Fuente: La Razón
Sombras episcopales
Luis González SEARA
Los obispos vascos han hecho público un manifiesto político solidarizándose con las tesis del nacionalismo vasco contra la Ley de Partidos Políticos que se tramita y debate en el Parlamento español. Es inútil que pretendan cubrirse con el eufemismo de llamarle carta pastoral conjunta al documento, y con el lenguaje clerical de hacer apelaciones a la oración y de invocar incluso al Espíritu Santo. El manifiesto hace suyos los distintos puntos de vista que vienen manteniendo los nacionalistas vascos, con la particularidad de que se quieren hacer pasar por trascendentales principios morales lo que de verdad son meras opiniones e intereses concretos de ciertos partidos políticos. Tampoco da mucho de sí el titular grandilocuente que habla de «preparar la paz». Como ahora los obispos frecuentan menos el latín, no parecen ser conscientes de que tal expresión trae a la memoria la máxima latina si vis pacem, para bellum, si quieres la paz, prepara la guerra, que es lo que se esconde detrás de la mayoría de las organizaciones y de las grandes alocuciones que circulan por la jungla internacional. Y, para no salirnos de la cultura latina, que tanto lustre dio a la Iglesia, se podría recordar lo que escribió el historiador Tácito: «Hacen una carnicería y la llaman paz». Desde luego, ésa es la paz de la que hablan a diario los militantes de Eta y de Batasuna, y en ello radica el diálogo que practican tales paladines de los derechos humanos y de las «relativas» ideas políticas que profesan. Lo que resulta inaudito es que los señores obispos, en la comprometida búsqueda pastoral de un camino que lleve a un «proyecto compartido que respete las identidades y prepare la paz», digan que tal proyecto «se malogra cuando quiere imponerse por la fuerza ciega o por el puro imperio de la ley». Señores prelados: en una democracia, los proyectos, los caminos, las decisiones y las formas de convivencia se adoptan y se legitiman mediante acuerdos y leyes que son expresión de la voluntad general de los ciudadanos. Sólo alguien puede parangonar la imposición por la fuerza ciega con el imperio de la ley. La fe nacionalista produce desvaríos que hacen pensar en maniobras del Maligno, pues, de no ser así, no se comprende que, en asuntos que la propia pastoral considera «resbaladizos», se considere que no debe ilegalizarse Batasuna, «sean cuales fueren las relaciones existentes entre Batasuna y Eta». Es decir, aunque se demuestre en la vía judicial que Batasuna y Eta son la misma cosa, o que tienen una misma financiación procedente de la extorsión, la amenaza y el asesinato, un país democrático no debe ilegalizar a quienes cometen crímenes y atentan contra la Constitución y los derechos de los ciudadanos. Todo ello para que no se deteriore más el «conflicto de identidades» y se eviten «algunas consecuencias sombrías», según dicen los pastores y el P. Arzallus, que fue el primero en referirse a tales consecuencias, y que es quien está detrás, o delante, de las tres sombras episcopales.
Sombrías sotanas
Luisa PALMA
No es la primera que hacen y tampoco será la última. A golpe de pastoral, los tres obispos vascos están dejando al personal estupefacto. Dicen que «sea cual fuere» la relación de Batasuna con el terrorismo de Eta, si resulta ilegalizada traerá «consecuencias sombrías». Pues mira por dónde y a pesar de la indignación, me alegro de que se hayan descubierto metiéndose de hoz y coz en política (recuérdese que hace nada hicieron mutis por el foro para no apoyar el pacto antiterrorista porque era «una cuestión política»). Y me alegro porque al menos esto les deja con la sotana al aire. Estos sombríos obispos acaban de demostrar que son rancios y politizados nacionalistas vascos, defendiendo a ultranza los peores prejuicios de ese clan, y después, a lo mejor, tienen algo de religiosos y les suena ese quinto mandamiento, como dice el socialista Caldera, el de «no matarás». Me conforta que el Gobierno haya recurrido a la diplomacia para protestar, aunque no sirva de mucho. Me avergüenza que la Conferencia Episcopal se lave las manos, pero lo que peor aguanto es que algunos digan que estos obispos rechazan la violencia cuando lo que están proponiendo es una clara impunidad para el mundo del terror y el asesinato. Se va a necesitar algo más que suerte para que estos obispos recuerden a quien dijo aquello de «a los tibios les escupiré de mi boca».
Sombras episcopales
Luis González SEARA
Los obispos vascos han hecho público un manifiesto político solidarizándose con las tesis del nacionalismo vasco contra la Ley de Partidos Políticos que se tramita y debate en el Parlamento español. Es inútil que pretendan cubrirse con el eufemismo de llamarle carta pastoral conjunta al documento, y con el lenguaje clerical de hacer apelaciones a la oración y de invocar incluso al Espíritu Santo. El manifiesto hace suyos los distintos puntos de vista que vienen manteniendo los nacionalistas vascos, con la particularidad de que se quieren hacer pasar por trascendentales principios morales lo que de verdad son meras opiniones e intereses concretos de ciertos partidos políticos. Tampoco da mucho de sí el titular grandilocuente que habla de «preparar la paz». Como ahora los obispos frecuentan menos el latín, no parecen ser conscientes de que tal expresión trae a la memoria la máxima latina si vis pacem, para bellum, si quieres la paz, prepara la guerra, que es lo que se esconde detrás de la mayoría de las organizaciones y de las grandes alocuciones que circulan por la jungla internacional. Y, para no salirnos de la cultura latina, que tanto lustre dio a la Iglesia, se podría recordar lo que escribió el historiador Tácito: «Hacen una carnicería y la llaman paz». Desde luego, ésa es la paz de la que hablan a diario los militantes de Eta y de Batasuna, y en ello radica el diálogo que practican tales paladines de los derechos humanos y de las «relativas» ideas políticas que profesan. Lo que resulta inaudito es que los señores obispos, en la comprometida búsqueda pastoral de un camino que lleve a un «proyecto compartido que respete las identidades y prepare la paz», digan que tal proyecto «se malogra cuando quiere imponerse por la fuerza ciega o por el puro imperio de la ley». Señores prelados: en una democracia, los proyectos, los caminos, las decisiones y las formas de convivencia se adoptan y se legitiman mediante acuerdos y leyes que son expresión de la voluntad general de los ciudadanos. Sólo alguien puede parangonar la imposición por la fuerza ciega con el imperio de la ley. La fe nacionalista produce desvaríos que hacen pensar en maniobras del Maligno, pues, de no ser así, no se comprende que, en asuntos que la propia pastoral considera «resbaladizos», se considere que no debe ilegalizarse Batasuna, «sean cuales fueren las relaciones existentes entre Batasuna y Eta». Es decir, aunque se demuestre en la vía judicial que Batasuna y Eta son la misma cosa, o que tienen una misma financiación procedente de la extorsión, la amenaza y el asesinato, un país democrático no debe ilegalizar a quienes cometen crímenes y atentan contra la Constitución y los derechos de los ciudadanos. Todo ello para que no se deteriore más el «conflicto de identidades» y se eviten «algunas consecuencias sombrías», según dicen los pastores y el P. Arzallus, que fue el primero en referirse a tales consecuencias, y que es quien está detrás, o delante, de las tres sombras episcopales.
Sombrías sotanas
Luisa PALMA
No es la primera que hacen y tampoco será la última. A golpe de pastoral, los tres obispos vascos están dejando al personal estupefacto. Dicen que «sea cual fuere» la relación de Batasuna con el terrorismo de Eta, si resulta ilegalizada traerá «consecuencias sombrías». Pues mira por dónde y a pesar de la indignación, me alegro de que se hayan descubierto metiéndose de hoz y coz en política (recuérdese que hace nada hicieron mutis por el foro para no apoyar el pacto antiterrorista porque era «una cuestión política»). Y me alegro porque al menos esto les deja con la sotana al aire. Estos sombríos obispos acaban de demostrar que son rancios y politizados nacionalistas vascos, defendiendo a ultranza los peores prejuicios de ese clan, y después, a lo mejor, tienen algo de religiosos y les suena ese quinto mandamiento, como dice el socialista Caldera, el de «no matarás». Me conforta que el Gobierno haya recurrido a la diplomacia para protestar, aunque no sirva de mucho. Me avergüenza que la Conferencia Episcopal se lave las manos, pero lo que peor aguanto es que algunos digan que estos obispos rechazan la violencia cuando lo que están proponiendo es una clara impunidad para el mundo del terror y el asesinato. Se va a necesitar algo más que suerte para que estos obispos recuerden a quien dijo aquello de «a los tibios les escupiré de mi boca».