MATAR AL FARISEO

26 Abril 2001
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MATAR AL FARISEO
José M. Castillo

Publicado en IDEAL, el 13 de febrero de 1999, p. 25, sección “Tribuna Abierta”


Mucha gente se imagina que los fariseos fueron individuos extraños, inquietantes, incluso de mala condición, que existieron en el siglo primero, cuando, según cuentan los Evangelios, Jesús andaba por el mundo. De ser esto así los fariseos serían, para nosotros hoy, un recuerdo del pasado, un grupo de fanáticos que se enfrentaron con el fundador del cristianismo, pasaron a la Historia y pare usted de contar. La cosa, sin embargo, es más complicada. Y, sobre todo, se trata de algo que nos concierne, a los que vivimos en estos tiempos, seguramente más de lo que imaginamos.

No es mi intención aquí precisar la mayor o menor exactitud de los datos históricos que hoy se conocen sobre los fariseos del tiempo de Jesús. Hay una cosa que nadie discute: los fariseos eran los «hombres de la ley», los observantes minuciosos de lo que estaba mandado.
Lo cual, a poco que se piense, plantea una pregunta que, a primera vista, resulta no sé si molesta o inquietante: si, efectivamente los fariseos eran los fieles cumplidores, los observantes por excelencia,
¿cómo se explica que Jesús se enfrentase con ellos y ellos con Jesús, hasta llegar, no sólo a la mutua descalificación, sino incluso al complot (por parte de los fariseos) para matar al que se presentaba como el profeta y el defensor de lo que Dios quiere (Jn. 11, 47-48)?, ¿es que cabe en cabeza humana que los observantes quisieran matar al maestro de la observancia?

Lo que estoy preguntando no es una mera curiosidad histórica.
Según la acertada formulación de Paul Ricoeur, los fariseos fueron (y siguen siendo) «los representantes más puros de un tipo irreductible de experiencia moral, en el que cualquier hombre puede reconocer una de las posibilidades fundamentales de su propia humanidad».

¿En qué sentido? Según el Evangelio de Lucas, Jesús contó la parábola del fariseo y el publicano (Lc. 18, 9-14), por algunos (los fariseos) que se distinguían por tres cosas: 1, se sentían seguros de sí mismos, literalmente «confiaban en sí mismos»; 2, «porque eran justos” o sea, se veían como personas cabales, intachables, como hay que ser; 3, «y despreciaban a los demás» (Lc.18, 9).
La parábola termina diciendo que los que viven de manera que en ellos se cumplen esas tres cosas, no sólo viven engañados, sino que además están perdidos.

Naturalmente, el peligro de caer en este engaño y en esta perdición aumenta en la misma medida en que es mayor la convicción de que uno es «como hay que ser», por más que piense y diga que eso se lo debe a Dios (o a quien corresponda) como le pasaba al fariseo (Lc.18, 11).

Porque desde el momento en que alguien está convencido de eso, inevitablemente se siente seguro de sí mismo.
Y entonces también es inevitable lo que viene después: el que se ve como intachable y se ve así con toda seguridad, lo quiera o no lo quiera, lo piense o no lo piense, va por la vida despreciando a todos los que no piensan o viven como él.

En definitiva, se trata de caer en la cuenta de que el fariseo es (por más que nunca se dé cuenta de eso ni jamás lo sospeche) el despreciador profesional.
Es la persona que se pasa la vida enjuiciando a los demás, condenando a los demás, despreciando a todo el que se le pone por delante.

La cosa es seria. Porque la tentación de sentiros seguros la llevamos todos dentro. Y, es claro, desde el momento en que no estamos dispuestos ni a dudar de nuestra manera de pensar y de comportarnos, ya estamos metidos hasta las cejas en la macabra profesión de despreciadores. Con las dosis incalculables de sufrimiento que eso acarrea a todo el que tiene la desgracia de vivir junto a cualquier fariseo. Eso abunda más de lo que sospechamos.
Porque hay fariseos de derechas y de izquierdas. Como los hay fachas y progres. Y también ateos y religiosos. Lo que pasa es que, como ya he dicho otras veces, «cuanto el motivo de la seguridad es más noble, el peligro de caer en el fariseísmo es mayor”.
Por eso se comprende que los fariseos, de los que nos hablan los Evangelios, tenían su seguridad puesta en lo más noble que se puede poner: nada menos que en Dios, en la fiel y exacta voluntad de Dios.
Y entonces, claro está: un buen fariseo, ¿cómo no va a despreciar (aunque lo haga con mucha misericordia) a todos los que se desvían de la «voluntad divina”?

Pero aún queda algo importante por decir. Los entendidos discuten si los fariseos se organizaron, como tal grupo (en Israel), en el siglo V o, más bien, en el siglo II antes de Cristo. Sea lo que sea de este asunto, hay algo que parece suficientemente claro y en lo que, al menos en líneas generales, también Ricoeur se ha expresado con acierto:
«Al plantearse el problema de cómo hacer la voluntad de Dios, los fariseos hubieron de enfrentarse con el fracaso de los grandes profetas, con su impotencia para convertir a su pueblo y con el hecho de la deportación (a Babilonia), que, según la creencia general, fue el castigo de Dios por los pecados de Israel. A vista de esto, se propusieron realizar la ética de los profetas reduciéndola a una ética del pormenor, detallista».

¿Por qué digo esto? No estoy seguro si lo que voy a decir es una cosa traída por los pelos. Pero me hace la impresión de que, en todo esto, hay algo que está pasando ahora mismo. Todos sabemos que los años 60 y 70 de este siglo fueron años de inquietud y de impaciencia por cambiar las cosas. Fueron años en los que proliferaron los profetas. Pero aquellas impaciencias, con sus profetas, fracasaron.
Hace poco, J. P. Le Goff ha calificado al mayo del 68 como «la herencia imposible». Y se ha vuelto a reproducir el fenómeno del fariseísmo. Con otros motivos y en otras circunstancias.

Pero, a fin de cuentas, lo mismo de lo mismo: al fracaso de los profetas del cambio le sigue la seguridad que dan los observantes, aunque eso sea a costa de despreciar a mucha gente, a todos los descarriados que tanto abundan en estos tiempos.

Por eso, yo no había visto en toda mi vida tantos Fariseos juntos como ahora se ven por todas partes.

Los observantes, los fundamentalistas, los que «dan gracias a Dios por no ser como los demás: ladrones, injustos, adúlteros» (Lc. 18, 1 l).

Y, de rechazo, los que se irritan por todo lo anterior y quisieran liquidar de un plumazo a los intachables (en política, en religión, en lo que sea).

Se mire por donde se mire, fariseos a punta de pala.


Me temo que en esto andamos todos. También los que se van a reír o se van a sentir mal al leer este artículo.
De verdad:
¡Qué difícil es matar al fariseo que todos llevamos dentro!
 
Se mire por donde se mire, fariseos a punta de pala.

Pues sí, oiga, estoy de acuerdo.

Yo me presento a presidente del grupo.


Me temo que en esto andamos todos. También los que se van a reír o se van a sentir mal al leer este artículo.

Pues mire, yo me quedo más o menos tibio.


De verdad:
¡Qué difícil es matar al fariseo que todos llevamos dentro!

No, d.Liberti, no es que sea difícil.... es completamente IMPOSIBLE,

Ya lo vieron así Sus discípulos, y por poco la respuesta de Él les tira para atrás del susto.

“Para vosotros, IMPOSIBLE. Para mi Padre, no, pues TODAS las COSAS posibles son para Él.”

(Aún sigo creyendo que es cosa imposible... es IMPOSIBLE. Él lo hizo IMPOSIBLE... pero alguna razón tendría.... de ti depende ver ESA razón, y lo que ESA razón puede hacer en ti.)

DTS
 
Su postulación a presidente de los fariseos tiene grandes posibilidades de éxito, si sigue así.

Podría ser...


DTS (Dios Te Sacuda)
 
... pero ahora mismo no se me ocurre por qué.


Sinceramente....