El hermano hgo me pidió que lo pusiera.
UNA MESA EN EL DESIERTO
Watchman Nee
El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado. Salmo 40:8.
Hubo una ocasión cuando sabía sin duda alguna que Dios me había llamado para una tarea. Pero había estado enfermo, y muy débil para encararla, de manera que le pedí al Señor que me diera fuerza. Yo pensaba que necesariamente debía ser su voluntad y que debía contestarme. Si así lo hacía, yo entonces haría su voluntad. Oré y oré por ello durante tres meses. Entonces me pareció que Dios me decía:
Ya has pedido suficiente por eso, deja de hacerlo. Recuerdo que estaba caminando sobre la playa con un palo en la mano. Me detuve y clavé el palo en la arena hasta que la arena lo cubrió. Me paré encima y proclamé: He dejado caer aquí el problema de mi necesidad física. Seguí caminando, pero apenas avancé una corta distancia cuando la realidad de mi debilidad física se hizo patente. Seguramente, pensé, el propósito de Dios se debía realizar por medio de una renovación de mi fuerza y casi involuntariamente empecé a orar de nuevo. Pero me frené. ¿No estaba acaso haciendo descender su voluntad al nivel de mi necesidad? Caminé hacia el lugar donde estaba el palo sepultado y señalándolo, dije: Señor, este es mi testigo que he dejado aquí el problema, y rehúso volver a tomarlo.
Desde aquel día, en que propuse dejar de lado mi problema y hacer la tarea que me había mostrado, mi necesidad física comenzó a resolverse de una manera maravillosa.
UNA MESA EN EL DESIERTO
Watchman Nee
El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado. Salmo 40:8.
Hubo una ocasión cuando sabía sin duda alguna que Dios me había llamado para una tarea. Pero había estado enfermo, y muy débil para encararla, de manera que le pedí al Señor que me diera fuerza. Yo pensaba que necesariamente debía ser su voluntad y que debía contestarme. Si así lo hacía, yo entonces haría su voluntad. Oré y oré por ello durante tres meses. Entonces me pareció que Dios me decía:
Ya has pedido suficiente por eso, deja de hacerlo. Recuerdo que estaba caminando sobre la playa con un palo en la mano. Me detuve y clavé el palo en la arena hasta que la arena lo cubrió. Me paré encima y proclamé: He dejado caer aquí el problema de mi necesidad física. Seguí caminando, pero apenas avancé una corta distancia cuando la realidad de mi debilidad física se hizo patente. Seguramente, pensé, el propósito de Dios se debía realizar por medio de una renovación de mi fuerza y casi involuntariamente empecé a orar de nuevo. Pero me frené. ¿No estaba acaso haciendo descender su voluntad al nivel de mi necesidad? Caminé hacia el lugar donde estaba el palo sepultado y señalándolo, dije: Señor, este es mi testigo que he dejado aquí el problema, y rehúso volver a tomarlo.
Desde aquel día, en que propuse dejar de lado mi problema y hacer la tarea que me había mostrado, mi necesidad física comenzó a resolverse de una manera maravillosa.