Domiciano también ordenó aniquilar a los de la familia de David, y, según una antigua tradición, ciertos herejes acusaban a los descendientes de Judas (el cual era hermano, según la carne, del Salvador) por ser de la familia de David y estar emparentados con el mismo Cristo. Esto expone Hegesipo con las siguientes palabras:
«Todavía se hallaban con vida, de la familia del Señor, los nietos de Judas, quien es conocido como su hermano según la carne. A éstos delataron porque eran de la familia de David. El evocato los llevó ante el
césar Domiciano, pues, como Herodes, también tenía miedo de la venida de Cristo. Les preguntó si eran descendientes de David, y ellos lo confesaron. Luego les preguntó acerca del número de sus bienes o cuánto dinero poseían, pero ellos dijeron que entre ambos sólo sumaban nueve mil denarios, la mitad cada uno; y persistían en decir que esta propiedad no consistía en plata, sino en una parcela de tierra que contenía sólo treinta y nueve acres, por los que pagaban impuestos y los trabajaban ellos mismos para su subsistencia».
A continuación mostraron sus manos, y ofrecieron, como testimonio de su trabajo personal, su fortaleza física y los callos que les habían salido en sus propias manos por la obra ininterrumpida. Interrogados sobre Cristo y su reino, qué tipo de reino era, dónde y cuándo aparecería, explicaron que no se trataba de un reino de este mundo o de esta tierra, sino celestial y angélico, y que ha de tener lugar en el final de los tiempos. Porque viniendo en gloria juzgará a vivos y muertos, y pagará a cada uno según sus obras. Observando todo esto, Domiciano nada les reprochó, sino que incluso los menospreció como a gente vulgar y, dejándolos en libertad, puso fin a la persecución de la iglesia mediante un decreto. Los que habían sido liberados dirigieron las iglesias por haber testificado y por pertenecer a la familia del Señor, y habiendo llegado la paz, vivieron hasta Trajano. Esto fue relatado por Hegesipo.
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