo, tal como nosotros lo podemos contemplar, está preparado para que encontremos a Dios, naturalmente. La vida en el mundo es la verdadera universidad. Se pueden emplear 100 vidas, tal vez 1000, o un millón, pero seguro que todos llegaremos a Él. Por lo tanto hemos de estar alegres y no desfallecer jamás, porque aunque el camino es complicado y difícil, sabemos que más tarde o más temprano, llegaremos.
Tal vez pienses que yo ya he llegado. Nada de eso, ni mucho menos. Yo estoy gozoso porque he encontrado una isla segura en el mar de la vida, pero todavía el océano tenebroso me aísla, me rodea por todas partes y no sé muy bien como seguir. Todavía no he salido de mi asombro de ver como la vereda que yo he seguido me ha conducido de sopetón a mi isla tan soñada.
Lo que sí es cierto es que acechan innumerables peligros en este camino. Peligros visibles e invisibles. Que los peligros no son tan evidentes, que pueden confundirte como un canto de sirena, ya que no dispones de criterio para discernir lo que es peligroso de lo que no lo es. Nunca sabrás si pisas en firme o si cuando apoyes el peso del resto del cuerpo, vas a caer despeñado en un abismo insondable. Y tampoco sabrás que cuando te creas perdido en ese abismo, cuando ya hayas abandonado toda esperanza, encuentres un pasadizo secreto que te acerque más a tu objetivo.
Pero con esto no quiero desanimarte, ni acomplejarte, ni asustarte. Todo lo que he dicho ya lo sabes tú. Tu no eres un novato en estas lides. Tu no acabas de nacer. Tu llevas ya mucho tiempo viviendo y buscando ese camino. Algunas experiencias ya tienes. De todas formas el camino es para los fuertes. Los débiles se conforman con acercarse al calor de las corrientes religiosas establecidas. Necesitan ir en manada. Creen que van a encontrar ayuda terrena para encontrar a Dios. El que crea esto es que no ha vivido lo suficiente y tendrá que volver a este mundo tantas veces como sea necesario.
El auténtico buscador no se contenta con calentarse en la hoguera de esas instituciones, ya sea la más reconocida o la más extraordinaria ocultista. Lo ha hecho antes y ha comprobado que mientras calienta la parte delantera, la trasera se le hiela. Él busca el fuego auténtico que le devore. Y recorre el mundo con una actitud diferente a los demás. Lleva los ojos abiertos. Pero no sólo los ojos de la cara. También los ojos del pensamiento y los ojos del corazón. Y no sólo ve y oye, también siente. Entonces, con esa nueva forma de ver y de sentir, observa el mundo, lo analiza, lo tritura, lo desmigaja y lo sufre. Como tú lo sabes hacer.
El auténtico buscador, quizás no sabe que ha utilizado un método. Sólo sabe que va conociendo el mundo y que lo encuentra enfermo y abatido. Y mientras él no se atreve a actuar, hay innumerables gentes que se sienten muy dichosos de poder hacer algo por arreglarlo. Y él sufre, porque ve que los demás lo tienen claro, y él lo único que tiene claro es que no sabe. Mientras los demás parece que comprenden el mundo, él no comprende nada.
Lucha contra los mares, contra los vientos y contra los vendavales. Es zarandeado desde una postura a otra, desde un extremo a otro, pero no se siente seguro en ninguno de ellos. Lucha contra las fieras y contra las tormentas, pero cuando se dispone a actuar, no encuentra justificación suficiente y se queda paralizado. No encuentra su camino en un mar surcado de inmensas olas que amenazan tragarle. Y es sumergido por la fuerza de ese mar y por la espuma que forman las ingentes embarcaciones de los que corren seguros detrás de su verdad, que se cruzan por delante y por detrás, por la izquierda y por la derecha, siguiendo todas las direcciones posibles e imaginables. Y tosiendo y escupiendo el agua tragada que amenaza ahogarle, se pierde en ese mar de la vida, entre esas olas inmensas que en un momento, cuando se encuentra en un valle, parece que le van a caer encima y van a acabar con él de una vez y, en otro momento, cuando se encuentra en la cima y puede ver, sólo ve un cielo gris y tormentoso, y un horizonte cuajado de olas iguales a la que le sostiene. Y convierte su vida en un vagar sin sentido. El no dirige su vida, sino que permite que esa corriente terrible le lleve por donde quiera, porque intuye que es inútil trazar un camino. Comprende que no tiene suficientes instrumentos para descubrir cual es la ruta que le lleve a tierra. Y, lo que es peor, no sabe si esa tierra será su salvación o todo lo contrario, su perdición. Se da cuenta que no sabe nada. Que todo lo que ha aprendido en su vida no vale nada, no le dice nada, no le sirve para encontrar el camino, que no sabe si existe un camino, que no sabe si debe buscar un camino.
Algunas embarcaciones que pasan a su lado quieren ayudarle, pero la mayoría solo le señalan con el dedo y se oyen estas frases: “Mira un náufrago”, “Mira un perdedor”, “Mira un cobarde”, “Mira un inseguro”.
Pero él, no se atreve a coger la maroma que le arrojan desde la embarcación samaritana, pues no está seguro de nada, y vuelve a quedarse solo mecido violentamente. La espuma le escuece los ojos y las olas impactan como látigos en su cara. E intentando mantenerse a flote, cueste lo que cueste, transcurre su vida...
[]Cedesin>
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¿Cómo puede un hombre adquirir conocimiento? ¿Cómo adquiere la certidumbre? ¿Acaso mediante explicaciones otro hombre se lo puede transmitir? ¿No le quedará siempre la duda? ¿No será siempre otra opinión?
No, bien sabes que no. Un hombre no puede transmitir ningún conocimiento ni certidumbre a otro hombre, ya que el hombre es una isla y el sólo ve y oye las sugerencias que se despiertan en su interior. Han de crecer de él mismo. Un hombre aprende en el real sentido de la palabra, cuando la información que percibe por la lectura concuerda con la información que él posee, que él ha sabido destapar en su lucha diaria por la vida. Por eso, es tan difícil aprender nada en el mundo, porque se va a la escuela, a la universidad, al templo y esas instituciones intentan transmitir su conocimiento por medio de los sentidos, por eso, esa información no se actualiza, siempre será un conocimiento teórico, siempre quedará registrada como una opinión en la que el sujeto no ha tomado parte en su generación, y ante la menor dificultad se cambiará de punto de vista.
Por muy hermano de carne tuyo que sea, por muchos títulos que tuviera o por todos los premios Nobeles de la tierra que poseyera, no podría nunca infundir en ti una pizca de certidumbre que tu no estés dispuesto a aceptar y a asumir. Tu siempre verías ese conocimiento como un saber teórico, proveniente de otra persona. La mayoría de la gente se apega a corrientes y a saberes sólo por afinidad, no por convicción. De este tipo de personas están llenos los templos y las plazas del mundo. Pero tu no eres de esa clase de gente. Si yo te contase directamente el conocimiento que ahora tengo, si yo te proporcionase todos los libros necesarios para que tú lo adquieras académicamente, aún en el caso de que los supiera, no te servirían de nada. Sólo serviría para que pensaras muchas cosas, desde que soy un embustero, hasta que estoy completamente loco.
También puedes pensar que existe un camino marcado, que sólo hace falta encontrarlo. Pero ya conoces el verso del poeta que dice “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar...”.
Por otra parte, he de decirte que la vida, el mundo, tal como nosotros lo podemos contemplar, está preparado para que encontremos a Dios, naturalmente. La vida en el mundo es la verdadera universidad. Se pueden emplear 100 vidas, tal vez 1000, o un millón, pero seguro que todos llegaremos a Él. Por lo tanto hemos de estar alegres y no desfallecer jamás, porque aunque el camino es complicado y difícil, sabemos que más tarde o más temprano, llegaremos.
Tal vez pienses que yo ya he llegado. Nada de eso, ni mucho menos. Yo estoy gozoso porque he encontrado una isla segura en el mar de la vida, pero todavía el océano tenebroso me aísla, me rodea por todas partes y no sé muy bien como seguir. Todavía no he salido de mi asombro de ver como la vereda que yo he seguido me ha conducido de sopetón a mi isla tan soñada.
Lo que sí es cierto es que acechan innumerables peligros en este camino. Peligros visibles e invisibles. Que los peligros no son tan evidentes, que pueden confundirte como un canto de sirena, ya que no dispones de criterio para discernir lo que es peligroso de lo que no lo es. Nunca sabrás si pisas en firme o si cuando apoyes el peso del resto del cuerpo, vas a caer despeñado en un abismo insondable. Y tampoco sabrás que cuando te creas perdido en ese abismo, cuando ya hayas abandonado toda esperanza, encuentres un pasadizo secreto que te acerque más a tu objetivo.
Pero con esto no quiero desanimarte, ni acomplejarte, ni asustarte. Todo lo que he dicho ya lo sabes tú. Tu no eres un novato en estas lides. Tu no acabas de nacer. Tu llevas ya mucho tiempo viviendo y buscando ese camino. Algunas experiencias ya tienes. De todas formas el camino es para los fuertes. Los débiles se conforman con acercarse al calor de las corrientes religiosas establecidas. Necesitan ir en manada. Creen que van a encontrar ayuda terrena para encontrar a Dios. El que crea esto es que no ha vivido lo suficiente y tendrá que volver a este mundo tantas veces como sea necesario.
El auténtico buscador no se contenta con calentarse en la hoguera de esas instituciones, ya sea la más reconocida o la más extraordinaria ocultista. Lo ha hecho antes y ha comprobado que mientras calienta la parte delantera, la trasera se le hiela. Él busca el fuego auténtico que le devore. Y recorre el mundo con una actitud diferente a los demás. Lleva los ojos abiertos. Pero no sólo los ojos de la cara. También los ojos del pensamiento y los ojos del corazón. Y no sólo ve y oye, también siente. Entonces, con esa nueva forma de ver y de sentir, observa el mundo, lo analiza, lo tritura, lo desmigaja y lo sufre. Como tú lo sabes hacer.
El auténtico buscador, quizás no sabe que ha utilizado un método. Sólo sabe que va conociendo el mundo y que lo encuentra enfermo y abatido. Y mientras él no se atreve a actuar, hay innumerables gentes que se sienten muy dichosos de poder hacer algo por arreglarlo. Y él sufre, porque ve que los demás lo tienen claro, y él lo único que tiene claro es que no sabe. Mientras los demás parece que comprenden el mundo, él no comprende nada.
Lucha contra los mares, contra los vientos y contra los vendavales. Es zarandeado desde una postura a otra, desde un extremo a otro, pero no se siente seguro en ninguno de ellos. Lucha contra las fieras y contra las tormentas, pero cuando se dispone a actuar, no encuentra justificación suficiente y se queda paralizado. No encuentra su camino en un mar surcado de inmensas olas que amenazan tragarle. Y es sumergido por la fuerza de ese mar y por la espuma que forman las ingentes embarcaciones de los que corren seguros detrás de su verdad, que se cruzan por delante y por detrás, por la izquierda y por la derecha, siguiendo todas las direcciones posibles e imaginables. Y tosiendo y escupiendo el agua tragada que amenaza ahogarle, se pierde en ese mar de la vida, entre esas olas inmensas que en un momento, cuando se encuentra en un valle, parece que le van a caer encima y van a acabar con él de una vez y, en otro momento, cuando se encuentra en la cima y puede ver, sólo ve un cielo gris y tormentoso, y un horizonte cuajado de olas iguales a la que le sostiene. Y convierte su vida en un vagar sin sentido. El no dirige su vida, sino que permite que esa corriente terrible le lleve por donde quiera, porque intuye que es inútil trazar un camino. Comprende que no tiene suficientes instrumentos para descubrir cual es la ruta que le lleve a tierra. Y, lo que es peor, no sabe si esa tierra será su salvación o todo lo contrario, su perdición. Se da cuenta que no sabe nada. Que todo lo que ha aprendido en su vida no vale nada, no le dice nada, no le sirve para encontrar el camino, que no sabe si existe un camino, que no sabe si debe buscar un camino.
Algunas embarcaciones que pasan a su lado quieren ayudarle, pero la mayoría solo le señalan con el dedo y se oyen estas frases: “Mira un náufrago”, “Mira un perdedor”, “Mira un cobarde”, “Mira un inseguro”.
Pero él, no se atreve a coger la maroma que le arrojan desde la embarcación samaritana, pues no está seguro de nada, y vuelve a quedarse solo mecido violentamente. La espuma le escuece los ojos y las olas impactan como látigos en su cara. E intentando mantenerse a flote, cueste lo que cueste, transcurre su vida...
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