Poder de Cristo

18 Noviembre 1998
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Escrito por Ángel


Poder De Cristo

Jueves, 22 de marzo de 2001

En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Cristo puede no sólo lo que puede, sino lo que inspira. Cristo es el divino despertador que sabe dónde duermen tus mejores tesoros y tus mejores fuerzas.

Hay que saber, en efecto, que el poder no consiste en avasallar sino en adueñarse. Mientras que entre las creaturas no racionales reinar es imponerse, entre las racionales reinar es más bien fascinar, cautivar, seducir, enamorar.

Sin embargo, incluso en medio de los irracionales se necesita algo más que fuerza. Si ésta es suficiente para las rocas, no se logra lo mejor de las plantas ni mucho menos de los animales con la sola fuerza.

Y con todo, en rigor de términos, ni siquiera con los minerales cabe la acción de la pura y sola fuerza. Fíjate que los grandes túneles y obras de los ingenieros se necesitan muchos y muy profundos conocimientos para sacar el mejor partido de las circunstancias de cada montaña, lugar o pasaje. Para vencer a la piedra hay que entenderla. Sólo después de romperla con la inteligencia es posible romperla con la potencia de un brazo vigoroso, de un martillo fuerte o de una estruendosa explosión.

De todo esto puedes concluir que el poder, cuando es solamente exterior, no es muy grande. La inteligencia primero, y después, y mucho más, el amor, te hacen entrar en lo interior de las cosas y lo íntimo de las personas. Allí es donde tiene su campo de acción el verdadero poder, el que tenía y tiene Cristo Jesús.

Por eso los que pretenden resistirse al reinado de Cristo intentan hacerse opacos mediante la mentira, la confusión, la huida, la distracción, la incoherencia y, en fin, todo aquello que pueda traer un velo para no dejarse conocer.

Por eso Nuestro Señor enseñó a sus discípulos: «Que vuestro lenguaje sea "sí, sí", o "no, no"» (Mt 5,37), y añadió —lo que parecería sorprendente—: «lo que pasa de ahí viene del Maligno». Recuerda además el dramático final de aquella parábola de los vasallos que no querían recibir al rey. Cuando finalmente éste llega a establecer su reinado pronuncia terrible sentencia: «Y a aquellos enemigos míos que no me querían por rey, traedlos y degolladlos en mi presencia» (Lc 19,27). Esa expresión, "en mi presencia", alude al hecho del desenmascaramiento, como aquél que dijera: "Pretendías esconderte y en tu madriguera hacerte o creerte fuerte mientras rechazabas mi victoria; mas ahora, fuera de tus terrenos y privado de tus escondrijos, puesto a la luz, eres solamente lo que eres y no lo que tu mentira te decía que eras. Te quito el derecho a mentirte. Te sentencio a ser solamente lo que escogiste ser, cuando elegiste alejarte de la fuente de tu propio ser. Ahora puedes mirar y tienes que mirar qué eres sin mí; ahora te toca reconocer la magnitud del perjuicio que te hiciste, sin conseguir el daño que pretendías causarme, y sin provecho alguno para ti." Así, de hecho, juzga Dios a Satanás.

Los que pretenden resistir al reinado de Cristo intentan detener su amor, pues así como Cristo quiere despertar tu amor, Satanás quiso con todas sus fuerzas despertar odio en Cristo: los dardos del odio, la injusticia la traición, la ingratitud, la burla, la blasfemia, la humillación, la crueldad, el absurdo, la soledad, el dolor agudo y la muerte infamante... todo su arsenal se volcó contra el Crucificado.

Pero esta Flor de Dios, machacada con furia, esparció su aroma de paz y compasión, de modo que todas las armas enemigas, fundidas por el Fuego del Amor más grande, son hoy monumento inconfundible de alabanza al poder de la misericordia divina. El demonio fue vencido en su propio terreno, pues terminó amontonando en la Cruz todas las razones que le vencen, y grabando en la Cruz la memoria de su peor y decisiva derrota.

Mira qué grande es el poder de Cristo. Mira solamente eso: ¡qué grande, qué grande, qué grande es el poder de Cristo Jesús!