Once Conferencias pronunciadas en 1840 en la ciudad de Ginebra por John Nelson Darby

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[h=3][SIZE=+1]OCTAVA CONFERENCIA[/SIZE][/h]
[h=3](Romanos 11, 21)[/h]
[h=3][SIZE=+2]Las promesas de Jehová a Israel
[/SIZE][SIZE=+2]La primera entrada a su tierra prometida[/SIZE][/h]
En Romanos 11:1 el apóstol hace esta pregunta acerca de Israel: «¿Ha desechado Dios a su pueblo?» Él presenta, hasta el capítulo 8, la historia del hombre pecador, de todos nosotros, seamos judíos o gentiles; expone el Evangelio de la gracia de Dios, la reconciliación del hombre, sin diferencias entre judíos y gentiles, por la muerte y resurrección de Jesucristo. Después de haber establecido esta doctrina, demostrando que no anulaba las promesas hechas a Israel, comienza, en el capítulo 9, la historia de las dispensaciones; da a conocer la manera en que Dios ha actuado para con los judíos y gentiles, y, dentro de este capítulo 11, trata acerca de esta cuestión: «¿Ha desechado Dios a su pueblo?»
[h=4][SIZE=+1]¿Ha desechado Dios a los judíos según la carne?[/SIZE][/h]
Hemos visto, al estudiar la historia de las cuatro bestias así como la de la Iglesia, que los judíos han sido echados a un lado, y que ha aparecido el Evangelio en este mundo para salvación de los pecadores, sean judíos o gentiles, para revelar el misterio escondido de un pueblo celestial, y para dar a comprender a los principados y potestades en lugares celestiales la multiforme sabiduría de Dios (Ef 3:10). Un judío que se convierte ahora entra en la dispensación de la gracia; pero por ello mismo surge ahora esta pregunta: «¿Ha desechado Dios a su pueblo?»
Aquí no se trata de Su pueblo espiritual; se trata de Su pueblo según la carne, de los Suyos, de los judíos. El apóstol dice en el v. 28: «Son enemigos por causa de vosotros» por lo que respecta al Evangelio, pero en cuanto a la elección, son amados «a causa de los padres». En este capítulo 11 no se trata por tanto del Evangelio, del llamamiento de los judíos a la gracia por medio del Evangelio, aunque haya de entre este pueblo una elección para el Evangelio; se trata de los judíos como pueblo externo de Dios, de los judíos según la carne, que son enemigos en cuanto al Evangelio, pero amados a causa de los padres en lo que concierne a una elección nacional.
¿Es que Dios ha rechazado a este pueblo enemigo por lo que respecta al Evangelio? La respuesta del apóstol es: «¡En ninguna manera!»
Nosotros los cristianos nos gloriamos en este principio: que «irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios». Muy bien, es un principio Escriturario, pero, ¿a quién lo aplica aquí el apóstol? No a nosotros, sino a los judíos. Es siempre muy importante tomar cada pasaje de la palabra de Dios dentro de su contexto, y no arrancarlo del terreno en el que Dios lo ha plantado.
[h=4][SIZE=+1]La dispensación de la iglesia[/SIZE][/h]
Durante la actual dispensación, Dios está llamando a un pueblo celestial; como consecuencia, deja de lado a Su pueblo terrenal, los judíos. La nación judía no puede jamás entrar en la Iglesia; al contrario, «ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles»; hasta que todos los hijos de Dios, que constituyen la Iglesia dentro de esta dispensación, sean llamados.
[h=4][SIZE=+1]Las promesas dadas a Abraham[/SIZE][/h]
Pero Israel será salva como nación. Vendrá de Sión el Libertador; Él no ha rechazado a Su pueblo. Son enemigos por causa del Evangelio, y lo serán hasta que haya entrado la plenitud de las naciones; pero el Libertador vendrá. Esta es una declaración sumaria del propósito divino con respecto a los judíos.
Desde el momento en que se puede decir de la dispensación de los gentiles que no se ha mantenido en la bondad de Dios, se puede decir que más tarde o más temprano será cortada: «bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado» (v. 22).
La raíz del olivo no es desde luego Israel bajo la ley; bien lejos de esto. Es Abraham, a quien le fue dirigido el llamamiento de Dios. Fue el llamamiento de un solo hombre, separado, escogido, depositario de las promesas; la elección recayó sobre Abraham, y sobre la familia de Abraham según la carne. Israel sirvió de ejemplo, como depositario de las promesas y de la manifestación de la elección de Dios; actualmente lo es la Iglesia.
A fin de que podáis comprender esta raíz de las promesas que es Abraham, diré algo acerca de la serie de dispensaciones que han sido anteriormente.
[h=4][SIZE=+1]La caída[/SIZE][/h]
Primero, tras la Caída, vemos al hombre dejado a sí mismo. Aunque no carente de testimonio, no tenía ni ley ni gobierno, y la consecuencia de ello fue el mal llevado hasta el mayor grado, de manera que el mundo quedó lleno de violencia y de corrupción; por ello, Dios lo purificó mediante el diluvio.
[h=4][SIZE=+1]El gobierno dado a Noé[/SIZE][/h]
Después vino Noé. Tiene lugar un cambio; este cambio es que el derecho de vida y de muerte, el derecho de ejecutar venganza, es dejado en manos de los hombres: «El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada.» A esto se une una bendición de la tierra, en mayor o menor grado: «Éste», dijo Lamec, acerca de Noé, «nos aliviará de nuestras obras, y del trabajo de nuestras manos, a causa de la tierra que Jehová maldijo»; y Dios hizo pacto con Noé y con la creación, en testimonio de lo cual Dios dio el arco iris: «Y percibió Jehová olor grato; y dijo ... no volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre» (Gn 8:21; 9:6, 12 y 13). Éste es el pacto concertado con la tierra a renglón seguido del sacrificio de Noé, tipo del sacrificio de Cristo.
Diré, de pasada, que Noé fracasó en cuanto a este pacto, como siempre ha sucedido con el hombre. En lugar de sacar bendiciones de la tierra mediante la labranza, plantó una viña, embriagándose. Por su culpa, el principio del gobierno perdió también su fuerza en sus primeros elementos, y Noé, que tenía las riendas de este gobierno, vino a ser objeto de ridículo para uno de sus hijos.
[h=4][SIZE=+1]Cristo recuperará todo lo que el hombre perdió[/SIZE][/h]
Vemos, en todas las dispensaciones, la caída inmediata del hombre; pero todo lo que la insensatez humana ha perdido bajo todas las dispensaciones será recuperado en Cristo al final: la bendición de la tierra, la prosperidad de los judíos, el gobierno del Hijo de David, el dominio del gran rey sobre los gentiles, la gloria de la Iglesia. Todo lo que ha aparecido y que ha quedado marchitado entre las manos del primer Adán, volverá a florecer en las del segundo Adán, Esposo de la Iglesia, Rey de los Judíos y de toda la tierra.
Otra caída, todavía más terrible, tuvo lugar después de la que tuvo Noé. Dios había lanzado Su juicio con el diluvio, y Su providencia se había revelado de esta manera. Pero, ¿qué hizo Satanás? Satanás, en tanto que no sea encadenado, se apodera siempre del estado de cosas aquí en la tierra. Tan pronto como Dios se hubo manifestado mediante Sus juicios providenciales, Satanás se presentó también como Dios, haciéndose como Dios. ¿Acaso no se dice que lo que los gentiles ofrecen, a los demonios lo ofrecen, y no a Dios? Así, Satanás se hizo a sí mismo el dios de este mundo. El Señor dijo a los israelitas: «Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños.» (Jos 24:2). Ésta es la primera vez que vemos que Dios señala la existencia de la idolatría. Cuando ésta hizo su aparición, Dios llamó a Abraham; y aquí tenemos, por vez primera, el llamamiento de Dios a una separación exterior con respecto a las cosas de la tierra, por cuanto al, presentarse Satanás como gobernador celestial del mundo, se hizo necesario que Dios tuviera un pueblo separado de los otros pueblos, en el que se pudiera mantener la verdad; y todos los caminos de Dios para con los hombres giran alrededor de este hecho, que el Señor llamó en esta tierra a Abraham y a su descendencia como depositarios de esta gran verdad: Sólo hay un Dios. En consecuencia, todo lo que Dios hace en la tierra se relaciona, de manera entera y directa, con los judíos como centro de Sus consejos terrenales y de Su gobierno. Esto es lo que observaréis, leyendo Deuteronomio 32:8.
Veréis estos dos principios muy claramente enseñados en la Palabra; por un lado, tenemos las promesas incondicionales hechas a Abraham; por otro, a Israel recibiéndolas de manera condicional, y perdiéndolo todo. Pero como Abraham recibió las promesas de forma incondicional, Dios no puede jamás olvidarlas, por mucho que Israel haya faltado después de haberse comprometido bajo una condición. Éste es un importante principio; porque si Dios hubiera faltado a Sus promesas para con Abraham, bien podría faltar asimismo a Sus promesas para con nosotros.
En el Sinaí, Israel aceptó las promesas de manera condicional, y fracasó; pero esto no disminuyó en lo más mínimo la validez y la fuerza de las promesas hechas a Abraham, cuatrocientos treinta años antes. No hablo ahora de aquella promesa espiritual, que «todas las naciones serán benditas en ti», promesa parcialmente cumplida mediante el Evangelio en nuestra dispensación; sino que quiero mostrar que hay promesas hechas a Israel, que descansan sobre la misma fidelidad de Dios.
[h=4][SIZE=+1]Las promesas dadas a los padres[/SIZE][/h]
Comenzaremos nuestras citas acerca de esta cuestión desde la promesa hecha en Génesis 12. Aquí tenemos el llamamiento de Abraham, que se encontraba entonces en medio de su familia idólatra. Ésta es una promesa muy general, pero que abarca las bendiciones temporales, como también las que son puramente espirituales. Las dos clases de promesas aparecen en el mismo versículo, y son igualmente incondicionales. La parte espiritual de la promesa se encuentra repetida una vez, una sola vez, en el capítulo 22, mientras que las promesas temporales son repetidas con frecuencia. En el capítulo 15 tenemos la promesa de la tierra, promesa basada en un pacto concertado con Abraham, igualmente de manera incondicional; se trata de una donación absoluta del país. Se encuentra allí también la promesa de una descendencia numerosa (vv. 5 y 18), e incluso aparecen los límites exactos del país que se le da (v. 18 y ss.). En el capítulo 17:7-8 se renueva la promesa de la tierra. Estas promesas son confirmadas a Isaac (26:3, 4), y a Jacob (35:10-12). Aquí, pues, tenemos «las promesas hechas a los padres», y a Israel amado a causa de los padres, promesas hechas a Abraham sin ninguna condición, tanto las terrenales como las espirituales. Si se dice que las promesas espirituales son incondicionales, también lo son las temporales. Hay tanta seguridad en la promesa hecha a Abraham, «te daré este país», como en las que nos han sido hechas a nosotros, los gentiles.
No cito aquí el combate de Jacob (Gn 32). Se cree que fue la demostración de una fe extraordinaria por parte de este hombre; y es cierto; pero también es cierto que se trata de una fe que, ejercitada después de una conducta muy reprensible, fue acompañada de una evidente humillación. Fue Dios quien luchó contra él, pero Dios sostuvo su fe.
Así, Dios vino a ser «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob», herederos de sus promesas y peregrinos sobre la tierra.
Veremos que Dios, por así decirlo, se gloria en este nombre sobre la tierra, y que los fieles en Israel ponen siempre en él la razón de su confianza. «Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Éste es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos» (Éx 3:15).
Pero, por otra parte, Israel entró en relación con Dios en base de un principio opuesto a todo lo anterior, el principio de la propia justicia, el principio de la ley, en virtud del cual, reconociendo que debemos obediencia a Dios, tratamos de obedecer con nuestras propias fuerzas. Porque la historia del pueblo de Israel es, en grandes líneas, e incluso en los detalles de sus circunstancias, la historia de nuestros corazones. Éxodo 19 nos muestra el inmenso cambio que tuvo lugar en la posición de Israel; hasta entonces, las promesas que les habían sido hechas lo habían sido sin condición. Si repasáis los capítulos de Éxodo, desde el 15 hasta el 19, veréis que Dios les había dado todas las cosas de gracia, incluso a pesar de sus murmuraciones: el maná, el agua, el sábado; y que los había sustentado en su combate con Amalec en Refidim. Todo esto Él se lo recuerda a ellos. «Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y como os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si...».
[h=4][SIZE=+1]Las promesas condicionales[/SIZE][/h]
Vemos aquí la introducción, dentro de las relaciones de Dios con Israel, de este pequeño término si: «Ahora, pues, si diereis oído a mi voz ... vosotros seréis mi especial tesoro, sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa.»
Pero en el momento en que Dios establece una condición, nuestra ruina es segura, porque, desde el primer día en que nosotros nos encontremos en pacto bajo una condición, no la guardamos en absoluto: ésta fue la insensatez de Israel. Es en vano que Dios envía Su ley, que es buena, santa y justa: para un pecador Su ley es la muerte, porque es pecador; y desde el momento en que Dios nos da Su ley y promesas bajo la condición de obediencia a la ley, nos la da no para que podamos obedecer, sino para hacernos comprender más claramente que estamos perdidos, por haber violado esta condición.
Los israelitas hubieran debido confesar: Es cierto que debemos obedecerte; pero hemos fracasado tantas veces que no osamos aceptar las promesas bajo tal condición. En lugar de ello, ¿que dijeron? «Todo lo que Jehová ha dicho, haremos». Se comprometieron a cumplir todo lo que el Señor les mandara. Este pueblo aceptó las promesas bajo la condición de obedecer con exactitud. ¿Y cuál fue la consecuencia de tal temeridad? El becerro de oro ya estuba terminado antes de que Moisés descendiera del monte. En el momento en que nosotros, pecadores, nos comprometemos a obedecer a Dios de manera exacta (aunque la obediencia es siempre un deber), y bajo la pena de perder la bendición si no obedecemos, en tal caso siempre fracasamos. Hace falta que digamos: «Estamos perdidos», por cuanto la gracia da por supuesta nuestra ruina. Y es esta inestabilidad total del hombre puesto bajo condición la que quiere demostrar el apóstol en Gálatas (3:17, 20) cuando dice: «El mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno»; esto es, que a partir del momento en que hay un mediador, es que hay dos partes. «Pero» Dios no es las dos partes. «Dios es uno», y, ¿cuál es entonces la otra parte? El hombre.
[h=4][SIZE=+1]La ley no puede abrogar las promesas[/SIZE][/h]
Así, nada hay estable en el hombre; es por esto que ha sucumbido bajo el peso de sus compromisos, y esto es lo que siempre le sucederá. Pero la ley no puede abrogar las promesas dadas a Abraham; la ley, que vino 430 años después, no puede en absoluto abrogar la promesa, y la promesa había sido hecha a Abraham, no sólo para la bendición de las naciones, sino también para asegurar el país y las bendiciones terrenales para Israel.
El razonamiento del apóstol, con respecto a las promesas espirituales, se aplica igualmente a las promesas temporales hechas a los judíos. Vemos que Israel no pudo gozar de las mismas bajo la ley. En efecto, todo se perdió cuando hicieron el becerro de oro. Sin embargo, el pacto del Sinaí fue basado sobre el principio de la obediencia (Éxodo 24:7). «Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre...». El pacto fue solemnizado por la sangre sobre este principio: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho. Y bien sabéis que el pueblo lo que hizo fue el becerro de oro, y que Moisés destruyó las tablas de la ley.
Si ahora leéis Éxodo 32 veréis cómo las promesas hechas antes de la ley eran el recurso de la fe. Esto es lo que sostuvo al pueblo por la intercesión de Moisés, incluso en la caída, y veréis cómo, por medio de un mediador, Dios volvió al hombre tras su fracaso (vv. 9-14). «Este pueblo ... es de dura cerviz. Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande. Entonces Moisés oró en presencia de Jehová su Dios ... Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel tus siervos, a los cuales has jurado por ti mismo, y les has dicho: Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y daré a vuestra descendencia toda esta tierra de que he hablado, y la tomarán por heredad para siempre. Entonces Jehová se arrepintió del mal que dijo que había de hacer a su pueblo.»
Así, aquí tenemos a Moisés, después de la caída de Israel, suplicando a Dios por Su gloria que recuerde las promesas hechas a Abraham, y a Dios arrepintiéndose del mal que quería hacer a Su pueblo.
Vayamos a Levítico 26. Este capítulo es una amenaza de todos los castigos que sobrevendrían sobre un Israel infiel. Pero se dice, en el versículo 42: «Entonces yo me acordaré de mi pacto con Jacob, y asimismo de mi pacto con Isaac, y también de mi pacto con Abraham me acordaré, y haré memoria de la tierra.» Dios vuelve a las promesas hechas incondicionalmente mucho tiempo antes de la ley. Veréis que esto es de aplicación a los últimos tiempos.
[h=4][SIZE=+1]Los otros dos pactos con Israel[/SIZE][/h]
Hay otros dos pactos concertados con Israel durante su peregrinación en el desierto. Vemos que, habiendo sido violado el pacto bajo la ley, la intercesión de Moisés dio lugar a otro pacto, cuyas bases tenemos en Éxodo 33:14 y 19. En el capítulo 34:27 dice el Señor: «Escribe tú estas palabras; porque conforme a estas palabras he hecho pacto contigo y con Israel.»
Aquí se debe destacar la palabra contigo, por cuanto hay un notable cambio en la expresión de Dios. En Egipto, Dios siempre había dicho, «Mi pueblo, mi pueblo.» Desde el momento en que hicieron el becerro de oro, ya no lo dice más; usa «tu pueblo» (Éx 32:7), «Tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto», porque Israel había dicho: «Este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto» (Éx 32:1). Dios adopta el mismo lenguaje que ellos. ¿Y qué sucedió? Moisés intercedió, no dejando en manera alguna que Dios dijera «Tu pueblo»; Moisés le responde: « Tu pueblo»; e insiste constantemente en esta expresión: «Tu pueblo».
Ahora lo que tenemos es un pacto concertado con Moisés como mediador. Aquí tenemos el principio de la soberanía de la gracia, principio que se introduce cuando todo está perdido, como consecuencia de la violación de la ley. Si Dios no fuera soberano, ¿cuál habría sido la consecuencia de esta violación? La destrucción de todo el pueblo. Es decir, que aunque la soberanía de Dios es eterna, se revela cuando deviene el único recurso de un pueblo perdido en sus propios caminos; y esto tiene lugar por medio de un mediador.
Vemos aun otro pacto en Deuteronomio 29:1: «Éstas son las palabras del pacto que Jehová mandó a Moisés que celebrase con los hijos de Israel en la tierra de Moab, además del pacto que concertó con ellos en Horeb.» Y éste es el tema de este tercer pacto con los israelitas: Dios lo concerta con ellos a fin de que bajo este pacto, siendo obedientes, puedan continuar gozando de la tierra. Pero no lo guardaron, y fueron expulsados de su tierra. Fueron instalados en la tierra en la época de este tercer pacto, y si lo hubieran guardado habrían sido mantenidos en ella (véase 29:9, 12, 13; véase asimismo, para la apelación a las promesas incondicionales, Dt 9:5, 27; 10:15). En Miqueas 7:19, 20 encontramos estas mismas promesas hechas a Abraham como base de la esperanza profética. En Lucas vemos que el fiel israelita Simón las recuerda como la base de la confianza de Israel, que, por estas promesas, descansaba en la fidelidad de Dios.
Hasta aquí hemos visto en virtud de qué principio entró Israel en tierra de Canaán. Pero también hemos visto que Dios, antes de la ley, le había prometido la tierra en posesión perpetua, por medio de los pactos y de las promesas incondicionales; y es por medio de estas promesas, por la mediación de Moisés, que Israel fue perdonado, y que gozó finalmente de la tierra prometida por el tercer pacto, celebrado en los campos de Moab.
Después de la caída de los israelitas en la tierra prometida, quedan por serles aplicadas todavía, para su restauración, todas las promesas hechas a Abraham. Después que este pueblo haya faltado en todo a Dios, los profetas nos harán ver que Dios les ha prometido la restauración en su país, bajo Jesucristo su Rey, restauración que será el cumplimiento pleno de todas las promesas temporales.
Recordemos, amigos, que dentro de los caminos de Dios que acabamos de examinar nos encontramos con la revelación del carácter de Jehová; y que, aunque verdaderamente estas cosas le sucedieron a Israel, les sucedieron de parte de Dios; que, consiguientemente, son la manifestación del carácter de Dios en Israel para nosotros. Israel es el escenario en el que Dios exhibe todo Su carácter en el gobierno del mundo; pero no se trata sólo de Israel bajo Dios revelado en este carácter; se trata de la gloria de Dios y del honor de Sus perfecciones. Si Dios pudiera fallar en cuanto a sus dones para con Israel, podría fallar en Sus dones para con nosotros.
Seguiremos la historia del estado de este pueblo en la próxima reunión.
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[h=3]<center>[h=2]John Nelson Darby[/h]
</center>[/h] [h=3]
[/h] [h=3][SIZE=+1]NOVENA CONFERENCIA[/SIZE][/h]
[h=3](Ezequiel 37)[/h]
[h=3][SIZE=+2]La decadencia y
dispersión de Israel[/SIZE][/h]
[h=3][SIZE=+2]Las promesas de restauración[/SIZE][/h]
Lo que sucede con los huesos secos vistos por Ezequiel nos representa de manera muy clara lo que quiero tratar esta tarde: lo que Dios, en Su bondad, hará en favor de Israel. Al meditar este tema, seguiré el método que he seguido en todo momento, esto es, os presentaré sucesivamente los testimonios de la palabra de Dios.
Recordaréis que en la última ocasión, al dar comienzo al tema que nos ocupa, vimos la diferencia entre el pacto concertado con Abraham y el pacto de la ley en el monte Sinaí, y que, cada vez que Dios ha querido mostrar gracia a Su pueblo, ha recordado el pacto concertado con Abraham. Hemos visto también que Israel disfrutó las promesas bajo el pacto concertado en el desierto, y no bajo el pacto con Abraham, y que desde aquel tiempo, estando Israel bajo la condición de la obediencia para conservar el goce de las promesas, siempre fracasó; pero que, a pesar de todo ello, Dios pudo bendecir a Su pueblo, gracias a la mediación de Moisés.
Veremos a continuación cómo Israel fracasó de nuevo después de esto, incluso después de haber sido establecido en el país que Jehová le había dado; y que Dios suscitó los profetas, de una manera peculiar, para llevarlo a la convicción del pecado en el que había caído, y para mostrar a los fieles que los consejos de Dios con respecto a Israel no dejarían de ser cumplidos; que por medio del Mesías se cumpliría todo lo que Dios había anunciado. Y veremos que sería precisamente tras el fracaso de Israel que estas promesas de su restauración llegarían a ser preciosas para el remanente fiel del pueblo.
[h=4][SIZE=+1]La historia del pecado de Israel[/SIZE][/h]
Recordad que en la historia del pecado de Israel bajo la ley tenemos la historia del corazón de cada uno de nosotros; que, si nos ponemos delante de Dios, reconoceremos que sólo es la gracia conocida por la obra de Dios la que puede no sólo sostenernos, sino sacarnos de la situación en que nos encontramos debido al pecado.
Quisiera atraer vuestra atención a la decadencia y destrucción de Israel, bajo todas sus formas de gobierno, después de su entrada en tierra de Canaán. Sabéis que fue Josué quien introdujo a los israelitas en el país. El libro de Josué es la historia de las victorias de Israel sobre los cananeos, la historia de la fidelidad que Dios les mostró en el cumplimiento de lo que había prometido a Su pueblo. Jueces y Samuel son la historia de la caída de Israel en la tierra de Canaán hasta el tiempo de David, pero también la historia de la paciencia de Dios. Veamos, de entrada, cómo Josué expone a los israelitas su condición y carácter.
Les expone (cap. 24) todo lo que Dios ha hecho en favor de ellos, toda Su gracia y bondad; entonces el pueblo le responde (v. 16): «Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses...». Y Josué le dice entonces al pueblo: «No podréis servir a Jehová», a lo que el pueblo responde: «No, sino que a Jehová serviremos ... A Jehová nuestro Dios serviremos, y a su voz obedeceremos.» «Entonces Josué hizo pacto con el pueblo el mismo día» (v. 25). Este capitán de su salvación los había llevado a la tierra prometida; gozaban del efecto de la gracia, y ahora se comprometen de nuevo a obedecer a Jehová.
En Jueces 2 los encontramos en un total fracaso. «No los echaré de delante de vosotros [a vuestros enemigos], sino que serán azotes para vuestros costados, y sus dioses os serán tropezadero», les dijo Dios, y vemos, en el v. 11, «Los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales ... y se encendió contra Israel el furor de Jehová.»
Esto es lo que vemos una y otra vez: beneficios de parte de Dios, e ingratitud de parte del hombre.
Citemos los pasajes que muestran cómo Israel prevaricó bajo todas las formas de gobierno.
1 Samuel 4:11. Elí era el sumo sacerdote, juez y cabeza de Israel; pero el pecado de sus hijos era insoportable, y vemos la gloria de Dios echada por tierra: el arca de Dios fue tomada, y los dos hijos de Elí, Ofni y Finees, murieron. Versículos 18-21: Elí mismo muere, y su nuera llama Icabod (sin gloria) al hijo al que da a luz, diciendo: «¡Traspasada es la gloria de Israel! por haber sido tomada el arca de Dios, y por la muerte de su suegro y de su marido.»
Entonces Dios, que había suscitado a Samuel, llamado el primero de todos los profetas (Hch 3:24), gobierna a Israel para Él, pero, bien poco después, Israel rechaza al profeta (1 S 8:7): «Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a mí y sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo.» Dios, pues, les dio un rey en Su ira, y sabemos a qué llegó este rey deseado por ellos (cap. 15).
1 Samuel 15:26. Se pronuncia la sentencia; y Samuel le dice a Saúl: «No volveré contigo; porque desechaste la palabra de Jehová, y Jehová te ha desechado para que no seas rey sobre Israel».
Estos diversos pasajes demuestran que Israel ha fracasado, bajo el rey, bajo el profeta, bajo el sacerdote; y que se encuentra perdido bajo el rey que había escogido.
David es suscitado en lugar de Saúl; Dios hace Su elección por gracia; es Él que da David a Israel; David, tipo de Cristo y padre de Cristo según la carne.
Así, y por la bondad de Dios, Israel se enriquece en gran manera y se hace glorioso bajo David y bajo Salomón. Pero pronto se ve cómo otra vez este pueblo prevarica bajo estos dos príncipes (1 R 11:5-11). «E hizo Salomón lo malo ante los ojos de Jehová, y no siguió cumplidamente a Jehová ... Y se enojó Jehová contra Salomón.»(15)
Es cosa bien triste observar cómo el corazón del hombre, en todas las posibles circunstancias, se aparta de Dios; y esto es general; ésta es la enseñanza que podemos extraer de la historia del pueblo de Israel. Sabéis que fue dividido en dos partes, y que las diez tribus se volvieron totalmente infieles. En la persona de Acaz, la familia de David, el último apoyo de las esperanazs de Israel, comenzó a volverse idólatra (2 Reyes 16:10-14). El pecado de Manasés fue el punto culminante de toda esta infidelidad (2 R 21:11, 14, 15).
Ésta es, en pocas palabras, la conducta de Israel y de la misma Judá, hasta el cautiverio de Babilonia. El Espíritu de Dios resume la historia de ellos, la historia de los crímenes de ellos y de Su paciencia, con estas impresionantes palabras (2 Cr 36:15, 16): «Y Jehová el Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo y de su habitación. Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio.»
Éste es el fin de su existencia en esta tierra de Canaán, donde habían sido introducidos por Josué. Finalmente fue puesto sobre ellos el nombre de Lo-ammi (no mi pueblo).
[h=4][SIZE=+1]Las promesas al remanente fiel[/SIZE][/h]
Habiendo recorrido rápidamente la historia de su caída hasta su deportación a Babilonia, tenemos ahora que considerar las promesas que sostuvieron la fe del remanente fiel de este pueblo, durante la iniquidad y durante el cautiverio de la nación.
Hay una promesa que es importante señalar, que sirvió como segunda base de la esperanza de los judíos fieles. Se encuentra en 2 Samuel 7 y en 1 Crónicas 17. Entre estos dos pasajes hay esta diferencia: que el de Crónicas se aplica directamente a Cristo; y esto se debe a la diferencia que existe entre ambos libros, en el que uno de ellos (Samuel) es histórico, mientras que el otro (Crónicas) es un resumen que ata toda la historia, desde Adán, dentro de la genealogía de Cristo y con las esperanzas de Israel, y de la que por consiguiente quedan excluidas todas las infidelidades y caídas de los reyes de Israel. Tenemos esta promesa: «Yo fijaré lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré, para que habite en su lugar y nunca más sea removido, ni los inicuos lo aflijan más, como al principio» (2 S 7:10). 1 Crónicas 17:11: «Y cuando tus días sean cumplidos para irte con tus padres, levantaré descendencia después de ti, a uno de entre tus hijos, y afirmaré su reino. Él me edificará casa, y yo confirmaré su trono eternamente. Yo le seré por padre, y él me será por hijo...». La aplicación de estas palabras a Cristo se encuentra en Hebreos 1, y encontramos, en este testimonio, las promesas hechas a Abraham y a su posteridad, todas las promesas hechas a Israel, puestas bajo la salvaguardia y reunidas en la misma persona del hijo de David.
La promesa hecha a David es la base de todas las que tienen que ver con su familia. Hemos visto la caída de esta familia, y también la promesa hecha al hijo de David, el Mesías.
[h=4][SIZE=+1]Los testimonios de los profetas[/SIZE][/h]
Sigamos el estudio de este tema con los testimonios directos de los profetas.
Isaías 1:25-28 describe la total restauración de los judíos, pero mediante juicios que destruirán a los malvados.
Isaías 4:2-4. En aquel tiempo (tiempo de gran tribulación), «el renuevo de Jehová será para hermosura y gloria, y el fruto de la tierra para grandeza y honra, a los sobrevivientes de Israel. Y acontecerá que el que quedare en Sión, y el que fuere dejado en Jerusalén, será llamado santo; todos los que en Jerusalén estén registrados entre los vivientes, cuando el Señor lave las inmundicias de las hijas de Sión, y limpie la sangre de Jerusalén de en medio de ella, con espíritu de juicio y con espíritu de devastación».
El capítulo 6 de la misma profecía nos hace entrar de manera plena en el espíritu de la profecía. Se trata del momento en que Acaz accedió al trono, este Acaz que iba a enviar el profano altar de Damasco a Jerusalén; e Isaías es enviado a encontrarse con este rey, hijo de David, que introduce la apostasía. La Palabra nos muestra primero la gloria de Cristo, manifestado como Jehová tres veces santo (esto es lo que dice Juan en el capítulo 12 de su Evangelio), esta gloria que condena a toda la nación, pero que produce por la gracia el espíritu de intercesión, al que responde la misericordia que restaura a la nación. Esta misericordia, sin embargo, no se cumple sin unos juicios que eliminan a los malvados de entre el pueblo y de la tierra, después de un prolongado endurecimiento, llevado a su culminación con el rechazamiento de Jesucristo y del testimonio dado acerca de Él por el Espíritu en los apóstoles (léanse los vv. 9-13).
Isaías 11:10: «Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí ... será buscada por las gentes». Vemos aquí cuándo y cómo será llena la tierra del conocimiento de Jehová; será cuando Él habrá dado muerte al Inicuo con el Espíritu de Su boca. Entonces el Señor recordará a Israel, y alzará otra vez Su mano (léanse los vv. 9-12).
Isaías 33:20-24; cap. 49. Se ha dicho que, en estos capítulos, Sión es la Iglesia. Pero, cuando todo el gozo ha llegado, Sión dice: «Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí». Esto es imposible, si Sión fuera la Iglesia. ¡Cómo! ¡La Iglesia abandonada en medio de su gozo! Leed entonces los vv. 14-23 del capítulo 49, y también el capítulo 62 entero; también 65:19-25, donde vemos bien claramente que se trata de bendiciones terrenales, de un estado de cosas hasta ahora desconocido sobre la tierra. En aquel día el mismo Dios se regocijará sobre Jerusalén.
Éstas son unas promesas que anuncian con gran claridad la gloria que debe venir para Jerusalén y para el pueblo judío. Paso a continuación a unos capítulos que hablan todavía más directamente acerca de esta cuestión.
Jeremías 3:16-18: «Y acontecerá que cuando...», etc. Hay cosas que parecen ser el cumplimiento de muchas profecías, como por ejemplo el regreso de Babilonia. Pero Dios ha dado a esto una respuesta de una naturaleza peculiar. Ha juntado unas cosas que nunca todavía han sucedido juntas. Por ejemplo, dentro de este pasaje se dice: «Todas las naciones vendrán a ella». Está claro que esto no sucedió cuando tuvo lugar el regreso de la cautividad de Babilonia. Se dirá: Esto es la Iglesia. Pero no lo es, porque «en aquellos tiempos irán de la casa de Judá a la casa de Israel, y vendrán juntamente de la tierra del norte a la tierra que hice heredar a vuestros padres». En fin, aquí vemos la reunión de tres cosas: Jerusalén, el trono de Jehová, y la reunión de Judá e Israel, así como las naciones reunidas hacia el Trono de Dios; tres cosas que ciertamente nunca se han cumplido juntas. Cuando la Iglesia fue fundada, Israel fue dispersado. Cuando Israel volvió de Babilonia, no había ni Iglesia ni hubo reunión de naciones.
Jeremías 30:7-11: «¡Ah, cuán grande es aquel día! ... tiempo de la angustia para Jacob; pero de ella será librado... y extranjeros no lo volverán a poner más en servidumbre, sino que servirán a Jehová su Dios y a David su rey, ... y Jacob volverá, descansará y vivirá tranquilo, y no habrá quien le espante.» Desde luego, estos felices tiempos para Israel aún no han tenido cumplimiento.
Jeremías 31:23, 27, 28, 31, hasta el fin. Observemos aquí el versículo 28. ¿A quién ha arrancado, derribado y trastornado Jehová? A aquellos mismos de quienes dice que edificará y plantará. Es, en efecto, irrazonable aplicar todos los juicios a Israel y todas las bendiciones, que se aplican a las mismas personas, a la Iglesia. Y si es de la Iglesia que se trata aquí, ¿cuál es el sentido de «desde la torre de Hananeel hasta la puerta del Angulo», y de la mención del collado de Gareb, etc.? Obsérvense estas últimas palabras del capítulo: «No será arrancada ni destruida más para siempre.»
Jeremías 32:37-42. Éste es un pasaje conmovedor en cuanto a los pensamientos de Jehová acerca de este pueblo. Después de haberles hecho promesas de bendición por gracia, y de asegurarles que será el Dios de ellos, Jehová les anuncia: «Y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma. Porque ... como traje sobre este pueblo todo este gran mal, así traeré sobre ellos todo el bien que acerca de ellos hablo.»
Jeremías 33:6-11, 15, 24-26. Aquí volvemos a tener la bendición de Israel, y ello por la presencia del Renuevo que hará surgir de David, que ejecutará juicio y justicia en la tierra. Recordemos, queridos amigos, que la Palabra de Dios no nos presenta nunca al Espíritu Santo como el Renuevo de David, ni su función como la de ejecutar el juicio sobre la tierra. Por otra parte, si alguien sueña con aplicar esto al regreso de Babilonia, citaré Nehemías 9:36, 37: «He aquí que hoy somos siervos; henos aquí, siervos en la tierra que diste a nuestros padres para que comiesen su fruto y su bien ... y estamos en grande angustia.» ¡En absoluto fue el regreso de Babilonia el cumplimiento de todo lo que hemos leído en cuanto a las promesas! ¿Es que acaso el estado descrito por Nehemías expresa toda el alma, todo el corazón de Dios, en favor de Su pueblo? Ya veis qué valoración hace el Espíritu de Dios de lo que tuvo lugar después del regreso de Babilonia. Así, estas promesas de Dios no han sido aún cumplidas.
Ezequiel 11:16-20. Hasta el día de hoy, Israel, o mejor dicho los judíos, están bajo la influencia del juicio que comporta este pasaje: «Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla» (Mt 12:43). Los versículos que siguen en Ezequiel hablan de su estado postrero, en el que hemos visto que están sometidos a juicio, y luego Dios le da al remanente un nuevo corazón.
Ezequiel 34:22, hasta el fin del capítulo. Aquí vemos de nuevo que David, su rey, está en medio de ellos, y que las bendiciones son irrevocables.
Ezequiel 36:22-32. Si alguien objetara: Pero éstas son cosas espirituales en las que participamos, responderé: Sí, nosotros participamos de las bendiciones del buen olivo; pero esto no desposee de ellas a aquellos que les pertenecen [cp. Ro 11:17-24]. ¿A qué se debe que nosotros participemos? A que hemos sido injertados en Cristo. Si estamos en Cristo, somos hijos de Abraham, y participamos de todo lo espiritual. Pero aquí se trata también de cosas terrenales, y el pasaje nos habla de una manera muy clara.
«Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, etc.». La Iglesia sólo tiene un Padre, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Quisiera ahora señalar de pasada la alusión a este oráculo que aparece en un pasaje muy conocido (Jn 3:12), donde se hace una alusión a «cosas terrenales». Se trata de una alusión, indudablemente, a lo que se dice en más de un pasaje profético, pero en particular en el pasaje que ahora nos ocupa, y del que tenemos una cita casi textual en las palabras que nuestro Señor dirige a Nicodemo. Es por esto que le dice: ¿Cómo es que vosotros, los doctores de Israel, vosotros que debierais comprender que le es absolutamente necesario a Israel, para poder gozar de las promesas, recibir un corazón nuevo y purificado, cómo es que no comprendéis lo que os digo? ¿No me comprendéis, cuando os digo que os es necesario nacer de agua y del Espíritu? Si no me comprendéis cuando os hablo de cosas terrenales, ¿cómo comprenderéis las cosas celestiales? Es como si viniera a decirles: Si os he hablado de cosas que tocan a Israel, si os he dicho que Israel tiene que renacer para gozar de las promesas terrenales que le pertenecen, y no habéis comprendido lo que vuestros propios profetas han dicho, ¿cómo comprenderéis las cosas celestiales, la gloria de Cristo exaltado al cielo, y la Iglesia, Su compañera en esta gloria celestial? No habéis siquiera comprendido las enseñanzas de vuestros profetas. Vosotros, los maestros de Israel, debierais haber comprendido al menos las cosas terrenales, lo que Ezequiel y otros profetas han dicho acerca de estas cuestiones.
Efectivamente, aparecen en este pasaje de Ezequiel, como en muchos otros pasajes que hemos citado, el fruto de los árboles, el rendimiento de los campos, y muchas cosas semejantes, que son las bendiciones terrenales prometidas a Israel; pero, al mismo tiempo, se ve el cambio necesario de corazón para gozar de ellas. Es necesario que Israel sea renovado en su corazón para recibir las promesas de Canaán; es necesario que Dios los haga caminar en Sus estatutos dándoles un nuevo corazón, y entonces, y sólo entonces, gozarán de las bendiciones anunciadas. Esto es, Nicodemo, lo que debías haber comprendido por el mismo lenguaje de vuestros profetas.
En el capítulo 37 de Ezequiel tenemos un relato detallado de la restauración de Israel, la reunión de las dos partes de la nación, su entrada en su tierra, su estado de unidad y de fidelidad a Dios en esta misma tierra, siendo Dios el Dios de ellos, y estando presente David, su rey, presente para siempre jamás, de tal manera que las naciones conocerán que su Dios es Jehová, cuando Su santuario esté para siempre en medio de ellos.
Ezequiel 39:22-29. Es evidente que esto no ha llegado aún, porque en este tiempo Dios no esconderá más Su rostro de ellos (v. 29) como lo hace aún hoy, y los habrá recogido en su tierra, sin dejar a ninguno entre las naciones, lo que evidentemente no se ha cumplido aún.
Recordemos, para acabar, los grandes principios sobre los que descansan las profecías. La restauración de los judíos se basa en las promesas hechas a Abraham de manera incondicional. La caída de ellos viene por causa de que ellos trataron de actuar en base de sus mismas fuerzas, y después de haber puesto a prueba en todas formas la paciencia de Dios, hasta que no hubo remedio. El juicio cayó sobre ellos, pero Dios vuelve a Sus promesas.
Apliquemos esto a nuestros propios corazones. Tenemos siempre la misma historia, nuestra historia, siempre la historia de la caída. En el momento en que Dios nos pone en esta o aquella situación, fracasamos en el acto. Pero detrás de todo ello hay un principio de poder, esto es, la revelación de los consejos de Dios, y como consecuencia de unas promesas incondicionales, y vemos que es la mediación y la presencia de Jesús (con Moisés como tipo de Él) la que es el medio del cumplimiento de estas promesas. También hemos visto que Dios no ejecuta el juicio, después de haber sido anunciado mucho tiempo antes, más que después de una extraordinaria paciencia, después de haber empleado todos los medios posibles que debieran haber recordado al hombre sus deberes para con Dios, si hubiera una chispa de vida en su corazón. Pero no había nada.
Los individuos vivificados por la gracia se mantienen en las promesas, que han de tener su cumplimiento en la manifestación de Aquel que las puede llevar a cabo, y merecer su cumplimiento para otros. Nada exhibe estos principios más claramente que esta historia de Israel. «Estas cosas», dice el apóstol, «les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros». Se trata de un espejo donde podemos ver, por una parte, el corazón del hombre, que siempre fracasa; por otra, la fidelidad de Dios, que jamás falla, que cumplirá todas Sus promesas, y que manifestará un admirable poder, que sobrepujará a toda la iniquidad del hombre y al poder de Satanás. Fue cuando la iniquidad llegó a su punto culminante que dijo: «Engruesa el corazón de este pueblo»; y no es hasta Hechos 28:27 que encontramos el cumplimiento de este juicio, anunciado casi ocho siglos antes por el profeta Isaías. Fue cuando el pueblo lo hubo rechazado todo que Dios lo endureció, para hacer de ellos un monumento de Sus caminos. ¡Qué paciencia la de Dios!
Y así es también por lo que a nosotros atañe, esto es, para los gentiles; la ejecución del juicio está en suspenso desde hace dieciocho siglos, y Dios sigue recurriendo a todos los tesoros de Su gracia, para hallar un eco de bien en nuestros corazones. Como dijo el Señor: «Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado ... Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre.» ¡Paciencia admirable! ¡Infinita gracia de Aquel que se interesa por nosotros, incluso a pesar de nuestra rebelión e iniquidad!
¡A él sea toda la gloria!
 
Re: Once Conferencias pronunciadas en 1840 en la ciudad de Ginebra por John Nelson Da

[h=3]<center>[h=2]John Nelson Darby[/h]
</center>[/h] [h=3]
[/h] [h=3][SIZE=+1]DÉCIMA CONFERENCIA[/SIZE][/h]
[h=3](Isaías 1)[/h]
[h=3][SIZE=+2]La restauración y
bendición terrenal dadas
a Israel[/SIZE][/h]
Algunos pasajes de la Escritura acerca del destino de los judíos, que no pude citar en nuestra última conferencia, especialmente algunos que se encuentran en los Profetas Menores, servirán para poner fin a la profecía histórica que trata de este pueblo; y digo histórica porque la profecía es la historia que nos da Dios acerca del futuro.
Quisiera recordaros de nuevo una circunstancia de gran importancia al hablar de los judíos; se trata de que su historia es especialmente la manifestación de la gloria del Señor. Si nos preguntáramos, ¿qué interés tiene esta historia para nosotros?, estaríamos con ello diciendo: ¿De qué sirve que sepa lo que mi Padre está por hacer con mis hermanos, y la manifestación de Su carácter en Sus acciones? Cuando vemos cuánto espacio ocupa este tema dentro de la Palabra de Dios, debemos por ello mismo quedar convencidos de que estas cuestiones son extremadamente importantes para nuestro Dios, si no lo son para nosotros. Es en este pueblo, mediante los caminos de Dios para con ellos, que se revela de manera plena el carácter de Jehová, que las naciones conocerán a Jehová, y que nosotros aprenderemos también a conocerle.
Una misma persona puede ser rey de un país y padre de familia; y ésta es la diferencia entre lo que Dios es para con la Iglesia y para con los judíos. Para con la Iglesia, Él tiene el carácter de Padre; para con los judíos, Él tiene el carácter de Jehová, el Eterno y Fiel. Su fidelidad, inmutabilidad, omnipotencia, gobierno de toda la tierra, todo ello queda revelado en la historia de Israel; es por esto que esta historia nos da a conocer el carácter de Jehová.
Salmo 126: «Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sión, ... entonces dirán entre las naciones: Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos.»
Veamos el mismo tema, en Ezequiel 39:6, 7: «Y enviaré fuego sobre Magog, y sobre los que moran con seguridad en las costas; y sabrán que yo soy Jehová. Y haré notorio mi santo nombre en medio de mi pueblo Israel, y nunca más dejaré profanar mi santo nombre; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, el Santo en Israel.»
Versículo 28: «Y sabrán que yo soy Jehová su Dios, cuando después de haberlos llevado al cautiverio entre las naciones, los reúna sobre su tierra, sin dejar allí a ninguno de ellos.» Ésta es la manera por la que Jehová se da a conocer. El Padre se revela a nuestras almas por el Evangelio, por el Espíritu de adopción; pero Jehová se da a conocer por Sus juicios, por el ejercicio de Su poder sobre la tierra.
He dicho que el Padre se da a conocer por el Evangelio, por cuanto el Evangelio es un sistema de pura gracia, un sistema que nos enseña a actuar según el principio de la gracia; no se trata ya de «ojo por ojo, diente por diente», que es lo que demanda la justicia, la ley del talión; se trata más bien de un principio según el que debo «ser perfecto, como mi Padre es perfecto». Pero en el gobierno de Jehová no será así. Indudablemente, Jehová bendecirá a las naciones; pero el carácter de Su reinado es que «el juicio será vuelto a la justicia» (Sal 94:15). Cuando tuvo lugar la primera venida de Jesucristo, el juicio estaba en manos de Pilato, y la justicia en Jesús; pero cuando vuelva Jesús, el juicio será vuelto a la justicia. Mientras tanto, el pueblo de Cristo, los hijos de Dios, tienen que seguir el ejemplo del Salvador, esto es, no esperar que el juicio sea según el rigor de la justicia, sino ser apacibles y humildes en medio de todas las injurias que padecen de parte de los hombres. Unidos a Cristo, quedan indemnes ante todos los males por el poder de aquel entrañable amor que los conforta, por las consolaciones que provienen de la presencia de Su Espíritu, y, además, por las esperanzas de una gloria celestial. Por otro lado, Jehová consolará a Su pueblo mediante una acción directa de Su justicia en favor de ellos, restableciéndolo en la gloria terrenal.
Así, los judíos son el pueblo por medio de y en el cual Dios establece Su nombre de Jehová, y Su carácter de juicio y de justicia. En la Iglesia vemos al pueblo en el que, como en Su familia, el Padre manifiesta Su carácter de bondad y de amor. ¿Qué sucederá con los judíos en el tiempo postrero? Esto es lo que ya hemos considerado en Jeremías 30 a 33, y en Ezequiel 36 a 39, donde vemos una serie de promesas y revelaciones acerca de esto.
[h=4][SIZE=+1]Profecías de la restauración de Israel[/SIZE][/h]
Os citaré algunos otros pasajes acerca de esta misma cuestión, siguiendo el orden de los profetas en la Biblia.
Daniel 12:1 ... Aquí tenemos la presencia de Aquel que actuará en favor del pueblo de Daniel, esto es, el pueblo judío.
Deseo hacer unas observaciones sobre algunos rasgos de esta profecía. Primero, Dios, en Su poder, por el ministerio de Miguel, estará de pie en favor de los hijos del pueblo de Daniel, y será un tiempo de angustia como jamás habrá sido. Esto es lo que nos explica lo que leemos en Mateo 24 y en Marcos 13:19.
La resurrección (v. 2) se aplica a los judíos. Encontraremos exactamente las mismas expresiones en Isaías 26, «Tus muertos vivirán...», y en Ezequiel 37:12. Tenemos una resurrección figurada del pueblo sepultado, como nación, entre los gentiles.
De los que son levantados se dice que algunos «[serán levantados] para vergüenza y confusión perpetua.» Esto es lo que les sucederá a los judíos. De los sacados de entre las naciones, algunos gozarán de la vida eterna, pero otros serán objeto de vergüenza y confusión eterna (Is 66:24). En una palabra, lo que aquí tenemos es, por una parte, que Dios estará en pie por Su pueblo durante un tiempo de angustia; por otra parte, tenemos la liberación de un residuo. Éste es el resumen del capítulo 12 de Daniel.
En Oseas 2:14, y hasta el final del capítulo, vemos que el Señor recibirá a Israel, introduciéndolo en su país, tras haberlo humillado, pero también tras haber hablado a su corazón; que transformará a la nación tal como era en los tiempos de su juventud; que Jehová hará pacto con ella, la bendecirá en todas maneras en esta tierra, y la desposará consigo. Y, además, hay una cadena ininterrumpida de bendiciones, desde Jehová mismo hasta los bienes terrenales derramados en abundancia sobre Israel, que es simiente de Dios (este es el significado del término Jezreel); es por esto que añade: «Y la sembraré para mí en la tierra.» Porque Israel vendrá a ser el instrumento de bendición para la tierra, como vida entre los muertos. Ahora todo está estorbado por el pecado; las maldades espirituales están en lugares celestiales, y hay todo tipo de desgracia, todo ello acompañado indudablemente de muchas bendiciones, fruto de las misericordias de Dios. Dios hace que todas las cosas obren para bien para los que le aman; pero en aquel tiempo habrá plenitud de bendiciones terrenales.
Oseas 3:4, 5: «Porque muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, sin príncipe, sin sacrificio, sin estatua, sin efod y sin terafines. Después volverán los hijos de Israel, y buscarán a Jehová su Dios, y a David su rey; y temerán a Jehová y a su bondad en el fin de los días.» No tendrán ni verdadero Dios ni falsos dioses; pero, después de esto, buscarán a Jehová y a David, esto es, al Bienamado: a Cristo.
Joel 3:16-18, 20, 21. Después de haber hablado de las naciones cuando Su pueblo regrese de su cautividad (vv. 1-15), en unos versículos que tratan del juicio ejecutado sobre los gentiles, Dios nos habla en este pasaje de los judíos. Jerusalén será purificada; Jehová morará en Sión; él será el refugio de Su pueblo y la fortaleza de los hijos de Israel. Esto es lo que sucederá cuando el juicio de Dios caiga sobre las naciones.
Amós 9:14, 15: «Y traeré del cautiverio a mi pueblo Israel, y edificarán ellos las ciudades asoladas, y las habitarán; plantarán viñas, y beberán el vino de ellas, y harán huertos, y comerán el fruto de ellos. Pues los plantaré sobre su tierra». Esto todavía no ha sido cumplido.
Lo que precede a estos versículos se cita en el capítulo 15 de Hechos, no para demostrar que la profecía fue cumplida en aquel entonces, sino que Dios había siempre determinado sacar para Sí un pueblo de entre los gentiles. Es decir, que el lenguaje de los profetas concordaba con lo que Simón Pedro había relatado acerca de lo que Dios había hecho entonces. No es el cumplimiento de una profecía, sino el establecimiento de un principio, por boca de los profetas y por medio de Simón Pedro.
Miqueas 4:1-8. Esto todavía no se ha cumplido tampoco. Vemos aquí una topografía de Jerusalén, y la restauración de su primer dominio.
Miqueas 5:4, 7 y 8. El nombre de Cristo será engrandecido hasta los fines de la tierra; Israel es la lluvia de la bendición divina por todo lugar, y vencedor en todo lo que se le opone.
Con respecto a Miqueas, es digno de señalar, recordando el principio ya establecido, la manera en que el espíritu de la profecía menciona (7:19, 20) las promesas hechas incondicionalmente a los padres.
Sofonías 3:12, hasta el final. ¡Qué lenguaje encontramos aquí! Se dice que Dios «callará de amor». Está emocionado hasta tal punto que «calla». Y ¿quiénes son el objeto de Su amor? Veamos el versículo 13: «El remanente de Israel no hará injusticia ni dirá mentira, ni en boca de ellos se hallará lengua engañosa; porque ellos serán apacentados, y dormirán, y no habrá quien los atemorice.» Jehová está en medio de ellos, y nadie podrá atemorizarlos.
Zacarías 1:15, 17-21. Vemos aquí también las cuatro monarquías, que han dispersado a Israel, disipadas ellas mismas por el poder y los juicios de Dios.
Zacarías 9:9, hasta el final: «Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti...».
Se puede decir que esto ya se ha cumplido, pero sólo en parte. Se debe destacar que cuando el Espíritu Santo cita este pasaje de Zacarías (Jn 12;15), omite estas palabras: « justo y salvador [salvo él, margen; BAS, dotado de salvación]». Jesús, efectivamente, no tuvo cuidado de Sí mismo. Cuando le estaban diciendo, ridiculizándole: «Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz», no hizo nada; no se sustrajo al padecimiento; en lugar de vindicarse a Sí mismo, vino a ser nuestro garante.
Zacarías 10:6 y hasta el final. ¿Cuando ha sido que Israel ha sido como si el Señor no los hubiera desechado? Aún no se ha cumplido.
[h=4][SIZE=+1]Sólo un remanente será preservado[/SIZE][/h]
Pasemos ahora a ver que el pueblo de Israel será restaurado a su tierra, pero que sólo un remanente será preservado.
Zacarías 12. El versículo 2 menciona un tiempo de guerra, de todas las naciones contra Israel; pero Dios fortalecerá extraordinariamente a Israel, y las naciones serán destruidas, y será derramado espíritu de gracia y de oración sobre el residuo de Israel, que contemplará transido de dolor al Mesías que traspasaron.
Paso a Isaías 18, donde la profecía presenta algunas dificultades en cuanto a la traducción; pero su gran objeto es demasiado evidente para poder ser oscurecido por ninguna traducción. Los ríos de Cus son el Nilo y el Éufrates. Los enemigos de Israel estaban, dentro del período bíblico de su historia, junto a estos dos ríos. En esta profecía se hace un llamamiento a un país más allá de estos ríos, un país alejado que no estaba aún en relación con Israel en el tiempo de la profecía; así, el profeta tiene a la vista un país que tenía que existir más tarde.
Versículo 3. Dios llama a todos los moradores de la tierra habitable a que tomen conocimiento de lo que va a acontecer. Todas las naciones se ocupan de Israel; son llamadas, de parte de Dios, a que den atención a lo que sucede con respecto a Jerusalén; todas se encuentran interesadas en la suerte de esta ciudad; el mundo es invitado a asistir a los juicios que tendrán lugar. Mientras espera, Dios descansa y deja hacer a las naciones (v. 4). Israel comienza a volver a su tierra.
Ésta es una descripción de Israel regresando a Judea ayudada por alguna nación alejada de este pueblo, y que no es ni Babilonia ni Egipto, ni otras naciones que se ocupaban de Israel en tiempos antiguos. No digo que sea Inglaterra, ni Francia ni Rusia. Los israelias vuelven a su país, pero Dios no se ocupa de ello; Israel está abandonada a las naciones; y cuando todo anuncia que va a florecer y a prosperar de nuevo, sucede que las ramas son podadas, cortadas y quitadas, todo el verano y todo el invierno, dejados para las aves de los montes y las bestias de la tierra, designaciones todas ellas de los gentiles. Sin embargo, en este tiempo será llevado a Jehová un presente de este pueblo, y de parte de este pueblo, a la morada de Jehová de los ejércitos, en el monte de Sión.
[h=4][SIZE=+1]El regreso de las dos tribus y de las diez tribus[/SIZE][/h]
Salmo 126:4: «Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová.» Sión y Judá serán los primeros en regresar. Los cautivos de Sión ya habrán vuelto cuando esta oración sea ofrecida a Dios (v. 1), pero serán sólo la prenda de lo que Dios hará restaurando a todo Israel.
Debo decir unas palabras acerca de esta dispersión de Israel y de Judá y de su restauración. Los primeros en ser devueltos a la tierra son los judíos, que rechazaron a Jesús, que son culpables de la muerte de Jesús. Sabéis que las diez tribus como tales nunca se hicieron culpables de este crimen. Hay una diferencia notable dentro de la nación: las diez tribus fueron dispersadas antes de la aparición de las cuatro monarquías; fueron los asirios los que llevaron a las diez tribus al cautiverio, antes que Babilonia existiera como imperio. Wolf nos habla de una circunstancia acerca de un grupo judío, que vive en medio de los árabes, y que él ha visitado recientemente. Estos judíos se denominan descendientes de un grupo que no quiso volver a Judea con Esdras, porque sabía que los que volverían con Esdras darían muerte al Mesías, y se quedaron donde estaban. Tanto si esta tradición es falsa como si es verdadera, su misma existencia es digna de mención. Una cosa es segura, que los judíos, habiendo rechazado a Cristo, serán sujetados al Anticristo, y concertarán un pacto con el Seol y la muerte (Is 28), pero su pacto destruirá todas sus esperanzas. Unidos al Anticristo, sufrirán las consecuencias de este pacto, y al final serán destruidos. Dos terceras partes de los moradores de todo el país serán cortadas; ello dentro del mismo país de Israel, después de su regreso (Zac 13:8, 9).
Si leéis Ezequiel 20:32-38, veréis que es muy diferente el caso de las otras diez tribus. En lugar de dos terceras partes destruidas en el país, los rebeldes no entran en absoluto en la tierra. Dios hace con ellos lo que hizo con Israel tras su salida de Egipto: Los destruye sin que lleguen a ver la tierra.
Así, hay dos categorías de judíos, por así decirlo, en este regreso del pueblo; primero tenemos la nación judía propiamente dicha, es decir, Judá y los que acompañan a Judá en su rechazamiento del verdadero Cristo; se unirán al Anticristo, y dos terceras partes serán destruidas en el país. En segundo lugar, los rebeldes de las diez tribus serán también destruidos, pero en el desierto, antes de entrar en la tierra.
Mateo 23:37-39. Este juicio, que Jesús mismo predijo contra este pueblo, nos hace comprender la certidumbre de la venida del Señor para restaurar Israel y reinar en medio de él. «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, ... He aquí vuestra casa os es dejada desierta... hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor!»
Israel verá a Jesús, pero sólo cuando esta palabra del Salmo 118:26 salga de su boca. Este Salmo presenta una imagen feliz del gozo de Israel, en aquel tiempo, y es de este mismo Salmo que el Señor pronuncia el juicio que ha de recaer sobre los gobernantes judíos, por haberle rechazado: «La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo.» También de este Salmo procede aquel gozoso saludo que Dios puso en boca de los pequeños que aclamaban al Salvador en el templo, precursores de aquellos que, en el tiempo del que estamos hablando, recibirán corazones de niños, y reconocerán al Señor que sus padres rechazaron. Este Salmo es el que celebra el gozo y la bendición de Israel, que se deben a la fidelidad de Jehová, señalando el pecado de esta nación, por el rechazamiento de la «piedra» que debía constituir el fundamento de Dios en Sión, pero que, por la infidelidad de esta nación, vino a ser piedra de tropiezo y de juicio.
Además de estas dos clases de israelitas que volverán bajo la conducción providencial de Dios, pero por su propia voluntad, el Señor reunirá de entre los gentiles, después de Su aparición, a los elegidos de la nación judía que todavía estarán entre ellos, y este regreso irá acompañado de grandes bendiciones (véase Mt 24:31; cp. Is 27:12, 13; 11:10-12).
Quiero añadir aquí dos principios muy sencillos y claros, que distinguen a todas las bendiciones anteriores (como, por ejemplo, el regreso de Babilonia) del cumplimiento de las profecías que acabamos de examinar:
Estos dos principios son:

  1. Que las bendiciones se desprenden de la presencia de Cristo, hijo de David;
  2. Que son consecuencia del nuevo pacto.

Ni la primera ni la segunda de estas condiciones se cumplió al regreso de Babilonia, ni hasta el día de hoy.
El Evangelio no trata de las bendiciones terrenales de los judíos, que es el tema de estas profecías.
 
Re: Once Conferencias pronunciadas en 1840 en la ciudad de Ginebra por John Nelson Da

Repetido
 
Última edición:
Re: Once Conferencias pronunciadas en 1840 en la ciudad de Ginebra por John Nelson Da

[h=3]<center>[h=1]LA ESPERANZA ACTUAL
DE LA IGLESIA
[/h]LA ESPERANZA ACTUAL DE LA IGLESIA
Y PROFECÍAS QUE ESTABLECEN LA VERDAD
DEL REGRESO PERSONAL DEL SALVADOR
* * * *
Once Conferencias pronunciadas en 1840 en la ciudad de Ginebra por
[h=2]John Nelson Darby[/h]
</center>[/h] [h=3]
[/h] [h=3][SIZE=+1]UNDÉCIMA Y ÚLTIMA CONFERENCIA[/SIZE][/h]
[h=3](Apocalipsis 12)[/h]
[h=3][SIZE=+2]Recapitulación
y conclusión[/SIZE][/h]
He leído este capítulo 12 de Apocalipsis no para explicároslo de manera detallada, sino porque nos presenta de manera ordenada el sumario de lo que sucederá al final de esta dispensación, o por lo menos las fuentes celestiales de estos acontecimientos, y los ayes de la tierra.(16) Mi intención, esta tarde, es la de recapitular, también de manera ordenada, lo que he dicho de los acontecimientos del fin, hasta allí donde Dios me dé capacidad para ello.
[h=4][SIZE=+1]Dos grandes frutos del estudio de las profecías[/SIZE][/h]
Antes que nada, queridos amigos, quisiera repasar algunas ideas dadas en nuestras primeras conferencias. Comienzo, pues, al tratar de estas cosas, por recordaros una vez más su gran fin, que me parece que es doble. Como primer resultado, deben separarnos de este mundo, lo que es un efecto constante de toda la Palabra, en el bien entendido de que el Espíritu de Dios actúe, pero la profecía es particularmente eficaz para esto; quiero deciros que la profecía tiende a separarnos «de este presente mundo malo». En segundo lugar, es especialmente adecuada para darnos a entender mejor el carácter de Dios y Sus caminos para con nosotros. Estos son los dos grandes frutos del estudio de las profecías, frutos que me parecen muy valiosos.
Se hacen muchas objeciones contra este estudio; pero es así que siempre actúa Satanás contra la verdad. No me refiero a objeciones contra este o aquel punto de vista, sino a las objeciones contra el estudio mismo de la profecía; y Satanás siempre actúa así contra la palabra de Dios en su integridad. A uno le dice que siga la moral, y no los dogmas, porque sabe que los dogmas alejarán a los hombres de su poder, por la revelación de Jesús y de Su verdad en sus corazones. A otro le sugiere que descuide la profecía, porque allí se encuentra el juicio del mundo, del que él es el príncipe. Pero, ¿no es esto acusar a Dios, que nos la ha dado, y que además ha prometido una bendición especial a la lectura de esta parte, considerada la más difícil de Su Palabra?
La profecía arroja una intensa luz sobre las dispensaciones de Dios, y, en este sentido, nos da mucho también para nuestra liberación espiritual. Lo que más estorba al alma de alcanzar esta libertad es el error que se comete de confundir la ley con el Evangelio, las dispensaciones pasadas con la dispensación actual. Si, en nuestra lucha interior, nos encontramos cara a cara con la ley, nos es imposible hallar la paz. Pero si insistimos en la diferencia existente entre la posición de los santos antes de la actual dispensación y la de los santos en la presente dispensación, esto también perturba los espíritus de otros. Pero el estudio de la profecía arroja una gran luz sobre estos puntos, y, al mismo tiempo, sobre la norma de conducta de los fieles; porque, aunque manteniendo siempre claramente la salvación totalmente gratuita por la muerte de Jesús, la profecía nos lleva a comprender esta diferencia entera de la que hemos hablado entre la situación de los santos de otros tiempos y la de los santos en la actualidad, y clarifica, con todos los consejos de Dios, el camino por el que Él ha conducido a los Suyos, tanto antes como después de la muerte y resurrección de Jesús.
Además, queridos amigos, como ya hemos dicho, es siempre la esperanza que se nos presenta la que actúa sobre nuestros corazones y sobre nuestros afectos. Así, siempre tenemos delante de nosotros los gozos que imprimen su carácter en nuestra alma; aquello que ocupa la atención del hombre como su esperanza deviene la norma de su conducta.
¡Cuánta importancia tiene, entonces, que el espíritu esté lleno de esperanzas según Dios! Se pretende que esto es querer penetrar en vano en cosas escondidas; pero si fuera cierto que no se debe entrar en la profecía, también se tendría que decir que no se deben llevar los pensamientos más allá del tiempo actual. La manera de saber qué es lo que Dios quiere hacer en el futuro es desde luego estudiar las profecías que nos ha dado. La profecía es el futuro, el espejo escriturario de las cosas futuras. Si no se estudia lo que Dios ha revelado acerca del porvenir, se caerá necesariamente en las ideas propias. Decir que «la tierra será llena del conocimiento de Jehová» es ya una profecía, y no se puede saber nada de cierto en cuanto a los caminos de Dios con respecto a esto, como tampoco con respecto a las cosas celestiales, sin estudiar la profecía. Es indudable que uno puede gozar de comunión con Dios en el momento actual, y esto es a;gp que ya es nuestro desde ahora; pero cuando hablamos de los detalles de la gloria venidera, se trata de un tema profético. Todo lo que va más allá del presente y no es profecía de Dios, es especulación humana.
Por otra parte, se afirma que la profecía es, muy importante cuando ha sido cumplida, y esto es indudable, porque demuestra la veracidad de la palabra de Dios. Pero, ¿puede un hijo de Dios emplear tal lenguaje, y hacer tal uso de la profecía? Es como sí alguien me tratara como un amigo, colmándome de beneficios, comunicándome todos sus pensamientos e informándome de todo lo que sabe que ha de suceder, y yo sólo me fuera a servir de lo que me dijera para asegurarme posteriormente, cuando las cosas sucedieran así, de que se trata de una persona veraz. Queridos amigos, es una gran injuria a la bondad, a la amistad de Dios, actuar así con Él. Y os digo que vosotros y yo, como cristianos, no necesitamos ver el acontecimiento antes de creer que Dios ha dicho la verdad. Vosotros creéis ya que la profecía es la palabra de Dios.
Por demás, la mayor parte de las profecías se cumplirán al final, en los tiempos postreros, y entonces será demasiado tarde para convencerse de su carácter divino. Nos han sido dadas para dirigirnos ahora dentro de los caminos del Señor, y para ser nuestra consolación, haciéndonos comprender que es Dios quien lo ha dispuesto todo, y no el hombre. De esta manera, las pasiones, en lugar de ser dirigidas a la política, se calman; veo lo que Dios ha dicho, leo en Daniel que todo está dispuesto anticipadamente, y me tranquilizo. Y separado de esas cosas mundanas, puedo estudiar por adelantado la profundidad y perfecta sabiduría de Dios; me ilustro y me adhiero a Él, en lugar de seguir mis propios caminos. Veo, en los acontecimientos que se tienen lugar, el desarrollo de los pensamientos del Altísimo, y no un dominio abandonado a las pasiones humanas. Y es mediante la profecía, especialmente en los acontecimientos que se cumplen al final, que nos es mostrado el carácter de Dios, todo lo que Dios ha querido decir acerca de Sí mismo, de Su fidelidad, Su justicia, Su poder, Su longanimidad, pero también el juicio que ejecutará con certidumbre sobre la orgullosa iniquidad, y la venganza deslumbradora que arrojará sobre aquellos que corrompen la tierra, para que sea establecido Su gobierno en paz y bendición para todos. En una palabra, como aquello que está anunciado por boca de los profetas, en cuanto a los judíos, demuestra el carácter de Jehová, Su fidelidad y todos Sus atributos, de la misma manera lo que se enseña acerca de la Iglesia exhibe el carácter del Padre. La Iglesia está en relación con Dios en Su carácter de Padre, y los judíos con Dios en Su carácter de Jehová, que es el nombre característico de la relación de ellos con Dios.
El domingo pasado alguien os citó a algunos entre vosotros aquel famoso pasaje de Pablo: «Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado» (1 Co 2:2). Deseo decir algo con respecto a esto. Este pasaje es constantemente presentado como objeción contra el estudio de lo que está revelado en la Palabra. Esto proviene de dos causas; lo primero, de aquella prolífica fuente de error, que es la frecuente cita de un pasaje sin examinar el contexto; la otra causa es, ¡ay!, una ausencia de rectitud, un deseo de detenerse en los caminos del Señor, y de saber tan poco como sea posible. No es cierto, no se dice que nos debamos limitar al conocimiento de Jesucristo sólo como crucificado. Hace falta conocer a Jesús glorificado, a Jesucristo a la diestra de Dios; es necesario que lo conozcamos como Sumo Sacerdote, como Abogado delante del Padre. Tenemos que conocer a Jesucristo tanto como sea posible, y no decir: Me he propuesto no saber nada entre vosotros más que a Jesucristo, y a éste crucificado. Decir tal cosa es tomar la palabra de Dios para abusar de ella.
El apóstol, hablando en medio de los paganos, de los filósofos de Corinto, quería decir que no había considerado entrar en el campo de la filosofía pagana, sino que se limitaba a Jesucristo, a Jesucristo el menospreciado de los hombres, para humillar mediante la cruz aquella vanagloria, basando la fe de ellos en la palabra de Dios, y no en la sabiduría humana. Pero también dice, en el mismo capítulo, que, desde el momento en que se encuentra en medio de cristianos, actúa de manera muy distinta: habla «sabiduría entre los que han alcanzado madurez» (v. 6). No quería filosofías humanas, pero, estando entre los maduros, dice: «hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez». Querer limitarse a Jesús crucificado es, insisto, querer limitarse a tan poco cristianismo como sea posible. En Hebreos 6 el apóstol dice que no quiere aquello que se le quiere hacer decir aquí; de hecho, condena lo que se nos propone en base de una falsa humildad, y dice: «Dejando los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección.»
Después de estas observaciones acerca del estudio general de la profecía, quiero recordar en pocas palabras cómo se revela Dios por medio de ella.
[h=4][SIZE=+1]El combate entre el postrer Adán y Satanás[/SIZE][/h]
El capítulo 12 de Apocalipsis nos presenta el gran objeto de la profecía y de toda la palabra de Dios, esto es, el combate que tiene lugar entre el postrer Adán y Satanás.
Es desde este centro de la verdad que resplandece toda la luz que despide la Sagrada Escritura.
Esta grande lucha puede tener lugar o bien por las cosas terrenales, y, en tal caso, es en el pueblo judío; o por la Iglesia, y en tal caso es en los lugares celestiales.
Es por esto que la profecía tiene dos partes: las esperanzas de la Iglesia y la de los judíos, aunque la primera, hablando con propiedad, no se llama profecía como tal, la cual trata de la tierra y de su gobierno por parte de Dios.
Pero, antes de entrar en esta gran crisis, el combate entre Satanás y el postrer Adán, es necesario desarrollar la historia del primer Adán, y esto es lo que se ha hecho. Finalmente, para que la Iglesia sea puesta en la situación de ocuparse de las cosas de Dios, es necesario ante todo que tenga la feliz certidumbre de su propia posición delante de Él.
En Su primera venida, Cristo cumplió toda la obra que el Padre le había encomendado en Su sabiduría en los consejos eternos de Dios; esto es lo que asegura la paz de la Iglesia. El Señor Jesús vino para introducir en el mundo, esto es, en el corazón de los fieles, la certidumbre de la salvación, el conocimiento de la gracia de Dios. Después de haber llevado a cabo esta salvación, se la comunica dándoles la vida. Su Espíritu Santo, que es el sello de esta salvación en el corazón, les revela las cosas venideras como hijos que son de la familia, herederos de los bienes de la casa. Dentro del período que separa la primera venida del Señor de la segunda, la Iglesia es reunida por la acción del Espíritu Santo, para tener parte en la gloria de Cristo cuando Él venga.
Estos son, en pocas palabras, los dos grandes temas que os he expuesto; esto es, que habiendo Cristo cumplido todo lo necesario para la salvación de la Iglesia, habiendo salvado a todos los que creen, el Espíritu Santo actúa ahora en el mundo para comunicar a la Iglesia el conocimiento de esta salvación. No viene para proponernos la esperanza de que Dios será bondadoso, sino a comunicarnos un hecho, el hecho de que Jesús ha cumplido ya la salvación de todos los que creen, y, cuando el Espíritu Santo comunica este conocimiento a un alma, ésta sabe que es salva. Así, estando en relación con Dios como hijos de Él, somos Sus herederos, «herederos de Dios, coherederos de Cristo». Todo lo que atañe a la gloria de Cristo nos pertenece a nosotros, y nos ha sido dado el Espíritu Santo: en primer lugar, para hacernos comprender que somos hijos de Dios. Es un Espíritu de adopción; pero, además, es un Espíritu de luz que enseña a los hijos de Dios cuál es su herencia. Por cuanto son uno con Cristo, les es revelada toda la verdad de Su gloria, la supremacía que tiene sobre todas las cosas, habiéndole establecido Dios como heredero de todas las cosas, y a nosotros como coherederos de Él.
Habiendo cumplido Cristo todo lo que era necesario, la Iglesia es recogida de entre todas las naciones, hasta la segunda venida de su Salvador, y es unida a Él. Ella tiene el conocimiento de la salvación que Él ha consumado, y de la gloria venidera, y el Espíritu Santo es, en los creyentes, el sello de la salvación consumada, y las arras de la gloria venidera.
Estas verdades arrojan una intensa luz sobre toda la historia del hombre. Pero recordemos siempre que el gran objeto de la Biblia es el combate entre Cristo, el postrer Adán, y Satanás.
¿En qué estado halló Cristo al primer Adán? En un estado en las profundidades del cual tuvo que entrar Él como cabeza responsable de toda la creación. Lo encontró en estado de caída, totalmente perdido. Y era necesario manifestar todo esto antes de la venida de Cristo. Dios no introdujo a Su Hijo como Salvador del mundo hasta que se cumpliera lo necesario para demostrar que el hombre era incapaz en sí mismo de todo bien. Toda la era del hombre, antes y después del diluvio, bajo la ley, bajo los profetas, no hace más que dar siempre testimonio, cada vez de manera más clara, de que el hombre estaba perdido. Fracasó en todo, bajo cada circunstancia posible, hasta que al final, habiendo enviado Dios a Su Hijo, los siervos dijeron: «He aquí el heredero, matémosle». Habiéndose llenado así la medida del pecado, sobrepujó también la gracia de Dios, dándonos la herencia a nosotros, miserables pecadores, la herencia con Cristo en la gloria celestial, de la que poseemos las arras, teniendo aquí abajo a Cristo por el Espíritu.
[h=4][SIZE=+1]La sucesión de las dispensaciones[/SIZE][/h]
Entro ahora un poco en la sucesión de las dispensaciones, y también en lo que toca al carácter de Dios a este respecto, y lo primero que quiero observar es el diluvio, porque hasta esta época no había habido, por así decirlo, gobierno en el mundo. La profecía que existía antes del diluvio era que Cristo iba a venir; las enseñanzas de Dios siempre tendían a este fin. «He aquí, el Señor viene», decía Enoc, «con sus santas miríadas.»
Pero pasemos ahora a Noé. En él tenemos el gobierno de la tierra, y a Dios entrando en juicio y confiando al hombre la espada del castigo.
Después tenemos el llamamiento de Abraham. Observemos que no es el principio del gobierno el que nos presenta aquí la Palabra, sino el de la promesa y el llamamiento a entrar en relación con Dios, en la persona de aquel que viene a ser la raíz de todas las promesas de Dios, Abraham, el padre de los creyentes. Dios lo llama, le hace salir de su patria, dejar su familia, mandándole que vaya a un país que le mostrará. Dios se le revela como el Dios de la promesa, que separa a un pueblo para Sí mismo por una esperanza que le da. Es en esta época que Dios se revela bajo el nombre de Dios Todopoderoso.
Después de esto Dios toma de entre los descendientes de Abraham, por este mismo principio de la elección, a los hijos de Jacob para que sean Su pueblo aquí en la tierra, y que sean objeto de todos Sus cuidados terrenales. Del seno de este pueblo ha de venir Cristo según la carne. Es en el seno de este pueblo de Israel que Él manifiesta todo Su carácter como Jehová; no es sólo un Dios de promesa, sino que es un Dios que reune los dos principios de gobierno y de llamamiento, que habían sido manifestados sucesivamente en Noé y en Abraham. Israel era el pueblo llamado, separado, pero separado para bendiciones terrenales y para gozar de la promesa, al mismo tiempo que para ser objeto del ejercicio del gobierno de Dios según Su ley.
Tenemos así el principio señalado en Noé, el del gobierno de la tierra, y el principio señalado en Abraham, el de su llamamiento y de su elección; y tenemos a Jehová que debe cumplir todo lo que Él ha anunciado como Dios de promesa, «que era, que es y que ha de venir», y gobernar toda la tierra según la justicia de Su ley, la justicia revelada en Israel.
Hemos visto que Dios hizo depender el cumplimiento de Sus promesas, en aquellos tiempos, de la fidelidad del hombre, y que preparó todas las ocasiones para ponerlo a prueba y manifestar, de manera detallada y como en una ilustración, todos los caracteres bajo los que actuaba para con él. Esto es lo que hizo bajo los sacerdotes, los profetas, los reyes, etc. Ahora deseo especialmente haceros observar que la profecía nos desarrolla la sucesión de estas relaciones de Dios con Israel y con el hombre, no sólo como manifestación de la caída del hombre, sino principalmente como manifestación de la gloria de Dios.
Cuando Israel transgredió la ley de todas las formas posibles, incluso en el seno de la familia de David, que fue el último sustento de la nación, en aquel momento de fracaso comenzó la profecía, en todos sus aspectos, y manifestando estos dos rasgos: El primero, la manifestación de la gloria de Cristo, para demostrar que el pueblo había faltado a la ley; el otro, la manifestación de la gloria venidera de Cristo, para que fuera el sustento de la fe de aquellos que deseaban observar la ley, pero que veían que todos fracasaban.
Es demasiado tarde para prestar atención a las profecías cuando ya han sido cumplidas. Aquellos a las que se éstas se dirigían debían someterse a los profetas mientras profetizaban; la palabra de Dios debía hablar a sus conciencias. Y así es con nosotros. Al mismo tiempo, había predicciones que anunciaban que el Mesías sería enviado, para venir y padecer, a fin de cumplir otras cosas de la mayor importancia.
La profecía tiene su aplicación propia a la tierra; no se profetiza acerca del cielo; trata de cosas que tienen que acontecer sobre la tierra, y es en esto en lo que la Iglesia ha errado; se ha pensado que iba a ser ella misma el cumplimiento de estas bendiciones terrenales, cuando en realidad es llamada a gozar de bendiciones celestiales. El privilegio de la Iglesia es tener su porción en los lugares celestiales, y, más tarde, las bendiciones se extenderán sobre el pueblo terrenal. La Iglesia es algo totalmente distinto, durante el rechazamiento del pueblo terrenal, que es rechazado a causa de sus pecados, y dispersado entre las naciones, de entre las cuales Dios ha escogido un pueblo para darle a gozar la gloria celestial con el mismo Jesús. El Señor, rechazado por el pueblo judío, ha venido a ser una persona totalmente celestial. Es esta doctrina la que se halla especialmente en los escritos de Pablo. No se trata ya del Mesías de los judíos, sino de un Cristo exaltado, glorificado, y la Iglesia unida con Él en el cielo; y es debido a no haber comprendido bien esta regocijante verdad, queridos amigos, que la Iglesia se ha debilitado de tal manera.
[h=4][SIZE=+1]La iglesia glorificada[/SIZE][/h]
Habiendo seguido así de manera resumida la historia de estas diversas dispensaciones, nos queda ahora por ver la Iglesia glorificada, pero sin que el Señor haya hecho dejación de ninguno de Sus derechos sobre la tierra. Él era el heredero; Él iba a derramar aquella sangre que sería el precio del rescate de la herencia. Como dijo Booz (cuyo nombre significa «en Él hay fuerza»), «El mismo día que compres las tierras de manos de Noemí, debes tomar también a Rut la moabita, mujer del difunto, para que restaures el nombre del muerto sobre su posesión». Era necesario que Cristo rescatara a la Iglesia, coheredera por gracia (como Booz, tipo de Cristo, rescató la herencia al tomar a Rut como mujer), habiendo recaído en ella la herencia por decreto de Jehová.
Así, tenemos a Cristo y la Iglesia teniendo derecho a la herencia, esto es, a todas las cosas que Cristo mismo ha creado como Dios. Pero, ¿cuál es el estado de la Iglesia en la actualidad? ¿Es que ella ha heredado ya estas cosas? Ni una sola, porque no podemos, hasta que estemos en la gloria, poseer ninguna, excepto el Espíritu de la promesa que es «las arras de nuestra herencia, hasta la redención de la posesión adquirida». Hasta este momento, Satanás es el príncipe de este mundo, el dios de este mundo; incluso acusa a los hijos de Dios en los lugares celestiales, que sólo ocupa por usurpación (lo cual debe tan sólo a las pasiones de los hombres, y al poder que ejerce sobre la criatura caída y alejada de Dios, aunque, en último término, la providencia de Dios haga que todo redunde para el cumplimiento de Sus consejos).
[h=4][SIZE=+1]El gobierno es transferido a los gentiles[/SIZE][/h]
Ahora, queridos amigos, habiendo considerado los derechos de Cristo y de Su Iglesia, consideremos cómo Cristo los hará valer. Será precisamente esto lo que nos llevará a ver, en su orden, el cumplimiento de estas cosas al final de todo. Sólo que, al llegar aquí (porque hasta ahora sólo he hablado de los judíos), debo echar un vistazo a los gentiles.
Hemos visto que cuando la ruina de la nación judía quedó consumada, Dios transfirió el derecho del gobierno a los gentiles; pero el gobierno de la tierra quedó entonces separado del llamamiento y de las promesas de Dios. Hemos visto estas dos cosas reunidas en el pueblo judío, el llamamiento de Dios y el gobierno sobre la tierra; pero quedaron distinguidas en el momento en que Israel fue puesto a un lado. Ya hemos visto estos dos principios: el gobierno en Noé, y el llamamiento en Abraham. Estos dos principios quedaron reunidos en los judíos; pero Israel fracasó, y desde entonces dejó de poder manifestar el principio del gobierno de Dios, porque Dios actuaba con justicia en Israel, y por cuanto el Israel injusto no podía ya ser el depositario del poder de Dios. Entonces Dios abandonó Su trono terrenal en Israel. Sin embargo, en cuanto al llamamiento terrenal, Israel siguió siendo el pueblo llamado: «porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.» En cuanto al gobierno, Dios puede transferirlo adonde quiera, y lo transfirió a los gentiles. Hay llamados de entre las naciones, pero es para el cielo. Nunca se transfiere el llamamiento de Dios para la tierra; este llamamiento queda para los judíos. Si quiero una religión terrenal, debo ser judío.
En el momento en que la Iglesia pierde su carácter celestial, lo pierde todo. ¿Qué sucede con las naciones después que se les asigna el gobierno? Se transforman en «bestias»; es con este nombre que se designa a las cuatro monarquías. Una vez que el gobierno ha sido transferido a los gentiles, pasan a ser opresoras del pueblo de Dios. Tenemos, en primer lugar, a los babilonios; en segundo lugar, a los medos y a los persas; luego, a los griegos; y finalmente, a los romanos. Ahora bien, esta cuarta monarquía consumó su crimen en el mismo momento en que los judíos consumaron el suyo, al hacerse cómplice, en la persona de Poncio Pilato, de la voluntad de una nación rebelde, para dar muerte a Aquel que era el Hijo de Dios y el Rey de Israel. El poder gentil está caído, como lo está el pueblo llamado, el pueblo judío.
Y entre tanto, ¿qué sucede? Primero, tiene lugar la salvación de la Iglesia. La iniquidad de Jacob, el crimen de las naciones, el juicio del mundo, el de los judíos, todo ello pasa a ser la salvación de la Iglesia, que es consumada en la muerte de Jesús. En segundo lugar, todo lo que ha sucedido desde estos hechos tiene por objeto tan sólo la reunión de los hijos de Dios. Dios muestra en todo ello suma paciencia. Los judíos, el pueblo llamado, se ha convertido en rebelde, y ha sido echado de la presencia de Dios; las naciones se han vuelto igualmente rebeldes, pero el gobierno sigue en ellas; en estado caído, ciertamente, pero siempre está ahí la paciencia de Dios, esperando hasta el fin. Y luego, ¿qué sucederá?
Que la Iglesia se reunirá con el Señor en los lugares celestiales.
[h=4][SIZE=+1]Los acontecimientos después que la Iglesia sea arrebatada[/SIZE][/h]
Supongamos ahora que ha llegado el momento decretado por Dios, y que toda la Iglesia es reunida; ¿qué sucederá con ella? Que irá de inmediato al encuentro del Señor, y tendrán lugar las bodas del Cordero, siendo la salvación consumada en la misma sede de la gloria, en los lugares celestiales. ¿Dónde estarán entonces las naciones? Seguirá estando allí el gobierno de la cuarta monarquía; los judíos se reunirán en su estado de rebelión, e incluso, en su mayoría, se someterán al Anticristo, para hacer la guerra al Cordero. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué el Evangelio no ha impedido tal estado de cosas? Porque Satanás, hasta este momento, no ha sido nunca expulsado del cielo, y que por consiguiente, todo lo que Dios ha hecho aquí abajo para el hombre ha sido arruinado, bien el gobierno de los gentiles, bien la relación presente de los judíos con Dios; todo ha sido deteriorado por la presencia de Satanás, siempre allí, ejerciendo su funesta influencia.
Pero ahora Dios va a intervenir. ¿Y qué hará? Desposeerá a Satanás, echándolo del poder. Esto es lo que hará Jesús cuando se reuna la Iglesia con Él, y cuando comenzará a actuar para poner todas las cosas en orden.
Queridos amigos, cuando la Iglesia sea recibida por Cristo, habrá una batalla en el cielo, para la purificación de la sede celestial del gobierno de estas fecundas fuentes de mal, de estos agentes activos de los males de la humanidad y de toda la creación. El resultado de tal combate es fácil de preveer; Satanás será echado del cielo, sin ser aún atado; pero será lanzado sobre la tierra, adonde llegará con gran ira, porque sabe que le queda poco tiempo. Desde este momento, el poder quedará establecido en el cielo según los propósitos de Dios. Pero en la tierra será distinto, porque, cuando Satanás sea echado del cielo, incitará a toda la tierra, y sublevará de manera particular a la tierra apóstata rebelada contra el poder de Cristo que viene del cielo. Se dice: «Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar!...»
Así, los cielos creados serán ocupados por Cristo y Su Iglesia, y Satanás vendrá con gran ira sobre la tierra, teniendo poco tiempo. Bajo la influencia del Anticristo, la cuarta monarquía pasará a ser la esfera especial en la que se manifestará entonces la actividad de Satanás, que unirá a los judíos con este príncipe apóstata contra el cielo. No entro aquí en las pruebas escriturarias: ya hemos hablado de ellas; me limito a recapitular los hechos en el orden de su cumplimiento. Es innecesario añadir que el resultado de todo esto será el juicio y la destrucción de la cuarta bestia y del Anticristo. Jesucristo destruirá, en este mismo juicio, el poder de Satanás en el gobierno que hemos visto confiado a los gentiles. El Inicuo que ejerce este poder, unido a los judíos, y habiéndose instalado en Jerusalén como el centro de gobierno de la tierra, será destruido por la venida del Señor de señores y Rey de reyes, y Cristo ocupará de nuevo esta capital de gobierno, que se convertirá en la sede del trono de Dios sobre la tierra.
Pero, aunque el Señor haya descendido a la tierra, y aunque haya sido destruido el poder de Satanás, y haya sido establecido el gobierno en manos del Justo, no por ello habrá quedado toda la tierra sometida bajo Su cetro. El remanente de los judíos está liberado, y la bestia y el Anticristo destruidos, pero el mundo, no reconociendo aún los derechos de Cristo, deseará poseer Su heredad; y el Señor tendrá que despejar el terreno para que los moradores de la tierra gocen las bendiciones de Su reinado sin perturbaciones ni estorbos, y para que en este mundo, tanto tiempo sometido al Enemigo, sean establecidos el gozo y la gloria.
Lo primero que hará el Señor será purificar Su tierra (el país que pertenece a los judíos) de los tirios, filisteos, sidonios, de Edom, Moab, Amón, en resumen, de todo lo que se encuentra entre el Éufrates y el Nilo. Esto será hecho por el poder de Cristo en favor de Su pueblo restaurado por Su bondad. Tenemos entonces al pueblo morando en seguridad; luego, todo el resto de Israel será recogido de entre las naciones. Cuando el pueblo esté así recogido en paz plena, vendrá otro enemigo: Gog; pero sólo vendrá para su perdición.
Creo que habrá, dentro de este tiempo, probablemente al comienzo de este período, aparte de los juicios públicos, una manifestación más serena, más íntima, del Señor Jesús a los judíos. Esto es lo que tendrá lugar cuando descenderá sobre el monte de los Olivos, donde Sus pies se afirmarán sobre el monte, siguiendo la expresión de Zacarías 14:3, 4. Es siempre el mismo Jesús; pero se revelará apaciblemente, y se les mostrará no en Su carácter de Cristo del cielo, sino como el Mesías de los judíos.
Una vez haya tenido lugar la restauración de los judíos y la manifestación del Señor, vendrá también bendición para los gentiles. La Iglesia habrá recibido bendición, habrá dejado de existir la apostasía de la cuarta monarquía, el Inicuo habrá sido destruido, lo mismo que los israelitas infieles; en resumen, el país de los judíos gozará de paz.
Pero después habrá el mundo venidero, preparado e introducido por medio de estos juicios y por la presencia del Señor, en lugar de la presencia del mal y del Maligno. Los que habrán visto la manifestación de esta gloria en Jerusalén saldrán a anunciar su venida a las naciones. Éstas se someterán a Cristo; reconocerán a los judíos como el pueblo bendito de Cristo, los llevarán a su país, y vendrán a ser ellas mismas el escenario de una gloria que, con centro en Jerusalén, se extenderá en bendición por todo lugar donde la raza humana podrá gozar de sus efectos. Al haberse extendido por todo lugar el testimonio de esta gloria, los corazones, llenos de buena voluntad, se someterán a los consejos y a la gloria de Dios, respondiendo a este testimonio. Cumplidas todas las promesas de Dios, y habiendo quedado establecido el trono de Jehová en Jerusalén, este trono vendrá a ser la fuente de bienaventuranza para toda la tierra; la restauración de los judíos será para el mundo como vida de entre los muertos.
Queda una cosa por añadir, y es que en esta época Satanás quedará atado, y que, consiguientemente, la bendición será sin interrupción, hasta que sea «desatado por un poco de tiempo». En lugar de la presencia del Adversario en las alturas, en lugar de su gobierno, que está ahora en el aire, en lugar de la confusión y de la desgracia que produce ahora hasta donde se le permite, estarán ahí Cristo y los Suyos, como fuente y medio de bendiciones siempre renovadas. El gobierno en los lugares celestiales vendrá a ser la garantía, y no el estorbo o el instrumento a regañadientes, de los beneficios de Dios. La Iglesia glorificada, testimonio para todos, por su mismo estado, de la magnitud del amor del Padre, y de aquella fidelidad que cumple todas Sus promesas y que más que colmará las esperanzas de nuestros débiles corazones, llenará con su gozo los lugares celestiales, y en su servició constituirá la dicha del mundo, para el que será instrumento de las gracias de las que gozará su corazón. Así será la Jerusalén celestial, testimonio en gloria de la gracia que la habrá puesto tan en alto. De en medio de ella brotará el río de vida en el que se encuentra el árbol de la vida, cuyas hojas son para la sanidad de las naciones; porque, en la misma gloria, la Iglesia mantendrá este dulce carácter de gracia. Al mismo tiempo, y sobre la tierra, la Jerusalén terrenal será el centro del gobierno y del reino de la justicia de Jehová. Al ser testimonio, por su posición y gloria aquí en la tierra, de la fidelidad de Jehová su Dios, como lo ha sido, en sus desdichas, de Su justicia, pasará a ser, como sede de Su trono, el centro del ejercicio de esta justicia. «La nación o el reino que no te sirviere, perecerá» (Is 60:12). En efecto, dentro de este estado de gloria terrenal, aunque situada en él por el nuevo pacto, esta ciudad conservará aún su carácter normal, para que pueda ser testigo del carácter de Jehová, como la Iglesia lo es del carácter del Padre. Dios manifestará el pleno significado de Su nombre de «Dios Altísimo, poseedor de los cielos y de la tierra»; y Cristo cumplirá, en su plenitud, las funciones de Sacerdote según el orden de Melquisedec, quien, después de la victoria lograda sobre los enemigos del pueblo de Dios, bendecirá a Dios en nombre del pueblo, y al pueblo de parte de Dios (véase Gn 14:18 y ss.).
[h=4][SIZE=+1]Conclusión[/SIZE][/h]
Queridos amigos, comprenderéis que hay una multitud de detalles que no he tocado; por ejemplo, las circunstancias de los judíos que serán perseguidos en Judea. Hay pasajes que nos enseñan acerca de ello. Pero este bosquejo general os llevará a considerar por vosotros mismos la Palabra de Dios acerca de todo este tema. Por lo que a mí respecta, le doy la mayor importancia a los grandes rasgos de la profecía, y la razón es ésta: Como ya he dicho, existe, por una parte, la distinción de las dispensaciones, que se hacen sumamente claras bajo la consideración de estas verdades; por otra parte, se desvela plenamente mediante ellas el carácter de Dios. Con todo, nada hay que impida estudiar la profecía hasta en sus más mínimos detalles. Si intentamos examinar las obras humanas de esta manera, encontraremos una multitud de imperfecciones; pero es al contrario con las obras de Dios; cuanto más se entra en sus más pequeños detalles, tanta más perfección se ve.
Quiera Dios perfeccionar en nosotros, y en todos Sus hijos, esta separación del mundo que debe ser, delante de Dios, el fruto de la esperanza expectante de la Iglesia, al tener a la vista estas bendiciones celestiales, y también los terribles juicios que caerán sobre todo aquello que ata al hombre a este mundo. Porque el juicio caerá sobre todos estos objetos terrenales. ¡Que Dios perfeccione también los deseos de mi corazón, y el testimonio del Espíritu Santo!
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Re: Once Conferencias pronunciadas en 1840 en la ciudad de Ginebra por John Nelson Da

Es evidente para todo amante de las escrituras,que Dios por medio de este siervo JN.Darby alumbró nuestro entendimiento en cuestiones tan importantes a cerca del tiempo del fin, de Israel, de la Iglesia y de las naciones, con este proposito firme de nuestra edificación.Se nos alerta para que estemos preparados, para que amemos y nos preocupemos mas por la santidad de nuestro Dios y conozcamos con mayor detalle y precisión, el orden de los tiempos que El ha establecido para traer así mismo a su Iglesia y dar el Reinado eterno a Israel en su tierra.

Espero y deseo sea de bendicion la lectura de estas conferencias como a mi mismo lo ha sido.

Un saludo.