El “misterio” que muchos cristianos subestiman…
Hay verdades que no se discuten en la Iglesia… pero tampoco se explican con suficiente fuerza. Una de ellas es el poder espiritual, emocional y eterno que se libera cuando decides congregarte.
No cuando miras una transmisión.
No cuando “oras desde casa”.
Sino cuando te unes físicamente al Cuerpo de Cristo como Dios mismo lo diseñó.
Dios no solo busca adoradores… busca A LOS QUE SE REÚNEN.
Jesús lo dijo con claridad:
“…los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad…”
— Juan 4:23
Pero esa adoración no era individualista.
Desde Génesis hasta Apocalipsis, Dios forma pueblos, reuniones, asambleas, cuerpos, congregaciones.
Dios no sueña con solitarios espirituales, sino con hijos que se juntan.
La adoración congregacional es un sacrificio que abre portales
La Biblia no exagera:
“El que sacrifica alabanza me honrará; y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios.”
— Salmos 50:23 (RVR1960)
La palabra sacrificio implica costo: tiempo, energía, decisiones, renuncias.
Ese tipo de adoración desata presencia, restaura, sana, libera.
Es como un tizón encendido: solo, se enfría…
Pero junto a otros, se convierte en una fogata imparable.
Dios firma acuerdos donde hay reunión en Su Nombre.
Jesús lo prometió:
“Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”
— Mateo 18:20 (RVC)
No dijo:
“Donde dos o tres se conecten por streaming…”
“Donde dos o tres lo intenten cuando puedan…”
Dijo REÚNANSE.
Porque su presencia se manifiesta de una manera única cuando Su pueblo se junta.
Hebreos nos advierte como una alarma espiritual:
“No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre…”
— Hebreos 10:25
No es un consejo.
No es una sugerencia.
Es una advertencia sagrada.
Dejar de congregarte apaga lo que Dios encendió en ti.
Cuando te congregas, algo invisible sucede:
- Se activa tu identidad como parte del Cuerpo de Cristo.
- Recibes palabra que no sabías que necesitabas.
- Tu fe se alinea.
- Tu fuego se multiplica.
- Tu espíritu se mantiene vivo.
- La presencia de Dios se manifiesta intensamente.
La Iglesia no es un edificio…
¡Es un punto de encuentro entre el cielo y la tierra!
