Mirar al Cielo
Hay un proverbio, creo que árabe, que dice algo así: "la hormiga para mirar al cielo, tiene que ponerse boca arriba". Pero en esa posición la hormiga no puede caminar ni realizar su tarea de almacenaje de alimentos. La misión de la hormiga es trabajar y hundirse en la oscuridad de la tierra.
En muchas ocasiones los seres humanos damos la impresión de ser hormigas, no sólo porque queremos aprovechar todas las horas de sol para hacer realidad aquello de que el "tiempo es oro", sino porque además nos hundimos, también, en la oscuridad de la tierra y en ese enterramiento nos llevamos nuestros ideales, nuestros sueños y nuestras esperanzas. No estoy hablando de la muerte, me refiero a la vida del cada día, esa vida que se inicia cada mañana, al salir el sol, y que nos arrastra irremisiblemente a ponernos en la fila para ir uno tras de otro buscando el mejor grano para almacenar.
Hay muchas y muy grandes diferencias entre nosotros y las hormigas -aunque los científicos, que estudian el mapa genético, dicen que no somos tan diferentes a los insectos en cuanto al número de genes-, pero yo quisiera destacar entre ellas la de trabajar en verano para tener alimento para el invierno, según aprendimos de niños.
Muchos de nosotros no nos damos tiempo a una hibernación, a unas etapas en la vida para disfrutar a pleno pulmón de todo lo que vamos acumulando y terminamos enredándonos -cayendo en las redes- en la vertiginosa jornada que nos deja exhaustos, aunque, eso sí, con una cuenta corriente un poca más crecida. Y en esa carrera de ir y venir con ese único objetivo -como las hormigas-, a pocos se les ocurre, pararse a descansar y ponerse en situación de mirar al cielo. Sí, al cielo, con todo lo que significa cielo para los que nos hemos educado en esta cultura, incluso con las limitaciones que nos exige esa mirada, como a la hormiga que "boca arriba" no puede moverse y sólo le queda el derecho al pataleo.
Cuando uno se vuelve del revés -se convierte- y busca tiempo para mirar al cielo, queda limitada su avaricia, su afán de dominio sobre los otros, su afán de acaparar, su afán de sobresalir... Y se podrá patalear contra ese Cielo que no permite hacer lo que nos dé la gana con nuestra vida, con nuestro dinero, con nuestro tiempo y con nuestro cuerpo... Pero el pataleo no impedirá que nos demos cuenta que la luz está arriba y no en las cavernas, llenas de cachivaches acumulados a fuerza de trabajar como esclavos, donde nos mezclamos con el barro de la tierra.
Cuando volvamos, porque hay que volver irremisiblemente a la fila del "currelo", lo haremos de manera distinta, porque sabremos que en cualquier momento podemos abandonar la hilera y volvernos del revés para contemplar la belleza de lo que nunca podrán conseguir nuestros sudores hechos cuenta corriente..., y eso si que es libertad.
Salirse cuando uno quiera de la fila de la monotonía, "moverse en la foto" sin importarle perder el puesto asignado, disfrutar de lo trabajado sin tener que esperar las migajas de una jubilación, disentir de la mayoría, aunque los que pasen, afanados a tu lado, te llamen trasnochado, carca o "retablo", o, por el contrario, loco, revolucionario o marginal... Pero ser más que un número de registro personal, más que un documento nacional de identidad, más que un voto, más que un carnet de militante..., ser, ante todo, tú, es una experiencia que merece la pena. Y eso sólo se descubre si eres capaz de volverte del revés y contemplar, de vez en cuando, el Cielo... ¡Mucho tiempo no, porque te puedes quedar ciego de tanto mirar su luz..! ¡Pero si el tiempo suficiente para aprender que, la cadena humana en la que todos vamos enlazados, no tiene por que ser cadena que sujeta esclavos, que sólo sirven en cuanto rinden, que sólo valen lo que producen, que sólo interesan cuando votan, que sólo son un número en largas colas de espera!
Mirar al Cielo no es plantarse como si ya hubiéramos conseguido la "siete y media" de nuestra vida. Al Cielo se le mira en momentos en que necesitamos respirar nuestra propia identidad y, no estaría mal, que cuando vamos en la hilera de la tarea cotidiana, sin poder ponernos al revés, le echemos una ojeada, como un guiño de complicidad, con el que queramos decirle, y decirnos a nosotros mismos: "Yo no soy una hormiga, porque me gusta más el azul del cielo que el "marrón" de esta tierra; me gusta más la luz que viene de arriba, que las luces artificiales con las que pretenden encandilarme en la oscuridad del hormiguero".
Manuel Antonio Menchón
Sacerdote
Hay un proverbio, creo que árabe, que dice algo así: "la hormiga para mirar al cielo, tiene que ponerse boca arriba". Pero en esa posición la hormiga no puede caminar ni realizar su tarea de almacenaje de alimentos. La misión de la hormiga es trabajar y hundirse en la oscuridad de la tierra.
En muchas ocasiones los seres humanos damos la impresión de ser hormigas, no sólo porque queremos aprovechar todas las horas de sol para hacer realidad aquello de que el "tiempo es oro", sino porque además nos hundimos, también, en la oscuridad de la tierra y en ese enterramiento nos llevamos nuestros ideales, nuestros sueños y nuestras esperanzas. No estoy hablando de la muerte, me refiero a la vida del cada día, esa vida que se inicia cada mañana, al salir el sol, y que nos arrastra irremisiblemente a ponernos en la fila para ir uno tras de otro buscando el mejor grano para almacenar.
Hay muchas y muy grandes diferencias entre nosotros y las hormigas -aunque los científicos, que estudian el mapa genético, dicen que no somos tan diferentes a los insectos en cuanto al número de genes-, pero yo quisiera destacar entre ellas la de trabajar en verano para tener alimento para el invierno, según aprendimos de niños.
Muchos de nosotros no nos damos tiempo a una hibernación, a unas etapas en la vida para disfrutar a pleno pulmón de todo lo que vamos acumulando y terminamos enredándonos -cayendo en las redes- en la vertiginosa jornada que nos deja exhaustos, aunque, eso sí, con una cuenta corriente un poca más crecida. Y en esa carrera de ir y venir con ese único objetivo -como las hormigas-, a pocos se les ocurre, pararse a descansar y ponerse en situación de mirar al cielo. Sí, al cielo, con todo lo que significa cielo para los que nos hemos educado en esta cultura, incluso con las limitaciones que nos exige esa mirada, como a la hormiga que "boca arriba" no puede moverse y sólo le queda el derecho al pataleo.
Cuando uno se vuelve del revés -se convierte- y busca tiempo para mirar al cielo, queda limitada su avaricia, su afán de dominio sobre los otros, su afán de acaparar, su afán de sobresalir... Y se podrá patalear contra ese Cielo que no permite hacer lo que nos dé la gana con nuestra vida, con nuestro dinero, con nuestro tiempo y con nuestro cuerpo... Pero el pataleo no impedirá que nos demos cuenta que la luz está arriba y no en las cavernas, llenas de cachivaches acumulados a fuerza de trabajar como esclavos, donde nos mezclamos con el barro de la tierra.
Cuando volvamos, porque hay que volver irremisiblemente a la fila del "currelo", lo haremos de manera distinta, porque sabremos que en cualquier momento podemos abandonar la hilera y volvernos del revés para contemplar la belleza de lo que nunca podrán conseguir nuestros sudores hechos cuenta corriente..., y eso si que es libertad.
Salirse cuando uno quiera de la fila de la monotonía, "moverse en la foto" sin importarle perder el puesto asignado, disfrutar de lo trabajado sin tener que esperar las migajas de una jubilación, disentir de la mayoría, aunque los que pasen, afanados a tu lado, te llamen trasnochado, carca o "retablo", o, por el contrario, loco, revolucionario o marginal... Pero ser más que un número de registro personal, más que un documento nacional de identidad, más que un voto, más que un carnet de militante..., ser, ante todo, tú, es una experiencia que merece la pena. Y eso sólo se descubre si eres capaz de volverte del revés y contemplar, de vez en cuando, el Cielo... ¡Mucho tiempo no, porque te puedes quedar ciego de tanto mirar su luz..! ¡Pero si el tiempo suficiente para aprender que, la cadena humana en la que todos vamos enlazados, no tiene por que ser cadena que sujeta esclavos, que sólo sirven en cuanto rinden, que sólo valen lo que producen, que sólo interesan cuando votan, que sólo son un número en largas colas de espera!
Mirar al Cielo no es plantarse como si ya hubiéramos conseguido la "siete y media" de nuestra vida. Al Cielo se le mira en momentos en que necesitamos respirar nuestra propia identidad y, no estaría mal, que cuando vamos en la hilera de la tarea cotidiana, sin poder ponernos al revés, le echemos una ojeada, como un guiño de complicidad, con el que queramos decirle, y decirnos a nosotros mismos: "Yo no soy una hormiga, porque me gusta más el azul del cielo que el "marrón" de esta tierra; me gusta más la luz que viene de arriba, que las luces artificiales con las que pretenden encandilarme en la oscuridad del hormiguero".
Manuel Antonio Menchón
Sacerdote