Predicar el Evangelio del Reino
Semana 5--- Los misterios del reino de los cielos
Lunes --- Leer con oración: Gn 22:17-18; Mt 10:1-4, 7; 13:1-2, 10-23; Jn 19:34
“Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen” (Mt 13:16)
EL SEMBRADOR Y LA SEMILLA DEL REINO
El tema de esta semana es "Los misterios del reino de los cielos" (Mt 13:10-16). Como vimos anteriormente, Juan el Bautista fue enviado por Dios para preparar el camino del Señor. Él era del linaje sacerdotal, y su comisión como sacerdote era introducir al Rey del reino de los cielos. No obstante, su vestimenta y dieta eran peculiares, no como los sacerdotes del Antiguo Testamento. Esto caracterizaba un periodo de transición, pues el servicio sacerdotal no sería más a la manera del Antiguo Testamento.
El Señor Jesús después que fue bautizado por Juan el Bautista, inició Su ministerio terrenal llamando a Sus discípulos. Los primeros en ser llamados fueron Pedro, Andrés, Jacobo y Juan. Después vinieron Mateo y los demás discípulos. Además de ellos, numerosas multitudes Lo seguían (Mt 4:25). De entre Sus muchos discípulos, Él escogió a doce, que llegaron a ser los apóstoles (Mt 10:1-4; cfr. Lc 6:12-16). La palabra apóstol significa enviado. Estos enviados también predicaban a las personas que el reino de los cielos se había acercado (Mt 10:7).
Antes de enviarlos, Jesús les mostró cómo practicar la vida del reino a través de las nueve bienaventuranzas de Mateo 5:3-12. Ser bienaventurado significa ser bendito, ser feliz. En el Antiguo Testamento Dios había prometido a Abraham que en su descendencia todas las naciones serían benditas (Gn 22:17-18). Nosotros que vivimos en el Nuevo Testamento recibimos la bendición prometida a Abraham cuando recibimos el Espíritu (Gá 3:14).
Podemos aplicar las nueve bienaventuranzas al Espíritu que recibimos. Cuando estamos en el espíritu nos vaciamos y obtenemos el reino de los cielos; los que lloran serán consolados; los mansos heredarán la tierra; los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados; los misericordiosos alcanzarán misericordia; los limpios de corazón verán a Dios; los pacificadores serán llamados hijos de Dios; los que son vituperados y perseguidos se gozarán y alegrarán porque grande es el galardón en los cielos. ¡Esta es la bendición prometida a Abraham en el Antiguo Testamento, la cual nos alcanzó, en el Nuevo Testamento, en Cristo Jesús: el Espíritu!
En el capítulo 13 de Mateo tenemos las parábolas de los misterios del reino de los cielos. El requisito principal para entender las parábolas es que estemos en el espíritu. De lo contrario, si estamos en la esfera mental, seremos llevados a dar unas mil interpretaciones acerca de ellas. Pero cuando estamos en el espíritu, nuestros ojos y oídos son bienaventurados porque pueden ver y oír (v. 16).
En la primera parábola leemos: "He aquí, el sembrador salió a sembrar" (v. 3). En esta parábola el sembrador es el Señor Jesús mismo. La semilla se refiere a la palabra de Dios, que cuando fue plantada en nosotros, nos regeneró. Fuimos regenerados de simiente incorruptible mediante la palabra de Dios, mediante tal simiente que vive y permanece (1 P 1:22-23).
Fuimos regenerados y obtuvimos la vida de Dios. Esto fue posible porque el Señor murió por nosotros en la cruz y nos liberó su vida divina (Jn 12:24). Los cuatro evangelios retratan la crucifixión del Señor, y los tres primeros presentan la sangre. Cuando el Señor fue herido en la cruz por una lanza, al instante salió la sangre, que sirve para resolver el problema del pecado. Por otro lado, vemos a través del evangelio de Juan que, además de la sangre, del costado del Señor también salió agua (Jn 19:34). En otras palabras, una vez solucionado nuestro problema de pecado estamos calificados para recibir el agua, la vida. Además, esta agua que salió del costado del Señor Jesús está directamente relacionada con la simiente incorruptible que Él plantó en nosotros por medio de Su palabra, que es viva.
El Señor Jesús es la Palabra viva (Jn 1:1, 14). Él es la simiente incorruptible que fue plantada en nosotros. Cuando el Señor anunciaba el evangelio, predicaba esta Palabra viva, en la cual estaba la simiente de vida (1 P 1:22-23; cfr. Jn 6:63). Así que, en la primera parábola podemos ver que el Señor Jesús, además de ser el sembrador, es la semilla misma (simiente) de vida que fue plantada en nosotros.
Punto Clave: La simiente es la Palabra viva de Dios.
Pregunta: ¿Cuál es el requisito principal para que entendamos los misterios del reino de los cielos descritos en las parábolas?
Semana 5--- Los misterios del reino de los cielos
Lunes --- Leer con oración: Gn 22:17-18; Mt 10:1-4, 7; 13:1-2, 10-23; Jn 19:34
“Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen” (Mt 13:16)
EL SEMBRADOR Y LA SEMILLA DEL REINO
El tema de esta semana es "Los misterios del reino de los cielos" (Mt 13:10-16). Como vimos anteriormente, Juan el Bautista fue enviado por Dios para preparar el camino del Señor. Él era del linaje sacerdotal, y su comisión como sacerdote era introducir al Rey del reino de los cielos. No obstante, su vestimenta y dieta eran peculiares, no como los sacerdotes del Antiguo Testamento. Esto caracterizaba un periodo de transición, pues el servicio sacerdotal no sería más a la manera del Antiguo Testamento.
El Señor Jesús después que fue bautizado por Juan el Bautista, inició Su ministerio terrenal llamando a Sus discípulos. Los primeros en ser llamados fueron Pedro, Andrés, Jacobo y Juan. Después vinieron Mateo y los demás discípulos. Además de ellos, numerosas multitudes Lo seguían (Mt 4:25). De entre Sus muchos discípulos, Él escogió a doce, que llegaron a ser los apóstoles (Mt 10:1-4; cfr. Lc 6:12-16). La palabra apóstol significa enviado. Estos enviados también predicaban a las personas que el reino de los cielos se había acercado (Mt 10:7).
Antes de enviarlos, Jesús les mostró cómo practicar la vida del reino a través de las nueve bienaventuranzas de Mateo 5:3-12. Ser bienaventurado significa ser bendito, ser feliz. En el Antiguo Testamento Dios había prometido a Abraham que en su descendencia todas las naciones serían benditas (Gn 22:17-18). Nosotros que vivimos en el Nuevo Testamento recibimos la bendición prometida a Abraham cuando recibimos el Espíritu (Gá 3:14).
Podemos aplicar las nueve bienaventuranzas al Espíritu que recibimos. Cuando estamos en el espíritu nos vaciamos y obtenemos el reino de los cielos; los que lloran serán consolados; los mansos heredarán la tierra; los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados; los misericordiosos alcanzarán misericordia; los limpios de corazón verán a Dios; los pacificadores serán llamados hijos de Dios; los que son vituperados y perseguidos se gozarán y alegrarán porque grande es el galardón en los cielos. ¡Esta es la bendición prometida a Abraham en el Antiguo Testamento, la cual nos alcanzó, en el Nuevo Testamento, en Cristo Jesús: el Espíritu!
En el capítulo 13 de Mateo tenemos las parábolas de los misterios del reino de los cielos. El requisito principal para entender las parábolas es que estemos en el espíritu. De lo contrario, si estamos en la esfera mental, seremos llevados a dar unas mil interpretaciones acerca de ellas. Pero cuando estamos en el espíritu, nuestros ojos y oídos son bienaventurados porque pueden ver y oír (v. 16).
En la primera parábola leemos: "He aquí, el sembrador salió a sembrar" (v. 3). En esta parábola el sembrador es el Señor Jesús mismo. La semilla se refiere a la palabra de Dios, que cuando fue plantada en nosotros, nos regeneró. Fuimos regenerados de simiente incorruptible mediante la palabra de Dios, mediante tal simiente que vive y permanece (1 P 1:22-23).
Fuimos regenerados y obtuvimos la vida de Dios. Esto fue posible porque el Señor murió por nosotros en la cruz y nos liberó su vida divina (Jn 12:24). Los cuatro evangelios retratan la crucifixión del Señor, y los tres primeros presentan la sangre. Cuando el Señor fue herido en la cruz por una lanza, al instante salió la sangre, que sirve para resolver el problema del pecado. Por otro lado, vemos a través del evangelio de Juan que, además de la sangre, del costado del Señor también salió agua (Jn 19:34). En otras palabras, una vez solucionado nuestro problema de pecado estamos calificados para recibir el agua, la vida. Además, esta agua que salió del costado del Señor Jesús está directamente relacionada con la simiente incorruptible que Él plantó en nosotros por medio de Su palabra, que es viva.
El Señor Jesús es la Palabra viva (Jn 1:1, 14). Él es la simiente incorruptible que fue plantada en nosotros. Cuando el Señor anunciaba el evangelio, predicaba esta Palabra viva, en la cual estaba la simiente de vida (1 P 1:22-23; cfr. Jn 6:63). Así que, en la primera parábola podemos ver que el Señor Jesús, además de ser el sembrador, es la semilla misma (simiente) de vida que fue plantada en nosotros.
Punto Clave: La simiente es la Palabra viva de Dios.
Pregunta: ¿Cuál es el requisito principal para que entendamos los misterios del reino de los cielos descritos en las parábolas?