Estoy casado desde hace diez años. Ambos creyentes en Jesucristo. Mi conversión a Cristo llegó justo a través de mi mujer. Antes de mi matrimonio yo ya era una persona "complicada", con una vida difícil en cuanto a problemas de ansiedad social y depresión crónica. A pesar de todo, siempre conseguí salir adelante mejor que la media siendo una persona totalmente solitaria. Pero fue con la conversión y el matrimonio (con un año más o menos de diferencia) cuando mi vida cambió para mucho mejor, y se fue la soledad y la mayor parte de la ansiedad social y la depresión. Como ella era de otro país, nos fuimos allí un tiempo y mejoré mucho. Volvimos a España y los primeros años seguimos manteniendo muy buena comunión entre nosotros y con Cristo, aunque siempre muy solitarios.
Mi mujer ha sido (y es) una bendición para mi vida, no solo por hablarme de Cristo sino por cómo se ha comportado durante el matrimonio. No es perfecta, claro, pero ha reflejado muchas de las actitudes de Cristo soportándome durante todo este tiempo. Digo soportándome porque yo, con los años, me fui alejando de las actitudes y prácticas cristianas a pesar de seguir leyendo la Biblia y orando. Dejamos de ir a una iglesia por un problema que surgió en ella, y después en mi ciudad no encontrábamos una bíblica bautista. Yo tampoco puse mucho empeño. Aparte de eso, mi carácter del viejo hombre se fue haciendo cada vez más patente. En especial, a raíz de este tema del Covid, perdí como interés por la vida, pedía a Dios que me llevara, y volví a la ansiedad social.
Las actitudes hacia mi esposa fueron en consonancia con mi cambio de actitud: dejé de ser atento como antes, fui perdiendo las ganas de salir, me quejaba por todo lo que me pasaba, no valoraba lo que hacía, fui abandonando el trabajo porque no lo necesitaba, dejé de ser empático con las necesidades de su familia pudiendo ayudarles, y perdí también interés en ella aunque siempre mantuve la fidelidad y el cariño.
Ella, desde finales de 2021, comenzó a adelgazar mucho. Y ya estaba delgada. Pensé que era un problema grave de salud, y ella también. No le encontraron nada, aunque aún no lo sé con exactitud porque está en su país haciéndose más pruebas. Llegó a adelgazar tanto que le podía ver las costillas y los huesos de la cara. Ella me pidió volver a su país y yo oré y tuve una experiencia que tal vez algún día cuente (si a alguien le interesa), donde me convencí de que Dios deseaba ese cambio en nuestra vida. Le dije que sí pero después tuve un miedo tan fuerte y un apego tan grande por mi comodidad aquí que pedí a Dios que me librara de tener que ir allí. Y recibí otra experiencia que me hizo cambiar de opinión. Le dije que no quería ir a su país, cuando ella había avisado a toda su familia y hecho planes (fueron solo unos días). Así que ella, que ya venía con actitudes de irritabilidad, insumisión y faltas de respeto (lógicas ante mi actitud, por otra parte, aunque no exentas de pecado), hizo las maletas y se fue. Lo tomó como una traición, después de haber sufrido mucho conmigo a causa de mi carácter agrio y de lo que ella llama "dureza de corazón". Tiene razón, ciertamente. Aunque ni jamás la toqué, ni le grité. Pero sí fui duro con la lengua muchas veces, no con insultos sino con la verdad desnuda, siendo inmisericorde y a veces muy injusto. Ella también, pero solo desde que adelgazó tanto. Y yo también sufrí, viendo lo que estaba pasando y sin ver que la causa era que nos habíamos ido apartando de las actitudes propias de un creyente (sobre todo yo).
En un principio hablamos y me dijo que volvería, pero llegó un punto en que en otra discusión ya me dijo que no volvería y que pediría el divorcio. Y en esa situación estoy ahora mismo. Sus parientes allí no me hablan desde que llegó, y ella solo lee mis mensajes pero llegó a decirme que solo me respondería cuando tuviera los papeles del divorcio. Aunque ella y yo estamos en contacto con el pastor que nos casó (de su país), y ella quiere reunirse con él, llevo más de un mes sin saber apenas nada de ella. Sé que fue a casa de su madre, pero no sé si está bien o mal, no tengo noticia alguna, y no me permite preguntarle. No hemos pasado por un proceso bíblico de orientación con un pastor ni tengo hermanos allí a los que poder preguntarle por ella. Solo el pastor, que me dijo que la vio en un culto y le dijo que hablaría con él.
Conociendo la firmeza de mi esposa, sé que humanamente es casi imposible que vuelva atrás en su decisión. Y teniendo en cuenta que ella tiene un hijo mayor allí la situación aún es más difícil. Mi testimonio es que estoy pudiendo soportar esta separación y probable divorcio gracias al Señor, sabiendo que todo coopera para nuestro bien. Y no solo eso sino que la separación y la falta de contacto total con ella han conseguido que vuelva a las actitudes cristianas. He reconocido mis pecados ante Dios, ante ella, ante su familia, y me he arrepentido. Estudio la Palabra, hago una auto-confrontación para cambiar de actitud y hasta he conseguido acercarme a alguna persona frente a frente para predicar el evangelio. Ahora la soledad me parece algo pesado y, a veces, insoportable. Y creedme cuando digo que es una soledad extrema. Salgo a la calle, conduzco, voy a comprar y todo eso. No tengo ya problemas de ese tipo. Pero no tengo amistad alguna con nadie. Nadie a quien llamar excepto un hermano de sangre no creyente que tampoco está muy dispuesto a darme conversación (lógico, habiéndolo yo ignorado durante años). Dejé de tener contacto con los hermanos de la iglesia tanto en su país como en el mío. Así que no solo voy en soledad a todas partes, y vivo solo, sino que muchas veces necesitaría mantener contacto con alguien y no puedo. Gracias a Dios que tengo a Cristo y Él siempre está conmigo, pero a veces es tan necesario un ser humano para compartir tus pensamientos que me siento como en un planeta lejano y aislado.
Quería compartir este testimonio sobre todo a los hombres casados, para que no caigan en el mismo error que yo y comiencen con el tiempo a ser duros de corazón con sus esposas. Traten de amarlas como Cristo ama a la iglesia. No piensen que son hombres como ustedes. Ellas son el vaso más frágil, es preciso estar más atentos a sus emociones y ayudarlas sin tanta queja, amparándose en ser la cabeza en cuanto a las decisiones y pensando que por estar casado con una creyente ella va a tener que aguantar tus amarguras o tus actitudes todo el tiempo. Yo espero que Dios tenga misericordia y ella, primero, se recupere de su problema de salud (tal vez emocional), y, segundo, quiera reconciliarse. Pero si no es así, mi disciplina estará muy bien merecida y debería servir de alerta para todos aquellos que no valoran tener una esposa que te apoya, te levanta, te ayuda, te da compañía, te da sosiego, se preocupa por ti, etc. Sean con sus esposas como leemos en 1 Corintios 13:4-7.: "El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta."
Sea como sea, que mi sufrimiento (y el de ella), por toda esta situación, sirvan para gloria de Dios y podamos servirle juntos o separados de la mejor forma posible.
Mi mujer ha sido (y es) una bendición para mi vida, no solo por hablarme de Cristo sino por cómo se ha comportado durante el matrimonio. No es perfecta, claro, pero ha reflejado muchas de las actitudes de Cristo soportándome durante todo este tiempo. Digo soportándome porque yo, con los años, me fui alejando de las actitudes y prácticas cristianas a pesar de seguir leyendo la Biblia y orando. Dejamos de ir a una iglesia por un problema que surgió en ella, y después en mi ciudad no encontrábamos una bíblica bautista. Yo tampoco puse mucho empeño. Aparte de eso, mi carácter del viejo hombre se fue haciendo cada vez más patente. En especial, a raíz de este tema del Covid, perdí como interés por la vida, pedía a Dios que me llevara, y volví a la ansiedad social.
Las actitudes hacia mi esposa fueron en consonancia con mi cambio de actitud: dejé de ser atento como antes, fui perdiendo las ganas de salir, me quejaba por todo lo que me pasaba, no valoraba lo que hacía, fui abandonando el trabajo porque no lo necesitaba, dejé de ser empático con las necesidades de su familia pudiendo ayudarles, y perdí también interés en ella aunque siempre mantuve la fidelidad y el cariño.
Ella, desde finales de 2021, comenzó a adelgazar mucho. Y ya estaba delgada. Pensé que era un problema grave de salud, y ella también. No le encontraron nada, aunque aún no lo sé con exactitud porque está en su país haciéndose más pruebas. Llegó a adelgazar tanto que le podía ver las costillas y los huesos de la cara. Ella me pidió volver a su país y yo oré y tuve una experiencia que tal vez algún día cuente (si a alguien le interesa), donde me convencí de que Dios deseaba ese cambio en nuestra vida. Le dije que sí pero después tuve un miedo tan fuerte y un apego tan grande por mi comodidad aquí que pedí a Dios que me librara de tener que ir allí. Y recibí otra experiencia que me hizo cambiar de opinión. Le dije que no quería ir a su país, cuando ella había avisado a toda su familia y hecho planes (fueron solo unos días). Así que ella, que ya venía con actitudes de irritabilidad, insumisión y faltas de respeto (lógicas ante mi actitud, por otra parte, aunque no exentas de pecado), hizo las maletas y se fue. Lo tomó como una traición, después de haber sufrido mucho conmigo a causa de mi carácter agrio y de lo que ella llama "dureza de corazón". Tiene razón, ciertamente. Aunque ni jamás la toqué, ni le grité. Pero sí fui duro con la lengua muchas veces, no con insultos sino con la verdad desnuda, siendo inmisericorde y a veces muy injusto. Ella también, pero solo desde que adelgazó tanto. Y yo también sufrí, viendo lo que estaba pasando y sin ver que la causa era que nos habíamos ido apartando de las actitudes propias de un creyente (sobre todo yo).
En un principio hablamos y me dijo que volvería, pero llegó un punto en que en otra discusión ya me dijo que no volvería y que pediría el divorcio. Y en esa situación estoy ahora mismo. Sus parientes allí no me hablan desde que llegó, y ella solo lee mis mensajes pero llegó a decirme que solo me respondería cuando tuviera los papeles del divorcio. Aunque ella y yo estamos en contacto con el pastor que nos casó (de su país), y ella quiere reunirse con él, llevo más de un mes sin saber apenas nada de ella. Sé que fue a casa de su madre, pero no sé si está bien o mal, no tengo noticia alguna, y no me permite preguntarle. No hemos pasado por un proceso bíblico de orientación con un pastor ni tengo hermanos allí a los que poder preguntarle por ella. Solo el pastor, que me dijo que la vio en un culto y le dijo que hablaría con él.
Conociendo la firmeza de mi esposa, sé que humanamente es casi imposible que vuelva atrás en su decisión. Y teniendo en cuenta que ella tiene un hijo mayor allí la situación aún es más difícil. Mi testimonio es que estoy pudiendo soportar esta separación y probable divorcio gracias al Señor, sabiendo que todo coopera para nuestro bien. Y no solo eso sino que la separación y la falta de contacto total con ella han conseguido que vuelva a las actitudes cristianas. He reconocido mis pecados ante Dios, ante ella, ante su familia, y me he arrepentido. Estudio la Palabra, hago una auto-confrontación para cambiar de actitud y hasta he conseguido acercarme a alguna persona frente a frente para predicar el evangelio. Ahora la soledad me parece algo pesado y, a veces, insoportable. Y creedme cuando digo que es una soledad extrema. Salgo a la calle, conduzco, voy a comprar y todo eso. No tengo ya problemas de ese tipo. Pero no tengo amistad alguna con nadie. Nadie a quien llamar excepto un hermano de sangre no creyente que tampoco está muy dispuesto a darme conversación (lógico, habiéndolo yo ignorado durante años). Dejé de tener contacto con los hermanos de la iglesia tanto en su país como en el mío. Así que no solo voy en soledad a todas partes, y vivo solo, sino que muchas veces necesitaría mantener contacto con alguien y no puedo. Gracias a Dios que tengo a Cristo y Él siempre está conmigo, pero a veces es tan necesario un ser humano para compartir tus pensamientos que me siento como en un planeta lejano y aislado.
Quería compartir este testimonio sobre todo a los hombres casados, para que no caigan en el mismo error que yo y comiencen con el tiempo a ser duros de corazón con sus esposas. Traten de amarlas como Cristo ama a la iglesia. No piensen que son hombres como ustedes. Ellas son el vaso más frágil, es preciso estar más atentos a sus emociones y ayudarlas sin tanta queja, amparándose en ser la cabeza en cuanto a las decisiones y pensando que por estar casado con una creyente ella va a tener que aguantar tus amarguras o tus actitudes todo el tiempo. Yo espero que Dios tenga misericordia y ella, primero, se recupere de su problema de salud (tal vez emocional), y, segundo, quiera reconciliarse. Pero si no es así, mi disciplina estará muy bien merecida y debería servir de alerta para todos aquellos que no valoran tener una esposa que te apoya, te levanta, te ayuda, te da compañía, te da sosiego, se preocupa por ti, etc. Sean con sus esposas como leemos en 1 Corintios 13:4-7.: "El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta."
Sea como sea, que mi sufrimiento (y el de ella), por toda esta situación, sirvan para gloria de Dios y podamos servirle juntos o separados de la mejor forma posible.