NAVIDAD MAQUILLADA

Bart

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24 Enero 2001
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http://www.icp-e.org/hemeroteca/e2002/e021227wc.htm

NAVIDAD MAQUILLADA


‘E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria.’
(1 Timoteo 3:16)



De nuevo está aquí, fiel a su cita anual, aunque como siempre, o tal vez cada vez más, irreconocible: Amordazada, secuestrada, violada, tergiversada, disfrazada, degradada y paganizada. De ella se puede decir lo que se apostilla de algunas realizaciones artísticas: Todo parecido con la realidad es mera coincidencia. Es tan irreconocible, tiene tanto cosmético encima, que se ha hecho con ella algo semejante a lo que los maquilladores hacen con sus usuarios: convertirlos en otra cosa.


El cine sabe mucho de eso; por eso nunca dejan de sorprenderme los resultados que se logran con el maquillaje: lo feo se puede tornar hermoso y viceversa, lo joven decrépito y al contrario o lo mediocre sublime y al revés. Pero las técnicas de compostura van más allá de la farándula y pretenden llegar hasta la otra orilla de esta vida: Una vez estuve en un entierro en el que el difunto era un muchacho de unos quince años al que un cáncer se había llevado; la situación no podía ser más trágica, especialmente para unos padres rotos por el dolor; pero cuando me acerqué al ataúd para ver al joven me quedé sorprendido ante la amplia sonrisa que iluminaba su rostro. Era la primera vez que veía algo así, acostumbrado a ver a los muertos con un gesto serio o contraído; pero pasado el primer instante de asombro, y mirando algo más fijamente, pude observar que aquella no era una sonrisa natural, sino que tenía todas las trazas de ser algo artificioso, logrado por las expertas manos de un profesional del maquillaje. Era evidente que el muchacho no había muerto con esa sonrisa en sus labios, era evidente que aquello era algo superpuesto, algo concebido para atenuar lo inatenuante y para dulcificar lo indulcificable. Después, mi asombro se convirtió en perplejidad: Aquella sonrisa congelada era en realidad sólo una patética mueca que, lejos de ocultar la tragedia, la convertía en algo todavía más grotesco de lo que ya de por sí era. El resultado final del experimento era el inverso al que se buscaba, pues aquella sonrisa obligada era sólo el tenue velo que dejaba traslucir la espeluznante risa de la muerte.

Y así como convertimos lo muerto en vivo o lo deleznable en noble, convertimos lo santo en profano y lo sagrado en mundano, de manera que nada queda exento de la transmutación; nada... ni siquiera la Navidad. La transformación a la que hemos sometido a la Navidad consiste en un cambio muy sutil: sólo dos letras de su nombre, la primera y la tercera las hemos intercambiado de lugar, lo demás lo hemos dejado todo igual. Pero al hacer eso ¡qué abismo tan grande hemos creado entre lo uno y lo otro! Martín Lutero llegó a afirmar lo siguiente: ‘Sería menester abolir todas las fiestas, conservando sólo el domingo...’ ¿La razón de tan drástica proposición? ‘Porque hay abuso en el beber y jugar, en el ocio y toda clase de pecados; ofendemos a Dios más en los días de fiesta que en los laborables. Es todo al revés.’(1) Ya sé que tal propuesta es inviable y utópica, pero ante el cariz que las cosas van tomando tal vez Lutero tuviera razón. No obstante, no todo está perdido y todavía es posible redescubrir la Navidad. Como todas las cosas verdaderas, tiene su raíz en la Sagrada Escritura. El pasaje arriba citado nos enseña, sin maquillaje ni artificiosidad, en lo que consiste:

· Es un misterio. Porque es algo sobrenatural, que sobrepasa lo abarcable con nuestra lógica y raciocinio; y porque es algo escondido, escondido en los propósitos eternos de Dios pero manifestado a su debido tiempo; y escondido a los soberbios y auto-suficientes que nunca pueden llegar a captarlo.

· Es el misterio de la piedad. Porque tiene que ver con la reverencia y devoción que a Dios le son debidas. En el mundo antiguo fueron muy populares las religiones de misterios, que normalmente eran vehículos de carnalidad y lujuria; pero aquí estamos ante un misterio muy distinto, donde se fomenta la fe y la santidad.

· Es un misterio grande. Porque en él se articula la conjunción de lo divino y lo humano, de lo celestial y lo terrenal. Más para ser admirado y adorado que para ser comprendido.

· Es un misterio revelado. Por medio del hecho más extraordinario que ha acontecido: La irrupción de Dios en la Historia de manera irreversible en la Encarnación. Y por medio de la constatación de la autenticidad del Dios-hombre: Su unción, sus milagros y el milagro de los milagros, su resurrección; también su segunda venida será motivo de legitimación. Los misterios paganos no eran más que fábulas y patrañas de especulación humana.

· Es un misterio publicado. Los ángeles fueron testigos, en su nacimiento, en su agonía, en su ascensión. Los gentiles también, a través de la predicación del evangelio. A diferencia de los misterios paganos, exclusivos para una élite de iniciados, aquí tenemos el misterio universal, para todas las criaturas: ángeles y seres humanos; y entre los seres humanos, los más alejados de Dios de todos: los gentiles.

· Es un misterio consumado. Porque alcanza su plenitud. Sí, el plan que Dios ideó, indefectiblemente alcanzará su cometido y gente de toda tribu, pueblo, lengua y nación creerán en ese misterio que se les anuncia para que sean salvos. También el Dios-hombre mismo recibirá gloria y honor por todo ello.

Los seis verbos que componen la estrofa: Manifestado, justificado, visto, predicado, creído y recibido, tienen todos un mismo centro de atención: la persona del Dios-hombre, Cristo Jesús. Y todos están en el mismo tiempo verbal: un aoristo, cuyo significado es una acción puntual que comienza y concluye en un solo acto, de modo que en un sentido real ya está todo hecho. Eso es la Navidad y menos que eso o algo distinto a eso es sólo una parodia humana.



(1) A la nobleza cristiana de la nación alemana


Wenceslao Calvo es conferenciante y pastor en Madrid
© Wenceslao Calvo
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