No, no me refiero a Demas, sino a “los demás”.
1Co. 14:29: “Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen lo que ellos dicen”.
Es paradójico que en una época en que proliferando por todas partes los “profetas” (pastores ascendidos) designados por los “apóstoles” (nombrados por los heresiarcas de los movimientos en boga), escaseen al grado de brillar por su ausencia esta otra suerte de profetas, imprescindibles en cualquier congregación cristiana fiel a la sana doctrina.
A diferencia de los pseudo profetas que buscan hacerse su propio cartel que les permita escalar la pirámide del éxito, estos otros “son del montón”; ilustres desconocidos no necesariamente egresados de Seminario o Instituto Bíblico alguno, ni ordenados humanamente ni distinguidos con títulos o diplomas que avalen su profesionalidad ministerial.
En el contexto mayor de los capítulos 12 al 14 de esta primera epístola a los corintios, advertimos que si bien Pablo desalienta cualquier pretensión de poseer todos los dones o elegir entre ellos como si fuese algo opcional y no otorgado según el propio querer del Espíritu (12:11), destaca la profecía frente a la espectacularidad de las lenguas, que venían haciendo de los corintios glosolaliadictos. Les estaba resultando más fácil y atrayente llamar la atención de los demás hacia sí mismos, que procurar el beneficio espiritual de toda la iglesia, consolando, exhortando y edificando a todos los demás (14:3,4). En vez de presentar la profecía como un don muy raro y difícil de recibir, Pablo suele utilizar el “todos” en el ejercicio del profetizar. Aunque en el v.24 parece emplearse en el sentido más general de todos los hermanos, en el 31 probablemente se refiera a los profetas en la iglesia, de los que viene hablando desde el v. 29 y seguirá hablando en el 32 y el 37. El énfasis que desde hace un siglo se le viene dando a la última parte del v.39 (“no impidáis el hablar en lenguas”) como que ha soslayado el extensivo mandato apostólico precedente: “Así que, hermanos, procurad profetizar”. Esta no era una prerrogativa especial de quien o quienes pudieran atribuírsela en exclusividad, sino el derecho y deber de cuantos fuesen guiados por el Espíritu a compartir lo que les fue mostrado (v.30). Pero también es cierto que algunos hermanos fueron dados ellos mismos como dones de Cristo a su iglesia, y así leemos en Hechos 13:1: “Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros…”.
Quienes así servían a sus hermanos en la iglesia que estaba en Corinto, podían ser tantos, que asistiéndoles a todos igual derecho, no podían sobrecargar la capacidad de los asistentes para oírles con atención y provecho, por lo que recomienda Pablo que no sean más de dos o tres, turnándose en el uso de la palabra. Pero “los demás” profetas que estaban sentados mientras otro de ellos hablaba, no debían aprovechar a echarse su siesta, sino estar muy atentos a lo que el que llevaba la palabra decía; pues si bien cualquier humana equivocación puede ser excusable y obviada, el error doctrinal debía ser corregido antes que su difusión provocara confusión, cismas o herejías.
Aunque nunca la Escritura presenta al matrimonio de Priscila y Aquila como profetas, sin embargo ellos ejercieron eficazmente este ministerio de “los demás”, cuando después de escucharle, le explicaron con más exactitud el camino de Dios (Hch.18:26).
El falso concepto de la ética de que por no provocar escándalo mejor es no proceder nunca a la corrección – pública o privada, según cuadre -, precisamente fomenta lo mismo que con el cómplice silencio se procura evitar: tropiezo o escándalo.
¡Cuántos males podrían evitarse si en vez de seguir los programas pre-establecidos de una reunión el Espíritu Santo volviera a tener el control de la misma!
De esta manera, podría ser corregida tanto una actitud segregacionista como la de Pedro (Gl.2:11-14), como acordar una solución en armonía y unanimidad (Hch.15), como corregir lo errado con la verdad, discerniendo siempre, como se implica aquí en nuestro texto “los demás juzguen lo que ellos dicen”. De esta manera se garantizaría el que la iglesia fuese – no sólo en el papel sino también en la práctica – columna y baluarte de la verdad. El sistema tradicional, en cambio, fomenta el escepticismo, al no estar nunca seguros los hermanos si lo que se está enseñando es conforme a verdad.
¡Que Dios levante a muchos siervos suyos y de sus hermanos aunque tales ministros reciban un calificativo tan pobre como “los demás”!
Ricardo.
1Co. 14:29: “Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen lo que ellos dicen”.
Es paradójico que en una época en que proliferando por todas partes los “profetas” (pastores ascendidos) designados por los “apóstoles” (nombrados por los heresiarcas de los movimientos en boga), escaseen al grado de brillar por su ausencia esta otra suerte de profetas, imprescindibles en cualquier congregación cristiana fiel a la sana doctrina.
A diferencia de los pseudo profetas que buscan hacerse su propio cartel que les permita escalar la pirámide del éxito, estos otros “son del montón”; ilustres desconocidos no necesariamente egresados de Seminario o Instituto Bíblico alguno, ni ordenados humanamente ni distinguidos con títulos o diplomas que avalen su profesionalidad ministerial.
En el contexto mayor de los capítulos 12 al 14 de esta primera epístola a los corintios, advertimos que si bien Pablo desalienta cualquier pretensión de poseer todos los dones o elegir entre ellos como si fuese algo opcional y no otorgado según el propio querer del Espíritu (12:11), destaca la profecía frente a la espectacularidad de las lenguas, que venían haciendo de los corintios glosolaliadictos. Les estaba resultando más fácil y atrayente llamar la atención de los demás hacia sí mismos, que procurar el beneficio espiritual de toda la iglesia, consolando, exhortando y edificando a todos los demás (14:3,4). En vez de presentar la profecía como un don muy raro y difícil de recibir, Pablo suele utilizar el “todos” en el ejercicio del profetizar. Aunque en el v.24 parece emplearse en el sentido más general de todos los hermanos, en el 31 probablemente se refiera a los profetas en la iglesia, de los que viene hablando desde el v. 29 y seguirá hablando en el 32 y el 37. El énfasis que desde hace un siglo se le viene dando a la última parte del v.39 (“no impidáis el hablar en lenguas”) como que ha soslayado el extensivo mandato apostólico precedente: “Así que, hermanos, procurad profetizar”. Esta no era una prerrogativa especial de quien o quienes pudieran atribuírsela en exclusividad, sino el derecho y deber de cuantos fuesen guiados por el Espíritu a compartir lo que les fue mostrado (v.30). Pero también es cierto que algunos hermanos fueron dados ellos mismos como dones de Cristo a su iglesia, y así leemos en Hechos 13:1: “Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros…”.
Quienes así servían a sus hermanos en la iglesia que estaba en Corinto, podían ser tantos, que asistiéndoles a todos igual derecho, no podían sobrecargar la capacidad de los asistentes para oírles con atención y provecho, por lo que recomienda Pablo que no sean más de dos o tres, turnándose en el uso de la palabra. Pero “los demás” profetas que estaban sentados mientras otro de ellos hablaba, no debían aprovechar a echarse su siesta, sino estar muy atentos a lo que el que llevaba la palabra decía; pues si bien cualquier humana equivocación puede ser excusable y obviada, el error doctrinal debía ser corregido antes que su difusión provocara confusión, cismas o herejías.
Aunque nunca la Escritura presenta al matrimonio de Priscila y Aquila como profetas, sin embargo ellos ejercieron eficazmente este ministerio de “los demás”, cuando después de escucharle, le explicaron con más exactitud el camino de Dios (Hch.18:26).
El falso concepto de la ética de que por no provocar escándalo mejor es no proceder nunca a la corrección – pública o privada, según cuadre -, precisamente fomenta lo mismo que con el cómplice silencio se procura evitar: tropiezo o escándalo.
¡Cuántos males podrían evitarse si en vez de seguir los programas pre-establecidos de una reunión el Espíritu Santo volviera a tener el control de la misma!
De esta manera, podría ser corregida tanto una actitud segregacionista como la de Pedro (Gl.2:11-14), como acordar una solución en armonía y unanimidad (Hch.15), como corregir lo errado con la verdad, discerniendo siempre, como se implica aquí en nuestro texto “los demás juzguen lo que ellos dicen”. De esta manera se garantizaría el que la iglesia fuese – no sólo en el papel sino también en la práctica – columna y baluarte de la verdad. El sistema tradicional, en cambio, fomenta el escepticismo, al no estar nunca seguros los hermanos si lo que se está enseñando es conforme a verdad.
¡Que Dios levante a muchos siervos suyos y de sus hermanos aunque tales ministros reciban un calificativo tan pobre como “los demás”!
Ricardo.