¿Alguien me podia explicar de donde se sacaron esto?, en la Biblia no viene.
Que Dios les bendiga a todos
Paz
Sacramento es una ciudad en California, tal vez de ahi lo sacaron...
Yo siempre he definido sacramento como "Una mensión sacra" O una mensión de algo sagrado o santo. Lo que habría que pregun tarse, es quien tiene derecho para declarar santo aquello que no está determinado así en la escritura.¿Alguien me podia explicar de donde se sacaron esto?, en la Biblia no viene.
Que Dios les bendiga a todos
Paz
Yo siempre he definido sacramento como "Una mensión sacra" O una mensión de algo sagrado o santo. Lo que habría que pregun tarse, es quien tiene derecho para declarar santo aquello que no está determinado así en la escritura.
Dios te bendice!
Greivin.
Perdona Kimera, pero me gustaría saber que pasaje usarías para asegurar que Jesús en algún momento ordenó el bautismo en agua. Y porqué esta orden si Jesús la dió en algún momento locual dudo, se convertiría en un sacramento.Yo entiendo como sacramentos aquellos simbolos externos de la fe que Jesucristo ordenó a la iglesia. De esos solo existen 2: el bautismo en agua y la Santa Cena.
El primero entiendo que simboliza de manera externa y pública la confesión de Cristo y el cambio interno del creyente. Simboliza la conversión.
El segundo es practicado en memoria de Cristo, para recordar Su obra en la tierra.
Como dije, son simbolicos y no necesarios para la salvación, pero que debemos practicar porque Cristo lo ordenó.
Es un tema que no he estudiado mucho, esta es solo mi concepcion sobre lo que la Escritura dice y lo que he leído por ahí. Dios les bendiga...
La verdad es que los cristianos actuales tenemos mucho legado de la ICAR en la religion cristiana, y todo esto perdura desde la Reforma. Seria bueno cuestionar muchas cosas y si deben seguir siendo asi.
Que Dios les bnediga a todos
Paz
Repito lo que he puesto sobre el bautismo, porque explica lo que es un sacramento.
La administración del bautismo abarca la palabra sacramental y el acto de derramar agua o, respectivamente, de introducir y sumergir en el agua. ¿Por qué se añade algo nuevo al elemento positivista del agua, indudablemente central, puesto que el mismo Jesús fue bautizado con agua? Una mirada atenta descubre que esta bi-unidad de palabra y materia es característica de la liturgia cristiana, más aún, de la estructura misma de la relación del cristiano con Dios. Entra aquí, por un lado, la inclusión del cosmos, de la materia: la fe cristiana no conoce ninguna separación absoluta entre espíritu y materia, entre Dios y la materia. La separación, profundamente marcada en la conciencia moderna a través de Descartes, entre res extensa y res cogitans no se da, bajo esta forma, allí donde se cree que el mundo entero es creación. La introducción del cosmos, de la materia, en la relación con Dios, es, pues, una confesión del Dios creador, del mundo como creación, de la unidad de toda la realidad, contemplada desde el Creator spiritus. Aquí aparece también el lazo de unión entre la fe cristiana y las religiones de los pueblos que, en cuanto cósmicas, buscan a Dios en los elementos del mundo y han recorrido un largo camino siguiendo sus huellas. Al mismo tiempo, es expresión de la esperanza en la transformación del cosmos.
Todo ello debería ayudarnos a comprender de nuevo la significación fundamental del sacramento. A pesar del redescubrimiento del cuerpo, a pesar de la glorificación de la materia, seguimos, hasta ahora, profundamente marcados por la división cartesiana de la realidad: no queremos introducir a la materia en nuestras relaciones con Dios. La tenemos por incapaz de convertirse en expresión de la relación con Dios o en el medio al menos a través del cual Dios nos alcanza. Hoy como antes, intentamos reducir la religión tan sólo al ámbito del espíritu y de la conciencia y llegamos hasta el punto de atribuir a Dios sólo la mitad de la realidad, incurriendo así en un craso materialismo, que no acierta a percibir en la materia ninguna capacidad de transformación.
En el sacramento, por el contrario, materia y palabra se aúnan, y esto es cabalmente lo que constituye su singularidad. Si el signo material expresa la unidad de la creación y la inclusión del cosmos en la religión, la palabra, por su parte, significa la inserción del cosmos en la historia. En Israel nunca hubo meros signos cósmicos, por ejemplo una danza cósmica sin palabras o una ofrenda natural muda, al modo de las que presentan muchas de las llamadas religiones naturales. Al signo o señal se le añade siempre la instrucción, la palabra, que inserta al signo en la historia de la alianza de Israel con su Dios. La relación con Dios no surge simplemente del cosmos y de sus símbolos permanentes, sino de una historia común, en la que Dios reunió a unos hombres y se convirtió en su camino. La palabra en el sacramento expresa el carácter histórico de la fe. La fe no llega hasta el hombre en cuanto yo aislado, sino que le recibe en el seno de la comunidad de los que creyeron antes que él y le presentaron a Dios como una realidad dada de su historia. Al mismo tiempo, la historicidad de la fe muestra su carácter comunitario y su sobretensión temporal en el hecho de que puede unificar el ayer, el hoy y el mañana en la confianza en un mismo Dios. Y así, puede también decirse que la palabra introduce en nuestra relación con Dios el factor tiempo, del mismo modo que el elemento material introduce el espacio cósmico. Y, con el tiempo, introduce también a otros hombres, que en esta palabra expresan y reciben en común su fe, la cercanía de Dios. También aquí, la estructura sacramental corrige una actitud típica de los tiempos modernos: con la misma prontitud con que propendemos a reducir la religión a lo meramente espiritual, la recluimos también en lo individual. Nos gustaría descubrir a Dios por nosotros mismos, hemos alzado contradicciones entre tradición y razón, entre tradición y verdad que, al final, resultan fatales. El hombre sin tradiciones, sin la conexión de una historia viva y viviente, es un ser desarraigado y busca una autonomía en contradicción con su naturaleza.
Resumamos: El sacramento, como forma básica de la liturgia cristiana, abarca palabra y materia, es decir, da a la religión una dimensión cósmica y una dimensión histórica, nos asigna el cosmos y la historia como lugar de nuestro encuentro con Dios. En este hecho se fundamenta la afirmación de que la fe cristiana no suprime las antiguas formas y etapas religiosas, sino que las asume en sí, las purifica y hace que adquieran su plena eficacia. La doble estructura de palabra y elemento material del sacramento, que le adviene del Antiguo Testamento, de su fe en la creación y en la historia, recibe su profundización última y su fundamentación definitiva en la cristología, en la Palabra que se hizo carne, en el Redentor que es, al mismo tiempo, mediador de la creación. Y así, la materialidad y la historicidad de la liturgia sacramental es también siempre, a la vez, una confesión cristológica: una referencia al Dios que no ha vacilado en hacerse carne y ha llevado así, sobre su corazón, en la miseria histórica de una vida humana terrena, la carga y la esperanza de la historia como carga y esperanza del cosmos.
Saludos Miniyo.
Los Cristianos evangélicos no creo que tengamos mucho que cuestionar en cuanto a eso de los sacramentos, ya que la Palabra de Dios ni las enseñanzas de Jesus no nos encamina hacia ellos, por lo tanto creo que aqui tambien se puede aplicar perfectamente la frase de Jesus en Mt. 22:21 ... Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.
Así que ellos estan agusto como estan.
Bendiciones.
Perdona Kimera, pero me gustaría saber que pasaje usarías para asegurar que Jesús en algún momento ordenó el bautismo en agua. Y porqué esta orden si Jesús la dió en algún momento locual dudo, se convertiría en un sacramento.
Dios te bendice!
Greivin.
Creo que la actitud de reserva que experimenta la mentalidad protestante frente a los sacramentos se basa en un error antropológico. En primer lugar, influye la visión ideal de la esencia humana, que alcanzó su punto culminante en Fichte, y que considera al hombre como un espíritu autónomo que se construye totalmente a sí mismo por sus propias decisiones. El yo creador de Fichte se funda, dicho suavemente, en el cambio de Dios por el hombre; y la equiparación de ambos es una expresión consecuente de su punto de partida y, al mismo tiempo, de su condenación categórica, ya que el hombre no es Dios. Basta ser hombre para saberlo.
Aunque este idealismo sea absurdo, se ha enraizado profundamente en la conciencia europea, al menos en la alemana. Cuando Bultmann dice que el espíritu no puede ser alimentado por nada material —con esto cree que arruina el principio sacramental— está influido por la misma idea absurda de la autonomía espiritual del hombre. Resulta un poco extraño que, precisamente en el período que cree haber redescubierto la corporalidad del hombre, y que dice que el hombre sólo puede ser espíritu en la corporalidad, surja una metafísica que se basa en la negación de estas relaciones.
Los sacramentos, que expresan la contextura histórica del hombre, se convierten en el alimento del alma de cada espíritu particular; naturalmente, en este punto de vista, uno puede preguntarse por qué Dios no elige un camino más simple para relacionarse con el espíritu del hombre y comunicarle su gracia. Si sólo se tratase de que cada alma particular, en cuanto particular, se pusiese en contacto con Dios y recibiese su gracia, sería realmente incomprensible el significado que podrían tener la Iglesia y los sacramentos en este proceso íntimo, totalmente interno y espiritual. Pero si no existe esta autonomía del espíritu humano, ni este átomo espiritual independiente, sino que el hombre sólo vive corporal, comunitaria e históricamente, el problema cambia de aspecto. Su relación con Dios, por ser humana, habrá de ser como el hombre mismo: corporal, comunitaria, histórica. De otra forma es imposible. El error del idealismo antisacramental consiste en querer hacer del hombre un espíritu puro ante Dios. Pero esto no es un hombre, sino un fantasma inexistente, y la religiosidad que queramos construir sobre esta base se apoyará en arenas movedizas.
Con estas perspectivas hemos vuelto al punto de partida de nuestras reflexiones. Podemos preguntarnos ahora: ¿qué hace el hombre que participa en el culto de la Iglesia y recibe los sacramentos de Jesucristo? No cae en la absurda idea de que Dios, el omnipresente, sólo vive en este lugar concreto representado por el tabernáculo en la Iglesia. Esto contradice al conocimiento más superficial de las expresiones dogmáticas, puesto que lo específico de la eucaristía no es la presencia de Dios en general, sino la presencia del hombre Jesucristo, que nos indica el carácter horizontal e histórico del encuentro del hombre con Dios. El que va a la iglesia y recibe sus sacramentos con ideas claras, no lo hace porque crea que el Dios espiritual necesita medios materiales para acercarse al espíritu del hombre. Lo hace, más bien, porque sabe que, en cuanto hombre, sólo puede encontrar a Dios humanamente, es decir comunitaria, corporal e históricamente. Y lo hace porque sabe que, en cuanto hombre, no puede disponer por sí mismo cuándo, cómo y dónde se le ha de mostrar Dios; sabe que lo recibe todo, que depende de las fuerzas que se le han concedido, representativas de la soberana libertad de Dios, que determina por sí mismo la forma de hacerse presente.
La adoración eucarística o la visita silenciosa a una iglesia no puede ser, en su pleno sentido, una simple conversación con el Dios que imaginamos presente en un lugar determinado. Expresiones como «aquí vive Dios», y el lenguaje con el Dios «local» fundado en ellas, expresan una idea del misterio cristológico y de Dios que chocan necesariamente al hombre que piensa y conoce su omnipresencia. Cuando se funda el «ir a la iglesia» en la obligación de visitar al Dios allí presente, este fundamento carece de sentido y puede ser rechazado, con razón, por el hombre moderno. La adoración eucarística está ligada al Señor que, por su vida histórica y su pasión, se ha convertido en nuestro «pan», es decir que por su encarnación y muerte se nos ha entregado. Dicha adoración se refiere, pues, al misterio histórico de Jesucristo, a la historia de Dios con el hombre, que se nos transmite en el sacramento. Y está ligada al misterio de la Iglesia: la relación con la historia de Dios y los hombres la pone en contacto con todo el «cuerpo de Cristo», con la comunidad de los fieles, a través de la cual Dios viene a nosotros. De este modo, orar en la iglesia y en la proximidad del sacramento eucarístico significa la incardinación de nuestras relaciones con Dios en el misterio de la Iglesia, como lugar concreto en el que Dios se nos comunica. Este es el sentido de nuestro ir a la iglesia: la inmersión de mí mismo en la historia de Dios con el hombre, la única que me da mi verdadera condición humana y la única que me abre el ámbito de un auténtico encuentro con el amor eterno de Dios. Porque este amor no busca un puro espíritu aislado, que sólo sería un fantasma en comparación con la realidad del hombre, sino que busca al hombre total, en el cuerpo de su historicidad, y le regala en los signos sagrados de los sacramentos la garantía de la respuesta divina que soluciona el problema del fin y plenitud de su existencia.
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La relacion con Dios es muy sencilla, Dios quiere adoradores en espiritu y verdad, que le adoren de corazon y en cualquier sitio donde lo necesiten, pero el hombre en su religiosidad, lo ha complicado todo, haciendose un Dios a su imagen y semejanza, es decir, a su manera, pero claro, tienen que aparentar ante los demas mortales que tienen poderes magicos, ocultos y especiales, y esto lo hacen los sacerdotes de las falsas religiones para embaucar al pueblo y seguir viviendo a costa del circo que se han montado, teniendo engañado al pueblo que los mantiene.
Precisamente lo que Cristo hizo fue abrir el camino a Dios a toda criatura, que se arrepintiese y le entregase la vida, sin intermediaros, para que todos podamos conocer a Dios de una manera personal y sepamos por nosotros mismos como son las cosas espirituales, por medio del Espiritu Santo que se nos dio. Los religiosos precisamente son los que se inventan todos esos medios extraños de gracia que llaman sacramentos, que no son otra cosa que asegurar a los sacerdotes un oficio del cual puedan vivir. Yo creo en el bautismo y el partimiento del pan, como mandamientos de Jesus, y creo que hay bendicion en ellos, el primero se hace cuando te comprometes con Cristo como discipulo suyo, y el otro lo puedes hacer cada vez que te reunes en asamblea con hermanos, pero esto es algo tan sencillo como sentarte a una mesa a comer, no necesita de parafernalia, ni darle un aspecto magico y misterioso, es algo sencilo y cotidiano y que puede hacer cualquiera que haya nacido de nuevo espiritualmente en Cristo Jesus.
Si a ti te parece que envolviedo, los ritos religiosos, de toda esa maraña filosofica, les encuentras sentido, te digo que no te egañes, porque Dios es Espiritu y Verdad, y como dice el refran: "El habito no hace al monje" y tambien "Aunque la mona se vista de seda, mona se queda", mas te valia nacer de nuevo espiritualmente en Cristo Jesus, para que por el Espiritu Santo entendieses lo que Dios nos ha dado.
1 Corintios 2:12
Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el
Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios
nos ha concedido,
No son los sacramentos, que en la ICAR, mas se acercan a ritos magicos que a verdadero cristianismo, sino el Espiritu Santo quien nos comunica la gracia y la vida de Dios.
Que Dios les bendiga a todos
Paz
Si fuera cierto que Dios quisiera relacionarse con los hombres personalmente con cada uno, no habría hecho falta la encarnación. Ni la historia de la alianza con el pueblo de Israel, ni nada de nada. Sencillamente, Dios se comunicaría con cada hombre en su interior y vale. Sin embargo, Dios ha empleado el cosmos y la historia para hacerse presente en la vida de los hombres. Y nosotros tenemos que aceptar su presencia cuando, donde y com él lo ha querido. Y El ha querido manifestarse en la historia de Israel, primero, y definitivamente con su hijo encarnado y hecho presente por medio de la Iglesia y sus sacramentos. El Espíritu Santo comunica la gracia, pero por medio de la Iglesia. No hay atajos.
Si fuera cierto que Dios quisiera relacionarse con los hombres personalmente con cada uno, no habría hecho falta la encarnación.
El Espíritu Santo comunica la gracia, pero por medio de la Iglesia. No hay atajos.