Meditaciones 6. de octubre

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5 Septiembre 2001
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UNA MESA EN EL DESIERTO
Watchman Nee

Los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley. Malaquías 2: 7.

Es posible que mucho de lo que es llamado “avivamiento” esté afirmado sobre una base equivocada. Se despliegan dones espirituales, pero sin ministrar a Cristo, y esto es como tener muchos utensilios, pero nada para lo cual usarlos. Peor todavía, pues sin Cristo los dones no sólo son huecos, sino que también pueden llegar a ser engañosos. Algunos pueden ser presentados de una manera artificial, cosa que un verdadero ministro de Cristo jamás puede ser. Lo que es de valor para el pueblo del Señor, no son nuestros dones de predicación o de oración sino el conocimiento personal de Cristo que transmitimos por medio de ellos. En un hospital, dos enfermeras pueden utilizar exactamente la misma cuchara pero lo que administran al paciente es lo que realmente importa. Una puede ser una medicina costosa y curativa, la otra un paliativo común. Lo que cuenta es lo que ministramos y no los vehículos utilizados.
 
6 de octubre Sé un pacificador – Tercera parte



“BIENAVENTURADOS LOS PACIFICADORES...” (Mateo 5:9)



¡Comprende los sentimientos de los demás! Nunca trates de convencer a alguien a que se sienta diferente. Simplemente escucha sin ponerte a la defensiva. Asiente con la cabeza en señal de que comprendes, aunque no estés de acuerdo. Los sentimientos no son siempre verdaderos ni lógicos. David dijo: “Tan torpe era yo, que... ¡era como una bestia delante de ti!” (Salmo 73:21,22). Todos actuamos mal cuando nos sentimos heridos. Pero Salomón dijo: “La cordura del hombre aplaca su furor, y un honor le es pasar por alto la ofensa” (Proverbios 19:11). Si te das cuenta, significa: “Nuestra relación me importa más que nuestras diferencias; tú me importas”. Por supuesto que es un sacrificio asumir pacientemente la ira de alguien, sobre todo cuando ésta es infundada. Pero recuerda, ¡eso es lo que Jesús hace por ti!



¡Confiesa tu parte! Jesús dijo: “...saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5). Puesto que todos estamos ciegos en algo, consigue a un tercero para ayudarte a evaluar tus propias acciones antes de encontrarte con la otra persona. Luego, pregúntale a Dios: “¿Soy yo parte del problema? ¿Soy irrealista, insensible, o demasiado susceptible?”. ¡La confesión es una herramienta poderosa! Cuando eres capaz de reconocer tus propios defectos, calmará la ira de la otra persona porque espera que te pongas a la defensiva. No des excusas ni eches la culpa a otros, simplemente reconoce tu parte. “Eso es duro”, podrás decir. Por supuesto, pero “...Dios... nos dio el ministerio de la reconciliación” (2 Corintios 5:18b).