CAPITULO VIII
EL ASUNTO FINANCIERO
Libro: La iglesia normal
Autor: Watchman Nee
Páginas 143 al 164
Editorial Clie
Es un hecho notable, que aun cuando el Libro de los Hechos da detalles minuciosos concernientes al trabajo de un apóstol, no se trata en absoluto el asunto único que, desde un punto de vista humano, tiene una importancia suprema. No se da ninguna, información acerca de cómo fueron provistas las necesidades de la obra o las necesidades personales de los obreros. ¡Esto es verdaderamente asombroso! Lo que los hombres consideran de importancia máxima, los apóstoles lo tenían como de mínima importancia. En los primeros días de la iglesia, los enviados de Dios salían bajo el apremio del amor divino. Sus labores no eran meramente su profesión, y su fe en Dios no era intelectual sino espiritual, no solamente teórica, sino intensamente práctica. El amor y la fidelidad de Dios eran realidades para ellos, y, no surgía ninguna duda en sus mentes acerca del suministro de sus necesidades temporales. ,
Este asunto de las finanzas tiene resultados muy importantes. En gracia Dios es el mayor poder, pero en el mundo Mammon es el mayor. Si los siervos de Dios no resuelven claramente la cuestión de las finanzas, entonces ellos dejan un gran número de otros puntos sin resolver también. Una vez que está resuelto el problema financiero, es asombroso ver cuántos otros problemas automáticamente se resuelven juntamente con él. La actitud de los obreros cristianos hacia los asuntos económicos será un índice bastante bueno acerca de si han sido comisionados o no por Dios. Si la obra de Dios, será espiritual, y si la obra es espiritual la forma de aprovisionamiento será espiritual. Si el abastecimiento no está sobre un nivel espiritual entonces la misma obra rápidamente derivará al nivel de los negocios seculares. No hay ningún rasgo de la obra que toque decisiones prácticas tan a fondo como su financiación.
La importancia de la vida de fe
Todo obrero, sin importar el ministerio que tenga debe ejercitar fe para la obtención de todas sus necesidades personales y todas las necesidades de su obra. En la Palabra del Señor no leemos de ningún obrero que pida, y reciba, salario por sus servicios. Que los siervos de Dios esperen de fuentes humanas ara el suministro de sus necesidades no tiene precedente en la Escritura. Leemos de un Balaam que pretendió hacer negocio de su don de profeta, pero es denunciado en términos muy claros. También leemos de un Giezi que intentó obtener ganancia de la gracia de Dios, pero fue herido de lepra por su pecado. Ningún siervo de Dios debe confiar en una agencia humana, ya sea un individuo o una sociedad, para la satisfacción de sus necesidades temporales. Si ellas pueden ser satisfechas por a labor de sus propias manos o de ingresos particulares, muy bien. De otra manera él deberá depender directamente de Dios exclusivamente para su provisión, como lo hicieron los a apóstoles primitivos. Los doce apóstoles enviados por el Señor no tenían sueldo fijo, ni tampoco lo tenían los apóstoles enviados por el Espíritu; ellos simplemente confiaban en el Señor, quien supliría todas sus necesidades.
Si un hombre puede confiar en Dios, déjenlo que vaya y labore por El. Si no, déjenlo que se quede en casa, porque le falta el primer requisito para la obra. Hay una idea fija prevalente de que si un obrero tiene un emolumento fijo, tendrá más descanso ara la obra y consecuentemente lo hará mejor, pero de hecho, en la obra espiritual hay necesidad de percepciones inseguras, porque eso hace necesario una comunión íntima con Dios, una revelación constante y nítida de Su voluntad, y sostenimiento divino directo. En los negocios mundanos todo lo que un trabajador necesita por vía de equipo es voluntad y talento, pero el celo humano y dotes naturales no son ningún equipo para el servicio espiritual. Una dependencia total en Dios es necesaria si la obra ha de realizarse de acuerdo con Su voluntad; por tanto, Dios desea que Sus obreros recurran a El solamente por sus provisiones financieras para que ellos no puedan sino andar en comunión íntimamente por El y aprendan a esperar en El continuamente. Cuanto más se cultive una actitud de apoyo llena de confianza en Dios, más espiritual será la obra. Así que es claro que la naturaleza de la obra y la fuente de su abastecimiento están estrechamente vinculadas.
La fe es el factor más importante en el servicio de Dios, porque sin ella no puede haber una obra verdaderamente espiritual. Nuestra fe requiere entrenamiento y fortalecimiento, y las necesidades materiales son un medio utilizado en la mano de Dios para ese fin. Podemos profesar tener fe en Dios para una gran variedad de cosas intangibles, y podemos engañarnos a nosotros mismos a creer que realmente confiamos en El cuando en realidad no tenemos ninguna fe, sencillamente porque no hay nada concreto que demuestre nuestra confianza. Pero cuando se trata de necesidades económicas, el asunto es tan práctico que la realidad de nuestra fe se prueba de inmediato.
Aún más, el que tiene la bolsa tiene autoridad. Si nuestro sostenimiento viene de los hombres nuestra obra será controlada por los hombres. Es de esperarse que si recibimos una renta de determinada fuente, tengamos que dar cuenta de nuestros hechos a esa fuente. Siempre que nuestra confianza esté en los hombres, nuestro trabajo no puede dejar de ser influenciado por los hombres.
En Su propia obra Dios debe tener la dirección exclusiva. Esa es la razón por la cual desea que nosotros no dependamos de ninguna fuente humana para nuestro aprovisionamiento económico. Muchos de nosotros hemos experimentado cómo una y otra vez Dios nos ha controlado a través del dinero. Cuando hemos estado en el centro de Su voluntad, el abastecimiento ha sido seguro, pero tan pronto como hemos perdido contacto vital con El se ha vuelto incierto. A veces hemos creído que Dios desea que hagamos alguna cosa determinada, pero El nos ha mostrado que no era Su voluntad al retener el suministro económico. Así que hemos estado bajo la dirección constante del Señor, y una dirección así es muy preciosa.
La primera pregunta de todo aquel que se cree verdaderamente llamado de Dios es la cuestión financiera. Si él no puede confiar en el Señor para que le provea de sus necesidades diarias, entonces no está apto para estar ocupado en Su obra. Si él no puede esperar en Dios para el suministro de los fondos necesarios, ¿Puede confiarle a El en todos los problemas y dificultades de la obra? Si dependemos completamente de Dios para nuestro abastecimiento, entonces somos responsables a El solamente de nuestro trabajo, y en ese caso no necesita estar bajo dirección humana.
Si tenemos verdadera fe en Dios, entonces tenemos que cargar con toda la responsabilidad de nuestras propias necesidades y las necesidades de la obra. No debemos esperar secretamente ayuda de alguna fuente humana. Debemos tener fe en Dios solamente, no en Dios y los hombres. Si los hermanos muestran su amor, démosle gracias a Dios, pero si no lo muestran, démosle gracias a El de todas maneras. Es una cosa vergonzosa para un siervo de Dios que tenga un ojo puesto sobre El y otro sobre el hombre o las circunstancias. Nuestra vida por fe debe ser absolutamente real, y no deteriorarse en una «vida mendicante». Podemos ser totalmente independientes de los hombres en asuntos financieros, porque nos atrevemos a creer completamente en Dios. Osemos despreciar toda esperanza en ellos porque tenemos plena confianza en El.
Si nuestra esperanza está en los hombres, entonces cuando se terminen sus recursos se acabarán los nuestros también. No tenemos a ninguna «Junta» que nos respalde, pero tenemos una «Roca» bajo nosotros, y ninguno que se afiance en esta Roca será avergonzado. Los hombres y las circunstancias pueden cambiar, pero podremos mantener un curso constante si nuestra seguridad está en Dios. Todo el oro y la plata son Suyos, y ninguno que ande en Su voluntad padecerá necesidad.
Los dos pasos iniciales en la obra de Dios son, primeramente, la oración de fe por las cantidades que se necesitan, y luego el comienzo real de la obra. Actualmente, ¡ay!, muchos de los siervos de Dios no tienen fe, y, sin embargo, buscan servirle. Empiezan la obra sin tener la condición esencial para ello; por lo mismo, lo que ellos hacen no tiene valor espiritual. La fe es el primer requisito en cualquier obra para Dios, y debería ser ejercitada en relación con las necesidades materiales tanto como para otras.
Viviendo del Evangelio
Nuestro Señor dijo: «El obrero digno es de su salario» (Luc. 10:7); y Pablo escribió a los corintios: «Así también ordenó el Señor a los que anuncian el Evangelio, que vivan del Evangelio» (1ª Cor. 9:14). ¿Qué significa vivir del Evangelio? No quiere decir que el siervo de Dios deba recibir una pensión definida de la iglesia, puesto que el sistema moderno de servicios pagados en la obra de Dios era desconocido en los días de Pablo. Lo que sí quiere decir es que los Predicadores del Evangelio puedan recibir regalos de los hermanos, pero no se hace ninguna estipulación en conexión con dichos obsequios. No se especifica ningún período de tiempo, ninguna cantidad de dinero, ninguna responsabilidad; todo es cuestión de buena voluntad. Conforme Dios toca los corazones de los creyentes, ellos obsequian a Sus siervos, así que, mientras que estos siervos reciben regalos a través de los hombres, su confianza está todavía enteramente puesta en Dios. Sobre El tienen sus ojos fijos, a El le cuentan sus necesidades, y es El quien mueve los corazones de los suyos para dar. Eso es lo que Pablo quería decir cuando hablaba de vivir del Evangelio. Pablo mismo recibió el obsequio de la iglesia en Filipos (Fil. 4:16), y cuando estaba en Corinto fue ayudado por los hermanos de Macedonia (2ª Cor. 11:9). Estos son ejemplos de vivir del Evangelio.
Sin embargo, haremos bien en preguntarnos a nosotros mismos, ¿de quién somos obreros? Si somos trabajadores de los hombres, busquemos de los hombres nuestro sostenimiento; pero si somos obreros de Dios, entonces no debemos esperar de ningún otro sino de El, aunque El puede llenar nuestras necesidades a través de nuestros semejantes. Todo el asunto se dilucida aquí: ¿nos ha llamado Dios y nos ha enviado? Si el llamamiento y la comisión vienen de El, entonces El seguramente será responsable por todo lo que involucro nuestra obediencia a El.
Cuando la señorita M. E. Barber pensó en venir a China a servir al Señor, ella previó las dificultades que encontraría una mujer que saliera sin ningún respaldo a un país extraño, de manera que le pidió un consejo al señor Wilkinson, de la Misión Mildmay a los Judíos, quien le dijo: «Un país extranjero, ninguna promesa de sostenimiento, ningún respaldo de una sociedad, todo esto no presenta ningún problema. La cuestión es ésta: ¿Va usted por iniciativa propia, o la está enviando Dios>» «Dios me está mandando», contestó ella: «Entonces no se necesitan más preguntas», replicó él, «porque si Dios la envía a usted Él deberá ser responsable.
Pero en Corinto Pablo no vivió del Evangelio. Hizo tiendas con sus propias manos. De manera que, evidentemente, hay dos formas en que pueden suplir se las necesidades de los siervos de Dios: o esperar en Dios que El mueva los corazones de Sus hijos para dar lo que es menester, o lo pueden obtener al desarrollar trabajo «secular» parte del tiempo. Puede ser bueno que trabajemos con nuestras manos, pero es necesario que nos fijemos en que Pablo no lo consideraba normal. Es algo excepcional, un curso al que debe recurriese en circunstancias especiales.
«Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segaremos de vosotros lo material? Si otros participan de este derecho sobre vosotros, ¿cuánto más nosotros? Pero no hemos usado de este derecho, sino que lo soportamos todo, por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo. ¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo y que los que sirven al altar, del altar participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian él Evangelio, que vivan del Evangelio.
Pero yo de nada de esto me he aprovechado, ni tampoco he escrito esto para que se haga así conmigo; porque prefiero morir, antes que nadie desvanezca esta es mi gloria... ¿Cuál es mi galardón? Que predicando el Evangelio, presente gratuitamente el Evangelio de Cristo, para no abusar de mi derecho en el Evangelio. (1ª Cor. 9:11-15, 18.) Estos son ciertos derechos que son el privilegio de todos los predicadores del Evangelio, Pablo no recibió nada de Corinto, porque estaba en unas circunstancias especiales en ese momento; pero aunque no utilizó de ellos en esa ocasión, que sí lo hizo en otras ocasiones está muy claro. «¿Pequé yo humillándome a mí mismo, para que vosotros fueseis enaltecidos, por cuanto os he predicado el Evangelio de Dios de balde? He despojado a otras iglesias, recibiendo salario para serviros a vosotros. Y cuando estaba entre vosotros y tuve necesidad, a ninguno fui carga, pues lo que me faltaba, lo suplieron los hermanos que vinieron de Macedonia, y en todo me guardé y me guardaré de seros gravoso. Por la verdad de Cristo que está en mí, que no se me impedirá esta mi gloria en las regiones de Acaya» (2.ª Cor. 11:7-10).
El principio de aceptación de los donativos
En el Antiguo Testamento los diezmos de los israelitas eran entregados a los levitas. Los. judíos hacían sus ofrendas a Dios, no a los levitas, pero éstos estaban en lugar de Dios para recibir las ofrendas. Hoy estamos en el lugar de los levitas, y los regalos que se nos dan son, en realidad, ofrecidos a Dios.'No recibimos obsequios de ningún hombre, y, por tanto, no tenemos ninguna obligación con ninguna persona. Si alguno desea que le tengan gratitud, debe buscarla de Dios, porque Dios es Aquel quien recibe las ofrendas. Por lo mismo, siempre que se nos dé un regalo es imprescindible para nosotros dejar aclarado si Dios podría recibirlo o no. Si Dios no puede aceptarlo, nosotros no nos atrevemos a hacerlo.
Puede suceder a veces que el obsequio sea correcto y asimismo la actitud del dador, pero basado en su ofrenda el dador puede considerarse con derecho a tener voz en la obra. Está perfectamente bien que el donante especifique en qué dirección puede aplicarse su ofrenda pero no es correcto para él decidir cómo deba ejecutarse la obra. Ningún siervo de Dios debe sacrificar su libertad para seguir la dirección divina aceptando dinero que lo coloque bajo control humano. Tiene perfecta libertad el dador para estipular el uso que se deba dar a su donación, pero tan pronto como, se ha entregado debe soltar las riendas y no intentar utilizarla como un medio para ejercer control indirecto sobre la obra.
En el trabajo secular la persona que proporciona los medios manda en el medio al cual sus bienes están dedicados, pero no es así en la obra espiritual. Toda la autoridad en la obra está asentada en aquel quien ha sido llamado de Dios para ejecutarla. En el medio espiritual el obrero es quien controla el dinero, no el dinero al obrero. Aquel que ha recibido el llamamiento, y a quien Dios ha encomendado la obra, es aquel a quien Dios le revelará la forma en que deba realizarse la obra, y él no se atreverá a recibir dinero de alguien que usaría su donativo para interferir con la voluntad del Señor según El se la ha revelado en conexión con la obra. Si un dador es espiritual, con gusto buscaremos su consejo, pero se debe buscar su parecer solamente sobre la base de su espiritualidad, no sobre la base de su donativo.
En todo nuestro servicio para Dios debemos mantener una actitud de dependencia total sobre El. Sea que haya fondos en abundancia, o que estén escasos, debemos continuar nuestro trabajo con constancia, reconociéndolo como un fideicomiso encomendado a nosotros por Dios y un asunto por el cual nosotros somos responsables ante El solamente. «¿Busco de agradar a los hombres? Cierto, que si todavía agradara a los hombres no sería siervo de Cristo» (Gál. 1:10). Debemos de permanecer absolutamente independientes de los hombres en lo concerniente al lado financiero de la obra, pero aun en nuestra independencia debemos conservar una actitud de verdadera humildad y voluntad para aceptar recomendaciones de todo miembro del Cuerpo que esté en íntimo contacto con la Cabeza, y debemos esperar a través de ellos confirmación de a dirección que hemos recibido directamente de Dios. Pero todo el consejo que busquemos y recibamos de otras personas debe ser por causa de su espiritualidad, no debido a su posición económica. Estamos dispuestos a buscar las sugestiones del miembro más rico del Cuerpo, ni debido a, ni a pesar de, su dinero, y estamos igualmente dispuestos a buscar las recomendaciones el miembro más pobre, ni debido a, ni a pesar de, su pobreza.
Actitud hacia los gentiles
El principio es: «Sin aceptar nada de los gentiles» (3ª Jn . 7). No osamos recibir ningún sostenimiento para la obra de Dios de parte de aquellos que no le conocen. Si Dios no ha aceptado a un hombre, El nunca podrá aceptar su dinero. Si cualquier persona atareada ( en el servicio de Dios acepta dinero para la prosecución de la obra de un hombre que no es salvo, virtualmente coloca Dios en obligación al pecador. Nunca recibamos dinero a nombre de Dios que le permita a un pecador ante el Gran Trono Blanco acusar a Dios de haber tomado ventaja sobre él. Sin embargo, esto no quiere decir que debemos rechazar hasta la hospitalidad de los gentiles. Si en la providencia de Dios visitamos alguna Melita, haremos bien en aceptar la hospitalidad de un amistoso Publio. Pero esto debe hacerse definidamente bajo las órdenes de Dios, no como caso usual. Nuestro principio debe ser siempre de no tomar nada de los gentiles.
La iglesia y los obreros
¿Debemos las iglesias proveer para las necesidades de los obreros? La Palabra de Dios nos proporciona una contestación clara a nuestra pregunta. Vemos una contestación clara a nuestra pregunta. Vemos que el dinero reunido por las iglesias es usado en tres formas distintas:
1. Para los santos pobres. Las Escrituras dan mucha atención a los hijos menesterosos de Dios y una gran parte de las ofrendas locales es usada para aliviar su escasez.
2. Para los ancianos de la iglesia local. Las circunstancias puede hacer necesario que los ancianos renuncien a sus ocupaciones ordinarias a fin de entregarse de lleno a los intereses de la iglesia, en cuyo caso los hermanos locales deben reconocer su responsabilidad económica hacia ellos y procurar, aunque sea en parte, compensarlo de lo que han sacrificado por amor a la iglesia (1ª Tim. 5:17-18).
3. Para los obreros que laboran y la obra. Esta debe ser tomada como una ofrenda a Dios, no como sueldo pagado a ellos.
“He despojado las otras iglesias, recibiendo salario para serviros a vosotros. Y cuando estaba entre vosotros y tuve necesidad, a ninguno fui carga, pues lo que me faltaba lo suplieron los hermanos que vinieron de Macedonia, y en todo me guardé y me guardaré de seros gravoso» (2 a Cor. 11:8-90). «Y sabéis también vosotros, oh Filipenses, que al principio de la predicación del Evangelio, cuando partí de Macedonia, ninguna iglesia participó conmigo en razón de dar y recibir, sino vosotros solos... Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios» (Fil. 4:15, 18). En donde los miembros de una iglesia son espirituales, no pueden sino cuidar los intereses del Señor en sitios más allá de su localidad, y el amor del Señor les constreñirá a dar tanto a los obreros como a la obra. Ellos lo tendrán como un deber y asimismo una delicia apoyando los intereses del Señor por medio de sus donativos.
Mientras que en las epístolas se alentaba a las iglesias a dar para los santos pobres y también a los ancianos y maestros locales, no se hace mención de estimular a darles a los apóstoles o a la obra en que ellos se ocupaban. La razón es obvia. Los escritores de las epístolas eran, ellos mismos, apóstoles; por tanto no hubiera sido correcto que ellos invitaran a que se les dieran obsequios a ellos o a sus obras, ni tenían ellos ninguna libertad del Señor para hacerlo. Estaba muy bien que ellos animaran a los creyentes a que dieran a otras personas, pero para la satisfacción de sus propias necesidades y las necesidades de la obra ellos sólo podían esperar en Dios.
Fue una grande y noble declaración la que Pablo hizo a los filipenses. Se atrevió a decirles a aquellos quienes eran casi su único sostén: «Todo lo he recibido, y tengo abundancia.» Pablo no da ninguna insinuación de necesidad, sino que tomó la posición de un hijo rico de un Padre opulento, y no tenía temor de que al hacerlo así se detendría el suministro de más abastecimientos. Estaba muy bien que los apóstoles dijeran a un inconverso que también estaba en penuria: «Ni tengo plata ni oro», pero nunca estará bien que un apóstol necesitado dijera eso a unos creyentes que estuvieran dispuestos a responder a una solicitud de ayuda. Es una deshonra para el Señor si cualquier representante suyo divulga necesidades que provocan lástima de parte de otros. Si tenemos una fe viviente en Dios, siempre debemos gloriarnos en El, y osaremos proclamar en toda circunstancia: «Todo lo he recibido, y tengo abundancia.»
Somos los representantes de Dios en este mundo y estamos aquí para probar Su fidelidad; por lo mismo, en materia financiera debemos ser totalmente independientes de los hombres y depender completamente de Dios. Nuestra actitud, nuestras palabras y nuestras acciones, todas deben declarar que únicamente El es nuestra Fuente de abastecimiento. Si hay alguna debilidad aquí, se le robará a El la gloria que Él merece.
No debemos temer de ' parecer ser ricos ante la gente. Guardemos nuestras necesidades económicas en secreto, aun cuando nuestra discreción lleve a los hombres a concluir que tenemos suficiente cuando en realidad no tengamos nada. Aquel que ve en secreto tomará nota de todas nuestras necesidades, y El proveerá, no a «medias tazas», sino «conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Fil. 4:19).
Del estudio de la Palabra de Dios notamos dos cosas con respecto a la actitud de Sus hijos en asuntos económicos. Por una parte, los obreros deben tener cuidado en no contar sus necesidades, sino sólo a Dios; por otra, las iglesias deben ser fieles para recordar las necesidades tanto de los obreros como de la obra; y deben enviar regalos, no solamente a aquellos que están trabajando en su cercanía, o a los que han sido llamados e en medio de ellos, sino que, como los Filipenses y los Macedonios, deben ministrar con frecuencia a un Pablo lejano. El horizonte de las iglesias debe ser más amplio que lo que es. El método actual de una iglesia a sosteniendo su propio «Ministro» o su propio misionero, era una cosa desconocida en los días apostólicos. Dios no tiene ningún uso para un obrero incrédulo, ni tiene uso alguno para una iglesia desamorada.
La distinción entre la iglesia y la obra debe estar bien definida en la mente del obrero, especialmente tocante a los asuntos financieros. Si un obrero llega, en una visita corta, a cualquier lugar a invitación de la iglesia, entonces es correcto que él acepte su hospitalidad; pero si él se queda por un período indefinido, entonces debe llevar la carga sólo ante Dios, pues de otra manera su fe en Dios menguará. Las iglesias no tienen obligaciones oficiales respecto a los obreros, y éstos deben vigilar que ellas no se aprovechen de tales responsabilidades. Dios nos permite que aceptemos donativos, pero no es Su voluntad que otros se hagan responsables de nosotros. Toda la carga financiera de la obra descansa sobre aquellos a quien Dios la ha confiado.
«A nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado» (2ª Cor. 7:2). «No os seré gravoso» (2ª Cor. 12:14). «Porque nunca usamos de palabras lisonjeras como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo» (1ª Tes. 2:5). «Ni comimos de balde el pan de nadie, sino que trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros» (2.a Tes. 3:8). De estos pasajes podemos ver con claridad la actitud del apóstol. El no estaba dispuesto a imponer ninguna carga sobre otros o aprovecharse de ellos en ninguna forma. Y ésta debe ser nuestra actitud también. No solamente no debemos recibir salario, sino que debemos tener cuidado de no tomar la más ligera ventaja de cualquiera de nuestros hermanos. Los apóstoles deben estar dispuestos a que se tome ventaja de ellos, pero, por ningún concepto deben ellos tomar ventaja le otros. Es una cosa vergonzosa profesar confianza en Dios y, empero, desempeñar el papel de un mendigo, dando a conocer las necesidades de uno y provocando a otros a compasión.
Todos los movimientos de los obreros afectan vitalmente la obra, y, a menos que tengamos una confianza viva en Dios nuestros movimientos están propensos a ser determinados por perspectivas de ingresos. El dinero tiene un gran poder para influenciar a los hombres, y, a menos que nosotros tengamos una fe verdadera en Dios y un corazón para hacer su voluntad, probablemente seamos influenciados por el alza y baja de los fondos. Si nuestros movimientos están gobernados por las corrientes financieras, entonces somos mercenarios trabajando por la paga, o mendigos buscando limosna, y somos una deshonra al Nombre del Señor. Nunca debemos ir a un lugar debido a la perspectiva económica halagüeña de trabajar allí, ni debemos evitar ir porque la visita financiera es oscura.
Los obreros y su obra
Aclaremos que no solamente debemos llevar la carga de nuestras propias necesidades, sino de las necesidades de la obra también. Si Dios nos ha llamado a una obra determinada, entonces todo desembolso económico en conexión con él es asunto nuestro. A dondequiera que vayamos, somos responsables de todos los gastos relacionados con ellas, desde su iniciación hasta su terminación. Si somos llamados de Dios para hacer labor de pionero, aunque los gastos por renta, muebles Y viajes puedan ascender a una cantidad respetable, solamente nosotros somos responsables de ellos. No es digno de ser llamado siervo Se Dios quien no puede ser responsable de sus propias necesidades y las necesidades de la obra a la cual Dios le ha llamado.
Otro punto al que tenemos que darle atención es a la diferenciación nítida entre donativos para uso personal y regalos donados para la obra. Puede parecer superfluo el mencionarlo, empero necesita énfasis, que ninguna cantidad de dinero obsequiada para la obra debe ser utilizada por el obrero para el pago de sus necesidades personales. Debe ser, o bien usada para cubrir gastos en relación con su propia obra, o ser enviada a otro obrero.
En mis comienzos de servir al Señor, leí un incidente en la vida de Hudson Taylor que me fue de gran ayuda. Si lo recuerdo correctamente, esto es lo principal: el señor Taylor estaba en St. Louis, Mo., E.U.A., y tenía que estar en Springfield para unos servicios. El carruaje que lo llevaba a la estación fue demorado, con el resultado de que cuando llegó ya el tren había salido, y parecía que no había manera posible Cara que él pudiera cumplir con el compromiso. Pero dijo al doctor J. H. Brookes: «Mi Padre dispone de los trenes; yo estaré a tiempo.» Al preguntar al agente, encontraron que un tren salía de St. Louis en otra dirección que cruzaba la vía del que iba a Springfield; pero el otro tren siempre salía diez minutos antes de que este segundo tren llegara, ya que eran competidores. Sin titubear un momento, el señor Taylor dijo que se iría por ese camino, a pesar del hecho de que el agente le dijo que nunca hacían conexión allá. Mientras esperaban,- un caballero llegó a la estación y le dio al señor Taylor un dinero. Se dirigió al doctor Brookes y dijo: “Mi Padre acaba de proveer para el viaje”, queriendo decir que, aun cuando hubiere primer tren, no hubiera podido tomarlo. Él doctor Brookes estaba asombrado. Él sabía que el señor Taylor tenía una buena cantidad de dinero a mano que se le había dado para su obra en China, así que preguntó: «¿Quería usted decir que no tiene dinero para su boleto?» El señor Taylor contestó: «Yo nunca uso nada para gastos personales que esté especificado para la obra. ¡El dinero señalado para mis. gastos acaba de llegar!» Quizá primera vez en la historia de ese ferrocarril el tren St. Louis llegó antes que el otro, ¡y el señor Taylor pudo cumplir su compromiso en Springfield!
Haciendo conocidas nuestras necesidades
Como ya hemos visto, un apóstol puede alentar al pueblo de Dios a reconocer las necesidades de los santos y de los ancianos, pero él no puede mencionar nada de sus propias necesidades o de las necesidades de la obra. Que el se concrete a llamar la atención de las iglesias a las necesidades de otros, y Dios llamará la atención de ellos a las necesidades de él.
Debemos evitar toda propaganda en relación con la obra. Con toda honradez de corazón debemos confiar en Dios y darle a conocer -sólo a El- nuestras necesidades. Si así nos guiara el Señor, podremos decir para su gloria lo que El ha hecho por medio nuestro (Véase Hech. 14:27; 15:3-4). Pero nada debe hacerse por vía de anuncio con la esperanza de recibir ayuda material. Esto es desagradable a Dios y nos perjudica. Si en cualquier asunto financiero nuestra fe se debilita, encontraremos que fallará cuando los prueben dificultades que surgen en conexión con la obra.
Conozco de obras que, en sus comienzos, estaban sobre una base de fe pura y la bendición del Señor estaba sobre ellas. Pronto los obreros sintieron la necesidad de extender la obra, y en realidad la extendieron más allá de sus ingresos acostumbrados. Consecuentemente, tuvieron que recurrir a publicidad indirecta a fin de poder hacer frente a sus compromisos. Cuidémonos de ampliar la obra nosotros mismos, porque si la extensión es del hombre, tendremos que usar métodos humanos para cumplir con las nuevas obligaciones. Si Dios ve que la obra necesita extenderse, Él mismo la ampliará, y si El la ensancha, El será responsable de hacer frente a las necesidades aumentadas. Mucho se han utilizado cartas circulares, informes, revistas, trabajo de diputación, agentes especiales y centros especiales de negocios, por los obreros cristianos, para aumentar los fondos para la obra. Los hombres no están contentos en permitir que Dios la amplíe a su tiempo, y, porque no pueden esperar pacientemente su desarrollo espontáneo y obligan a un crecimiento artificial, tienen que recurrir a la actividad natural para cumplir con las demandas de ese crecimiento. Ellos han apresurado los acontecimientos, así que ellos tienen que inventar medios y formas de procurarse un abastecimiento aumentado. El crecimiento espontáneo de la obra de Dios no necesita ninguna actividad de la naturaleza humana, porque Dios cubrirá todas las exigencias que El crea..
Debemos permitir al Espíritu Santo que nos estorbe donde Él quiere, y no buscar impulsar las cosas tocando la obra con manos humanas. No hay necesidad que nosotros maquinemos medios para atraer la atención a nuestra obra. Dios, en Su soberanía y providencia, bien puede cargar con toda la responsabilidad. Si El mueve a los hombres a ayudamos, entonces todo está bien, pero si nosotros mismos intentamos mover a los hombres, tanto nosotros como la obra sufrirán pérdida.
Entre los compañeros en la obra
En el Antiguo Testamento leemos que, aun cuando los levitas estaban en el lugar de Dios para recibir diezmos de todo Su pueblo, ellos mismos ofrecían diezmos a El. El siervo del Señor debe aprender a dar lo mismo que a recibir. Alabamos a Dios por la forma generosa en que los obreros de épocas pasadas han dado a sus compañeros en la obra, Pero todavía necesitamos estar más atentos a las necesidades materiales de todos nuestros hermanos en la obra. Debemos recordar las palabras de Pablo: «Para lo que me ha sido necesario, y a los que están conmigo , estas manos me han servido» (Hech. 20:34). No debemos esperar solamente tener suficiente para gastar en nosotros y en nuestra obra, sino debemos confiar en Dios que nos proporcione lo suficiente para dar a otros también. Si sólo nos preocupa el pensamiento de nuestras necesidades personales y las necesidades de nuestra obra, y olvidamos las necesidades de nuestros colegas, el nivel de nuestra vida está bajo.
El alcance de nuestro pensar en relación a las necesidades materiales siempre debe estar sobre la base de «lo que me ha sido necesario, y a los que están conmigo». El dinero que Dios me da no es sólo para mí, sino también para «los que están conmigo». Un hermano sugirió una vez que Dios seguramente proveería las necesidades de todos nuestros camaradas en la obra, así que no necesitamos preocuparnos demasiado por ellos, especialmente en vista de que no somos una misión y no tenemos obligaciones económicas con ellos. Pero nuestro hermano olvidó que no sólo somos responsables por nuestras propias necesidades y las necesidades de nuestra obra, sino que, en un sentido espiritual, somos, como Pablo, responsables por «los que están conmigo».
Puesto que nosotros no somos una misión y no tenemos una organización hecha por los hombres, ni tenemos «casa matriz», ni centralización de fondos, y consecuentemente ningún centro de distribución, ¿cómo pueden suplirse las necesidades de todos nuestros colaboradores? Se me ha hecho esta pregunta muchas veces por hermanos que han mostrado interés. La contestación es ésta: se pueden proveer todas las necesidades si cada uno comprende su responsabilidad económica triple -primeramente, en relación con sus necesidades personales y las de su familia; en segundo término, en conexión con las necesidades de su obra, y en tercer lugar, en relación con las necesidades de sus compañeros en la obra. No sólo debemos esperar en Dios que provea nuestras propias necesidades y las que se relacionan con nuestra tarea, sino que debemos confiar en El con igual determinación para que nos mande fondos adicionales que nos permitan tener algo que enviar a nuestros asociados en la obra. Desde luego que no tenemos una obligación oficial hacia ellos, pero no demos descuidar nuestra responsabilidad espiritual.
Las necesidades de los obreros varían y las exigencias de la obra varían también, además de lo cual el poder de la oración es distinto en diferentes individuos y la medida de la fe varía también. El resultado por tanto, será que nuestros ingresos no serán los mismos, pero cada uno de nosotros debería ejercitar definidamente nuestra fe para el abastecimiento de fondos suficientes para poder distribuir para las necesidades de otros. Las sumas que recibimos y podamos dar pueden diferir, pero el mismo principio se aplica a todos nosotros. No es necesario un cuartel general, porque cada uno de nosotros actúa como una especie de matriz y de centro de distribución. Confiemos en la soberanía y providencia de Dios, y dejemos que El regule la distribución de las dádivas para que ninguno tenga una sobrantía y que ninguno quede en la pobreza.
El principio del gobierno de Dios en relación con las cosas financieras es: “El que recogió mucho, no tuvo más; y el que poco, no tuvo menos” (2ª Cor. 8:15). Cualquiera que ha reunido mucho debe estar dispuesto a que nada le sobre, porque sólo entonces no le faltará a aquel que ha recogido poco. Algunos de nosotros hemos probado por experiencia que cuando llevamos la carga de aquéllos que recogen poco, Dios se asegura que nosotros recojamos mucho; pero si nosotros solamente pensamos en nuestras propias necesidades, lo más que podemos esperar es reunir poco y que nos falte.
No debemos de circunscribir nuestro obsequio a aquellos que son nuestros asociados inmediatos, sino que debemos recordar a los obreros en otras partes y buscar ministrar a sus necesidades. Debemos siempre tener presente a los otros obreros y sus necesidades ante los hermanos entre quienes laboramos, y alentarnos a que los ayuden, nunca temiendo que Dios bendecirá a otros obreros más que a nosotros. No debemos darles lugar al miedo y a la envidia. ¿Realmente cree usted en la soberanía de Dios? Si es así, nunca debemos temer que algo que Dios ha destinado para nosotros nos deje de llegar.
Si nuestra obra ha de ser llevada por sendas muy agradables a Dios, entonces es absolutamente esencial que la soberanía de Dios sea un factor vivo en nuestra experiencia, y no simple teoría. Cuando usted conoce Su soberanía, entonces, aun cuando los hombres perezcan moverse a su alrededor en forma errante y las circunstancias semejan girar a merced de la casualidad, usted seguirá confiando en la seguridad de que Dios esta ordenando cada detalle de vuestro camino para Su gloria y para vuestro bien. Las necesidades de otros pueden ser conocidas de los hombres, mientras que ninguno puede saber o importarle acerca de las vuestras, pero usted no tendrá ansiedad si la soberanía de Dios es una realidad para usted, porque entonces usted verá a todas esas circunstancias fortuitas y toda esa gente indiferente y hasta las fuerzas de la maldad opositora, que están siendo uncidas silenciosamente a Su voluntad, y todas esas fuerzas dispersas se relacionarán como una sola para servir Su propósito y servir los propósitos de aquellos cuya voluntad es una con la de Él. Sí, “sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien, es a saber, a los que conforme al propósito son llamados” (Rom. 8:28).
La cuestión no es, entonces, ¿son nuestras necesidades grandes o pequeñas? O ¿son conocidas u ocultas?, sino simplemente esto: ¿estamos en la voluntad de Dios? Nuestra fe puede ser probada, y nuestra paciencia también, pero si estamos dispuestos a dejar las cosas en las manos de Dios y esperar quietamente en Él, entonces no dejaremos de ver un oportunismo cuidadoso de los eventos y un engranaje exquisito de las circunstancias, y, emergiendo de un laberinto sin significado, una perfecta relación entre nuestra necesidad y el abastecimiento.
¿Por qué no un misión de fe?
Algunos han preguntado: “Puesto que ustedes creen que todos los siervos de Dios deben confiar en Él para proveer sus necesidades diarias, y puesto que usted tiene un buen grupo de colaboradores, ¿por qué no se convierten en una misión de fe, organizada?.
Por dos razones: Primeramente, en la Palabra de Dios toda asociación de obreros está fundada en una base espiritual, no oficial. Tan pronto como uno tiene una organización oficial, se cambia la relación espiritual que existe entre los compañeros en la obra por una oficial. En segundo lugar, la dependencia sobre Dios exclusivamente para proporcionar todas las necesidades materiales no demanda una fe tan activa de parte de una organización oficial como lo hace de parte de personas que solamente están relacionadas en una comunión espiritual. Es más fácil confiar en Dios como una misión que como individuo. En las Escrituras vemos fe individual, mas no vemos cosa que se asemeje a una fe de organización. En una agrupación tiene que haber algo de ingresos, y todo miembro tiene la seguridad de recibir una parte, ya sea que ejercite la fe o no. Esto abre el camino para que personas que no tienen una fe activa en Dios se unan a la misión, y en el caso de aquellos que tienen fe cuando ingresan hay la posibilidad de que la confianza personal en el Señor gradualmente se debilite a través de la falta de ejercicio, puesto que los suministros llegan con una determinada medida de seguridad, ya sea que los miembros individuales de la misión activen su fe o no. Es muy fácil perder la fe en Dios, y confiar simplemente en una organización. Aquellos que conocen la fragilidad de la carne saben cuán propensos estamos de fiarnos de cualquier cosa y cualquier persona, menos de Dios. Es mucho más fácil poner nuestra esperanza en remesas de la misión que en cuervos del cielo.
Debido a nuestra propensión de ver la cubeta y olvidar el manantial, Dios frecuentemente ha tenido que cambiar Sus medios de abastecimiento para mantener nuestros ojos fijos en la fuente. Así que los cielos que antes nos-enviaban lluvias bienvenidas se tornan de cobre, se permite a los arroyos que nos refrescaban secarse, y los cuervos que nos traían el alimento diario ya no nos visitan; pero entonces Dios nos sorprende al proveer nuestras necesidades por medio de una pobre viuda, y así probamos los recursos maravillosos de Dios. La fe en la organización no estimula la confianza personal en Dios, y eso es lo que El desea desarrollar.
Yo sé que en un cuerpo organizado muchas dificultades se desvanecen automáticamente. Hablando humanamente, ase a un ingreso mucho más grande, porque muchos de los hijos de Dios prefieren donar a las organizaciones más bien que a los individuos. Además, la obra organizada atrae mucho más la atención de los hijos de Dios que la no organizada. Pero preguntas como éstas constantemente nos desafían: ¿Cree usted verdaderamente en Dios? ¿Deben sacrificarse los principios bíblicos a la conveniencia? ¿Verdaderamente, desea usted lo mejor de Dios con todas sus dificultades acompañantes? Nosotros sí, y así no tenemos otra alternativa sino trabajar sobre el fundamento del Cuerpo de Cristo en asociación espiritual con todos los demás que sustentan el mismo principio.
Pero deseamos señalar que, aunque nosotros mismos no somos una misión, no nos oponemos a las misiones. Nuestro testimonio es positivo, no negativo. Nosotros creemos que en la Palabra de Dios los diferentes grupos de enviados que estuvieron asociados con la obra se basaron en el principio del Cuerpo, y que ningún grupo fue organizado en misión. Con todo, si nuestros hermanos se sienten guiados por Dios para formar una organización así, nada tenemos que decir en contra. Solamente decimos, “¡que Dios los bendiga!”. El formar nosotros una misión porque otros de los hijos de Dios lo hacen estaría mal, puesto que no vemos terreno bíblico para ello y no tenemos mandato del Espíritu en esa dirección. Pero, sea que laboremos en una comunión cuyas relaciones son solamente espirituales, o en una organización cuyas relaciones son oficiales, que Dios nos haga absolutamente uno en esto, que no busquemos el incremento o la extensión de las sociedades en que trabajemos, sino que hagamos nuestro única mira laborar exclusivamente para la fundación y el crecimiento de las iglesias locales.