los nuevo oscurantisats

pablo_33

siervo
5 Diciembre 2006
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nubes
copy paste de una excelente columna del diaro de Colombia el tiempo, pero en la tumbada caemos nsotros tambein este man que es muy intelectual en una columna comenta de alguien oh el era el ultimo pagano... como si fuera la gran cosa. el tambein vive en su mundo cuan es la slida de todo esto? lo graciosos es que si bien la columna esta muy bien no le epga en el balnco porque no dice ni una palabra de la ideología de geenro, es muy itneresante todo esto ya me explayare. lean.

Los memes tras la escandalosa fuga de Aída Merlano
¿Quiénes son estos “nuevos oscurantistas”? La revista los enumera sin ser exhaustiva: los creacionistas, los terraplanistas, los conspirativos, los enemigos de la ciencia y el ‘mito’ del calentamiento global y las vacunas: unos orates –dice L’Express– que han renunciado a toda evidencia y a toda discusión y que en cambio prefieren aferrarse con el alma a sus certezas y a sus dogmas, a sus paranoias, a sus grotescas teorías.

Incluso hay en Kentucky un parque de diversiones, por llamarlo de una manera siniestra, que es como Disneylandia, pero todas sus atracciones tienen que ver con el relato bíblico de la creación del mundo. Es un parque temático en el que los dos juegos más edificantes son, nada menos, el Arca de Noé y el Árbol del Fruto Prohibido. La idea al final siempre es salir convencido, siempre, de que la Tierra fue creada por Dios hace 6.000 años.

Y lo que más sorprende de este panorama tan triste y decadente es que en él tienen una influencia abrumadora la tecnología y los teléfonos inteligentes, las redes sociales, internet. Como si lo que alguna vez se pensó que llegaría a ser el antídoto y el remedio se hubiera vuelto más bien la causa de la enfermedad, su peor agravante.
Porque el fanatismo no solo florece y campea, igual que siempre, sino que ahora se volvió la norma.

En un mundo inundado, como nunca antes en la historia, por la información y el saber, por las posibilidades ilimitadas de aprender cada vez más y mejor sobre lo que uno quiera. Pero es como si esa superabundancia fuera perjudicial; como si ella produjera hastío, pesadez, al punto de que mucha gente prefiere vivir enceguecida en sus falsas creencias antes que sentarse a revisarlas.

Y la locura se difunde en el mundo virtual como una gran bola de nieve; de nieve y de fuego, ya otra vez había usado la misma figura, pero es que no hay otra mejor para ciertos casos. Y cada quien busca solo confirmar sus prejuicios: reafirmarse en sus obsesiones, sus odios, sus caprichos. Y el gran marasmo digital en el que estamos sumidos nos va arrastrando siempre al mismo lugar: nuestra forma de ver las cosas, solo ella, esa isla.

Hace poco me contó un amigo muy querido que una prima suya estuvo donde el médico, quien le advirtió que tenía que operarse. Ella le respondió que quería una “segunda opinión”, el doctor sonrió y le dijo: “Ningún paciente tiene el criterio para saber cuándo una segunda opinión es mejor que la primera. Usted lo que quiere es buscar una opinión que coincida con su deseo, y no va a descansar hasta encontrarla...”. Y es cierto.

Pasa lo mismo hoy: el oscurantismo de nuestro tiempo solo descansa cuando encuentra la confirmación de sus disparates y consignas, sus necedades. En las redes sociales, en las cadenas de WhatsApp, en los chismes y hablillas de domingo: allí, y también en las carteras de las tías, florece el pensamiento delirante: una lógica que prescinde de la razón, la verdad, la cordura y la sensatez; una lógica que no lo es, mejor dicho.

Una lógica que llevada a la política es el infierno, pues los partidos se han vuelto iglesias, sectas, y sus caudillos son dioses intocables. Sin argumentos ni razones que valgan, solo verdades reveladas. Mentiras.

Es eso: la mano alzada del fascista va hoy en su teléfono.
 
y este es un copypaste de Moises Naim mismo tema


Es muy extraño lo que está pasando en estos tiempos con la información. Es, simultáneamente, más valorada y despreciada que nunca.

La información, potenciada por la revolución digital, será el motor más importante de la economía, la política y la ciencia del siglo XXI. Pero, como ya hemos visto, también será una peligrosa fuente de confusión, fragmentación social y conflictos.


Grandes cantidades de datos que antes no significaban nada ahora pueden ser convertidos en información que ayuda a gestionar mejor gobiernos y empresas, curar enfermedades, crear nuevas armas o determinar quién gana las elecciones. Es el nuevo petróleo: después de procesado y refinado tiene gran valor económico. Y si en el siglo pasado varias guerras fueron provocadas por la búsqueda del control del petróleo, en este habrá guerras motivadas por el control de la información.

Pero, al mismo tiempo que hay información que salva vidas y es gloriosa, hay otra que mata y es tóxica. La desinformación, el fraude y la manipulación que fomenta el conflicto están teniendo un auge tan acelerado como la información extraída de las masivas bases de datos digitalizados. Algunos de quienes controlan estas tecnologías saben cómo convencernos de comprar determinados productos. Otros saben cómo entusiasmarnos con ciertas ideas, grupos o líderes –y detestar a sus rivales–.

La gran ironía es que, así como hoy hay más información fácilmente asequible de la que había en el pasado, también existen más dudas y confusión en cuanto a la veracidad de lo que nos llega a través de medios de comunicación y redes sociales.

El debate sobre qué es verdad y qué es mentira es tan antiguo como la humanidad. Son frecuentes y feroces las discusiones al respecto que se dan entre filósofos, científicos, políticos, periodistas o, simplemente, entre personas con ideas diferentes. Muchas veces estos debates, en vez de concentrarse en la verificación de los hechos, se centran en la descalificación de quienes los producen.
La desinformación, el fraude y la manipulación que fomenta el conflicto están teniendo un auge tan acelerado como la información extraída de las masivas bases de datos digitalizados
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Los científicos que, por ejemplo, generan datos incontrovertibles sobre el calentamiento global o aquellos que alertan de la imperiosa necesidad de vacunar a los niños ya están acostumbrados a ser blanco de calumnias acerca de sus motivaciones e intereses.

Los periodistas son víctimas aún más frecuentes de estas descalificaciones. Si bien no son nuevos los ataques de los poderosos que son incomodados por los medios de comunicación, la hostilidad del presidente Donald Trump es inédita. “Estos animales de la prensa... Sí...son animales. Son los peores seres humanos que uno jamás podrá encontrar... son personas terriblemente deshonestas”, ha dicho. También ha popularizado la idea de que los periodistas son “enemigos del pueblo” que propagan noticias falsas –las famosas ‘fake news’–. Trump ha mencionado las ‘fake news’ en Twitter más de 600 veces, y las menciona en todos sus discursos. Lo grave es que Trump no solo ha logrado minar la confianza de los estadounidenses en sus medios de comunicación, sino que su acusación ha tenido gran acogida entre los autócratas del mundo. Según A. G. Sulzberger, el principal directivo de ‘The New York Times’, “en los últimos años, más de 50 primeros ministros y presidentes en los cinco continentes han usado el termino ‘fake news’ para justificar sus acciones en contra de los medios de comunicación”. Sulzberger reconoce que “los medios de comunicación no son perfectos. Cometemos errores. Tenemos puntos ciegos”. No obstante, este ejecutivo no tiene ambages en afirmar que la misión de ‘The New York Times’ es buscar la verdad. En el confuso mundo actual, donde todo parece relativo y nebuloso, es bueno saber que aún hay quien apuesta que la verdad existe y puede ser encontrada. Esta posición es un buen antídoto contra las prácticas de quienes atentan contra la democracia y la libertad.

En 1951, Hannah Arendt escribió: “El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes ha dejado de existir la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso”.

Más de seis décadas después, esta descripción ha adquirido renovada vigencia. Hay que recuperar la capacidad de la sociedad para reconocer y desenmascarar las mentiras. Es imperativo derrotar a quienes han declarado la guerra a la verdad.

MOISÉS NAÍM