Antes de Cristo, el mundo gentil vivía en tinieblas. Solo había un leve rayo de luz en la antigua nación judía. Con el tiempo, debido a la continua rebelión, desobediencia e idolatría del pueblo antiguo del pacto, incluso este rayo de luz, durante 400 años, se apagó. El mundo entero yacía en la oscuridad.
Sin embargo, los antiguos profetas, inspirados por el Espíritu Santo, antes de entrar en un profundo silencio, nos dieron una promesa, que traería de nuevo la Luz a la casa de Jacob, y de allí, a todo el mundo pagano. Nos dieron una gran pista: Isaías 7:13-14:
– "Oigan ahora, casa de David: ¿Les parece poco cansar a los hombres, que también cansarán a mi Dios? Por tanto, el Señor mismo les dará esta señal: Una Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel".
Y luego, el capítulo 9:6-7:
– "Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre Sus hombros. Y se llamará Su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. El aumento de Su soberanía y de la paz no tendrán fin Sobre el trono de David y sobre su reino, para afianzarlo y sostenerlo con el derecho y la justicia desde entonces y para siempre. El celo del SEÑOR de los ejércitos hará esto".
Luz de Luz, Vida de Vida, Dios de Dios, Concebido del Espíritu, Nacido de la Virgen: verdadero Dios, verdadero Hombre. Esta fue la Señal de todas las señales, y esta fue la Luz que brilló en las más densas tinieblas, "y las tinieblas no prevalecieron contra ella" (Juan 1:5). Y a diferencia de tiempos pasados, ahora, en la plenitud del tiempo (Gálatas 4:4), esta Luz, fuente de toda vida, brillaría no solo en la tierra desértica de Judea, sino que, como las aguas cubren el mar, llenaría todo el mundo con el conocimiento del único y verdadero Dios de Israel: conquistaría a los sabios griegos, a los formidable romanos, a los nobles babilonios, Europa, Asia, África, India, sí, incluso las entonces desconocidas tierras de las Américas. Su Nombre se alzaría sobre todo otro nombre, y todas las Naciones de la tierra se inclinarían ante Su glorioso gobierno. Isaías 9:1-2:
– "Mas no habrá siempre oscuridad para la que está ahora en angustia, tal como la aflicción que le vino en el tiempo que livianamente tocaron la primera vez a la tierra de Zabulón y a la tierra de Neftalí; pues al fin llenará de gloria el camino del mar, de aquel lado del Jordán, en Galilea de los gentiles. El pueblo que andaba en tinieblas vio gran Luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, Luz resplandeció sobre ellos".
E Isaías 11:1-2, 9-10.
– "Entonces un Retoño brotará del tronco de Isaí, y un Vástago dará fruto de sus raíces. Y reposará sobre Él el Espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de poder, Espíritu de conocimiento y de temor del Señor ... Porque la tierra estará llena del conocimiento del SEÑOR como las aguas cubren el mar. Acontecerá en aquel día que los naciones acudirán a la Raíz de Isaí, que estará puesta como Señal para los pueblos, y será gloriosa Su morada".
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Esta fue la Gran Señal, esta fue la Gran Promesa del único y verdadero Dios de Israel, y esto es lo que celebramos en la Navidad, el cumplimiento de la mayor promesa de Dios para Israel y toda la humanidad. El Evangelio de Mateo, nos habla de la llegada de sabios del Oriente, pues este Hijo, nacido de Israel, era para los gentiles también:
– "Cuando vieron la Estrella [señal], se regocijaron mucho con gran alegría. Entrando en la casa, vieron al Niño con Su madre María, y postrándose lo adoraron ..." (Mateo 2:10-11).
Todas las huestes del cielo cantaron ante el Nacimiento del Poderoso de Israel (Lucas 2:14), decidme, como yo, hecho de polvo, no he de unirme al son celestial!!
La Navidad, es el testamento supremo del cumplimiento y el triunfo del Dios de Israel: no es Zeus, no es Odín, no es Ra, no es Baal ni ningún otro falso dios, quién partió la historia por dos. Es nuestro Señor Jesús el Cristo: Hijo de Dios, Hijo del Hombre.
Si a ti te ha resplandecido esta Luz de toda luz, únete entonces, al coro celestial, y celebremos con alegría la Encarnación del Rey soberano del universo: Cristo Jesús.