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15 Diciembre 2000
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Estimado Jetonius:
Me gustaría cotejar con Vd. algunas nociones básicas, porque pienso que pueden ser útiles para todos:

1) Jesús habló fundamentalmente del Reino y sólo dos veces de la Iglesia. Mateo emplea la expresión "Reino de los Cielos" porque se dirigió a cristianos judios. Marcos y Lucas hablan directamente del Reino de Dios.

2) No son identificables las nociones de Iglesia y Reino. La Iglesia parece un instrumento y el Reino lo definitivo y substancial

3) Tampoco me parecen identificables al 100 por 100 Reino de Jesucristo y Reino de Dios (o del Padre). Cuando Cristo lleva su Reino a su plenitud lo "entregará al Padre, para que finalmente Dios sea todo en todas las cosas" (1 Co 15, 28).

Me parece que estos temas son claves para entender cómo debe plantearse un cristiano su participación en las tareas de este mundo.

Comprendo que este temario es muy amplio, pero quizá podamos empezar a caminar.

Cordialmente en Cristo

o_cambote
 
<BLOCKQUOTE><font size="1" face="Helvetica, Verdana, Arial">Comentario:</font><HR>Originalmente enviado por o_cambote:
Estimado Jetonius:
Me gustaría cotejar con Vd. algunas nociones básicas, porque pienso que pueden ser útiles para todos:

1) Jesús habló fundamentalmente del Reino y sólo dos veces de la Iglesia. Mateo emplea la expresión "Reino de los Cielos" porque se dirigió a cristianos judios. Marcos y Lucas hablan directamente del Reino de Dios.

2) No son identificables las nociones de Iglesia y Reino. La Iglesia parece un instrumento y el Reino lo definitivo y substancial

3) Tampoco me parecen identificables al 100 por 100 Reino de Jesucristo y Reino de Dios (o del Padre). Cuando Cristo lleva su Reino a su plenitud lo "entregará al Padre, para que finalmente Dios sea todo en todas las cosas" (1 Co 15, 28).

Me parece que estos temas son claves para entender cómo debe plantearse un cristiano su participación en las tareas de este mundo.

Comprendo que este temario es muy amplio, pero quizá podamos empezar a caminar.

Cordialmente en Cristo

o_cambote

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Estimado o_cambote:

Disculpe la demora, pero ocurre que estoy de vacaciones y me conecto esporádicamente.
Creo que sus observaciones son esencialmente correctas.
Como para continuar el tema que plantea le envío un capítulo de un libro que estoy escribiendo. Este material tiene copyright pero puede usarlo como comunicación personal con mención del autor (Fernando D. Saraví).

Bendiciones en Cristo,

Jetonius

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El reino de Dios


Fernando D. Saraví
Mendoza, República Argentina

"Después que Juan fue encarcelado, Jesús fue a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios. Decía: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos y creed en el evangelio!» ” (Marcos 1:15, cf. Mat 4:12).

Tanto la predicación de Jesús como la de su precursor, Juan el Bautista, expresan una idea central que puede resumirse en la expresión “Reino de Dios” o “Reino de los cielos” Ambas expresiones son sinónimas, como puede verse si se comparan pasajes paralelos de los evangelios: Mat 4:17 y Mar 1:15; Mat 5:3 y Luc 6:20; Mat 10:7 y Luc 9:2; Mat 13:11 y Mar 4:11; Mat 13:31 y Mar 4:30.
La mayoría de los estudiosos del Nuevo Testamento coinciden en que el anuncio del Reino de Dios fue el centro de la predicación de Jesús y el contenido de gran parte de su enseñanza. Por tanto, considerar la naturaleza y características del Reino de Dios es un punto de partida apropiado en nuestro estudio. Nuestra tarea inmediata es entender qué significa “reino”. Luego trataré de los anuncios del Antiguo Testamento, para finalmente tratar la enseñanza del Nuevo Testamento.

¿Qué significa “reino”?

La palabra reino traduce adecuadamente el vocablo hebreo malkut y el griego basileia. Como en español y en otros idiomas modernos, la palabra “reino” tiene diversas acepciones. Puede referirse, por ejemplo, al territorio sobre el cual gobierna un rey. Asimismo, puede emplearse con respecto al conjunto de los súbditos de un rey. Sin embargo, el significado primario del vocablo, del cual las acepciones mencionadas derivan, es el poder soberano propio del rey.

En primer lugar, el reino es autoridad de gobernar, la soberanía del rey... El reino de Dios es Su realeza, Su gobierno, Su autoridad ... no es una realidad física, sino el señorío o reinado de Dios [1].

Esta acepción, la más básica y de importancia fundamental para comprender la enseñanza del Nuevo Testamento, aparece con claridad en la parábola de Jesús que comienza en Lucas 19: 12, “Un hombre noble se fue a un país lejano para recibir un reino y volver...” El noble no iba a recibir súbditos ni tampoco a buscar un territorio sobre el cual reinar. Su viaje tenía el propósito de que se le confiriese la dignidad y soberanía de un rey.
En consecuencia, la buena nueva o Evangelio que Jesús anuncia tiene una relación estrecha con una revelación nueva y poderosa de la soberanía de Dios, expresada en el ministerio terrenal de Jesús y, como veremos, en su muerte y resurrección. En palabras de G. R. Beasley-Murray:

En la enseñanza de Jesús, ... , como en el NT en su conjunto, el reino de Dios tiene una referencia específica al cumplimiento de las promesas de Dios en el AT del tiempo en el cual Dios emplea su poder regio para poner fin a la injusticia y la opresión por parte de poderes malignos del mundo y para establecer Su gobierno de justicia, paz y gozo para la humanidad –en una palabra, para cumplir su propósito al crear el mundo. Los evangelios fueron escritos para mostrar cómo el logro de esta tarea fue y es la intención de la misión de Jesús enviado por el Padre [2].

Para justipreciar la enseñanza de Jesús y de los Apóstoles, es oportuno repasar primero, siquiera brevemente, cómo se anuncia el tema en el Antiguo Testamento.

Raíces en el Antiguo Testamento

Puede resultar extraño que la expresión exacta “reino de Dios” (o reino de los cielos) no aparezca como tal en el Antiguo Testamento. Sin embargo, es claro que tanto la soberanía de Dios como también su realeza se enseña en muchísimos lugares. Simplemente como ilustración, recordemos los siguientes pasajes:

¡Jehová reina! ¡Se ha vestido de majestad!
¡Jehová se ha vestido, se ha ceñido de poder!
Afirmó el mundo y no será removido.
Firme es tu trono desde siempre;
Tú eres eternamente (Salmo 93:1-2)

¡Cuán hermosos son sobre los montes
los pies del que trae alegres nuevas,
del que anuncia la paz,
del que trae nuevas del bien,
del que publica salvación,
del que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!» (Isaías 52: 7)

Estos textos y muchos más nos muestran que la noción de que Dios reina soberano no era extraña para los hebreos.
Si nos remontamos al Génesis, la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios nos habla de la voluntad divina de reinar sobre la Creación con el hombre como virrey. Adán recibe dominio, y ha de ejercerlo según la voluntad de Dios.
Luego de la caída, la tierra sobre la cual Adán habría de gobernar se tornó, por decreto divino, hostil a él. El hombre perdió su condición original de poder. Sin embargo, la voluntad de Dios acerca de la restauración del hombre a un estado aún superior al original se expresa en la promesa de que la Simiente de la mujer derrotaría a la Serpiente (Génesis 3:15). Este texto, conocido como el evangelio primordial o protoevangelio, ha sido considerado por los cristianos de todos los tiempos como el primer anuncio de un Hombre perfecto que, a diferencia de Adán, sería capaz de vencer al mal, pero al igual que él, sería la cabeza de una nueva raza.
En los siguientes capítulos del génesis, vemos cómo a pesar del pecado humano, la fidelidad de Dios se expresa en el llamado de personas fieles, como Set y Noé. Más adelante, Dios elige y llama de nuevo a un hombre, Abraham, para que sea el vehículo de las bendiciones que Dios desea dar a la raza humana.

Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra (Génesis 12:1-3).

Reaparecen aquí dos temas fundamentales: la noción del dominio sobre la tierra y la voluntad divina de bendición universal.
El siguiente hito en el tema del reino lo hallamos con Moisés. Dios lo llama para que sea su Portavoz ante el Faraón, para que proclame y en cierto sentido ejerza la soberanía divina, subordinada, desde luego, a la suprema voluntad del Rey eterno: Él [Aarón] hablará por ti al pueblo; será como tu boca y tú ocuparás para él el lugar de Dios (Éxodo 4:16).
Luego del establecimiento en Canaán, y tras el período de los jueces y el desafortunado reinado de Saúl, Dios establece la monarquía de David,

En tal caso, cabe preguntarse cuál fue la novedad, la naturaleza revolucionaria del mensaje de Jesús (y de su precursor, Juan el Bautista). Pero antes de contestar esta pregunta, debemos explicar el significado de la palabra “reino”.

La esperanza mesiánica y el Reino de Dios

El establecimiento del Reino de Dios estaba estrechamente vinculada con el advenimiento de un rey ungido (Jristos o Cristo en griego, Massiah o Mesías en hebreo) que sería quien habría de cumplir con el propósito soberano de Dios. Esto es precisamente lo que el ángel Gabriel le anunció a la virgen María acerca de Jesús:

Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su Reino no tendrá fin (Lucas 1:32-33).

Luego del nacimiento de Jesús, varios acontecimientos certificaron que el niño era Aquel cuya venida habían anunciado los profetas:
1. Un ejército de ángeles anunció su nacimiento (Lucas 2: 8-14 )
2. Unos sabios de Oriente vinieron a adorar al Rey que había nacido (Mateo 2: 1-12)
3. Cuando llegó el momento de la circuncisión de Jesús, dos devotos ancianos, Simeón y Ana, declararon que este era el Mesías que tanto esperaban (Lucas 2: 25-38).

La unción celestial

Antes de comenzar su ministerio, Jesús fue bautizado por Juan en el río Jordán. La importancia de este acontecimiento es evidente por las dos señales que siguieron al bautismo: La voz del Padre y el descenso del Espíritu Santo. La voz de lo alto, “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mat 3:17), nos recuerda de inmediato dos pasajes del Antiguo Testamento. El primero es el Salmo 2:7, un salmo mesiánico, dirigido al Rey de Israel. El segundo es Isaías 42:1, que se refiere a un misterioso “siervo de Jehová” , que llevaría a cabo el propósito de Dios. Así, en una sola frase convergen dos líneas fundamentales y aparentemente contradictorias de la profecía hebrea, una que describía al Mesías como un rey de la línea de David, y otra que lo concebía como un siervo sufriente. La verdad es que Jesús habría de ser ambas cosas: el supremo Rey sobre el cielo y la tierra, y el humilde Siervo que cumpliría el propósito de Dios hasta la muerte. Pero, como el mismo Señor les explicó a los discípulos luego de la resurrección, había un orden en la voluntad de Dios. El Mesías no podía entrar en Su gloria sino luego de haber sufrido, muerto y resucitado (Lucas 24:25-27, 45-49). El Apóstol Pablo expresó esta disposición divina en un bellísimo himno:

Él, siendo en forma de Dios,
No estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
Sino que se despojó a sí mismo,
Tomó la forma de siervo
Y se hizo semejante a los hombres.
Más aún, hallándose en la condición de hombre,
Se humilló a sí mismo,
Haciéndose obediente hasta la muerte,
Y muerte de cruz.
Por eso Dios también lo exaltó sobre todas las cosas
Y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
Para que en el nombre de Jesús
Se doble toda rodilla de los que están en los cielos,
En la tierra y debajo de la tierra;
Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor,
Para gloria de Dios Padre (Filipenses 2: 6-11).

Inmediatamente después de Su unción, Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto. En las Escrituras, el desierto es un lugar que frecuentemente se asocia con las pruebas, es decir, los desafíos a la fe. Basta recordar los cuarenta años del pueblo de Israel en el desierto, durante los cuales el pueblo en su conjunto fracasó reiteradamente y puso una y otra vez en tela de juicio la voluntad de Dios.
Por el contrario Jesús, el Israelita perfecto, no solamente sobrellevó pacientemente las privaciones materiales sino que enfrentó las tentaciones del mismo Satanás y lo obligó a retirarse derrotado. Esta fue la primera batalla de una larga serie que habría de tener su encuentro decisivo en la cruz, y puso de manifiesto que Jesús era en verdad Aquel que habría de venir.

El anuncio y las señales del Reino

Inmediatamente después de triunfar frente a las tentaciones, Jesús comienza a predicar la buena noticia del Reino. Según el texto de Marcos 1:15, ya citado, Jesús declaró: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado”. El “tiempo” al que aquí se hace referencia es el vocablo griego kairos, que indica el momento oportuno, el tiempo dispuesto por Dios. El momento dispuesto ha llegado, el Reino está ya presente. En la persona, la predicación y la obra de Jesús, el Reino ya se hace presente [Si bien “acercarse” es el significado primario del verbo engizö , cuyo perfecto traducen nuestras versiones como “se ha acercado”, en 28 de 32 ocasiones se usa en los Evangelios Sinópticos y en Hechos con el sentido de “llegar”. Por lo demás, como observa Hunter, ¿qué sentido tendría decir que el tiempo ya “se ha cumplido” si el Reino todavía no está aquí?]. Así lo demuestran con toda claridad otras declaraciones del Señor.
En la sinagoga de Capernaum, Jesús leyó del rollo de Isaías “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado ha sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor” (Isaías 61:1). A continuación declaró: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.” (Lucas 4:16-21).
Cabe aquí destacar la significación de las referencias al Espíritu de Dios. Era una noción aceptada por los judíos contemporáneos de Jesús que el Espíritu Santo que había inspirado a los profetas se había retirado luego del tiempo de Malaquías. Sin embargo, según los relatos del Evangelio, es por el poder del Espíritu que Jesús es concebido; el mismo Espíritu le unge en su bautismo y se manifiesta poderosamente durante su ministerio terrenal. Este retorno del Espíritu, ausente durante siglos, es una señal inequívoca de la venida del Reino. Joachim Jeremias observa:

La presencia del Espíritu es señal de que está amaneciendo el tiempo de salvación. Su retorno significa el final del juicio y el comienzo del tiempo de gracia. Dios vuelve a su pueblo. Como portador del Espíritu, Jesús no sólo está en la serie de los profetas, sino que es el último y definitivo mensajero de Dios. Su predicación es acontecimiento escatológico. En ella se manifiesta la aurora de la consumación del mundo. Dios habla su última palabra [2]

En Lucas 11:20 leemos: “Pero si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros.” Este es el reino del cual Juan el Bautista había sido el precursor, según lo profetizado por Isaías (40:3; véase Mateo 3:1-12; Lucas 3:1-17). Y el Señor Jesús hizo una clara referencia al respecto cuando dijo: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos se abre paso con fuerza, y los violentos lo arrebatan.” (Mateo 11:12)[El verbo griego biazetai , que sólo aparece en el Nuevo Testamento aquí y en Lucas 16:16 puede traducirse como pasivo (“sufre violencia”) o activo (“irrumpe” ). Esta última traducción, que aparece en la NIV y en Reina-Valera 1995 (nota al pie) parece la más correcta aquí]. En otras palabras, desde el comienzo del comienzo de la predicación de Jesús –los días del Bautista- el Reino se ha abierto paso en las palabras y las obras de Jesús. Sin embargo, tal avance impetuoso del Reino no ha quedado sin respuesta por parte de hombres violentos. Herodes Antipas encarceló a Juan, los judíos de Capernaum quisieron apedrear a Jesús, y la oposición de los fariseos, escribas y sacerdotes se está intensificando. En todo caso, estos pasajes certifican que el Reino es una realidad ya presente en el ministerio terrenal de Jesucristo.

La ética del Reino

Un aspecto muy destacado de la labor de Jesús es su enseñanza moral, que encuentra su expresión más acabada en el Sermón del Monte. Es que el Reino de Dios exige del hombre una respuesta que, sin negar el valor de la Ley de Moisés. Es por ello que Jesús contrasta la norma antigua con la exigencia actual: “Oísteis que fue dicho... mas Yo os digo...” No basta ya el cumplimiento de las normas por estricto que sea, se requiere un profundo cambio de corazón. La Ley no es abolida, sino trascendida. La ira debe ser transformada en reconciliación, la fidelidad conyugal debe ser íntegra, la palabra empeñada no debe requerir juramentos, se descarta la venganza, se ha de amar a los enemigos, se ha de dar por compasión y no por vanagloria, se ha de orar por devoción y no para impresionar a los que oyen. El resumen es “De cierto os digo que si vuestra justicia no fuera mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo 5:20).

El progreso del Reino

Entre los judíos de la época de Jesús existían diversas concepciones de cómo habría de manifestarse la soberanía suprema de Dios, es decir, de cómo se establecería el reino de los cielos. Muchos hebreos aguardaban con impaciencia la manifestación del Mesías, para coronarlo inmediatamente como el rey que libertaría al pueblo de la opresión romana.
Jesús dedicó buena parte de sus enseñanzas a desalentar esta concepción errónea del modo en que se establecería el reino de Dios. En el capítulo 13 del Evangelio según San Mateo hallamos una serie de parábolas sobre el Reino, destinadas a explicar ciertos aspectos de éste. Aquí nos interesan en particular dos de ellas, relacionadas con el desarrollo del Reino, que podrían llamarse parábolas de crecimiento.
La primera es la parábola del grano de mostaza (Mateo 13:31-32):

Otra parábola les refirió, diciendo: «El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo. Esta es a la verdad la más pequeña de todas las semillas, pero cuando ha crecido es la mayor de las hortalizas y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas.

Aquí se contrasta el tamaño insignificante de la semilla, que no permite predecir que habrá de dar lugar a un arbusto de considerable tamaño. Entre los maestros judíos, la “semilla de mostaza” era una imagen corriente de algo pequeñísimo. La variedad de mostaza a la que Jesús probablemente se refería puede superar los 4 metros de altura en condiciones favorables.
La imagen de las aves anidando en las ramas se emplea en el Antiguo Testamento para dar una idea del porte de un árbol. Grandes reyes como el faraón (Ezekiel 31:6) y Nabucodonosor (Daniel 4:12,14, 21) son comparados con majestuosos árboles en cuyas ramas anidan las aves. Pero en ambos casos la imagen se emplea para contrastar la majestuosidad inicial con la ruina consecutiva a la tala del árbol. Por el contrario, en Ezekiel 17:22-24 la imagen del árbol majestuoso se refiere al Rey Mesías:

Así ha dicho Jehová, el Señor:
«Tomaré yo del cogollo de aquel alto cedro y lo plantaré;
Del principal de sus renuevos cortaré un tallo
Y lo plantaré sobre un monte muy elevado.
En el monte alto de Israel lo plantaré.
Levantará sus ramas, dará fruto
Y se hará un cedro magnífico.
Habitarán debajo de él todas las aves de toda especie;
A la sombra de sus ramas habitarán.
Y sabrán todos los árboles del campo que yo, Jehová,
Abatí el árbol elevado y levanté el árbol bajo,
Hice secar el árbol verde e hice reverdecer el árbol seco.
Yo, Jehová, lo he dicho y lo haré.»

Aquí el Señor mismo anuncia que sería Él mismo, y no ningún poder político, quien establecería un miembro de la descendencia de David como supremo soberano. En contra de todas las expectativas humanas, los grandes reinos de la tierra se marchitarían y el Rey enviado por Dios gobernaría soberano, y “otras naciones serían incorporadas bajo su seguro y amplio dominio” [3]. Es muy probable que Jesús tuviese en mente esta profecía cuando contó la parábola del grano de mostaza.
Las otras dos parábolas de crecimiento son la de la levadura y la de la semilla que germina:

Otra parábola les dijo: «El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo quedó leudado» (Mateo 13:33).

«Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra. Duerma y vele, de noche y de día, la semilla brota y crece sin que él sepa cómo, porque de por sí lleva fruto la tierra: primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado» (Marcos 4: 26-29).

En ambos casos, en el centro de la parábola se halla el modo misterioso y seguro en el que se produce el crecimiento. Aunque en otras partes de la Escritura la levadura se emplea como símbolo de impureza, este no es evidentemente el sentido aquí (Jesús difícilmente pudo haber querido decir que el Reino que estaba estableciendo llegaría a corromperse totalmente). El punto es que una pequeña cantidad de levadura es capaz de leudar una gran masa, mediante un proceso que ocurre por sí mismo, de manera misteriosa. El mismo sentido tiene la parábola de la semilla que crece en el campo, que crece de manera permanente e independiente de la atención que preste su sembrador.

Jesús desalentó ciertas expectativas judías

Para entender la significación de las palabras de Jesús, es necesario conocer las concepciones que sus compatriotas tenían. Un buen resumen puede hallarse en las siguientes líneas del Profesor Alejandro Díez Macho:

Los temas del reino de Dios discurren por las páginas de dicha literatura [apócrifa]... En una palabra: esta literatura trata del esperado triunfo de Dios sobre los contravalores y sobre los que los promueven; y trata de la salvación total que Dios –con o sin Mesías- va a otorgar en un futuro próximo a los que le temen.
Aunque el objetivo último del reino es la victoria de Dios ... el objetivo inmediato y obsesivo en la literatura intertestamentaria es el triunfo de Israel y su salvación. Este triunfo y salvación se suele extender a todo Israel – las doce tribus- y comporta la reintegración de todas las tribus a la tierra de Israel...
La concepción veterotestamentaria del reino de Dios no es uniforme; reino de Dios se da en el pasado, pero también en el presente y futuro de Israel; afecta a Israel y a las naciones; es ejercido a través de un rey histórico de la casa de David – o también escatológico- que la literatura extrabíblica empezará a llamar «Mesías» en sentido técnico; pero también se alude a reino de Dios sin Mesías, o bien realizado por mediación del Siervo de Yahvé, figura más profética que regia.
A esta pluralidad de concepciones del reino de Dios en el AT ha de sumarse la pluralidad propia de la literatura apócrifa. Atendiendo a la categoría de tiempo, esta literatura subraya dos notas: será un reino futuro e instantáneo [4].

En igual sentido, la comunidad de Qumran, de la cual proceden los famosos rollos del Mar Muerto, esperaba una próxima, manifiesta y definitiva intervención de Dios. En la comunidad del Mar Muerto se aguardaban en realidad dos mesías, uno regio, descendiente de David, y otro sacerdotal, descendiente de Aarón. Ellos habrían de dirigir a los “hijos de la luz” (los miembros de la comunidad) en la guerra definitiva contra sus enemigos, los “hijos de la oscuridad” [5].
Y desde luego, habían judíos llamados zelotes que, sin formar necesariamente aún un movimiento organizado en tiempos de Jesús, anhelaban expulsar a los romanos de Palestina por la fuerza. Esta corriente heterogénea tenía en común el rechazo de la explotación económica por los líderes sacerdotales y del gobierno romano, la preocupación por la pureza de la Ley y del templo. La confianza en que Dios habría de ayudar a los rebeldes y el papel que diversos profetas tuvieron en alentarlos indica una tercera motivación, muy importante en el presente contexto, a saber, “la presencia de una motivación escatológica también: la expectativa de que la guerra culminaría con la llegada del Reino.” [6].
Frente a las expectativas de una irrupción espectacular del reino de Dios o de un conflicto armado contra las fuerzas del mal que sería el preludio a la venida del Reino, Jesús explica una y otra vez que el reino de Dios estaba ya ciertamente viniendo, pero no como sus oyentes lo esperaban. Así deben entenderse no solamente las parábolas ya comentadas, sino también su respuesta a unos fariseos:

Preguntado por los fariseos cuándo habría de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: - El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán “Helo aquí” , o “Helo allí”, porque el reino de Dios está entre vosotros (Lucas 17:20).

Precisamente es esta presencia del reino de Dios ya en medio de sus oyentes lo que torna urgente la necesidad de actuar, y esta acción es descrita como “arrepentimiento” y “conversión.”

La urgencia de la hora

Todos los tipos o figuras del Antiguo Testamento hallan su cumplimiento en Jesús. Él es mayor que David y que Salomón, mayor que Moisés y que Jonás, mayor aún que el mismo Abraham, y mayor que el templo en el cual Dios se hacía presente (Mateo 22: 41-46; 12: 42, 39; Juan 8: 56-58; Mateo 12:6). Al explicar por qué hablaba en parábolas, el Señor pronunció una bienaventuranza que dejaba claro que el ansiado momento había llegado:

Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen. De cierto os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oir lo que oís, y no lo oyeron (Mateo 13: 16-17).

En otras palabras, mientras sus compatriotas seguían aguardando que el anhelado reino se manifestase tal como ellos lo esperaban, Jesús insistía en que el momento de decisión había llegado: El tiempo dispuesto por Dios ya se había cumplido. De hecho, esta advertencia ya había sido proferida por Juan el Bautista. Cuando el ángel Gabriel le anunció a Zacarías que él y su esposa concebirían a Juan, declaró:

Hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor, su Dios. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto (Lucas 1:16s, cf. 1:68-79).

Ahora bien, si algo se destaca en la predicación de Juan es precisamente el sentido de urgencia, la necesidad de tomar medidas de inmediato y no contentarse con una esperanza de salvación basada en el linaje:

Al ver que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: « ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Producid, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos : “A Abraham tenemos por padre”, porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Además, ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento, pero el que viene tras mí ... os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano para limpiar su era. Recogerá el trigo en el granero y quemará la paja en fuego que nunca se apagará (Mateo 3:7-12).

Cuando quien Juan anunciaba se presentó, hasta el mismo Juan resultó confundido. Primero, porque Jesús pidió ser bautizado para que se cumpliese “toda justicia” , un acontecimiento que, como ya indiqué, estuvo estrechamente vinculado con la unción celestial ocurrida en aquel acontecimiento: El Padre y el Espíritu Santo dieron testimonio de que Jesús era el Cristo de Dios.
El segundo problema de Juan fue que, a pesar de su ciertísimo don profético (cf. Mateo 11: 7-10 ) las acciones de Jesús lo desconcertaron. Estando en la cárcel, Juan envió a sus discípulos a preguntarle a Jesús si él era el que había de venir. La respuesta de Jesús fue clara: en sus obras el reino de Dios se hacía presente (Mateo 11: 1-6). Y a pesar de que la irrupción del reino no ocurrió como muchos la esperaban, Jesús dejó en claro una y otra vez la absoluta prioridad de tomar una decisión acerca de quién era él : “Bienaventurado es el que no halla tropiezo en mí.” Decidirse acerca de Jesús es, desde luego, decidirse acerca del reino de Dios.
El Señor Jesús puso en claro reiteradamente la solemne importancia de tal decisión (Mateo 8:22; 10:38; 12:30; 16:24). Dos breves parábolas muestran la importancia del reino sobre toda otra consideración. El reino de Dios es como un tesoro enterrado, o como una perla finísima, cuya adquisición justifica poner en juego todas las otras posesiones (Mateo 13:44-45). En el mismo sentido debe entenderse la enigmática parábola del mayordomo injusto (Lucas 16: 1-11); el punto es que el hombre comprendió su situación desesperada y actuó de inmediato en consecuencia.
No era posible aguardar más. Junto al pozo de Jacob, Jesús dijo a la mujer samaritana: “la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad” (Juan 4:23). Igualmente declaró a los judíos que lo cuestionaban: “Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán” (Juan 5:25).

Los súbditos del Reino

Para los religiosos de su tiempo, uno de los aspectos más irritantes de la predicación de Jesús fue sin duda el anuncio de que las puertas del Reino estaban abiertas para todos, y particularmente para los desposeídos, los descastados, los pecadores. Entre otras, las parábolas de la oveja perdida y del “hijo pródigo” –que en realidad debería llamarse “del amor del padre” – conservadas en Lucas 15 muestran esta disposición divina que se encarna en las acciones de Jesús. El Maestro no solamente hablaba con los pecadores, sino que compartía la mesa con ellos (Mateo 9:10-11, 11:19; Lucas 5:29-30).
Al igual que Juan el Bautista, quien decía que Dios podía levantar hijos de Abraham de las piedras, el Señor desalentó de raíz las esperanzas basadas en el linaje. Reconoció como su madre y sus hermanos a quienes cumplían la voluntad de Dios (Marcos 3:31-35). Por mucho que fuesen descendientes de Abraham, quienes planeaban conjuras en su contra eran hijos del diablo (Juan 8: 39-47).
Tampoco servían la religiosidad y las observancias si llegado el momento de decisión se rechazaba al Cristo de Dios. Jesús declaró: “Para juicio he venido yo a este mundo, para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados” (Juan 9:39). Ël no escatimó ilustraciones para inculcar este hecho. La parábola del fariseo y el publicano, como la del buen samaritano, subrayan la importancia de la actitud del corazón (Lucas 10: 30-37; 18: 9-14). La parábola de los dos hijos (Mateo 21: 28-31) muestra que Dios acepta a quien se arrepiente de su desobediencia y rechaza a quien adopta una actitud hipócrita:

-De cierto os digo que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios, porque vino a vosotros Juan en camino de justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las rameras le creyeron. Pero vosotros, aunque visteis esto, no os arrepentisteis después para creerle (Mateo 21:31-32).

Más severa aún, si cabe, es la parábola de los viñadores malvados, que asesinan al hijo del dueño de la viña en un absurdo intento de apoderarse de la propiedad. La conclusión es tajante: “Por tanto, os digo que el reino de Dios será quitado de vosotros y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mateo 21:43).
A pesar de lo que sus adversarios pensaban, nadie tenía derechos adquiridos sobre el reino de Dios. El banquete de bodas no ha de quedar sin concurrencia porque los invitados se rehúsen a asistir (Mateo 22: 1-10). Dios ha de reunir las ovejas perdidas de la casa de Israel que se arrepientan (Mateo 10:5). Los que rechacen a Jesús quedarán fuera del Reino, y en su lugar “otras ovejas” (Juan 10:16) serán llamadas al único rebaño del Buen Pastor. El centurión cuyo criado estaba enfermo fue un ejemplo destacado:

-De cierto os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes (Mateo 8:10-12).

Luego de la resurrección, Jesucristo encomienda a los suyos que hicieran discípulos “de todas las naciones” (Mateo 28: 19) comenzando desde Jerusalén y “hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). El libro de los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas dan testimonio de cómo los discípulos cumplieron esta misión. De hecho, la incorporación de gentiles (no judíos) es considerada por Santiago como el cumplimiento de una profecía de Amós:

-Hermanos, oídme. Simón ha contado cómo Dios visitó por vez primera a los gentiles para tomar de ellos pueblo para su nombre. Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito: «Después de esto volveré y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar, para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre, dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos”(Hechos 15: 13-18).

Jesucristo ya es el Rey

La obra de Jesús alcanzó su clímax en la cruz. El sufrimiento del Mesías era necesario como parte del plan de salvación revelado en el Antiguo Testamento: “Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciera y resucitara de los muertos al tercer día” (Lucas 24: 46, ver 24:25-27). Los Apóstoles predicaron asimismo a Cristo como Rey mesiánico sobre la base de las profecías del Antiguo Testamento y su cumplimiento en la resurrección: “Sepa pues ciertísimamente toda la casa de Israel que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2: 36). De igual modo Pablo declaró “Preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies” (1 Corintios 15: 25), y asimismo que él ha sido exaltado sobre todo (Filipenses 2: 5-11). En la epístola a los Hebreos leemos: “Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte” (2:9).
El señorío de Cristo es pues un hecho actual e indiscutible. Sin embargo, su Reino no ha llegado aún a su máxima expresión. Hay quienes piensan que el Reino de Dios es fundamentalmente terrenal y visible, al estilo del reino de David en el Antiguo Testamento, pero a una escala mundial. En el otro extremo están quienes sostienen que el Reino de Dios es un reino exclusivamente espiritual, en el corazón de los creyentes. En realidad, la Biblia no justifica ninguna de estas posturas.

El futuro del Reino

Jesús enseño a orar por la venida del Reino (Mateo 6:10). La petición “hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” explica qué se entiende por la venida del Reino por la cual se ruega. Se trata de la manifestación completa y absoluta de la voluntad divina en toda la creación, tanto en el ámbito espiritual como en el físico. Involucra los cielos y la tierra, y a todas las criaturas que los habitan. En este sentido, es claro que el Reino aún está por consumarse.
Tanto el Apóstol Pablo (1 Corintios 15: 20-28) como el autor de Hebreos (2:5-8) subrayan el hecho de que aún no vemos que todo esté sujeto a Cristo. In embargo, ciertamente lo estará a su debido tiempo. Esta es la fe de los Apóstoles y, como veremos, el mensaje central del Apocalipsis de Juan.
El reino de Dios ya ha venido, se hace presente dondequiera que el evangelio es predicado, pero asimismo aguarda su gloriosa consumación, que ocurrirá cuando el Señor regrese en gloria y majestad. Aguardamos esta venida, pero al mismo tiempo sabemos que la demora tiene un propósito en el plan divino, a saber, “no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).

Notas

[1] George Eldon Ladd, El Evangelio del Reino. Estudios bíblicos acerca del reino de Dios. Miami: Editorial Vida, 1985, pp. 20,22.
[2] G. R. Beasley-Murray, The kingdom of God in the teaching of Jesus. Journal of the Evangelical Theological Society 35 [1]: 19-30, March 1992.
[2] Joachim Jeremias, Teología del Nuevo Testamento.1. La predicación de Jesús. Salamanca: Sígueme, 1980, p. 107.
[3] John B. Taylor, Ezekiel. An introduction and commentary. Tyndale Old Testament Commentaries, vol. 20. Downers Grove: InterVarsity Press, 1969, p. 146.
[4] Alejandro Díez Macho (Ed.) Apócrifos del Antiguo Testamento. Madrid: Cristiandad, 1984, 1:351s; cursivas mías.
[5] James C. VanderKam, The Dead Sea Scrolls Today; Grand Rapids: W.B. Eerdmans, 1994, p. 117s.
[6] T.L. Donaldson, Zealot, en G.W. Bromiley [Ed.], International Standard Bible Encyclopedia , 2nd Ed. Grand Rapids: W.B. Eerdmans, 1988; 4:1175-1179; cita de p. 1179
 
Jetonius:
Gracias por la respuesta. Que disfrute de unas buenas vacaciones. Espero tratar de estos temas cuando regrese.
Cordialmente en Cristo

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