Re: Mormón Acepta Debate Para Defender su Fe, ¿Podrá Hacerlo?
Hola, ¿cómo están, chicos? Ha sido una larga ausencia. Un letrerito acá arriba dice que mi última visita a este foro fue el 20 de marzo, así que ya va para el mes que no los veo. Me encontré esto y se me hizo muy interesante.
Como ustedes saben soy mormón, pero debo aclarar que no siempre he sido del todo convencional al respecto. Quiero decir, acepto todas las verdades del evangelio restaurado, pero las acepto por razones que muchos otros santos de los últimos días nisiquiera sospechan. Eso se debe, principalmente, a que mi formación ha sido diferente de la de la mayoría de ellos. Yo llegué a ser mormón partiendo de ser ateo.
En mi infancia no me enseñaron nada o no gran cosa acerca de Dios. Ha llegado a ser para mí muy curioso que yo, a pesar de ello, intuía la presencia de Dios, de la misma manera que lo hace el aborígen del África o del Amazonas, a quien nadie le enseña nada pero en su interior adora. Cuando tuve 12 años, debido a ciertas circunstancias ajenas a lo que ahora deseo aportar, me sentí fuertemente impulsado a ir en busca del Dios de mi infancia, de "el Dios no conocido". En mi adolescencia alguien me regaló un Nuevo Testamento, lo leí y el Espíritu Santo testificó fuertemente a mi alma que había encontrado al Dios que mi pecho intuía y, con toda la torpeza y simpleza de mi nuevo conocimiento, gratamente estremecido, acepté a Jesucristo como mi Salvador.
Allí pudiese terminar la historia. De hecho, termina allí para muchos cristianos. Estoy seguro de que nadie descalificará esto ahora como una auténtica conversión, porque desde entonces entregué mi alma a Cristo, de hecho y de vida y de palabra, sin haber tenido más estímulo y sin tener más conocimiento que el que proviene de haber leído directamente el Nuevo Testamento. Fue una conversación entre el Espíritu de Dios y mi espíritu. Si alguien me pregunta si he aceptado a Cristo como mi Salvador, "SÍ" es la enfática respuesta. Pero la historia no termina allí, sino que mi búsqueda continuó, en procura de ser bautizado en la Iglesia correcta, una que siguiera el modelo que había encontrado en la Biblia. Mi búsqueda terminó tres años más tarde, cuando el mismo Espíritu Santo inconfundible, que había llegado a conocer a través de mis experiencias con la Biblia, me testificó que el Libro de Mormón era también su palabra, que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días era la Iglesia cuyas prácticas y creencias había identificado a través de las escrituras y que este era el camino que Dios había decidido que siguiese.
Ahora, no digo esto para establecer ninguna diferencia, sólo para explicar cómo es que, de ateo, llegué a conocer la Iglesia verdadera en esta forma. Esto, no creo que me haga superior o inferior a otros hombres, porque, después de todo, tenemos la misma oportunidad.
Ahora, todo esto viene al caso por lo siguiente: primero, que mi formación me facilita un poco comprender a quienes son ateos, como yo lo fui, o provienen de vertientes inusuales. Como ex-ateo y pariente de un escritor, la educación y la formalidad eran altamente apreciadas en mi familia. De chico tuve más libros que amigos. Se me enseñó que todas las cosas tenían un orden y que si se quiere aprender algo tenía que aprenderse según ese orden.
Por ello, he llegado a apreciar altamente a aquellos que viven y aprenden de forma ordenada. Son mis ejemplos y mi más grande estímulo, especialmente aquellos que al hacerlo siguen a Jesús, que en mi opinión es un Dios de orden, y el más grande ejemplo de lo que podemos aspirar en este y tantos aspectos.
Yo creo que si Dios es un Dios de orden espera que sus seguidores lo sean. Creo que los verdaderos cristianos (de la denominación que sean, sea cual sea el concepto que quieran defender) deben ceñirse a un órden para la adquisición del conocimiento de Dios. De hecho, creo que los defensores de la razón, sean cristianos o no, deben ceñirse a ese orden. Creo que también deben hacerlo los defensores de la fe. Los defensores de la razón pueden, si quieren, llamarlo lógica. Y creo que la lógica no está reñida con la fe.
Por lo tanto, encuentro fuera de toda discusión la necesidad de los cristianos y de los no-cristianos de ceñirnos a las normas existentes para los fines que tengamos propuestos. Si esto es un foro, los foros tienen una naturaleza abierta, donde todo mundo puede participar. Pero si dentro del foro se establece un debate, entonces la naturaleza del foro se restringe a las normas que se hayan propuesto para el debate, aún cuando sea sólo para la conversación donde se desarrolle dicho debate. Si los participantes acuerdan seguir dichas normas entonces llegan a ser ley para ellos, por ser la expresión del órden y la voluntad. Su honorabilidad, su veracidad, su integridad y su naturaleza misma quedan en juego y son expuestas si uno de ellos quebranta las normas que él mismo acordó respetar, sobre todo si la parte contraria aún las respeta.
Entonces, mis queridos hermanos, estoy de acuerdo con aquellos que han podido percibir la razón para la cancelación de este debate. Estoy de acuerdo con ello no por ser mormón, ni porque quiera defender a Saiyark, sino porque el quebrantamiento de las reglas propuestas lo invalida, y si alguien decide continuarlo a pesar de dicho quebrantamiento es porque no las respeta. El debate debe terminarse para preservar la honorabilidad, veracidad, integridad y naturaleza de los participantes, sin importar cuánto querramos, como público, continuarlo. Debemos ser respetuosos, siendo el respeto una virtud cristiana. Debemos ser honorables, siendo el honor bien entendido una virtud cristiana. Y no debemos servir de piedra de tropiezo a los participantes, estimulándolos a continuar a pesar de las normas.
Eso no significa que no se pueda abrir otro debate, o que alguien se cierre y no desee contestar. Pero este está terminado. Y como cristianos, nos demostramos más al buscar el órden, que nos ayuda a parecernos al Dios de orden que buscamos, a Jesucristo, que es nuestro ejemplo, y a sus discípulos, que en todo caso, en toda instancia, no propusieron la anarquía resultante del abandono de las reglas, sino que pugnaron por el órden, sabiendo que al hacerlo serían mejores defensores de su fe.
Mis hermanos, no olvidemos los principios básicos que emanan de las Escrituras. No redoblemos el esfuerzo y olvidemos el propósito. No coloquemos el conocimiento por encima de la práctica. No perdamos de vista que la letra (el conocimiento) mata, en tanto que el Espíritu vivifica. Y sobre todo, no vituperemos a aquellos que están dispuestos a vivir conforme a sus normas y que empeñan en ello su vida y su palabra.
¿Desean que se continúe el debate? Propongan que otro se abra, con otros participantes, porque este no se pudo continuar. Respeten y acepten tanto un "sí" como un "no" como respuesta. Y, si el debate se abre, estimulen a los participantes, a ambos participantes, a realizarlo de acuerdo con las normas, tanto las propias de un debate como las que se acuerden de antemano entre los participantes. Y si esas normas se rompen nuevamente, no se inquieten, no se enojen, no aprovechen el espacio para poner ataques en defensa de una u otra posición (o de la propia, que es aún peor), no critiquen, ni vituperen ni ofendan.
Mejores son los cristianos que viven para sí en la disciplina del amor, que aquellos inflamados de fervor cuya conducta intolerante llega a ser para otros el peor obstáculo para la adopción de la fe. Aprendamos de Pablo de Tarso, de Pedro y de otros, cuya conducta ordenada fue para sus observadores, el ejemplo que les llevó a creer con más poder aún que las palabras.
Yo amo la Iglesia a la que pertenezco, pero por encima de ello amo a la verdad. La lógica, la razón, el órden, son parte de mi fe. Ennoblecen mi fe. Enaltecen la fe. Y venero por encima de todas las cosas a Jesucristo, que a través del Espíritu Santo ha llegado a ser el autor y perfeccionador de mi fe. Que todos podamos ser sus defensores, mostrándonos dispuestos y ordenados en todas las cosas, a fin de poder escalar en la fe, en defensa de la práctica de las virtudes cristianas y no de la teoría, es mi humilde ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.