¿Papa de la Iglesia según Jesús o Papa por dictadura pagana?

Yitzik

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3 Noviembre 2003
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¿Papa de la Iglesia según Jesús o Papa por dictadura pagana?

"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia... Y a ti daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que ligares en la tierra, será ligado en el cielo" (Mateo 16:18).

En verdad os digo, que todo aquello que ligareis sobre la tierra, ligado será también en el cielo; y todo lo que desatareis sobre la tierra, desatado será también en el cielo. Además, os digo que si dos de vosotros se convinieron sobre la tierra de toda cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos; porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (Mateo 18:18-20, ver también Juan 20:23).

Aquí tenemos dos cosas claramente definidas por el Salvador. Primera, una facultad dada a todos los apóstoles, no a san Pedro tan sólo. Segunda, esta facultad es comparada, para mayor abundamiento, a la que Dios mismo concede, no ya solamente a los apóstoles, sino a cualquier grupo de fieles sobre la tierra que se conciertan para orar a Dios, sin que tales palabras signifiquen una promesa de infalibilidad para tales fieles, lo cual seria una locura pensarlo, sino una promesa de lo eficaz que es la oración de fe.

Ahora bien, según el contexto judío en el que se basó Jesús como Rabí para decir esto, él se refería a dos conceptos muy importantes del Derecho Judío (así como hay derecho romano, hay derecho judío, ya establecidos desde la época anterior a Jesús por las escuelas de Hillel y Shamai).

Ligar significaba "declarar ilegal una cosa", y desatar significaba "declarar legal una cosa". Así leemos que en el Talmud que "rabí Meir desató (esto es, permitió) la mezcla de vino con aceite y la unción de un enfermo en el día del Sábado".
En cuanto a recoger leña en el día del Sábado, se dice que la escuela del Rabí Shamai lo ligaba, es decir, lo declaraba ilegal, lo prohibía, mientras que la escuela del Rabí Hillel lo desataba, es decir, lo declaraba legal, lo permitía.

Por otro lado, es interesante notar que la traducción de Mateo 18:18 es defectuosa en casi todas las versiones católicas y protestantes, ya que la traducción literal y correcta es la siguiente: "Cuanto ligares en la tierra, habrá sido ligado en el cielo; y cuanto desatares en la tierra, habrá sido desatado en el cielo". Esto es porque los verbos "Ligar" y "desatar", que en las traducciones corrientes se traducen como futuros imperfectos de indicativo de la voz pasiva, están en el texto original griego en futuro perfecto. Para ser más exactos: En el versículo en cuestión tenemos dos futuros perfectos pasivos: "esomai dedemenon" ("habrá sido atado") y "esomai lelumenus" ("habrá sido desatado"). Esta forma gramatical se llama parafrásica, y el ser usada aquí por Jesucristo es toda una revelación.

No existe prueba alguna histórica de que san Pedro ejerciera el cargo de obispo de la Iglesia de Roma por 25 años, como pretenden los católicos, ni mucho menos. Todo lo que dice la Iglesia Católica acerca del pontificado de san Pedro en Roma, se basa en una tradición posterior en 120 años a la muerte del gran apóstol, en la cual se afirma solamente que murió juntamente con san Pablo en aquella ciudad.

Según los Hechos de los Apóstoles, san Pedro se quedó en Jerusalén después de la muerte de Esteban. San Pablo, diecisiete años después de su conversión (que no ocurriría sino algunos años después de la muerte de Cristo), encontró al apóstol san Pedro ejerciendo todavía su ministerio en aquella ciudad (Gálatas 1:18 y 2:1). Entonces convinieron los dos grandes apóstoles, juntamente con Jacobo y Juan, que san Pedro dirigiría la obra entre los judíos, y san Pablo la de los gentiles (Gálatas 2:7 al 10). Esta división de territorio excluye toda posibilidad de que san Pedro llegase a ser el obispo de una iglesia gentil, establecida en la capital del Imperio Romano. Y mucho menos que lo fuese durante 25 años, ya que para ello no solamente habría tenido que faltar a lo pactado con san Pablo, sino que su muerte debería haber ocurrido por lo menos 20 años más tarde de la fecha en que la tradición dice que murió.

Existe una primera epístola del apóstol san Pedro, escrita en edad avanzada, en la cual el propio apóstol se declara residente en Babilonia (1ª Pedro 5:13). Algunos comentadores católicos han pretendido que con este nombre trataba de ocultar el de Roma. Esto podría alegarse si hubiera para ello otros indicios, por ejemplo: que en la misma halláramos citados nombres de cristianos de la Iglesia de Roma, como los tenemos en las cartas de san Pablo; pero sabiendo que Babilonia existía en días del apóstol con buen número de habitantes (entre ellos muchos judíos, a cuya evangelización san Pedro se había dedicado), y no habiendo otros indicios que prueben lo contrario, es mucho más natural creer que se refiere a la Babilonia bañada por el Eufrates. En la 2ª epístola de san Pedro, escrita poco antes de su muerte, según manifiesta el propio apóstol en su cap. 1º, vers. 14, no hay tampoco el menor indicio de que escribiese desde Roma, pues no menciona a ninguno de los grandes cristianos que por las cartas de san Pablo sabemos que vivían en Roma, a la sazón.


"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" según los santos padres:

San Cirilo de Alejandría, en su cuarto libro sobre la Trinidad, dice: "Por la roca debéis entender la fe Invariable de los apóstoles" S. Cirilo de Alejandría, Dial. IV. Trinitate, núms. 507-8.
San Hilario, obispo de Poitiers, en su 2º libro sobre la Trinidad, dice: "La roca (piedra) es la bendita y sola roca de la fe confesada por boca de san Pedro"
San Juan Crisóstomo dice en su homilía 55 comentando S. Mateo: "Sobre esta roca edificaré mi Iglesia. Es decir, sobre la fe de su confesión. Ahora bien, ¿cuál fue la confesión del apóstol? Hela aquí: - Tú eres Cristo, el hijo de Dios vivo -." Hom. 54 in Mat. 2; MG 58, 534.
Orígenes exclama: "Si suponéis que Cristo fundó su Iglesia sólo sobre Pedro, ¿qué papel asignáis a los demás apóstoles? ¿Qué les concedéis a Santiago y a Juan, que también Cristo les puso el sobrenombre de hijos del trueno, para indicar su gran significación?"
San Ambrosio escribió: "Petrus primatum confessio acceptit, non honoris" (Pedro no aceptó los honores de su primera confesión).
Fabián, uno de los primeros obispos de Roma (y por ello para los romanistas, un "Papa"), escribió al emperador Zenón que Cristo había dicho a Pedro: "Super ista confessiono, aedificabo Ecclesiam" (Sobre esta confesión edificaré mi Iglesia) De Incarnat., cap. 4.
San Agustín, en un comentario sobre la primera epístola de S. Juan, dice: "¿Qué significan las palabras "Edificaré mi Iglesia sobre esta roca? Sobre esta fe, sobre eso que me dices: Tú eres el Cristo, el hijo del Dios vivo" El gran obispo creía tan poco que la Iglesia fuese edificada sobre san Pedro, que predicaba a su grey en su sermón XIII: "Tú eres Pedro, y sobre esta roca que tú has confesado, sobre esta roca que tú has reconocido diciendo: "Tú eres Cristo, el hijo del Dios vivo", edificaré mi Iglesia: Sobre mí mismo, que soy el hijo del Dios vivo, la edificaré, y no yo sobre ti." Nos permitimos citar, en la propia lengua en que escribió san Agustín, otra exégesis suya del debatido texto: «Super hanc petram quam confessus es aedificabo Ecclesiam meam. Pera enim erat Christus super quod fundamentum etiam ipse a edificatus est Petrus»

Muchos de los Obispo de Roma no quisieron ser Papa o infalibles, como muchos pretenden afirmar:

He aquí el preámbulo y dos fragmentos de la referida carta, que prueban el carácter cristiano evangélico de aquel a quien los católicos llaman tercer papa: "La Iglesia de Dios que mora en Roma como extranjera, a la Iglesia de Dios que mora como extranjera en Corinto; a los electos santificados en la voluntad de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo: sean cumplidas en vosotros la gracia y la paz de parte de Dios omnipotente por medio de Jesucristo" Obsérvese que la carta no es de un "Papa", sino de una iglesia a otra hermana. ¡Cuán diferente de las encíclicas redactadas en siglos posteriores, tras la invención del papado!

Y en el cap. 32 declara: "Todos fueron honrados, todos ensalzados, no por sí mismos, ni por sus obras y santas oraciones, sino por la voluntad de El. Pues también nosotros, escogidos por la voluntad de El en Cristo Jesús, no nos justificamos por nosotros mismos, ni por nuestra sabiduría o inteligencia o piedad, ni por las obras que hayamos realizado en santidad de corazón, sino por la fe, con la cual el todopoderoso Dios ha justificado a todos, desde el principio. A El sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén" (De El primer siglo cristiano, por Ignacio Errandonea S.I. Editorial Escelicer. Carta de san Clemente a los Corintios, págs. 33, 37 y 50.)

El VI concilio de Cartago prohibió a todos los obispos se abrogasen el titulo de obispo de los obispos, u Obispo Soberano.

Algunos años más tarde, Nilo, patriarca griego, escribía al obispo de Roma: "Si porque Pedro murió en Roma cuentas como grande la Sede Romana, Jerusalén sería mucho mayor habiéndose verificado allí la muerte vivificadora de nuestro Salvador".

Otro testimonio digno de interés son las palabras del propio san Gregorio I (Un "Papa" entre 590-604 d.C.) Habiendo querido el patriarca de Constantinopla adornarse con el titulo de "obispo universal", le escribió el de Roma: "Ninguno de mis predecesores ha consentido llevar este título profano, porque cuando un patriarca se abroga a sí mismo el nombre de universal, el título de patriarca sufre descrédito. Lejos está, pues, de los cristianos el deseo de darse un título que cause descrédito a sus hermanos" Y en sus cartas al emperador, dice: "Confiadamente afirmo que cualquiera que se llama Obispo Universal, es precursor del anticristo" Dirigiéndose al patriarca de Alejandría, Eulogio, escribe: "Os ruego que no me deis más este título... yo no deseo distinguirme por títulos, sino por virtudes. Además, no juzgo que sea un honor para mí lo que cause detrimento a la honra de mis hermanos. Mi honor es el de toda la Iglesia. Mi honor consiste en que mis hermanos no sufran en el suyo ningún detrimento. Yo recibo mayor honra cuando no se quita a nadie ningún honor... Déjense las palabras que alimentan la vanidad y hieren la caridad." (Ad Eulogium episcopum Alexandr.; ML 77, 933).

Otra prueba concluyente de que los primeros obispos de Roma no eran reconocidos sino como obispos de especial dignidad, y no como pontífices infalibles de la Iglesia, lo prueba el hecho de que tantos concilios se celebrasen sin ser convocados ni presididos por ellos, frecuentemente aun en oposición a los deseos del obispo de Roma.

San Cipriano dijo: "¿De dónde viene la tradición? ¿Procede de la autoridad de Nuestro Señor y de los Evangelios? Dios testifica que debemos cumplir las cosas que están escritas; así lo declara en el libro de Josué: "El libro de esta ley nunca se apartará de tu boca, antes meditarás en ella de día y de noche, para que observes todos las cosas que están escritas..." ¿Qué hacemos cuando el agua de la cañería (se refiere aquí san Cipriano a la tradición) falla? Vamos a la fuente." Cf. Ad Pompeium

Origenes del Papado:

"El colegio de los cardenales, con el papa por cabeza, es justamente la contraposición del colegio pagano de los pontífices, con su Pontifex Maximus, o sea "Soberano Pontífice", que habla existido en Roma desde los tiempos más remotos, y del cual se sabe que fue constituido según el modelo del gran concilio primitivo de los pontífices de Babilonia." Las dos Babilonias, pág. 340.

Las dos llaves que el escudo Papal ostenta son una exacta imitación de las llaves de Jano y Cibeles. Jano fue el dios de las puertas y goznes; y era llamado Patulcius y Clusius, "el que abre y cierra".

El término "cardenal" proviene de cardo, o sea gozne. Afirmaba que esos dioses tenían "Jus vetendi et cardinis", esto es: el poder de dar vuelta a los goznes, o sea abrir y cerrar.

El emperador romano era considerado Pontifex Maximus del paganismo, y como tal tenía que ser adorado. Miles de mártires cristianos dieron su vida por negar adoración a la imagen del Pontifex Maximus de la religión oficial del Imperio Romano.

Los emperadores persas y egipcios pretendían lo mismo, y a todos ellos se les consideraba infalibles, por ser "participantes de la naturaleza de los dioses" De ahí que sus leyes no podían ser mudadas. Wilkinson dice que el rey de Egipto, como Soberano Pontífice, "era reverenciado como representante de la divinidad en la tierra" Wilkinson, Los egipcios, tomo 2, pág. 68

Todavía es menos admisible que dos "infalibles" se contradigan entre sí; y, sin embargo, cuántas veces le ha faltado tiempo a un papa para deshacer la obra de su predecesor; y ello no solamente en los asuntos humanos, sino en otros de orden tan religioso y dogmático como los siguientes:

Gregorio I (578 a 590) llama anticristo a cualquiera que se diese el nombre de obispo universal; y Bonifacio III (607 a 608) persuadió al emperador Focas a concederle dicho titulo.

Eugenio IV (1431 a 1438) aprobó la restitución del cáliz a la iglesia de Bohemia; y Pío II (1458) revocó la concesión.

Sixto V (1585 a 1590) publicó una edición de la Biblia, y con una bula recomendó su lectura; mas Pío VII condenó a todo aquel que se atreviese a leer la Biblia por sí mismo.

Clemente XIV (1700 a 1721) abolió la Compañía de los jesuitas, autorizada por Paulo M; y Pío VII la restableció.

La lista podría ser casi interminable, pero ¿para qué?

Es interesante como la historia que los Romanos proclaman en su favor, vuelve el dedo hacia ellos y los acusa sacando la verdad a la luz.





 
El Señor no esta de acuerdo contigo

El Señor no esta de acuerdo contigo

"Si Mi Casa yace en ruinas hoy y el ateísmo reina en muchos corazones, 3 es porque su generación Me niega un lugar en su corazón. Yo vengo a encontrar que no hay amor, ni fe, ni esperanza. Mi Casa yace en ruinas, reducida a escombros por el Racionalismo, la Desobediencia y la Vanidad. Mis gloriosos pastos del pasado están ahora estériles a causa de la Gran Apostasía que ha penetrado en Mi Santuario.

Falta la Obediencia. Yo le he dado a Pedro, completamente, Mi cayado de pastor, para que guíe a Mis corderos hasta Mi Regreso, pero en su maldad y por sus propios intereses, y no los Míos, ellos han roto en dos el cayado de Mi pastor, y luego lo han hecho astillas... La Fraternidad se rompió, la Fidelidad se destrozó y murió, junto a las Fuentes del Amor, de la Paz y de la Unidad. En las Fuentes que una vez existieron, yace Mi Rebaño en montones. Todo lo que Yo pido a estos pastores, que vuelven las espaldas a Pedro, es que inclinen su cuello y reconozcan su Error. Yo quiero que alcancen el lugar de reposo que tengo para ellos. No quiero que caigan como estrellas, uno tras el otro. Si tan sólo escucharan lo que el Espíritu les dice hoy. Yo no les recordaré su apostasía, ni las Heridas que he estado recibiendo de ellos" La Verdadera Vida en Dios 10 de octubre de 1989.

Solo los que lo aman reconocer Su Voz. :corazon: :corazon:

Inés
 
Pablo III ¿fue representante de Cristo?

Pablo III ¿fue representante de Cristo?

Pablo III


1534-1549

Papa número: 220 Duración del Reinado:15

"San" Pablo III siempre tuvo presente el problema protestante y por esa razón llamo al Concilio de Trento para reestructurar la Iglesia comenzando por la Curia. Fue acusado de nepotismo y con razón. Amaba las artes tanto como a las mujeres y se preocupaba por el aspecto estético de Roma. Puso a trabajar a Miguel Ángel en el proyecto del Campidoglio, el grandioso fresco del Juicio Final en la cúpula de la Basílica de San Pedro y el Palacio Farnese.



Pablo III - El Papa de los Valores Familiares
Lo llamaban el "Papa Enaguas" porque entregó a su hermana para que fuese desvirgada por el Papa Alejandro IV (1492-1503). Mas tarde envenenó a su madre, a una de sus hermanas y a una sobrina para tomar control de la herencia de su familia. Tuvo relaciones incestuosas con sus hermanas y su propia hija, Constancia. Asesinó a su yerno, Bosius Sforza para poder gozar mas sexualmente de su hija. Mató a su otra hermana cuando se sintió celoso de uno de sus amantes, y se sabe que mató a dos Cardenales y a un Obispo polaco debido a una disputa teológica. Fue el cafiso (proxeta) mas grande de Roma, porque tuvo a 45,000 prostitutas trabajando para él y pagándole un tributo mensual.

Aún insatisfecho con su vida sexual, mantenía como amante a una noble romana quien le dio tres hijos.

Pero para él, el divorcio era un pecado imperdonable. Cuando Enrique VIII de Inglaterra no pudo anular su matrimonio con Catalina de Aragón, él se divorció de ella y se casó con Ana Bolena en 1533. Pablo III lo excomulga en 1534 y Enrique VIII se instala como cabeza de la Iglesia Anglicana.

Pablo III - El Enemigo de los Protestantes

La reforma comenzó en Alemania con Lutero y poco después echó raíz en Ginebra con Calvino. En 1541 Calvino comenzó a expandir su teología en Francia, Holanda y otros países. Esto llevó a que el Papa estableciera la Inquisición Romana en 1542 y llamara al Concilio de Trento en 1545 para tratar la cuestión protestante.

La Inquisición Romana

Pablo III es conocido en la historia como el Papa que persiguió a los protestantes mas que cualquier otro. Para estos fines estableció en 1542, el Santo Oficio como camara de apelación final en casos de herejía.

De esa forma comenzó la Inquisición Romana con la meta de erradicar al protestantismo de Europa. La historia cuenta que la Inquisición Romana llego a un nivel de crueldad y barbarismo que hasta "repugnaba a los turcos y sarracenos...".
Concilio de Trento

Este Concilio fue una de las respuestas a los protestantes. Intentó sistematizar la doctrina católica y la ley canónica y se proclamó al celibato como superior al matrimonio. La ceremonia católica del casamiento pasó a ser conducida por un sacerdote en presencia de dos testigos. Los sacerdotes pasaron a ser entrenados en seminarios aislados de la comunidad. La versión latina de la Biblia, la Vulgata, fue declarada como la versión auténtica. Los protestantes ya habían compilado su propia versión. El Concilio se reunió en tres sesiones: entre 1545 y 1548, entre 1551 y 1552, y entre 1562 y 1563. La última sesión fue presidida por Pío IV.
 
Pablo IV otro Hereje

Pablo IV otro Hereje

"San" Pablo IV

1555-1559

Papa número: 223 Duración del Reinado: 4


nergético, inflexible y fanático son los adjetivos con los cuales se define el Papa Pablo IV. Habiendo sido Gran Inquisidor y maestro de la tortura por una generación, este Papa fue el terror de los incrédulos. Su logro mas grande fue hacer de la inquisición un arma fuerte en Italia, Los Paises Bajos y el Oriente. Creía tanto en la tortura que gustosamente pagaba de su propio cofre nuevos instrumentos.


Reformo la Iglesia usando todos los metodos a su disposición sin importar quien cayera.
Famoso tambien por la corrupción, él colocó a su sobrino Carlo Caraffa como cabeza politica de la Santa Sede.

Pablo IV – Enemigo de los judíos, las mujeres y los protestantes

En Julio de 1555, dos meses después de su elección, el Papa Pablo IV hizo pública una bula (edicto) poco conocida (cum nimis absurdum), contra los judíos debido a que el sospechaba que los judios estaban asistiendo a los prostestantes. La bula papal hacía recordar a los cristianos que desde que los judíos habían matado a Cristo, sólo estaban en condiciones de ser esclavos. Les fue ordenado quedar confinados a un área restringida, el gueto y usar un peculiar sombrero amarillo. Fueron obligados a venderles sus propiedades a cristianos a precio regalado (por ejemplo una casa a cambio de un burro o un viñedo por una prenda.

Los judíos sólo podían dedicarse al comercio de poca importancia y a la strazzaria (la venta de ropa de segunda mano), tampoco podían emplear a cristianos ni asistirlos médicamente. La mayoría de sus sinagogas fueron destruidas como también sus libros sagrados. Los cristianos no podían dirigirse a ellos llamándolos “sir” (señor), ni siquiera los mendigos. Llevaban puesto en público un sombrero amarillo como identificación, y tenían que regresar a su gueto al caer la noche. El gueto romano estaba poblado con más de 4000 judíos en un perímetro de 500 yardas. El Papa Pablo esperaba que las medidas represivas condujeran a una conversión masiva, pero la mayoría de los judíos permaneció inquebrantable en su fe.

Se dice que el Papa odiaba a las mujeres tanto como a los judios, prohibiendoles acercarse a el en cualquier momento.

Su odio hacia los protestantes, era tan violento que se perpetuo el alejamiento entre el Vaticano e Inglaterra. Se nagaba a comunicarse con la Reina Elizabeth I por su condicion de mujer y protestante


Indice de Libros Prohibidos
Con la invención de la imprenta alrededor del año 1450, los libros comenzaron a rodar por las prensas. La Inquisición buscó censurar el contenido y la cantidad de libros y en 1559, Pablo IV autorizó un Indice oficial de Libros Prohibidos, destinando a este una larga lista de libros.
Entre los titulos se encontraba el clasico de la literatura de Boccaccio el Decameron, y el Gargantua y Pantagruel de Rabelais.

También se incluía un tratado, Consilium (consejo), al que él mismo había contribuido como Cardenal. El tratado había criticado abiertamente la supremacía papal, la simonía (soborno para favores espirituales) y otros abusos. (una copia cayó en manos de los protestantes, quienes encontraron que ese tratado simplemente confirmaba todo sobre lo que ellos habían estado protestando). Los editores eran constantemente amenazados para mantenerlos en raya y varios autores, o bien cesaban de escribir o tenían que contentarse con publicar versiones "aceptables".

Poco antes de su muerte Pablo IV expresó su deseo de incluir profeciones a su Indice. Entre ellos se encontraban los: actores, bufones, y escultores que realizaban crucifijos feos ...



Cuando Pablo murió en Agosto de 1559 el pueblo quemó el Palacio de la Inquisición, libero a los prisioneros y destruyo sus estatuas.
 
Ytzik


También tenemos otra opción, reconocida por algunos eruditos romanistas.


Verás:


TU ERES PEDRO


Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia.» (Mat. 16:18.)



Pregunta. Al decir Jesús: «tú eres pétros y sobre esta petra edificaré mi iglesia», ¿no tienen razón los católico romanos al afirmar que el papado es institución divina y que descansa sobre estas palabras de Jesús mismo, constituyendo a Pedro fundamento de la Iglesia?


Respuesta. En contestación a esta pregunta, creemos oportuno copiar en su totalidad un artículo importante que apareció en El Cristiano, de Madrid, hace ya 50 años (año XLII, número 2.090).

Dice:
«Tú eres Pedro (Mat. 16:18). Los romanistas dan aquí mucha importancia a este pasaje, como si apoyase sus infundadas pretensiones. Nótese, desde luego, que «la Iglesia está edificada sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas», no sobre un Apóstol o Profeta único. Pero la pretensión de que el obispo de Roma debía suceder a Pedro, no tiene ni un átomo de evidencia en la Palabra de Dios, nuestro único y suficiente guía. Un apóstol no podía tener sucesión en el apostolado, y si uno podía, ¿por qué no los demás?

En 1.a Cor., cap. 9 y ver. 1, leemos que una de las marcas de un apóstol era haber visto al Señor Jesús, y ningún Papa lo vio; no puede, por tanto, ser apóstol o sucesor de uno de ellos.

Pero sea que Cristo dijera que edificaría su Iglesia sobre Pedro, o sobre lo que la confesión de Pedro significaba, esto no favorece nada las pretensionese de Roma. Roma no tiene más derecho ni relación alguma con lo dicho por Cristo, que Antioquía, o Ginebra, o cualquier otra.

Lo que sí es muy interesante saber es que dicho pasaje viene, probablemente, de un error de traducción, según puede verse a continuación:

1. Un caballero, dedicado al estudio, y linguista, habiendo obtenido la Introducción a las Autoridades del Vaticano por el cardenal Maning, menciona, que en la biblioteca del Vaticano hay un documento del siglo II a.C., el cual la traducción de Mateo 16:18, es: «Tú lo has dicho.»

2.También cita otro documento de la misma época de idéntica traducción.

3.El obispo Agustín (siglo IV d.C.), en un tratado existente en la biblioteca del Vaticano, examinado por este mismo estudiante, traduce este pasaje: «Tú dixiste.» (Tú has dicho.)

4.Jerónimo (año 382 d.c.), en un Tratado que está en biblioteca del Vaticano, cita este versículo: (Tú has dicho,según diversos testigos que lo han visto, afirman.

5. El finado Mr. Collette leyó el «Codex Vaticanus», siglo IV a.C., en la biblioteca del Vaticano, y la versión estas palabras era «suipo». Como tal palabra no existe en griego, debe ser una contracción. Hizo notar que con una simple adición de una letra, o sea a, se obtendrían las palabras «su eipas» (Tú has dicho), que firmemente asegura es la verdadera versión. Algún antiguo copista romano lo extendió hasta formar «su ei Petros», añadiendo cuatro letras en vez de una, y haciendo tres divisiones en lugar de dos.

6.La primera versión tiene más autoridad, estando apoyado por 105 dos documentos citados (números 1 y 2), los cuales, existiendo dos siglos antes que el «Codex Vaticanus», dan enorme peso a la versión «Tú has dicho».(ver nota 5)

7.Esta versión también está confirmada por la evidencia de Agustín y Jerónimo, dos de los más eruditos doctores de la Iglesia. Es inconcebible que deliberadamente usaran un original falso o imaginario, en un pasaje de tanta importancia.

8.En el contexto mismo encontramos un gran apoyo para la versión «Tú has dicho». Pedro había confesado la Divinidad de Cristo. Inmediatamente el Señor contesta:
«Tú has dicho» (la verdad); y sobre esta confesión, sobre esta mi Divinidad, será edificada la Iglesia.

9.Se confirma además esto, por el hecho de que nuestro Señor Jesucristo usa esta misma fórmula (su eipas) en ocasiones análogas, cuando expresa su conformidad con alguna verdad dicha. Así, cuando el Sumo Sacerdote le conjura sobre este mismo punto de su Divinidad, Jesús contesta con: «Tú has dicho» (su eipas). (Mateo 26:64.)

10.Por otra parte, el contexto pierde más que gana con la versión «Tú eres Pedro». Porque, ¿qué tiene que ver el nombre o la persona de Pedro con un asunto de tanta transcendencia como la Divinidad de Cristo?

Todos los Apóstoles sabían cuál era el nuevo nombre de Simón, y el asunto de que se trataba, no era Pedro, sino el Mesías, reconocido divino en esta confesión; y, como algunos han observado, parece trivial y fuera de lugar que, en circunstancias tan solemnes, entrara un juego de palabras con el significado verbal del nombre de Pedro.


11. El ilustrado señor Dobelli (ex editor de la Capi_tale de Roma), en su valiosa obra La Historia de los Papas desde San Pedro a Pío IX, en cuatro tomos, hace notar, al referirse a Mateo 16:18: «Cristo nunca dijo "tú eres", sino "tú has dicho", Pedro. "Tú eres" es una interpolación.»




Nota 5. Los eruditos del texto griego, Alford y Tischendorf, manifies-tan que es tan inexacta la versión «tú eres» en vez de la auténtica «tú lo has dicho Pedro» que no se le puede dar valor real ninguno (véase Alford, El Testamento gnego, 1879, tomo 1, pág. 104, y Tischendorf, El Nuevo Testamento, 1869, pág. 11).



Extraido integramente de "Enciclopedia explicativa de dificultades bíblicas". Pgs 80-82. Samuel Vila. Ed Clie
 
Infalibilidad papal: otro becerro de oro.

Me propongo aquí criticar una justificación a la infalibilidad papal, tal como lo expresan los argumentos que he visto en una publicación católica notoriamente inclinada a la falacia y apuntada, como no, al creyente devoto pero ignorante de los hechos y de la lógica. No es mi intención crear un "hombre de paja" para derribarlo más fácilmente; entiendo que el argumento presentado es ortodoxo y a primera vista sensato. No me voy a referir a cuestiones de fondo ni a detalles teológicos (autores protestantes seguramente han hecho eso mil veces ya).

El artículo en cuestión explica las cuatro condiciones en las cuales el Papa es infalible: debe hablar como Papa, Pastor y Doctor de la Iglesia; enseñando a toda la Iglesia Universal; haciendo uso de toda su autoridad; y definiendo como sentencia única e irrevocable en materia de fe o costumbres.

El artículo aconseja: "si alguna vez alguien le dice que tal Papa se equivocó, asegúrese Ud. primero si es verdad aquel hecho; lo más probable es que no lo sea. La Iglesia tiene muchos enemigos empeñados en difamarla". En realidad, el dogma fue decretado en 1870 y sólo se ha utilizado dos veces, la primera de ellas para afirmarlo. Entiendo que un dogma es una verdad eterna que la Iglesia no inventa sino que "descubre", por lo cual, sin embargo, todos los otros papas han estado sujetos a él sin saberlo. Pero el mismo hecho de que las condiciones sean tan puntuales y restrictivas hace que sea imposible determinar con certeza su cumplimiento en épocas en las cuales no se "conocía" esta verdad de fe. De esta forma, el católico de hoy puede dejar de lado las objeciones a los dichos de todos los papas anteriores a la proclamación del dogma, y el mismo papado puede restringir su propia infalibilidad a gusto, para evitar problemas en el futuro.

El argumento en sí comienza razonando: "Si Dios le asegura a un hombre que cuando enseñe en tales condiciones no se equivocará, ese hombre ¿se equivocará en esas condiciones? Es evidente que no". La falla de este argumento es que el dogma comenzó con un Papa diciendo precisamente que Dios le había asegurado esto, y que tal seguridad valía también para la proclamación del dogma. Es decir que estamos ante una posible "paradoja del mentiroso": si A siempre miente y B siempre dice la verdad, ambos dirán que siempre dicen la verdad (y notemos que si A le preguntan por B, dirá que B es un mentiroso).

Ahora bien, ¿ha asegurado Dios al Papa que no mentirá en las condiciones citadas?

Veamos: el Evangelio dice que Jesús (Dios) dijo a Pedro que él sería la base de su Iglesia, y que lo que él dijera en la tierra sería ratificado por Dios en el cielo. Como Dios, que es la Suma Verdad, no puede ratificar una falsedad, se deduce que lo que el Papa diga debe ser siempre verdad. Además, como base y pastor de la Iglesia, los católicos deben seguir las enseñanzas del Papa, porque son las cosas que Dios aprueba, y quien vaya en contra de Dios será condenado. Basta con dudar de la infalibilidad papal para no creer en las enseñanzas de Jesús y condenarse (lo cual, desde luego, no es lo que Dios quiere).

El artículo hace notar que los protestantes dicen que el mandato de Jesús fue a Pedro y no a sus sucesores, lo cual refuta con bastante sensatez diciendo que se dirigía a Pedro como jefe de la Iglesia, un cargo, no una persona, y que el mandato de Pedro ha pasado a los papas. Esto, sin embargo, no es cierto históricamente. No se tiene noticia de que Pedro fuera el iniciador de la línea ininterrumpida de Papas que los católicos reclaman como prueba de legitimidad. La interpretación de Pedro como Papa y Pastor supremo de la Iglesia provino de mucho después: fue una manera en que los obispos de Roma (ya influyentes debido a la riqueza de su comunidad y de la posición central en el imperio) terminaron de forjar una leyenda que los ligara al cielo.

Roma tenía una comunidad judía bastante grande, y tanto estos judíos de la diáspora como los demás conversos romanos contribuían monetariamente de forma considerable al sostenimiento de otras iglesias más pobres, particularmente las de Oriente, lo cual contribuyó a construir un sentido de centralidad alrededor de la capital del imperio. Como consecuencia, los obispos de Roma creyeron apropiado considerarse más importantes, especialmente porque según la tradición Pedro (el más importante de los apóstoles) y Pablo (el más carismático y reconocido entre los gentiles) habían sufrido el martirio ambos allí. Se creía que Pedro estaba enterrado allí, y se veneraban sus supuestas reliquias; incluso se dijo que el obispo de Roma se comunicaba con él directamente. Pero es totalmente falso que haya habido una línea sucesoria e ininterrumpida de obispos, romanos o no, reconocidos como papas o cabezas de la Iglesia.

En todo caso, observemos que, aunque la jefatura es asignada por Jesús a Pedro ("tú eres la Piedra sobre la que edificaré mi Iglesia"), el poder de "atar y desatar en el cielo" le fue concedido a todos los apóstoles, quienes a su vez fueron los que tradicionalmente se cree que fundaron las iglesias y obispados en distintas ciudades. De manera que, si el Papa es infalible, ¿por qué no los obispos?

¿No hay, entonces, manera de atacar directamente la infalibilidad papal sin atacar las Escrituras? Aparentemente no; pero esto no es un fracaso. Si se acepta que las Escrituras son inatacables (tanto desde el punto de vista extremo del literalismo fundamentalista como desde el relativo, que intenta suavizar las incoherencias por medio de interpretaciones más o menos arbitrarias), entonces no hay restricción lógica que permita negar la infalibilidad del Papa. En ambos casos se trata de asignar a un discurso una cualidad de perfección divina que es imposible rebatir en su propio terreno.

La solución es tan sencilla como poco obvia para el católico: rechazar las exageradas pretensiones de un Papa que es supuestamente infalible a través de un encadenamiento de razones muy débiles. Además, si el Papa no se equivoca en tales y cuales condiciones, ¿por qué no habla siempre en esas condiciones? Podría aclarar así muchos puntos oscuros de la doctrina. Debería tomar el mismísimo Catecismo y leerlo en voz alta a toda la Iglesia, ex cathedra, en posesión de todos sus atributos, y así dejarlo fijado para toda la eternidad.

El dogma de la infabilidad papal es un insulto a la inteligencia de los católicos y de toda la humanidad. Que un ser humano se crea iluminado o infalible no ha sido raro a lo largo de la historia, pero que se salga con la suya poniendo este acto de egocentrismo al nivel de las verdades más importantes de su propia religión, en papel oficial y para toda la eternidad, debería ser intolerable para el creyente sincero. Para los no creyentes, sería ridículo si no fuera tan peligroso: he aquí no sólo a una Iglesia que nos dice que todos estamos condenados si no vamos por su senda, sino también a un individuo que pretende saberlo todo sobre esta senda.

El dogma de infalibilidad es lisa y llana idolatría, aun si obviamos la falsedad del mito que lo avala: de la confianza de un profeta depositada en uno de sus discípulos, un Papa hizo un amuleto, una corona de magia para su cabeza. Es una más de las ideas de una fe que ha transformado, a lo largo de 1700 años, sus ideas en moldes y sus moldes en ídolos a los que todos deben rendir alabanza, como a becerros de oro.

(Tomado de un documento sobre la infabilidad del Papa)
 
A pesar de que en 1870 el Papa Pío IX con mañas y estegías políticas él logra imponer este dogma, pero si antes escuchar la oposición dentro del seno católico, entre ellos el Obispo Católico serbio-croata Josip Jura Strossmajer (1815-1905), hace un gran discurso que demuestra con pasajes bíblicos y la historia que el Papado instituido por Roma es un absurdo y no la voluntad de Dios.

Su discurso:

VENERABLES PADRES Y HERMANOS:

No sin temor, pero con una conciencia libre y tranquila ante Dios que vive y me ve, tomo la palabra en medio de vosotros, en esta augusta asamblea.

Desde que me hallo sentado aquí con vosotros, he seguido con atención los discursos que se han pronunciado en esta sala, ansiando con grande anhelo que un rayo de luz, descendiendo desde arriba, iluminase los ojos de mi inteligencia y me permitiese votar los cánones de este Santo Concilio Ecuménico con perfecto conocimiento de causa.

Penetrado del sentimiento de responsabilidad, por lo cual Dios me pedirá cuenta, me he propuesto estudiar con escrupulosa atención los escritos del Antiguo y Nuevo Testamento; y he interrogado a estos venerables monumentos de la verdad, para que me diesen a saber si el Santo Pontífice, que preside aquí, es verdaderamente el sucesor de San Pedro, Vicario de Jesucristo e infalible doctor de la Iglesia.

Para resolver esta grave cuestión, me he visto precisado a ignorar el estado actual de las cosas, y a transportarme en mi imaginación, con la antorcha del Evangelio en las manos, a los tiempos en que ni el ultramontanismo ni el galicanismo existían, y en los cuales la Iglesia tenía por doctores a San Pablo, San Pedro, Santiago y San Juan, doctores a quienes nadie puede negar la autoridad divina sin poner en duda lo que la Santa Biblia, que tengo delante, nos enseña y la cual el Concilio de Trento proclamó como la regla de la fe y de la moral.

He abierto, pues, estas sagradas páginas; y bien, ¿me atreveré a decirlo? Nada he encontrado que sancione próxima o remotamente la opinión de los ultramontanos. Aun es mayor mi sorpresa, porque no encuentro en los tiempos apostólicos nada que haya sido cuestión de un Papa sucesor de San Pedro y Vicario de Jesucristo, como tampoco de Mahoma, que no existía aún.

Vos, monseñor Manning, diréis que blasfemo; vos, monseñor Pie, diréis que estoy demente; ¡No, monseÑores, no blasfemo, ni estoy loco! Ahora, habiendo leído todo el Nuevo Testamento, declaro ante Dios con mi mano elevada al gran crucifijo, que ningún vestigio he podido encontrar del papado, tal como existe ahora.

"...no encuentro un solo capitulo, o un corto versículo, en el cual Jesús dé a San Pedro la jefatura sobre los apóstoles, sus colaboradores."

No me rehuséis vuestra atención, mis venerables hermanos, y con vuestros murmullos e interrupciones justifiquéis a los que dicen, como el padre Jacinto, que este Concilio no es libre, porque nuestros votos han sido de antemano impuestos. Si tal fuese el hecho, esta augusta asamblea, hacia la cual las miradas de todo el mundo están dirigidas, caería en el más grande descrédito.

Si deseáis ser grandes, debemos ser libres. Agradezco a su excelencia, monseñor Dupanloup, el signo de aprobación que hace con la cabeza. Esto me alienta y prosigo. Leyendo, pues, los santos Libros con toda la atención de que el Señor me ha hecho capaz, no encuentro un solo capitulo, o un corto versículo, en el cual Jesús dé a San Pedro la jefatura sobre los apóstoles, sus colaboradores.

Si Simón, el hijo de Jonás, hubiese sido lo que hoy día creemos sea su Santidad Pío IX, extraño es que no les hubiese dicho: "Cuando haya ascendido a mi Padre, debéis todos obedecer a Simón Pedro, así como ahora me obedecéis a mí. Le establezco por mi vicario en la tierra". No solamente calla Cristo sobre este particular, sino que piensa tan poco en dar una cabeza a la Iglesia, que cuando promete tronos a sus apóstoles, para juzgar a las doce tribus de Israel (Mateo, 19:28), les promete doce, uno para cada uno, sin decir que entre dichos tronos uno sería más elevado, el cual pertenecería a Pedro. Indudablemente, si tal hubiese sido su intento, lo indicaría. ¿Qué hemos de decir de su silencio? La lógica nos conduce a la conclusión de que Cristo no quiso elevar a Pedro a la cabecera del colegio apostólico.

"...La lógica nos conduce a la conclusión de que Cristo no quiso elevar a Pedro a la cabecera del colegio apostólico"

Cuando Cristo envió a los apóstoles a conquistar el mundo, a todos dio la promesa del Espíritu Santo. Permítidme repetirlo: si Él hubiese querido constituir a Pedro su vicario, le hubiera dado el mando supremo sobre su ejército espiritual. Cristo, así lo dice la Santa Escritura, prohibió a Pedro y a sus colegas reinar o ejercer señorío o tener potestad sobre los fieles, como hacen los reyes de los gentiles (Lucas, 22:36). Si San Pedro hubiese sido elegido Papa, Jesús no diría esto; porque según vuestra tradición, el papado no tiene en sus manos dos espadas, símbolos del poder espiritual y temporal. Hay una cosa que me ha sorprendido muchísimo. Revolviéndola en mi mente, me he dicho a mí mismo: Si Pedro hubiese sido elegido Papa, ¿se permitiría a sus colegas enviarle con San Juan a Samaria para anunciar el Evangelio del Hijo de Dios? (Hechos 8:15).

¿Qué os parecería, venerables hermanos, si nos permitiésemos ahora mismo enviar a su Santidad Pío IX, y a su eminencia monseñor Plantier, al Patriarca de Constantinopla para persuadirle a que pusiese fin al cisma de Oriente? Mas, he aquí otro hecho de mayor importancia. Un concilio ecuménico se reúne en Jerusalén para decidir cuestiones que dividían a los fieles. ¿Quién debiera convocar este concilio si San Pedro fuese Papa? Claramente San Pedro. ¿Quién debía presidirlo? San Pedro o su legado. ¿Quién debiera formar o promulgar los cánones? San Pedro. Pues bien, ¡nada de esto sucedió! Nuestro apóstol asistió al concilio, así como los demás, pero no fue él quien resumió la discusión sino Santiago; y cuando se promulgaron los decretos se hizo en nombre de los apóstoles, ancianos y hermanos (Hechos, 15).

¿Es ésta la práctica de nuestra Iglesia? Cuanto más lo examino, ¡oh venerables hermanos!, tanto más estoy convencido que en las Sagradas Escrituras, el hijo de Jonás no parece ser el primero.

Ahora bien; mientras nosotros enseñamos que la Iglesia está edificada sobre San Pedro, San Pablo, cuya autoridad no puede dudarse, dice en su Epístola a los Efesios, 2:20, que está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Cristo mismo.

Este mismo apóstol cree tan poco en la supremacía de Pedro, que abiertamente culpa a los que dicen: "somos de Pablo, somos de Apolo" (I Corintios, 1:12); así como culpa a los que dicen: "somos de Pedro". Si este último apóstol hubiese sido el Vicario de Cristo, San Pablo se habría guardado bien de no censurar con tanta violencia a los que pertenecían a su propio colega. El mismo apóstol Pablo, al enumerar los oficios de la Iglesia, menciona apóstoles, profetas, evangelistas, doctores y pastores.


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"¿Es creíble, mis venerables hermanos, que San Pablo, el gran apóstol de los gentiles, olvidase el primero de estos oficios, el papado, si el papado fuera de divina institución?"


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¿Es creíble, mis venerables hermanos, que San Pablo, el gran apóstol de los gentiles, olvidase el primero de estos oficios, el papado, si el papado fuera de divina institución? Ese olvido me parece tan imposible como el de un historiador de este Concilio que no hiciese mención de su Santidad Pío IX. (Varias voces: ¡Silencio, hereje, silencio!).

Calmáos, venerables hermanos, que todavía no he concluido. Impidiéndome que prosiga, manifestaríais al mundo que procedéis sin justicia, cerrando la boca de un miembro de esta asamblea. Continuaré: el apóstol Pablo no hace mención en ninguna de sus epístolas, a las diferentes Iglesias, de la primacía de Pedro. ¿Si esta primacía existiese, si, en una palabra, la Iglesia hubiese tenido una cabeza suprema dentro de si, infalible en enseñanza, podría, el gran apóstol de los gentiles olvidar el mencionarla? ¡Qué digo! Más probable es que hubiera escrito una larga epístola sobre esta importante materia. Entonces, cuando el edificio de la doctrina cristiana fue erigido, ¿podría, como lo hace, olvidarse de la fundación, de la clave del arco? Ahora bien; si no opináis que la Iglesia de los apóstoles fue herética, lo que ninguno de vosotros desearía u osaría decir, estamos obligados a confesar que la Iglesia nunca fue más bella, más pura, ni más santa que en los tiempos en que no hubo Papa. (Gritos de: ¡No es verdad!). No digo, monseñor Laval, "No". Si algunos de vosotros, mis venerables hermanos, se atreve a pensar que la Iglesia que hoy tiene un Papa por cabeza, es más firme en la fe, más pura en la moralidad que la Iglesia apostólica, dígalo abiertamente ante el universo, puesto que este recinto es un centro desde el cual nuestras palabras volarán de polo a polo.


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"...la Iglesia nunca fue más bella, más pura, ni más santa que en los tiempos en que no hubo Papa."


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Prosigo: ni en los escritos de San Pablo, San Juan o Santiago, no descubro traza alguna o germen del poder papal. San Lucas, el historiador de los trabajos misioneros de los apóstoles, guarda silencio sobre este importantísimo punto. El silencio de estos hombres santos cuyos escritos forman parte del canon de las divinamente inspiradas Escrituras, me parece tan pasmoso e imposible, si Pedro fuese Papa, y tan inexcusable como si Thiers, escribiendo la historia de Napoleón Bonaparte, omitiese el título de emperador.

Veo delante de mí un miembro de la asamblea que dice señalándome con el dedo: "¡Ahí está un obispo cismático, que se ha introducido entré nosotros con falsa bandera!" No, no, mis venerables hermanos; no he entrado en esta augusta asamblea como un ladrón por la ventana, sino por la puerta, como vosotros; mi título de obispo me dio derecho a ello, así como mi conciencia cristiana me obliga a hablar y decir lo que creo ser verdad.

Lo que más me ha sorprendido y que además, se puede demostrar, es el silencio del mismo San Pedro. Si el apóstol fuese lo que proclamáis que fue, es decir, Vicario de Jesucristo en la tierra, él, al menos, debiera saberlo. Si lo sabía, ¿cómo sucede que ni una sola vez obró como Papa? Podría haberlo hecho el día de Pentecostés; cuando predicó su primer sermón, y no lo hizo; en el Concilio de Jerusalén, y no lo hizo; en Antioquia, y no lo hizo; como tampoco lo hace en las dos epístolas que dirige a la Iglesia. ¿Podéis imaginaros un tal Papa, mis venerables hermanos, si Pedro era Papa?

Resulta, pues, que si queréis ostentar que fue Papa, la consecuencia natural es que él no lo sabía. Ahora pregunto a todo el que tenga cabeza con que pensar, y mente con que reflexionar: ¿son posibles estas dos suposiciones? Digo, pues, que mientras los apóstoles vivían, la Iglesia nunca pensó que había Papa. Para sostener lo contrario, sería necesario entregar las Sagradas Escrituras a las llamas o ignorarlas por completo. Pero escucho decir por todos lados: "Pues que, ¿no estuvo San Pedro en Roma? ¿No fue crucificado con la cabeza abajo? ¿No se hallan los lugares donde enseñó, y los altares donde dijo misa, en esta ciudad eterna?".

Que San Pedro, haya estado. en Roma, reposa, mis venerables hermanos, sólo sobre la tradición, más aun, si hubiese sido obispo de Roma, ¿cómo podéis probar con su episcopado su supremacía? Scaligero, uno de los hombres más eruditos, no vacila en decir que el episcopado de San Pedro y su residencia en Roma, deben clasificarse entre las leyendas ridículas. (Repetídos gritos: ¡Tapadle la boca, tapadle la boca; hacedle descender del púlpito!).


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"Scaligero, uno de los hombres más eruditos, no vacila en decir que el episcopado de San Pedro y su residencia en Roma, deben clasificarse entre las leyendas ridículas"


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Venerables hermanos, estoy pronto a callarme; mas, ¿no es mejor en una asamblea como la nuestra, probar todas las cosas como manda el apóstol y creer todo lo que es bueno? Pero, mis venerables amigos, tenemos un dictador ante el cual todos debemos postrarnos y callar; aun su santidad Pío IX, e inclinar la cabeza. Ese dictador es la Historia. Esta no es como un legendario que se puede formar al estilo que el alfarero hace su barro: sino como un diamante que esculpe en el cristal palabras indelebles. Hasta ahora me he apoyado sólo en ella, y no encuentro vestigio alguno del papado en los tiempos apostólicos; la falta es suya, no mía. ¿Queréis quizá colocarme en la posición de un acusado de mentira? Hacedlo si podéis.

Oigo a la derecha estas palabras: "Tú eres Pedro, y sobre esta roca: edificaré mi Iglesia". (Mateo, 16:18). Contestaré a esta objeción después, mis venerables hermanos; mas, antes de hacerlo, deseo presentaros el resultado de mis investigaciones históricas. No hallando ningún vestigio alguno del papado en los tiempos apostólicos, me dije a mí mismo: quizás hallaré lo que ando buscando en los anales de la Iglesia. Pues bien, lo digo francamente, busqué al Papa en los cuatro primeros siglos y no he podido dar con él. Espero que ninguno de vosotros dudará de la gran autoridad del santo obispo de Hipona, el grande y bendito San Agustín. Este piadoso doctor, honor y gloria de la Iglesia Católica, fue secretario en el Concilio de Melive. En los decretos de esa venerable asamblea, se hallan estas palabras significativas: "Todo el que apelase a los de la otra parte del mar, no será admitido a la comunión por ninguno en el África".


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"...busqué al Papa en los cuatro primeros siglos y no he podido dar con él..."


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Los obispos de África reconocían tan poco al obispo de Roma, que castigaban con excomunión a los que recurriesen a su arbitrio. Estos mismos obispos en el Sexto Concilio de Cartago; celebrado bajo Aurelio, obispo de dicha ciudad, escribieron a Celestino, obispo de Roma, amonestándole que no recibiese apelaciones de los obispos, sacerdotes o clérigos de África; que no enviase más legados o comisionados y que no introdujese el orgullo en la Iglesia. Que el patriarca de Roma había, desde los primeros tiempos, tratado de atraerse a sí mismo toda autoridad, es un hecho evidente; y lo es también igualmente, que no poseía la supremacía que los ultramontanos le atribuyen. Si la poseyese, ¿osarían los obispos de África, San Agustín entre ellos, prohibir apelaciones a los decretos de su supremo tribunal? Confieso, sin embargo, que el patriarca de Roma ocupaba el primer puesto. Una de las leyes de Justiniano dice. "Mandamos, conforme a la definición de los cuatro Concilios, que el santo Papa de la antigua Roma sea el primero de los obispos, y que su alteza el arzobispo de Constantinopla, que es la nueva Roma, sea el segundo". Inclínate, pues, a la supremacía del Papa, me diréis.

No corráis tan apresurados a esa conclusión, mis venerables hermanos, porque la ley de Justiniano lleva escrito al frente: "del orden de sedes patriarcales". Precedencia es una cosa, y el poder jurisdicción es otra. Por ejemplo: suponiendo que en Florencia se reuniese una asamblea de todos los obispos del reino, precedencia se daría naturalmente al primado de Florencia, así como entre los orientales se concedería al patriarca de Constantinopla y en Inglaterra al arzobispo de Canterbury. Pero ni el primero, segundo ni tercero, podrían aducir de la asignada posición una jurisdicción sobre sus compañeros. La importancia de los obispos de Roma, procede no de un poder divino, sino de la importancia de la ciudad donde está la sede. Monseñor Darvoy no es superior en dignidad al arzobispo de Avignon; mas, no obstante, París le da una consideración que no tendría, si en vez de tener su palacio en las orillas del Sena se hallase sobre el Ródano. Esto que es verdadero en la jerarquía religiosa, lo es también en materias civiles y políticas. El Prefecto de Roma no es más que un prefecto como el de Pisa; pero civil y políticamente es de mayor importancia aquél.


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"La importancia de los obispos de Roma, procede no de un poder divino, sino de la importancia de la ciudad donde está la sede."


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He dicho ya que desde los primeros siglos, el patriarca de Roma aspiraba al gobierno universal de la Iglesia. Desgraciadamente casi lo alcanzó; pero no consiguió ciertamente sus pretensiones, porque el emperador Teodosio II hizo una ley, por la cual estableció qué el patriarca de Constantinopla tuviese la misma autoridad que el de Roma. Los padres del Concilio de Calcedonia colocan a los obispos de la antigua y de la nueva Roma en la misma categoría en todas las cosas, aun en las eclesiásticas (Canon 28). El Sexto Concilio de Cartago prohibió a todos los obispos que se abrogasen el título de príncipes de los obispos u obispos soberanos. En cuanto al título Obispo Universal, que los Papas se abrogaron más tarde, Gregorio I, creyendo que sus sucesores nunca pensarían en adornarse con él, escribió estas notables palabras: "Ninguno de mis antecesores ha consentido en llevar este título profano, porque cuando un patriarca se abroga a sí mismo el nombre universal, el título de patriarca sufre descrédito. Lejos esté, pues, de los cristianos, el deseo de darle un título que cause descrédito a sus hermanos".

San Gregorio dirigió estas palabras a su colega de Constantinopla, que pretendía hacerse primado de la Iglesia. El Papa Pelagio II llamaba a Juan, obispo de Constantinopla, que aspiraba al sumo pontificado, impío y profano. "No se le importe"; decía, "el título universal que Juan ha usurpado ilegalmente, que ninguno de los patriarcas se abrogue este nombre profano, porque, ¿cuántas desgracias no debemos esperar si entre los sacerdotes se suscitan tales ambiciones" Alcanzarían lo que se tiene predicho de ellos: "El es rey de los hijos del orgullo". (Pelagio II, Lett. 13).

Estas autoridades, y podría citar cien más de igual valor, ¿no prueban con una claridad igual al resplandor del sol en medio del día, que los primeros obispos de Roma no fueron reconocidos como obispos universales y cabezas de la Iglesia, sino hasta tiempos muy posteriores. Y por otra parte, ¿quién no sabe que desde el año 325, en el cual se celebró el primer Concilio de Nicea, hasta 580, año en que fue celebrado el segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla, y entre más de 1109 obispos que asistieron a los primeros seis Concilios Generales, no se hallaron presentes más que 19 obispos del Occidente?

¿Quién ignora que los concilios fueron convocados por los emperadores, sin siquiera informarle de ello, y frecuentemente aun en oposición, a los deseos del obispo de Roma? o, ¿que Osio, obispo de Córdoba, presidio el primer Concilio de Nicea y redactó sus cánones? El mismo Osio, presidiendo después el Concilio de Sárdica, excluyó al legado de Julio, obispo de Roma. No diré más, mis venerables hermanos, y paso a hablar del gran argumento a que me referí anteriormente para establecer el Primado del obispo de Roma.

Por la roca (petra), sobre que la Santa Iglesia está edificada, entendéis que es Pedro. Si esto fuera verdad, la disputa quedaría terminada; mas nuestros antepasados, y ciertamente debieron saber algo, no se oponían sobre esto como nosotros. San Cirilo, en su cuarto libro sobre la Trinidad, dice: "Creo por la roca debéis entender la fe inmóvil de los apóstoles". San Hilario, obispo de Poitiers, en su segundo libro sobre la Trinidad, dice: "La roca (petra) es la bendita y sola roca de la fe confesada por la boca de San Pedro"; y en su sexto libro de la Trinidad, dice: "Es sobre esta roca de la confesión de fe, que la Iglesia está edificada". "Dios", dice San Jerónimo, en el sexto libro sobre San Mateo, "ha fundado su Iglesia sobre esta roca, y es de esta roca que el apóstol Pedro fue apellidado". De conformidad con él, San Crisóstomo, dice en su Homilía 53 sobre San Mateo: "Sobre esta roca edificaré mi Iglesia, es decir, sobre la fe de la confesión". Ahora bien, ¿cuál fue la confesión del apóstol? Hela aquí: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente".

Ambrosio, el santo arzobispo de Milán, sobre el segundo capítulo de la Epístola a los Efesios; San Basilio de Seleucia y los padres del Concilio de Calcedonia, enseñan precisamente la misma cosa. Entre todos los doctores de la antigüedad cristiana, San Agustín ocupa uno de los primeros puestos por su sabiduría y santidad. Escuchad, pues, lo que escribe sobre la primera epístola de San Juan: "¿Qué significan las palabras edificare mi Iglesia sobre esta roca? Sobre esta fe, sobre eso que dices tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". En su tratado 124 sobre San Juan, encontramos esta muy significativa frase: "Sobre esta roca, que tú has confesado, edificaré mi Iglesia, pues que Cristo mismo era la roca".

El gran obispo creía tan poco que la Iglesia fuese edificada sobre San Pedro, que dijo a su grey en su sermón 13: "Tú eres Pedro y sobre esta roca (petra) que tú has confesado; sobre esta roca que tú has reconocido, diciendo: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente", edificaré mi Iglesia: sobre mí mismo, que soy el Hijo del Dios viviente. La edificaré sobre Mi mismo, y no sobre ti". Lo que San Agustín enseña sobre este célebre pasaje, era la opinión de todo el mundo cristiano en sus días; por consiguiente, resumo y establezco:

Que Jesús dio a sus apóstoles el mismo poder que dio a Pedro.

Que los apóstoles nunca reconocieron en San Pedro al Vicario de Jesucristo, y al infalible doctor de la Iglesia.

Que los concilios de los cuatro primeros siglos, mientras reconocían la alta posición que el obispo de Roma ocupaba en la Iglesia por motivo de Roma, tan sólo le otorgaron una preeminencia honoraria, nunca el poder y la jurisdicción.

Que los santos padres en el famoso pasaje: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia", nunca entendieron que la Iglesia estaba edificada sobre San Pedro sino sobre la roca, es decir, sobre la confesión de la fe del apóstol.

Aquí concluyo victoriosamente, conforme a la historia, la razón, la lógica, el buen sentido y la conciencia cristiana, que Jesucristo NO dio supremacía alguna a San Pedro, y que los obispos de Roma no se constituyeron soberanos de la Iglesia, sino tan sólo confesando uno por uno todos los derechos del episcopado. (Voces: ¡Silencio! ¡Insolente, protestante, silencio!).

¡No soy un protestante insolente! La Historia no es católica, ni anglicana, ni calvinista, ni luterana, ni arminiana, ni griega cismática, ni ultramontana. Es lo que es, es decir, algo más poderoso que todas las confesiones de la fe; que todos los cánones de los concilios ecuménicos. ¡Escribid contra ella si osáis hacerlo!, mas no podréis destruirla, como tampoco sacando un ladrillo del Coliseo, podríais hacerlo derribar. Si he dicho algo que la historia pruebe ser falso, ensñádmelo con la historia; y, sin un momento de titubeo, haré la más honorable apología. Mas tened paciencia, y veréis que todavía no he dicho todo lo que quiero y puedo; y aun si la pira fúnebre me aguardase en la Plaza de San Pedro, no callaría, porque me siento precisado a proseguir.

Monseñor Dupanloup, en sus célebres "Observaciones" sobre este Concilio Vaticano, ha dicho, y con razón, que si declaramos a Pío IX infalible, deberemos necesariamente, y de lógica natural, vernos precisados a mantener que todos sus predecesores eran también infalibles. Pero, venerables hermanos, aquí la Historia levanta su voz con autoridad, asegurándonos que algunos Papas erraron: podéis protestar contra. esto o negarlo, si así os place; mas yo lo probaré. El Papa Víctor I (192), primero aprobó el montanismo y después lo condenó. Marcelino (296 a 303) era un idólatra. Entró templo de Vesta y ofreció incienso a la diosa; diréis que fue acto de debilidad, pero contesto: un Vicario de Jesucristo muere, mas no se hace apóstata. Liberio (358) consintió en la condenación de Atanasio; después hizo profesión de arrianismo para lograr que se le revocase el destierro y se le restituyese su Sede. Honorio (625) se adhirió al monotelismo; el padre Gratry lo ha probado hasta la evidencia.

Gregorio I (578 a 590) llama Anticristo a cualquiera que se diese el nombre de Obispo Universal y al contrario, Bonifacio III (607 a 608) persuadió al emperador parricida, Phocas, a qué le confiriera dicho título. Pascual II (1088 a 1099) y Eugenio III (1145 a 1153) autorizaron los desafíos; mientras que Julio II (1599; y Pío IV (1560) los prohibieron. Eugenio IV (1431 a 1439) aprobó el Concilio de Basilea y la restitución del cáliz a la Iglesia de Bohemia y Pío II (1458) revocó la concesión. Adriano II (867 a 872) declaró válido el matrimonio civil; pero Pío VII (1800 a 1823) lo condenó. Sixto V (1585 a 1590) compró una edición de la Biblia y con una bula recomendó su lectura; mas Pío VII condenó su lectura. Clemente XIV (1700 a 1721) abolió la Compañía de los Jesuitas, permitida por Pablo III, y Pío VII la restableció.

Mas, ¿a qué buscar pruebas tan remotas? ¿No ha hecho otro tanto nuestro Santo Padre que está aquí, en su bula, dando reglas para este mismo Concilio, en el caso de que muriese mientras se halla reunido, revocando cuanto en tiempos pasados fuese contrario a ello, aun cuando procediese de las decisiones de sus predecesores? Y ciertamente, si Pío IX ha hablado ex catedra, no es cuando desde el profundo de su tumba impone su voluntad sobre los soberanos de la Iglesia. Nunca concluiría, mis venerables hermanos, si tratase de presentar a vuestra vista las contradicciones de los Papas en sus enseñanzas; por lo tanto, si proclamáis la infalibilidad del Papa actual, tendréis que probar, o bien que los Papas nunca se contradijeron, lo que es imposible, o bien tendréis que declarar que el Espíritu Santo os ha revelado que la infalibilidad del papado es tan sólo de fecha 1870. ¿Sois bastante atrevidos para hacer esto? Quizá los pueblos estén indiferentes y dejen pasar cuestiones teológicas que no entienden, y cuya, importancia no ven; pero, aun cuando sean indiferentes a los principios, no lo son en cuanto a los hechos.


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"...si proclamáis la infalibilidad del Papa actual, tendréis que probar, o bien que los Papas nunca se contradijeron, lo que es imposible, o bien tendréis que declarar que el Espíritu Santo os ha revelado que la infalibilidad del papado es tan sólo de fecha 1870."


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Pues bien, no os engañéis a vosotros mismos. Si decretáis el dogma de la infalibilidad papal, los protestantes, nuestros adversarios, montarán la brecha, con tanta más bravura cuanto que tienen la historia de su lado; mientras que nosotros sólo tendremos nuestra negación que oponerles. ¿Qué le diremos cuando expongan a todos los obispos de Roma, desde los días de Lucas hasta su Santidad Pío IX? ¡Ay! Si todos hubiesen sido como Pío IX, triunfaríamos en toda la línea; mas ¡desgraciadamente no es así! (Gritos de: ¡Silencio, silencio, basta, basta!) ¡No gritéis, monseñores! Temer a la historia es confesaros derrotados; y además, aun si pudierais hacer correr toda el agua del Tíber sobre ella, no podrías borrar ni una sola de sus páginas. Dejadme hablar y seré tan breve como sea posible en este importantísimo asunto.

El Papa Virgilio (538) compró el papado a Belisario, teniente del emperador Justiniano. Es verdad que rompió su promesa y nunca pagó por ello. ¿Es está una manera canónica de ceñirse la tiara? El Segundo Concilio de Calcedonia lo condenó formalmente. En uno de sus cánones se lee: "El obispo que obtenga su episcopado por dinero, lo perderá y será degradado". El Papa Eugenio III (1145) imitó a Virgilio. San Bernardo, la estrella brillante de su tiempo, reprendió al Papa, diciéndole: "¿Podrás enseñarme en esta gran ciudad de Roma alguno que os hubiere recibido por Papa sin haber primero recibido oro y plata por ello?"

Mis venerables hermanos, ¿será el Papa que establece un banca a las puertas del templo, inspirado por el Espíritu Santo? ¿Tendrá derecho alguno de enseñar a la Iglesia la infalibilidad? Conocéis la historia de Formoso demasiado bien, para que yo pueda añadir nada. Esteban VI hizo exhumar su cuerpo vestido con ropas pontificales; hizo cortarle los dedos con que acostumbraba dar la bendición y después lo hizo arrojar al Tíber, declarando que era un perjuro e ilegítimo.

Entonces el pueblo aprisionó a Esteban, lo enveneno y le agarrotaron. Mas, ved cómo las cosas se arreglaron. Romano; sucesor de Esteban, y tras él, Juan IX, rehabilitaron la memoria de Formoso. Quizá me diréis, esas son fábulas, no historia. ¡Fábulas! Id, monseñores, a la biblioteca del Vaticano y leed a Platina; el historiador del papado, y los Anales de Baronio, (897). Estos son hechos que, por honor de la Santa Sede, desearíamos ignorar; mas cuando se trata de definir un dogma que podrá provocar un gran cisma en medio de nosotros, el amor que abrigamos hacia nuestra venerable madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, ¿deberá imponernos el silencio? Prosigo. El erudito cardenal Baronio, hablando de la corte Papal, dice:...

Haced atención, mis venerables hermanos, a estas palabras: "¿Qué parecía la Iglesia Romana en aquellos tiempos? ¡Qué infamia! Sólo las poderosísimas cortesanas gobernaban en Roma. Eran ellas las que daban, cambiaban y se tomaban obispados; y, ¡horrible es relatarlo! hacían a sus amantes, los falsos papas, subir al trono de San Pedro". (Baronio, 912). Me contestaréis: esos eran Papas falsos, no los verdaderos. Séalo así, más en este caso, si por ciento cincuenta años la Sede de Roma se hallaba ocupada por anti-Papas, ¿cómo podréis reunir el hilo de la sucesión papal? ¡Pues qué! ¿Ha podido la Iglesia existir, al menos por el término de un siglo y medio, sin cabezas, hallándose acéfala? ¡Notad bien! La mayor parte de esos anti-Papas se ven en el árbol genealógico del papado; y seguramente deben ser éstos los que describe Baronio; porque aun Genebrardo, el gran adulador de los Papas, se atrevió a decir en sus crónicas (901):

"Este centenario ha sido desgraciado, puesto que por cerca de ciento cincuenta años los Papas han caído de las virtudes de sus predecesores y se han hecho apóstatas más que apóstoles". Bien comprendo por qué el ilustre Baronio se avergonzaba al narrar los actos de esos obispos romanos. Hablando de Juan XI, (931) hijo natural del Papa Sergio y de Marozia, escribió estas palabras en sus Anales: "La santa Iglesia, es decir, la Romana, ha sido vilmente atropellada por un monstruo, Juan XII (956). Elegido Papa a la edad de 18 años, mediante las influencias de las cortesanas, no fue en nada mejor que su predecesor".

Me desagrada, mis venerables hermanos tener que mover tanta suciedad. Me callo tocante a Alejandro VI, padre y amante de Lucrecia; doy la espalda a Juan XXII (1219) que negó la inmortalidad del alma y que fue depuesto por el santo Concilio Ecuménico de Constanza.

Algunos alegarán que este Concilio fue sólo privado. Séalo así; pero si le negáis toda clase de autoridad, deberéis deducir como consecuencia lógica, que el nombramiento de Martín V (1417) era ilegal. Entonces, ¿dónde va a parar la sucesión Papal? ¿Podréis hallar su hilo? No hablo de los cismas que han deshonrado a la Iglesia. En esos desgraciados tiempos la Sede de Roma se hallaba ocupada por dos y a veces hasta por tres competidores. ¿Quién de éstos era el verdadero papa?


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"¿podéis hacer esto cuando la historia está allí probando con una claridad igual a la del sol mismo, que los Papas han errado en sus enseñanzas? ¿Podéis hacerlo y sostener que papas avaros, incestuosos, homicidas, simoniacos, han sido vicarios de Jesucristo?"


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Resumiendo una vez más, vuelvo a decir que, si decretáis la infalibilidad del actual obispo de Roma, deberíais establecer la infalibilidad de todos los anteriores, sin excluir a ninguno; mas, ¿podéis hacer esto cuando la historia está allí probando con una claridad igual a la del sol mismo, que los Papas han errado en sus enseñanzas? ¿Podéis hacerlo y sostener que papas avaros, incestuosos, homicidas, simoniacos, han sido vicarios de Jesucristo? ¡Ay, venerables hermanos! mantener tal enormidad sería hacer traición a Cristo peor que Judas, sería echarle suciedad en la cara. (Gritos: ¡Abajo del púlpito! ¡Pronto! ¡Cerrad la boca del hereje!).

Mis venerables hermanos, estáis gritando. ¿Pero no sería más digno pesar mis razones y mis palabras en la balanza del santuario? Creedme, la historia no puede hacerse de nuevo, allí está y permanecerá por toda la eternidad, protestando enérgicamente contra el dogma de la infalibilidad papal. Podéis declararla unánime, ¡pero faltaría un voto y ese sería el mío! Los verdaderos fieles, monseñores, tienen los ojos sobre nosotros, esperando de nosotros algún remedio para los innumerables males que deshonran la Iglesia. ¿Desmentiréis sus esperanzas? ¿Cuál no será nuestra responsabilidad ante Dios, si dejamos pasar esta solemne ocasión que Dios nos ha dado para curar la verdadera fe?

Abracémosla, mis hermanos; amémonos con un ánimo santo, hagamos un supremo y generoso esfuerzo; volvamos a la doctrina de los apóstoles, puesto que, fuera de ella, no hay más que horrores, tinieblas y tradiciones falsas. Aprovechémonos de nuestra razón e inteligencia, tomando a los apóstoles y profetas por nuestros únicos maestros, en cuanto a la cuestión de las cuestiones: "¿Qué debo hacer para ser salvo?" Cuando hayamos decidido esto habremos puesto el fundamento de nuestro sistema dogmático, firme e inmóvil como la roca, constante e incorruptible de las divinamente inspiradas Escrituras. Llenos de confianza, iremos ante el mundo y, como el apóstol San Pablo en presencia de los libre pensadores, no reconoceremos a nadie "más que a Jesucristo y éste crucificado". Conquistaremos mediante la predicación de la "locura de la cruz", así como San Pablo conquistó a los sabios de Grecia y Roma, y la Iglesia Romana tendrá su glorioso 89. (Gritos clamorosos: ¡Bájate! ¡Fuera con el protestante, el calvinista, el traidor de la Iglesia!).

Vuestros gritos, monseñores, no me atemorizan. Si mis palabras son calurosas, mi cabeza está serena. Yo no soy de Lutero, ni de Calvino, ni de Pablo, ni de los apóstoles, pero sí de Cristo. (Renovados gritos: ¡Anatema! ¡Anatema al apóstata!). ¡Anatema, monseñores, anatema! Bien sabéis que no estáis protestando contra mí, sino contra los santos apóstoles, bajo cuya protección desearía que este Concilio colocase a la Iglesia. ¡Ah! si cubiertos con sus mortajas saliesen de sus tumbas ¿hablarían de una manera diferente de la mía? ¿Qué les diríais, cuando con sus escritos os dicen que el papado se ha apartado del Evangelio del Hijo de Dios, que ellos predicaron y confirmaron tan generosamente con su sangre? ¿Os atreveríais a decirles: "preferimos las doctrinas de nuestros papas, nuestro Belarmino, nuestro Ignacio de Loyola, a la vuestra?" ¡no, mil veces no! a no ser que hayáis tapado vuestros oídos para no oír, cubierto vuestros ojos para no ver, y embocada vuestra mente para no entender.

¡Ah! Si el que reina arriba quiere castigarnos, haciendo caer pesadamente su mano sobre nosotros, como hizo a Faraón; no necesita permitir a los soldados de Garibaldi que nos arrojen de la ciudad eterna; bastará con dejar que hagáis a Pío IX un Dios, así como se ha hecho una diosa de la bienaventurada Virgen.

!Deteneos! ¡deteneos! venerables hermanos, en el odioso y ridículo precipicio en que os habéis colocado. Salvad a la Iglesia del naufragio que la amenaza, buscando en las Sagradas Escrituras solamente la regla de fe que debemos creer y profesar.

He dicho. ¡Dígnese Dios asistirme!

Las últimas palabras fueron recibidas con señales de desaprobación semejantes a las de un teatro. Todos los obispos y padres se levantaron y muchos se fueron a la sala. Bastantes italianos, americanos y alemanes y algunos cuantos franceses e ingleses rodearon al valiente orador y, con un apretón fraternal de manos, demostraron que estaban conformes con su modo de pensar. Este discurso que en el siglo décimosexto hubiera conseguido para el valiente obispo la gloria de morir en la hoguera, en este siglo presente solamente provocó el desdén de Pío IX y de todos los que desean abusar de la ignorancia de las gentes.

Si los católicos después de tan excelente discurso de hace 130 por UN CURA OBISPO CATOLICO siguen ciegos entonces los encomendamos a la infinita gracia de Dios Altísimo.
 
Estimado Ytzik


Tengo entendido que el mencionado escrito de Strossmayer no es genuino. :corazon:


Los mejores historiadores y teólogos de fiar que conozco así lo afirman.
 
Originalmente enviado por: Tobi
Estudiando este asunto primero creí que el discurso era auténtico.

Se me dijo que era falso y la cita de Maripaz al respecto es cierta. José Grau lo pone en duda... Pero luego me asaltó una duda mas que lógica.
El Vaticano ha sido quien ha afirmado que el dicho discurso es falso. Pero......¿Lo han demostrado? Ellos tienen la actas del Vaticano I y en ellas debe estar el discurso de marras, ¿por que entonces no lo sacan a la luz? ¿Por que no permiten a los historiadores que lo investiguen y demuestren la falsedad del que se ha hecho público?.
Estos porques no respondidos me hacen sospechar que el famoso discurso no es tan falso como pretenden.

Al igual que muchos yo también pensé que era original, y mucha más me sorprenden que digan que es de origen latino, puesto que yo lo conocía en inglés originalmente.

El discurso es muy "evangélico" y no de un católico, aunque Strossmayer si se oponía al dogma en sí y tenía sus proias ideas al respecto.

Al igual que Tobi me gustaría ver las actas de ese famoso concilio, tengo entendido que Strossmayer después de este concilio trabajó en el Vaticano, y que él mismo negó la veracidad del discurso, pero será acaso que lo callaron con un buen cargo en la "Santa" sede......
 
Volvemos a lo mismo, pero siempre de diferente manera.

Bueno analicemos MT 16,18.

Miremos la escena: No solamente fue significante para Simón recibir un nuevo e inusual nombre, sino que también fue importante el lugar donde Jesús solemnemente cambió el nombre a Pedro. Esto sucedió cuando "Jesús vino a la ciudad de Cesárea de Filipo" (Mateo 16:13), una ciudad que Felipe el Tetrarca construyó en honor de Octavio Julio Cesar Augustus, que había muerto en el año 14 D.C.

La ciudad estaba situada cerca de las cascadas en el río Jordán y cerca de un gigantesco muro de roca de unos 200 pies de alto y 500 pies de largo, que es parte de la falda sur del Monte Hermón. La ciudad no existe actualmente, pero sus ruinas están cerca de Banias, una pequeña ciudad árabe, y en la base del muro de roca puede encontrarse a su izquierda uno de los afluentes que alimentan el Jordán. Fue aquí donde Jesús se dirigió a Simón y le dijo: "Tú eres Pedro" (Mateo 16:18.

La significación de este hecho quedó bien clara a los otros apóstoles. Como judíos devotos ellos conocían que el lugar era verdaderamente importante para aquello que se estaba haciendo –cambiar el nombre a Simón– . Nadie acusó a Simón por haber recibido solamente él este honor, y en el resto del Nuevo Testamento es llamado por su nuevo nombre, mientras que Santiago y Juan siguieron llamándose Santiago y Juan, no Boanerges.

Cuando Él encontró por primera vez a Simón, "Jesús le miró, y dijo, «¿tú eres Simón el hijo de Juan? Te llamarás Kefas (que significa Pedro)»" (Juan 1:42). La palabra "Kefas" en griego es meramente la traducción literal de la palabra "Kefas" en arameo. Luego, después que Pedro y los otros discípulos estaban con Cristo ellos regresaron otra vez a Cesarea de Filipo, donde Pedro hizo su profesión de fe: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Vivo" (Mateo. 16:16). Jesús le dijo que aquello era una verdad especialmente revelada a él y luego, solemnemente reiteró: "Y yo te digo a ti, tú eres Pedro " (Mateo 16:18). Y a esto añadió la promesa de fundar la Iglesia, de algún modo, fundada sobre Pedro. (Mateo 16:18).

Entonces dos cosas muy importantes les fueron dada a los apóstoles: "Todo lo que ates en la tierra, será atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos" (Mateo 16:19). Aquí Pedro fue distinguido con la autoridad de perdonar los pecados y elaborar las reglas disciplinarias. Luego los apóstoles recibieron similar poder pero en este caso particularmente aquí lo recibe Pedro de modo singular. También fue solamente a Pedro que se le prometió: "Te daré las llaves del Reino de los Cielos" (Mateo 16:19). En aquellos tiempos la llave era signo de autoridad. Una ciudad amurallada tenía una gran puerta, y esa puerta tenía una gran cerradura que funcionaba con una gran llave. Dar la llave de la ciudad (un honor que todavía existe hoy día, a pesar de que no hay puertas) es también dar libre acceso y autoridad sobre la ciudad. La cuidad de la que Pedro estaba recibiendo la llave era nada más y nada menos que la misma Ciudad Celestial. Este mismo simbolismo para la autoridad es usado en otra parte de la Biblia (Is. 22:22, Apocalipsis 1:18).

Finalmente, después de la Resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos y le preguntó por tres veces a Pedro: "¿Me amas? (Juan 21:15-17). En arrepentimiento por sus tres negaciones, Pedro hizo una triple afirmación de amor. Entonces Cristo, el Buen Pastor (Juan 10:11, 14), dio a Pedro la autoridad que él había prometido: "Apacienta mis ovejas" (Juan 21:17). Esto específicamente incluía a los otros apóstoles, desde que Jesús le preguntó a Pedro, "¿Me amas más que éstos?" (Juan 21:15) –la palabra "éstos" se refiere a los otros apóstoles que estaban presentes (Juan 21:2)–. Esto sucedió para que se cumpliera la profecía hecha antes de que Jesús y sus discípulos estuvieran por última vez en el Monte de los Olivos.

Inmediatamente antes de su negación Jesús le dijo a Pedro: "Simón, Simón, he aquí que Satanás ha pedido tenerte para cribarte como a trigo, pero yo he orado por ti para que tu fe no se apague; y cuando te recobres de nuevo, [después de su negación] da firmeza a tus hermanos" (Lucas 22:31-32). Fue por Pedro por quien Cristo rezó para que su fe no fallara y para que fuera el guía de los demás, y su oración, siendo perfectamente eficaz, sería cumplida por seguro.

"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia" (Mateo 16:18). La discusión sobre este verso siempre ha versado sobre el significado de la palabra "piedra" o "roca". ¿A quién se refiere Jesús? Desde que el nuevo nombre de Simón, Pedro, por sí sólo significa "roca", la frase puede ser re-escrita como "Tú eres Roca y sobre esta roca yo construiré mi iglesia". El juego de palabras es obvio, pero muchos comentadores, deseando evitar lo que sigue después de esto –el establecimiento del papado– han sugerido que la palabra roca no puede referirse a Pedro, debe referirse a su profesión de fe o a Cristo mismo.

Desde el punto de vista gramatical, la frase "esta roca" debe referirse al nombre sustantivo más cercano. La profesión de fe de Pedro (Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Vivo") es dos versículos antes, mientras que su nombre, un nombre propio, está precediendo inmediatamente la cláusula. Consideremos como una analogía esta paráfrasis: "Yo tengo un carro y un camión, y éste es azul" ¿Cuál es azul? El camión, porque es el sustantivo más cercano al pronombre "éste" . Todo esto es más claro si la referencia al carro ha sido dos frases antes, como la referencia a la profesión de fe de Pedro son dos frases antes que el término roca.

El mismo tipo de argumentación considera que la palabra roca puede hacer referencia a Cristo mismo ya que él está mencionado en la profesión de fe. El hecho de que en otra parte de la Escritura, en una metáfora diferente, Cristo es llamado "piedra angular" (Efesios 2:20, 1 Pedro 2:4-8) no desaprueba que aquí la fundación es Pedro.

Al contrario, mas bien parece encajar con el nombre de Pedro (Piedra o Roca Base) mientras Jesus (Piedra o Roca Angular) descansa sobre el apostol para que la Iglesia del señor sea edificada siglo por siglo. Pedro puede ser la fundación solamente porque Cristo es el Primero.

Los que se oponen a la interpretación católica de Mateo 16:18 algunas veces argumentan que en el texto griego el nombre del apóstol es "Petros", mientras que "roca" es traducido como "piedra" (petra). Ellos dicen que la primera palabra (petros) significa una pequeña piedra y que la segunda (petra) es una gran masa de roca, entonces, si Pedro fue pensado para ser una gran roca ¿por qué su nombre no es "Petra"? Ahora bien, observe que Cristo no habló a sus discípulos en griego. Él habló en arameo, el lenguaje popular en la Palestina de entonces. En ese lenguaje la palabra para "roca" es "Kefa", que es la que Jesús usaba en su lenguaje común (fíjese que en Juan 1:42 él dijo: "Te llamarás Kefas"). Lo que Jesús dijo en Mateo 16:18 fue esto: "Tú eres Kefa, y sobre esta kefa estableceré mi Iglesia."

Cuando el evangelio de San Mateo fue traducido del arameo original al griego resultó un problema que no confrontó el evangelista cuando él compuso este compendio de la vida de Cristo. En arameo la palabra kefa tenía el mismo sentido final para referirse a una gran roca o a un nombre personal masculino. En griego, la palabra para traducir roca, petra, es del género femenino. El traductor pudo usarlo en la segunda vez que aparece la palabra en la oración, pero no para la primera porque sería inapropiado dar a un hombre un nombre femenino. Por eso el traductor puso un final masculino en esto, y éste fue Petros.

Considerando otro punto de vista: si la palabra roca se refiriera directamente a Cristo (como dicen algunos anticatólicos, basándose en 2 Corintios 10:4, "y la Roca era Cristo" –aunque la roca era literalmente una roca física que viajaba con los israelitas en el desierto durante el éxodo; cf. Ex. 17:6, Núm. 20:8), ¿por qué Mateo dejó el pasaje como estaba? En el arameo original, y en el inglés que es más parecido al arameo que al griego, el pasaje es claro. Mateo pudo darse cuenta que sus lectores entenderían el obvio sentido de "Pedro… piedra"

Si Mateo se refirió a Cristo como la roca, ¿por qué no lo dijo claramente? ¿Por qué dio la oportunidad y dejó a Pablo escribir clarificando el texto (presumiendo, desde luego, que 1 Corintios fue escrito después del evangelio de Mateo, y si fue primero, ¿por qué no escribió para clarificar este asunto?

La razón, desde luego, es que Mateo conocía muy bien que la frase quería decir lo que realmente está diciendo. Y fue Simón, débil como era, quien fue elegido para ser la roca el primer eslabón en la cadena del papado.

El caso del obispo Strossmayer en el Concilio Vat. I

Se trata del "famoso" discurso del obispo croata Mons. J. J. Strossmayer durante el Concilio Vaticano I (1870), en el cual se ataca la enseñanza de la Iglesia sobre la infalibilidad papal, el primado del obispo de Roma, etc. Dicho discurso aparece como una defensa de la doctrina protestante sobre estos temas, poniendo en ridículo la doctrina católica. Sin embargo dicho discurso jamás existió. En realidad el obispo Strossmayer es un gran hombre de Iglesia, promotor destacado de la auténtica unidad con Ortodoxos y Protestantes. (Que ustedes levanten con su catolicofobia paranoias y complots como en x-files, se debe nada mas al miedo y la falsa idea que tienen de la Iglesia Catolica)
 
Supongamos, por un momento, que el Papa es infalible, no solamente en lo que respecta a los temas morales y de la fe, sino también en trigonometría. Se le presenta entonces con un examen que consiste de cien problemas de trigonometría. ¿Cuál es el menor número de problemas que él puede contestar correctamente?

Pudiera ser que alguien que entiende de trigonometría dijera, "cien" pero tal persona no entiende de infalibilidad más que lo que entiende el promedio de los que no son católicos. La respuesta correcta es: cero. Aunque fuera infalible en trigonometría, el Papa puede no resolver ninguno de los problemas. Ser infalible en trigonometría significa entonces el estar imposibilitado de dar respuestas incorrectas en vez de ser capaz de responder correctamente cada pregunta. La hoja de respuestas puede ser dejada en blanco, y de hecho, debiera ser dejada en blanco si el Papa no se ha preparado de antemano para responderlas.

Lo mismo sucede en la vida real. Bajo la vigilancia del Espíritu Santo, al Papa se le garantiza que no enseñará errores en lo que respecta a fe y moral (presuponiendo, por supuesto, que él intenta hacer una declaración ex cathedra y que no está pronunciándose privadamente y meramente como un estudioso). El Papa no puede enseñar que algo es verdad a menos que él mismo sepa primero que es efectivamente así, y recordemos que él aprende las cosas de la misma manera que las aprendemos nosotros.

Los católicos que fallan en entender este examen pueden al menos apreciar por qué la mayoría de los fundamentalistas no pueden entender la infalibilidad. Estos no entienden lo que significa infalibilidad. La gran mayoría escucha la palabra "infalibilidad" y piensan "impecabilidad". Los fundamentalistas piensan que los Católicos creen que el Papa no puede pecar.

Otros que no cometen este error elemental, imaginan que el Papa es como Joseph Smith, el fundador del Mormonismo que declaraba que haber tenido en cierta ocasión el Urim y Tumim que se mencionan en el Antiguo Testamento. Smith dijo haber usado este artefacto para traducir el Libro de Mormón de las placas doradas, o al menos eso dijo haber hecho, y muchos de quienes no son católicos piensan que el Papa se apoya en alguna especie de amuleto o endriago mágico cuando es preciso hacer una definición infalible. Considerando esto entonces, es esperar demasiado del fundamentalista promedio que entienda los detalles finos de la infalibilidad. Lo primero que tendría que percibir (luego que se le aclarara que el asunto consiste en la ausencia de error y no en la ausencia de pecado) es que la infalibilidad pertenece al cuerpo de obispos en su totalidad, cuando, en unidad moral, enseñan una doctrina como verdad. "El que a vosotros escucha, a mí escucha" (Lucas 10:16); "todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos" (Mateo 18:18).

El Concilio Vaticano II lo expresa así:

Aunque cada uno de los prelados por sí no posea la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, si todos ellos, aun estando dispersos por el mundo, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el Sucesor de Pedro, convienen en un mismo parecer como maestros auténticos que exponen como definitiva una doctrina en las cosas de fe y de costumbres, en ese caso anuncian infaliblemente la doctrina de Cristo. la Iglesia universal, y sus definiciones de fe deben aceptarse con sumisión. Esta infalibilidad que el Divino Redentor quiso que tuviera su Iglesia cuando define la doctrina de fe y de costumbres, se extiende a todo cuanto abarca el depósito de la divina Revelación entregado para la fiel custodia y exposición. Esta infalibilidad compete al Romano Pontífice, Cabeza del Colegio Episcopal, en razón de su oficio, cuando proclama como definitiva la doctrina de fe o de costumbres en su calidad de supremo pastor y maestro de todos los fieles a quienes ha de confirmarlos en la fe (cf. Lc., 22,32). Por lo cual, con razón se dice que sus definiciones por sí y no por el consentimiento de la Iglesia son irreformables, puesto que han sido proclamadas bajo la asistencia del Espíritu Santo prometida a él en San Pedro, y así no necesitan de ninguna aprobación de otros ni admiten tampoco la apelación a ningún otro tribunal. Porque en esos casos el Romano Pontífice no da una sentencia como persona privada, sino que en calidad de maestro supremo de la Iglesia universal, en quien singularmente reside el carisma de la infalibilidad de la Iglesia misma, expone o defiende la doctrina de la fe católica. La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el cuerpo de los Obispos cuando ejercen el supremo magisterio juntamente con el sucesor de Pedro. A estas definiciones nunca puede faltar el asenso de la Iglesia por la acción del Espíritu Santo en virtud de la cual la grey toda de Cristo se conserva y progresa en la unidad de la fe.

La infalibilidad del Papa es con certeza una doctrina que se ha desarrollado con el tiempo, pero no es algo que saliera súbitamente de la nada en 1870 sino que está implícita en los siguientes textos petrinos: Juan 21:15-17 ("Alimenta a mis ovejas"); Lucas 22:32 ("He orado por ti para que tu fe no falle"); Mateo 16:18 ("Tu eres Pedro…"). Cristo instruyó a la Iglesia a predicar las buenas nuevas (Mateo 28:19-20) y prometió la protección del Espíritu Santo "para guiarlos en toda verdad" (Juan 16:13). Ese mandato y aquella promesa garantizan que la Iglesia nunca se apartaría de sus enseñanzas (1 Timoteo 3:15), aun cuando ciertos católicos individualmente pudieran hacerlo. La incapacidad de la Iglesia de enseñar error es en sí la infalibilidad y es una protección por pasiva. Significa que lo que se enseñe oficialmente no puede ser erróneo. No significa que los maestros oficiales tendrán la inteligencia de ponerse de pie y enseñar lo correcto cuando sea que se necesite enseñar algo.

San Cipriano de Cartago, que escribiera alrededor del año 256, preguntó: "¿Se atreverían los herejes a acercarse a la misma silla de Pedro de la cual se deriva la fe apostólica y desde la cual no puede emanar error?”

San Agustín de Hipona resumió este antiguo concepto remarcando, "Roma ha hablado; el caso está cerrado."

Un pronunciamiento papal infalible se realiza solamente cuando una doctrina es cuestionada. No ha habido dudas de parte de la vasta mayoría de los católicos en lo que respecta a la mayor parte de dichos pronunciamientos, sin embargo, en casi cualquier época uno podría encontrar a alguien que negara una creencia dada. Fíjese el lector en el Catecismo y mire que gran cantidad de doctrinas hay allí que nunca han sido formalmente definidas por una declaración papal ex cátedra. De hecho pocos tópicos existen en los que un Papa pudiera emitir una decisión infalible sin secundar pronunciamientos infalibles de alguna otra fuente, como ser un concilio ecuménico o una enseñanza unánime de los Padres de la Iglesia.

Joseph Zacchello, que fuera ordenado sacerdote en Italia y enviado a los Estados Unidos a servir a la comunidad ítaloamericana, se convirtió al así llamado "cristianismo bíblico" en 1944. Cuatro años después publicó "Secrets of Romanism" (Secretos del Romanismo). Debido a la reciente resurgencia del sentimiento anticatólico, el libro ha sido impreso nuevamente. Zacchello argumenta en contra de la infalibilidad papal sobre la base de que "carece del poder de prevenir divisiones. Hay papas que han anatematizado a otros papas, concilios que contradicen otros concilios y doctores en teología que se han opuesto con violencia a otros doctores." Además, nos dice, "la Iglesia de Roma tuvo frecuentemente dos papas; y en una ocasión hubo tres papas rivales al mismo tiempo (el Gran Cisma de Occidente 1378-1417)."

Esto es confuso e inexacto. Nunca un católico afirmó que la infalibilidad papal "prevendría divisiones". Si, es cierto que ciertos papas han contradicho a otros papas, en sus opiniones privadas o en lo que respecta a normas disciplinarias; pero nunca ha habido un Papa que oficialmente contradijera lo que un Papa anterior enseñara oficialmente en materia de fe y moral. Lo mismo puede ser dicho de los concilios ecuménicos, que también enseñan con infalibilidad. No ha habido un concilio ecuménico que contradijera la enseñanza de un concilio ecuménico anterior en lo que toca a fe y moral. ¿Ha habido "doctores en teología que se han opuesto con violencia a otros doctores"? Por supuesto, pero los católicos no afirman que los doctores en teología sean infalibles, de modo que los desacuerdos entre ellos es irrelevante y ciertamente el hecho de que ellos puedan no estar de acuerdo unos con otros no quita ni agrega nada al tema de la infalibilidad papal.

Considere el comentario capcioso de Zacchello acerca del Gran Cisma de Occidente. Sucedió así. En 1378 Urbano VI fue legalmente elegido Papa. Algunos cardenales juzgaron que no había sido elegido apropiadamente, así que eligieron a otro hombre, Clemente VII. Hubo hombres buenos en ambos lados, que dieron apoyo a cada aspirante al papado pensando honestamente que estaban apoyando al verdadero Papa. Nadie imaginó que pudiera haber dos papas al mismo tiempo. Para resolver la disputa, otro grupo de cardenales se excedió en sus derechos y eligió a un tercer Papa, Alejandro V. Durante todo este tiempo, Urbano VI era el auténtico Papa. Con el tiempo él murió así como también sus rivales. El tercer sucesor de Urbano fue Gregorio XII. Para terminar con la confusión, que para entonces ya había durado casi cuarenta años, se llamó a un concilio y Gregorio XII renunció. Los sucesores de Clemente y Alejandro fueron declarados impropiamente elegidos y fue elegido un nuevo Papa, Martín V. En todos esos años nunca se cuestionó el hecho de que hubiera más de un Papa; tan sólo hubo confusión entre los fieles respecto a quién era el legítimo sucesor del Príncipe de los Apóstoles, no en materia de doctrina Cristiana.

Igualmente errado es lo que dice Ralph Woodrow, autor de Babylon Mystery Religion. El dice, "La gente naturalmente cuestiona cómo la infalibilidad puede ser asociada con el oficio papal cuando algunos de los papas han sido tan pobres ejemplos en lo que toca a moral e integridad". Sin embargo inmediatamente reconoce que está confundiendo infalibilidad con impecabilidad y por eso se ataja diciendo, "Y si la infalibilidad fuera aplicada sólo a las doctrinas pronunciadas por los papas, ¿por qué es que algunos papas están en desacuerdo con otros papas?" Este autor quiere ganar a dos puntas, su argumento rinde más si el lector piensa que la infalibilidad y la impecabilidad son idénticas, pero deja lugar para algún lector que pueda conocer la diferencia.

Después de contar el caso del Papa Formoso (admitimos que es un caso realmente macabro), cuyo cuerpo fue desenterrado y puesto en el banquillo de los acusados durante un juicio póstumo, Woodrow reclama que "tan agudo desacuerdo entre papas es ciertamente un argumento en contra del ideal de la infalibilidad papal". Esto es evidencia de una confusión básica, desde que el asunto siempre debe ser expresado de esta manera: ¿Ha habido dos papas oficialmente en desacuerdo en lo que toca a cuestiones de fe y moral? El caso del Papa Formoso no tuvo nada que ver con ninguna enseñanza ni desacuerdo de esa clase. Formoso era el obispo de Porto (Portugal), y fue elegido Papa en un momento en que se consideraba impropio el traslado de un obispo de una diócesis a otra. Esto era meramente una regla disciplinaria y no invalida su elección. Su segundo sucesor, Esteban VII, a instancias de el emperador Lamberto, halló políticamente conveniente el declarar que Formoso había llegado al papado por medios impropios y que las ordenaciones hechas por él eran, en consecuencia, inválidas. De ahí surge el juicio ya mencionado. Formoso fue hallado "culpable" y sus ordenaciones fueron declaradas nulas. Así que, hubo ciertamente un desacuerdo (si tal cosa fuera posible) entre Formoso, que estaba muerto para ese entonces, y Esteban; sin embargo el juicio póstumo, sin importar cuán repugnante nos parezca, no tuvo nada que ver con una definición de fe o moral, de modo que la cuestión de la infalibilidad papal no corresponde a este caso.

Woodrow continúa señalando que ese "Papa Sixto V hizo preparar una versión de la Biblia a la que declaró auténtica. Dos años después el Papa Clemente VIII declaró que estaba llena de errores y ¡ordenó que se hiciera otra!" y agrega "Cuando consideramos los cientos de veces y maneras en que los papas se han contradicho por siglos, podemos entender por qué la idea de la infalibilidad papal es difícil de aceptar para mucha gente. En tanto es cierto que la mayoría de las pronunciaciones papales no son hechas dentro de los limitados confines de la definición de 'ex cathedra' de 1870, aún así si los papas han errado de tantas otras maneras, cómo podemos creer que les ha sido garantizada la infalibilidad divina por unos momentos en caso de que decidan hablar ex cathedra"

No nos sorprende que Woodrow termine su capítulo sobre la infalibilidad papal con un ejercicio de numerología, anotando que "tan temprano como en 1612 se señaló, como Andreas Helwig dice en su libro 'El Anticristo Romano', que el título 'Vicario de Cristo' tiene un valor numérico de 666." Cuando se escribe 'Vicario del Hijo de Dios' (Vicarius Filii Dei), las letras suman 666, si se usan caracteres romanos. El número nos recuerda a Revelación 13:18 por supuesto, 'Que el que tenga entendimiento cuente el número de la bestia: que es número de hombre; y su número es seiscientos sesenta y seis.'"

Hay varias aspectos erróneos en este argumento. Vicarius Filii Dei nunca ha sido usado como título por ningún Papa. El título completo del Papa es Obispo de Roma, Vicario de Jesucristo (o simplemente Vicario de Cristo, Vicarius Christi), Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, Supremo Pontífice de la Iglesia Universal, Patriarca de Occidente, Primado de Italia, Arzobispo y Metropolitano de la Provincia de Roma y Soberano de la Ciudad del Vaticano.

El latín, como muchos otros idiomas antiguos, usó letras para representar números. Las letras de Vicarius Filii Dei suman, ciertamente, 666. No así las letras de Vicarius Christi. Los sabihondos anticatólicos, incapacitados de usar ventajosamente Vicarius Christi—el verdadero título del Papa—lo reemplazan por un título similar y ¡listo!—concluyen que el Papa es la bestia del Apocalipsis.

En esto, los opositores al catolicismo dejan de lado una importante realidad. El último libro de la Biblia fue escrito en griego y no en latín. Debiéramos esperar que el "número de la bestia" se manifestara numerológicamente en griego y no en latín. El nombre o título que suma 666 debiera fundamentarse en el idioma griego. Hay una manera de hacer entrar el latín en este asunto pero, no favorece al argumento anticatólico.

Al fin del segundo siglo estaban en circulación manuscritos que daban el número de la bestia como 616 en vez de 666. ¿Por qué la discrepancia? Aparentemente algunos copistas estaban confundidos y esa confusión da lugar a que creamos en la teoría, generalmente aceptada, sobre la identidad de la bestia que correspondería a Nerón César.


El nombre de Nerón en griego, cuando se lo escribe con caracteres hebreos es NRWN QSR. Cada letra se entiende como un número (la suma correspondiente es 50+200+6+100+60). AL sumar las letras se obtiene 666. La forma latina de su nombre, escrita en caracteres hebreos, es ligeramente diferente: NRWQSR. Esta última suma 616, lo que corresponde con la lectura alternativa de los manuscritos. Debe haber resultado lo más natural para los copistas cuya lengua era el latín, y que sabían que se hacía referencia a Nerón, el asumir que 666 era un error y que 616 debía ser el número correcto. De esa forma vemos en los primeros manuscritos la forma 666 y otros posteriores—copiados cuando el latín se había convertido en la lengua franca del Mediterráneo—encontramos la forma 616.

No sólo corresponde el nombre de Nerón con esta aritmética, también lo identifica con la bestia la evidencia en los mismos manuscritos; y además su perfil histórico coincide con el contexto del Apocalipsis. El fue el primer emperador que persiguió a los cristianos y hubiera sido el mejor para representar a la bestia. Sus persecuciones habían sido tan vigorosas que se rumoreaba que Nerón había vuelto a la vida en uno de sus sucesores, Domiciano, que también fue un perseguidor. Domiciano era conocido como Nero Redivivus, Nerón Resucitado.

De todos modos, cualquiera sea la identidad real de la bestia, Ralph Woodrow no da ninguna buena razón para conectar el número 666 con el papado. Lo mejor que puede hacer es usar una argucia como prueba. Como muchos otros anticatólicos, está tan desesperado por identificar a la bestia con el papado que no se preocupa por atenerse a los hechos.

La doctrina de la infalibilidad no significa que el Papa es infalible como hombre. No está relacionada con sus hábitos personales. No significa que él sea sin pecado. Tampoco significa que él sea inspirado como lo fueron los apóstoles de tal manera que pueda ser autor de las Escrituras.

El rechazo de la infalibilidad por los fundamentalistas emana de el punto de vista que tienen de la Iglesia. No piensan que Cristo estableció una Iglesia visible, lo cual quiere decir que no creen en una jerarquía de obispos encabezada por el Papa. Está fuera de los propósitos de este escrito el dar una demostración elaborada del establecimiento de una Iglesia visible. Es suficiente con notar que el Nuevo Testamento muestra a los apóstoles armando, según las instrucciones de su Maestro, una organización visible y que cada escritor cristiano de los primeros siglos de hecho casi todo cristiano hasta la época de la Reforma Protestante dio por sentado que Cristo había formado una organización.


Si El lo hizo, debe haber provisto que continuaría; que sería fácilmente identificable (de modo que tenía que ser visible para poder ser hallada) y, como El iba a estar ausente de la tierra, debía proveer también algún medio de preservar intactas todas sus enseñanzas. Todo esto se efectúa por medio de la sucesión apostólica de los obispos y la preservación del mensaje cristiano, en su totalidad, fue garantizado a través del don de la infalibilidad de la Iglesia en su totalidad, pero principalmente como se ejerce por medio de la cabeza temporal de la Iglesia, el Papa.

El espíritu Santo previene al Papa de enseñar oficialmente el error, y este carisma surge, necesariamente, de la misma existencia de la Iglesia. Si la Iglesia va a hacer lo que Cristo dijo que debía hacer y no lo opuesto a lo que Cristo decretó, por ejemplo, que las puertas del infierno prevalecieran contra ella entonces debe enseñar infaliblemente. Debe demostrar que tiene una guía estable y perfecta en lo que toca a asuntos necesarios para la salvación. No existe garantía de que un Papa en particular no desperdicie oportunidades de enseñar la verdad, o de que sea un hombre sin pecado, o que las meras decisiones disciplinarias que tome sean hechas con inteligencia. Sería conveniente si el Papa fuera omnisciente o sin pecado, pero el que no lo sea no va a subvertir a la Iglesia. Pero sí debe ser capaz de enseñar correctamente, porque tal es la función de la Iglesia. Para que los hombres sean salvados, deben saber que es lo que deben creer. Tienen que tener una roca perfectamente estable sobre la cual construir en lo que toca a enseñanzas oficiales, y es allí en donde la infalibilidad papal existe.