¡ Me dirijo a Ti, Dios !
"Ya no me dirijo a los hombres, sino a ti, Dios de todos los mundos y de todos los tiempos".
Tú no nos has dado un corazón para odiarnos y unas manos para degollarnos.
Haz que nos ayudemos mutuamente a soportar el fardo de una vida penosa y pasajera; que las pequeñas diferencias entre los vestidos que cubren nuestros débiles cuerpos, entre todas nuestras lenguas insuficientes, entre todos nuestros usos ridículos, entre todas nuestras leyes imperfectas, entre todas nuestras opiniones insensatas, entre todas nuestras condiciones -tan desproporcionadas a nuestros ojos y tan iguales ante ti-, que todos estos pequeños matices que distinguen a los átomos llamados hombres, no sean signos de odio y de persecución.
Que aquellos que encienden velas en pleno día, para celebrarte, soporten a los que se contentan con la luz de tu sol; que los que cubren su ropa con una tela blanca, para expresar que es preciso amarte, no detesten a los que dicen eso mismo bajo un manto de lana negro; que sea igual adorarte en una jerga formada a partir de una antigua lengua o en una jerga más nueva; que aquellos cuyo traje está tintado de rojo o violeta, que dominan sobre un pequeña parcela de un montón de lodo de este mundo y que poseen algunos fragmentos redondeados de cierto metal, gocen sin orgullo de eso que ellos llaman grandeza y riqueza, y que los demás los contemplen sin envidia: pues tú sabes que no hay en estas vanidades ni nada que envidiar ni nada de que enorgullecerse.
Que todos los hombres puedan acordarse de que son hermanos y empleemos el instante que dura nuestra existencia en bendecir también en mil lenguas diversas, desde Siam hasta California, tu bondad que nos ha concedido este instante."
(VOLTAIRE, Traité sur la Tolérance, 1763)
"Ya no me dirijo a los hombres, sino a ti, Dios de todos los mundos y de todos los tiempos".
Tú no nos has dado un corazón para odiarnos y unas manos para degollarnos.
Haz que nos ayudemos mutuamente a soportar el fardo de una vida penosa y pasajera; que las pequeñas diferencias entre los vestidos que cubren nuestros débiles cuerpos, entre todas nuestras lenguas insuficientes, entre todos nuestros usos ridículos, entre todas nuestras leyes imperfectas, entre todas nuestras opiniones insensatas, entre todas nuestras condiciones -tan desproporcionadas a nuestros ojos y tan iguales ante ti-, que todos estos pequeños matices que distinguen a los átomos llamados hombres, no sean signos de odio y de persecución.
Que aquellos que encienden velas en pleno día, para celebrarte, soporten a los que se contentan con la luz de tu sol; que los que cubren su ropa con una tela blanca, para expresar que es preciso amarte, no detesten a los que dicen eso mismo bajo un manto de lana negro; que sea igual adorarte en una jerga formada a partir de una antigua lengua o en una jerga más nueva; que aquellos cuyo traje está tintado de rojo o violeta, que dominan sobre un pequeña parcela de un montón de lodo de este mundo y que poseen algunos fragmentos redondeados de cierto metal, gocen sin orgullo de eso que ellos llaman grandeza y riqueza, y que los demás los contemplen sin envidia: pues tú sabes que no hay en estas vanidades ni nada que envidiar ni nada de que enorgullecerse.
Que todos los hombres puedan acordarse de que son hermanos y empleemos el instante que dura nuestra existencia en bendecir también en mil lenguas diversas, desde Siam hasta California, tu bondad que nos ha concedido este instante."
(VOLTAIRE, Traité sur la Tolérance, 1763)