Pastorlatría

10 Mayo 2001
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¿Pastorlatría? ¿De qué me habla?

Por el pastor Eduardo Coria. Este no es específicamente un artículo de
psicología pastoral. Pero es una visión importante e interesante del pastorado
desde un pastor. El neologismo “pastorlatría” involucra uno de los mayores
peligros que corre un pastor, que es la pérdida de la humildad que abre el
camino a la soberbia.

“Pastor, necesito que me ore”… Como pastor sé por experiencia que esta frase es
muy halagüeña, pero también sé que entraña un grave peligro porque refleja la
idea errónea de que los pastores, por el mero hecho de serlo, en lo espiritual
están un escaloncito más arriba que los “hermanitos” de la Iglesia que hasta
llegan a pensar que “es lógico que los pastores estén un poquito más cerca de
Dios”… Pero estimo que esto ya ha dejado de ser un peligro para convertirse en
una manifestación moderna del viejo pecado de la idolatría. La “pastorlatría” es
una de las peores formas de aquel viejo pecado y está trayendo manchando el
nombre del Señor y desacreditando el Evangelio de Cristo.

“¿Y qué hace usted? – preguntará alguno que otro pastor– porque el que esté sin
pecado…”. Esto es lo que hago: cuando alguien me pide: “Pastor, necesito que me
ore”, por supuesto que lo hago; pero no dejo de decirle: “Hermano, usted tiene
el mismo Dios que yo, el mismo Cristo que yo, el mismo Espíritu Santo que yo, la
misma Biblia que yo, la misma fe que yo. Así que usted tiene tanto derecho como
cualquier pastor para llegarse a Dios y reclamar sus promesas. Voy a orar, pero
usted también debe hacerlo porque cuenta con los mismos recursos que yo tengo”.
Y dejo expresa constancia de no hago esto porque considere que yo estoy fuera de
la posibilidad de caer en ese pecado, sino porque necesito defenderme y defender
a mis hermanos de la “pastorlatría” que arruina tanto a pastores como a ovejas…


Se está dando a los pastores una posición de preeminencia que va más allá de la
medida justa de respeto y autoridad que Dios le ha otorgado. Estoy convencido
que se debe demitificar la figura del pastor, y restituir a Cristo al lugar de
Señorío que algunos parecen usurpar. Todo pastor verdadero tiene que ser honesto
y no interponerse jamás entre su congregación y Dios. Ningún hombre puede
reemplazar a Jesús y desempeñar el papel de “mediador” entre Dios y los hombres.
Todos nosotros sabemos y enseñamos que solamente hay “un mediador entre Dios y
los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5), pero algunos parecen a punto de
ceder (o ya han cedido…) a la tentación de pensar que son los Ungidos especiales
del Señor, hombres casi únicos por los que necesariamente los “hermanitos”
tienen que pasar si es que van a recibir la bendición de Dios. Es hora de que
tomemos en cuenta el ejemplo de Juan el Bautista quien, sin ser pastor pero
siendo “el mayor” entre los nacidos de mujer (Mateo 11:11), tuvo la grandeza
suficiente como para declarar frente a Cristo: “Es necesario que Él crezca, pero
que yo mengüe” (Juan 3:30).


¿A qué se debe esta perversión que observamos en cierto liderazgo de la Iglesia?
Estimo que en parte se debe a que algunos no tienen muy en claro su papel, y
confunden su función pastoral con la función apostólica. Por supuesto que los
apóstoles fueron hombres dotados por el Señor con gran autoridad sobre las
enfermedades, las fuerzas Satánicas, y el mal en general (¿se acuerda de lo que
pasó con Ananías y Safira, (Hechos 5:1–11)?. Pero recordemos también que hasta
los discípulos cayeron en algún momento en el error de sobreenfatizar su
autoridad de manera que Jesús tuvo que corregirlos duramente: “Volvieron los
setenta con gozo, diciendo: Señor, aún los demonios se nos sujetan en tu nombre.
Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy
potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y
nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino
regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas
10:17–20).


Es innegable que la autoridad de aquellos hombres fue grande, pero también es
innegable que no legaron su autoridad a las generaciones posteriores. No existe
tal cosa como la “sucesión apostólica”. Aquel fue un grupo pequeño y cerrado,
porque su lugar en el plan de Dios era puramente temporal. Efesios 2:20–22 lo
dice con toda claridad: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y
profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo
el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor;
en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el
Espíritu”. Los apóstoles y los profetas cumplieron un ministerio fundacional,
dieron inicio al edificio espiritual que es la Iglesia; y ¿por qué no se
perpetuó su ministerio? Sencillamente porque este ministerio ahora no es
necesario.


No tenemos apóstoles porque así como en cualquier edificio el fundamento es uno
y las paredes son otras, ellos fueron el fundamento de la Iglesia y nosotros
somos sus paredes. Si miramos con cuidado este pasaje, observaremos que no es
que los apóstoles y los profetas pusieron el fundamento, ¡ellos son el
fundamento! Nosotros somos piedras erigidas sobre aquel cimiento inimitable e
inamovible, y la tarea que nos corresponde no es la de poner fundamento sobre el
fundamento sino la de agregar piedras vivas al edificio de la Iglesia.


Ningún pastor hoy en día posee la autoridad que los apóstoles tenían,
simplemente porque ningún pastor (ni el mejor de ellos) forma parte del
fundamento de la Iglesia; puede y debe ser una piedra fuerte y destacada en la
Iglesia, pero fundamento no puede ser. Pablo agrega algo de luz sobre este tema
cuando en 2 Corintios 12:12 dice: “Con todo, las señales de apóstol han sido
hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros”. Los
apóstoles tuvieron que autenticar su posición como tales por medio de obras
portentosas, y lo hicieron. El fundamento de la Iglesia fue puesto y certificado
con la autoridad y el poder necesarios como para garantizar la permanencia de la
Iglesia, pero hoy en día no hay nada que certificar ni autenticar. ¡Los planos
de la Iglesia fueron certificados por el Supremo Arquitecto, y Él mismo puso el
mejor fundamento: sus apóstoles y profetas!


Dicho sea de paso, aunque aquellos hombres fueron mucho más eminentes que
algunos de los “grandes siervos” de hoy en día, ninguno de ellos tuvo la idea
loca de apellidar a la Iglesia con su propio nombre. No existió tal cosa como
“la Iglesia de Pablo… la Iglesia de Apolos… la Iglesia de Pedro…”, aunque la
tentación sí existió: los Corintios habían caído en ese tipo de tonterías: “Yo
soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1 Corintios 1:12),
y el apóstol tuvo que reprenderles duramente y dejar aclarado este tema a todas
las generaciones venideras en 1 Corintios 3:4–8: “Diciendo el uno: Yo
ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales? ¿Qué,
pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis
creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó,
pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que
riega, sino Dios, que da el crecimiento. Y el que planta y el que riega son una
misma cosa”. A la luz del versículo 7 el que riega y el que planta son una misma
cosa, ¡son nada! Sería muy saludable que los pastores no dejáramos de relacionar
este pasaje con el ejemplo de Juan el Bautista…


Nadie puede demostrar que la autoridad apostólica pasó a la Iglesia de todos los
tiempos, simplemente porque la tarea que les tocó cumplir a los apóstoles (y a
los profetas) se terminó cuando el fundamento de la Iglesia estuvo puesto.


Frente al hecho de que actualmente no hay apóstoles, la pregunta lógica es
¿dónde está hoy la autoridad espiritual? Después de aquella época la autoridad
espiritual no residió ni reside en ningún hombre sino en la palabra apostólica,
en las Escrituras. Aquel pastor que es “poderoso en las Escrituras” podrá tener
un ministerio poderoso y auténtico. El que se rige por otros parámetros podrá
quizás reunir mucha gente, hacer “grandes cosas”, tener “éxito”, pero lo suyo no
será otra cosa que un movimiento meramente humano y carnal, sin trascendencia
eterna. Jesús previó que algunos pastores tratarían de desarrollar sus
ministerios sobre una base equivocada, e hizo esta advertencia: “Muchos me dirán
en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre
echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les
declarará: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo
7:22–24).


Hoy en día la autoridad espiritual está depositada en la palabra apostólica, en
las Escrituras. Ella y su autoridad es la que hace nacer de nuevo a la vida
espiritual (1 Pedro 1:23–24), genera fe en el corazón (Romanos 10:17), edifica
la vida espiritual (Hechos 20:20), santifica a los creyentes (Juan 17:17),
penetra como espada del Espíritu en el duro corazón del hombre (Efesios 6:17,
Hebreos 4:12), etc. etc. Los hombres, pastores o no, pueden tener un ministerio
poderoso y fructífero en la medida que entienden, creen, obedecen y comparten la
Palabra de Dios.


¿Entiende por qué decía al principio que era necesario demitificar la figura del
pastor? Nunca hubo ni habrá superpastores o supersiervos de Dios, ¡No existen
los “supersiervos” de Dios! Dios no atiende exclusivamente en la oficina de
ningún pastor, Dios no está al servicio de ningún pastor. Cuando algunos hacen
alarde del tamaño de su Iglesia y de la magnitud de sus “milagros” o minimizan
sus errores (o pecados) a la luz de la asistencia a sus reuniones o de las obras
que realizan, están demostrando su mediocridad personal y lo lejos que están del
corazón de Cristo quien “no vino para ser servido sino para servir, y para dar
su vida por muchos” (Marcos 10:45).


Pastores, revisemos nuestra vida a fondo. Abramos la Biblia, pero no como lo
hacemos habitualmente (para predicar a otros…), sino para chequear bajo su luz
el ministerio que Dios nos ha dado, el tiempo y los dones que nos ha dado. Si es
necesario arrepintámonos de la “pastorlatría” en el que hayamos caído. Seamos
francos con nuestros “hermanitos” (diminutivo que aborrezco porque sugiere que
en la Iglesia de Cristo hay “hermanazos”…) y edifiquémoslos para que sean
creyentes Cristo dependientes y no pastor dependientes. Cumplamos dignamente con
el papel que Efesios 4 nos asigna, el de “perfeccionar a los santos para la obra
del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo… ”, cosa que algunos
pastores no hacen porque parece que tienen miedo de que sus “hermanitos” crezcan
y los desplacen de su lugar.


Una palabra final a los miembros de Iglesia que están leyendo estas palabras.
Este artículo no tiene el propósito de generar rebeliones o revoluciones en la
Iglesia, porque la Biblia enseña que los pastores han recibido autoridad de
parte de Dios y los miembros de la Iglesia deben obedecerles y sujetarse a ellos
(Hebreos 13:7, 17; 1 Timoteo 5:17–18; etc.). Pero la Biblia también dice que si
un anciano (“anciano” aquí no se refiere a un hombre de edad madura, sino a un
pastor) persiste en pecar debe ser reprendido públicamente (1 Timoteo 5:19–20).
¿Por qué? Porque la autoridad de los pastores permanece vigente sólo mientras él
no cae en errores de doctrina o de conducta; el pecado y la enseñanza falsa
quitan tanto la bendición de Dios como la autoridad espiritual.


Termino con las memorables palabras del apóstol Pedro: “Ruego a los ancianos que
están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los
padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será
revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella,
no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo
pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino
siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores,
vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria”. (1 Pedro 5:1–4).


Tomado de www.ihra.com.ar

Con mucho amor :corazon:
 
Gracias por traernos este artículo Virginia.


Creo que la "pastorlatría" es muy común en nuestros días; a los pastores les encanta la preeminencia, y los "feligreses", como el pueblo de Israel, no desean limpirse, santificarse e ir a la presencia de Dios.
 
Leyendo el tìtulo del mensaje , y no el artìculo

Leyendo el tìtulo del mensaje , y no el artìculo

Se me ocurriò que de cierto modo estamos haciendo un culto de la no idolatrìa . Tanto le tememos , que algunos hasta creen verla en la compra de un refrigerador , porque segùn ellos idolatramos el dinero , las comodidades , el consumismo etc .

¿ Vivimos esclavisados por el terror a la idolatrìa ? Me temo que si

Deberìamos trazar una linea divisoria entre lo que es y lo que no es la idolatrìa .

Ayer tuve un debate no forìstico sobre este tema , en un parque pùblico , con un catòlico y una pentecostal .
 
Virginia, Maripaz, Elisa.

Lo que habeis aportado se puede resumir en una sola frase:

TODO IDOLO TIENE LOS PIES DE BARRO
 
Reflexiones:

Los abusos y excesos del poder desde el pulpito a generado
la enajanacion de conciencias, los creditos que deberian ser
para Dios, el pastor a demostrado en algunas ocasionescon su actitud (autoritarismo) se le tema y que es el portavoz y ademas hacer creer
que es infalible,(quien lo podra corregir), el hacer alerde de su
"autoridad" desde el pulpito, lugar que para muchos de ellos denota
la fuente de su "poder", las vestiduras que llevan "su pastorado",
vestiduras que pierden su color cuando no existe congruencia con
sus predicas y sus hechos, la pastorlatria genera con creces cuando
el desea hacer todo, no recibe consejos de nadie, que quiere prevacer
su punto de vista antes que darle la razon a quien la tiene, son
intocables, su sola presencia exige respeto y sumision, desean ser
alabados y que se les brinde los primeros lugares.