Jueves 14 de Marzo del 2002
Big Brother
Por Héctor Marín
El voyeurismo se instala en las casas. Big Brother está aquí.
El programa que ha causado controversia y polémica ahora se transmite en México y esta pequeña reflexión es para tener en cuenta las cosas que ahora se presentan como “entretenimiento familiar”.
Se trata de una transmisión en la que, basados en la idea del escritor George Orwell, un grupo de jóvenes se introduce en una casa donde un gran número de cámaras de televisión están instaladas en lugares estratégicos para que el televidente pueda ver hasta los más íntimos movimientos de las personas que participan en el concurso, ya que el objetivo es que, quien logre estar más tiempo en la casa en cuestión ganará un premio consistente en grandes cantidades de dinero.
Echando un vistazo se aprecian varias cosas: el lenguaje de quienes participan, es muy pobre y al mismo tiempo muy vulgar, tanto que las expresiones de cantina bien pudieran parecer insulsas e inocentes.
Por otro lado: ¿es que ya no hay ningún mensaje que llevar, algo que aportar a la sociedad, que estar alimentando el morbo de quienes están del otro lado de la pantalla pretendiendo ver “algo más”?
Estamos ante el festín del mal gusto y de la ociosidad, de la falta de talento y de vocación de servicio que también tiene un medio de comunicación con el único fin de ganar plata a través de la publicidad y satisfacer las necesidades de audiencia de un canal televisivo. No digamos que sería obvio agregar que se trata de toda una fiesta donde la ignorancia y la falta de ética no han sido la excepción.
Se trata pues, de exaltar en los televidentes los valores humanos puramente carnales, pues es la tónica de nuestra época, mientras lo espiritual queda relegado cada vez más, ya que se explota la idea de que un bien económico, una posesión material o la posibilidad de adquirir poder, son el único ideal deseable y lo demás sale sobrando.
Los participantes son gente joven, sus edades oscilan entre los 20 y 30 años, y suponiendo que alguno de ellos o todos ellos hayan estudiado algo y lo ejercieran, si alguno de ellos fuera profesor, ¿dejarías que educara a tu hijo (a)? ¿Dejarías que uno de ellos te sacara una muela?
No es cuestión de satanizar y condenar, sino de hacer un ejercicio de discernimiento, la descomposición social, si lo permitimos, puede afectarnos también y si estamos débiles en la fe podemos llegar a pensar que las promesas terrenales inmediatas por ser palpables a nuestros sentidos son mejores.
Pregúntate pues: ¿a quién quiero agradar, a Dios o a los hombres?
El Señor esté contigo.