Extravagancias en la Cena del Señor
Extravagancias en la Cena del Señor
Siempre es más edificante enseñar a hacer las cosas bien; pero en la práctica es provechoso enseñar a no hacerlas mal.
Cuando éramos todavía escolares mi hermano Roberto y yo dimos con un libro
“Como debe jugarse al ajedrez” que nos introdujo en las nociones básicas del juego ciencia. Ya en la Secundaria, conseguimos otro libro de título parecido: “Como no debe jugarse al ajedrez”. Con lo que de él aprendimos, logramos superarnos al grado de alternarnos en el Campeonato del Liceo como Campeón y Vice Campeón, año a año.
Si llevamos esto a la vida práctica de la iglesia, ilustrándolo con experiencias anecdóticas, puede ser igualmente provechoso. Imaginen:
- Cómo no se debe predicar.
- Cómo no se debe enseñar.
- Cómo no se debe orar en público.
- Cómo no se debe cantar en público, etc., etc.
En cierta asamblea de hermanos del interior del país, había sido invitado a dar una semana de conferencias un misionero estadounidense en Colombia que nos estaba visitando por el Río de la Plata. Respetado por su sana doctrina y don para la enseñanza, era sabido que había firmado con la misión que lo apoyaba, un pacto de no beber una gota siquiera de vino o cualquier otra bebida. Así que los ancianos resolvieron que para ese único domingo que el expositor bíblico estaría con ellos en la Cena del Señor, en lugar del vino de siempre se llenaría la copa con jugo de uva. (Por si alguno de los lectores no lo sabe, quienes usamos de vino, no tenemos problema de beber del jugo de uva si visitamos un lugar que así lo hacen, pues de todos modos es fruto de la vid. El problema suele darse al revés).
El caso es que aquel domingo se hizo el cambio, sin que nadie lo supiera hasta sorber su trago. Cuando la copa le fue pasada al misionero -quien sabía que allí participaban con vino-, sin más trámite la pasó a quien tenía a su lado sin beber de ella. Los hermanos que advirtieron su abstención no salían de su asombro. Finalizada la reunión, les resultó divertido lo que había ocurrido, ya que nadie le había advertido al misionero que podía participar con confianza pues lo harían con jugo de uva.
Cuando tiempo después me contó la anécdota uno de los ancianos, le dije:
-Parecería como que el Señor les mostró que ustedes quisieron resolver el problema de manera salomónica pero no en su voluntad. Es natural que cuando viajamos aceptemos las cosas tal como se hacen en el lugar que visitamos, pero no al revés. –Nos inspiramos en Romanos 14:1: “Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones” –alegó el anciano.
-Es que aquí no había conflicto de opiniones, sino la convicción de ustedes enfrentada a un pacto firmado que compromete y ata de por vida al que lo subscribió.
-De todos modos, nos sentíamos inspirados por el mandato: “Recibid al débil en lafe”.
-Pero, ¿cómo podían considerar “débil en la fe” a quien invitaron a ministrarles la Palabra durante toda una semana?
Y aquí el anciano no tuvo más remedio que admitir que ciertamente se equivocaron, mas con buena intención.
Esta es una, entre tantas, de las escenas insólitas que se dan en las iglesias.
Saludos cordiales.
Ricardo.
Extravagancias en la Cena del Señor
Siempre es más edificante enseñar a hacer las cosas bien; pero en la práctica es provechoso enseñar a no hacerlas mal.
Cuando éramos todavía escolares mi hermano Roberto y yo dimos con un libro
“Como debe jugarse al ajedrez” que nos introdujo en las nociones básicas del juego ciencia. Ya en la Secundaria, conseguimos otro libro de título parecido: “Como no debe jugarse al ajedrez”. Con lo que de él aprendimos, logramos superarnos al grado de alternarnos en el Campeonato del Liceo como Campeón y Vice Campeón, año a año.
Si llevamos esto a la vida práctica de la iglesia, ilustrándolo con experiencias anecdóticas, puede ser igualmente provechoso. Imaginen:
- Cómo no se debe predicar.
- Cómo no se debe enseñar.
- Cómo no se debe orar en público.
- Cómo no se debe cantar en público, etc., etc.
En cierta asamblea de hermanos del interior del país, había sido invitado a dar una semana de conferencias un misionero estadounidense en Colombia que nos estaba visitando por el Río de la Plata. Respetado por su sana doctrina y don para la enseñanza, era sabido que había firmado con la misión que lo apoyaba, un pacto de no beber una gota siquiera de vino o cualquier otra bebida. Así que los ancianos resolvieron que para ese único domingo que el expositor bíblico estaría con ellos en la Cena del Señor, en lugar del vino de siempre se llenaría la copa con jugo de uva. (Por si alguno de los lectores no lo sabe, quienes usamos de vino, no tenemos problema de beber del jugo de uva si visitamos un lugar que así lo hacen, pues de todos modos es fruto de la vid. El problema suele darse al revés).
El caso es que aquel domingo se hizo el cambio, sin que nadie lo supiera hasta sorber su trago. Cuando la copa le fue pasada al misionero -quien sabía que allí participaban con vino-, sin más trámite la pasó a quien tenía a su lado sin beber de ella. Los hermanos que advirtieron su abstención no salían de su asombro. Finalizada la reunión, les resultó divertido lo que había ocurrido, ya que nadie le había advertido al misionero que podía participar con confianza pues lo harían con jugo de uva.
Cuando tiempo después me contó la anécdota uno de los ancianos, le dije:
-Parecería como que el Señor les mostró que ustedes quisieron resolver el problema de manera salomónica pero no en su voluntad. Es natural que cuando viajamos aceptemos las cosas tal como se hacen en el lugar que visitamos, pero no al revés. –Nos inspiramos en Romanos 14:1: “Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones” –alegó el anciano.
-Es que aquí no había conflicto de opiniones, sino la convicción de ustedes enfrentada a un pacto firmado que compromete y ata de por vida al que lo subscribió.
-De todos modos, nos sentíamos inspirados por el mandato: “Recibid al débil en lafe”.
-Pero, ¿cómo podían considerar “débil en la fe” a quien invitaron a ministrarles la Palabra durante toda una semana?
Y aquí el anciano no tuvo más remedio que admitir que ciertamente se equivocaron, mas con buena intención.
Esta es una, entre tantas, de las escenas insólitas que se dan en las iglesias.
Saludos cordiales.
Ricardo.