LOS MIL AÑOS DE APOCALIPSIS 20
[Parte 1 de 3]
Es mi opinión que mucha de la enseñanza cristiana actual concerniente a las últimas cosas depende excesivamente en la creencia en un futuro reino milenario terrenal. Por tanto, puede ser útil ver en qué medida la noción de que los mil años mencionados por Juan se refiere a un reino futuro es coherente con lo que el Nuevo Testamento en general, y el Apocalipsis en particular, enseña sobre la atadura de Satán, y sobre la resurrección y el reino de los santos. Adicionalmente, exploraremos las pistas provistas por el andamiaje literario, el estilo y la estructura del Apocalipsis, como asimismo del uso bíblico de la expresión “mil años”.
1. ¿Hay continuidad cronológica entre Apocalipsis 19 y 20?
Un asunto fundamental para la creencia en un futuro reino terreno milenario es la presuposición de una continuidad cronológica entre las visiones del capítulo 19 y aquéllas del capítulo 20; es decir, que la derrota de la bestia, el falso profeta y los reyes de la tierra es seguida en el tiempo por la ligadura de Satán y la vuelta a la vida de los cristianos decapitados. Tal continuidad en la secuencia de los hechos se da a menudo por sentada, pero que realmente exista no es en absoluto obvio.
Muchos estudiosos del Apocalipsis se han dado cuenta desde hace mucho que en tanto que en cada visión sucesiva de los juicios de Dios existe una ordenada intensificación (los sellos, las trompetas, las copas), también existen discontinuidades entre estas visiones, como si cada serie sucesiva contuviese sucesos al menos parcialmente superpuestos.
En los escritos de autores cristianos antiguos que se han conservado, hallamos que el primero en notar explícitamente esta característica del Apocalipsis fue el milenarista Victorino, obispo de Pettau (fallecido hacia 304). Al final de sus comentarios al capítulo 7, Victorino notaba, con respecto a las similitudes entre los sellos, las trompetas y las copas:
En otras palabras, inspirado por el Espíritu de Dios, el vidente de Patmos nos lleva una y otra vez desde el comienzo hasta el fin de la historia de la salvación, en varias secciones parcialmente paralelas que siguen un modelo de repetición y elaboración. La identificación de este método de recapitulación es una clave fundamental para comprender el libro.
La mayor parte de los intérpretes de las diversas escuelas concuerdan en que existe una evidente solución de continuidad entre los capítulos 11 y 12. Del aparentemente inevitable e inminente fin anunciado por la séptima trompeta somos de manera inesperada retrotraídos al tiempo previo al nacimiento de Jesucristo. Ahora bien, aunque esta es la discontinuidad más obvia y generalmente reconocida, un estudio atento del libro permite descubrir que dista de ser la única. Existen pistas o puntos de inflexión que indican la existencia de siete secciones en el libro, a saber:
[1]. El glorioso Salvador gobierna sus Iglesias, capítulos 1 a 3: Prólogo y mensajes a las Iglesias. El punto de inflexión ocurre cuando Juan es llamado al cielo.
[2]. El Cordero como revelador y ejecutor del plan de Dios, capítulos 4 al 7: Visión celestial, Dios y el Cordero, los sellos. El punto de inflexión se halla en la promesa “Dios enjugará cada lágrima...”
[3]. La proclamación del gobierno de Dios y la advertencia sobre los juicios venideros, capítulos 8 al 11: el incensario, las trompetas, el templo, los dos testigos. El punto de inflexión es la apertura del templo celestial de Dios.
[4]. La enemistad de Satanás y sus seguidores contra Cristo y sus discípulos, capítulos 12 al 14. El punto de inflexión es la cosecha de la tierra.
[5]. La ira de Dios es derramada sobre los incrédulos y rebeldes, capítulos 15 y 16: las plagas y las copas. El punto de inflexión es el justo juicio de Dios; “su plaga fue sobremanera grande”.
[6]. La victoria del Cordero sobre los injustos habitantes de la tierra, capítulos 17 al 19: Babilonia, su caída, la celebración celestial, la segunda venida. El punto de inflexión es la completa mortandad, “los demás fueron exterminados por la espada que salía de la boca del que montaba el caballo”.
[7]. El triunfo final sobre Satanás y la muerte, y la bendición eterna de los santos, capítulos 20 a 22: La atadura de Satán, la resurrección y el reino de los santos, el ataque final del diablo, resurrección y juicio, destrucción de los enemigos de Dios, nuevos cielos y tierra, la Jerusalén celestial, el epílogo.
Colin Brown subraya:
Yo concuerdo en términos generales con esta interpretación. En particular, debiera ser evidente la discontinuidad entre los capítulos 19 y 20, que señala el comienzo de la séptima y última de las visiones, que culmina con la Jerusalén celestial y la eterna bienaventuranza de los santos. Al comienzo del capítulo 20 se nos dice que Satanás ha sido atado, con un objetivo cuidadosamente precisado por Juan: “para que no engañara más a las naciones”. De esta explicación está implícito que cuando esta atadura se produce todavía hay naciones que pueden ser engañadas; de lo contrario la atadura sería innecesaria. Sin embargo, las expresiones del capítulo 19 implican que todo ser humano opuesto ha Dios ha sido por completo exterminado:
Reyes, capitanes, libres y esclavos, grandes y pequeños que se oponen a Dios son destruidos y las aves de rapiña son convocadas a saciarse de sus restos en “la gran cena de Dios”, una obvia contrapartida de la cena de bodas del Cordero. En otras palabras, luego de la venida del Señor no queda ninguna persona que pueda ser engañada por Satanás. Por tanto, la acción de atar a Satanás para evitar que engañe a las naciones debe referirse a un momento previo en el drama de la salvación, un tiempo en el cual hay naciones que pueden ser engañadas, y que conforman una enorme multitud según Apocalipsis 20:7. Para comprobar si el resto del Nuevo Testamento es consistente con esta interpretación, hay que examinar qué se nos dice acerca de este asunto.
2. La atadura de Satanás: ¿presente o futura? (Apocalipsis 20:1-3)
Para entender lo que Juan transmite en esta visión, debemos ante todo ver qué otros textos hay en el Nuevo Testamento que se relacionen con la atadura del diablo.
1. Satanás recibió una derrota inicial cuando intentó infructuosamente tentar a Jesucristo y hubo de retirarse en confusión (Mateo 4:1-11 y paralelos).
2. Posteriormente sufrió derrota tras derrota durante el ministerio terrenal del Señor.
3. A quienes acusaron a Jesús de arrojar fuera demonios por el poder de Belcebú (Satanás), Cristo les respondió que era por el poder de Dios que él los expulsaba, y preguntó a sus interlocutores: “Porque ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa” (Mateo 12:29).
Aquí conviene notar cuidadosamente que el verbo griego deô, “atar” , que se emplea en este pasaje, es exactamente el mismo vocablo que se emplea de la atadura de Satán en Apocalipsis 20.
Aquellos que objetan que Satanás todavía continúa en su esfuerzo por realizar su obra de engaño (ver 1 Corintios 7:5; 2 Corintios 3:15; 11:3-4, 13-15), soslayan el hecho de que la atadura puede representar una restricción y no necesariamente una total neutralización. Es posible presentar varios ejemplos neotestamentarios al respecto.
Por ejemplo, se emplea este mismo verbo griego deô con referencia a la captura de Juan el Bautista por parte de Herodes Antipas (Mateo 14:3). El hecho de estar aprisionado no le impidió a Juan dar instrucciones a sus discípulos ni enviarlos a consultar a Jesús (Mateo 11:1-7).
Otra ilustración del uso de deô para expresar una restricción relativa puede hallarse en el Evangelio de Juan. Cuando Jesús llamó a Lázaro fuera de su tumba, éste salió “atados los pies y las manos con vendas” (Juan 11:44; griego dedemenos tous podas kai tas jeiras keiriais). El verbo empleado es deô aquí también. De modo que la atadura no fue obstáculo para que Lázaro saliese de su tumba en respuesta al llamado de Jesús.
Hallamos aún un tercer ejemplo en Romanos 7:2, “La mujer casada está sujeta [deô ] por la ley al marido mientras este vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley que la unía a su marido”. Si bien bajo la Ley las actividades de las mujeres casadas estaban limitadas, es absurdo pensar que estuviesen impedidas de realizar toda actividad. Aquí Pablo se refiere a una restricción específica, como es la imposibilidad de que una mujer se case con otro hombre en vida de su primer esposo.
Los ejemplos precedentes establecen pues dos puntos importantes, a saber, que deô , atar, no implica una limitación absoluta, y que en realidad puede emplearse con referencia a una restricción específica.
Retornando a la cuestión de la atadura del diablo, es preciso notar cuántos pasajes del Nuevo Testamento subrayan la decidida ofensiva de Jesús contra el reino de Satanás, y sus consecuencias. Por ejemplo, el Señor declaró solemnemente que las puertas del Hades no prevalecerían contra la Iglesia (Mateo 16:18). La imagen es la de una prisión –el Hades- cuyas puertas, supuestamente inexpugnables, no pueden sin embargo mantener encerrada a la Iglesia de Jesucristo.
En otra ocasión, en relación con el éxito de la misión de los setenta y dos discípulos, Jesús declaró, “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lucas 10:18; ver Apocalipsis 12:9). Los frutos de la predicación de los discípulos tienen como consecuencia la retirada del diablo y sus huestes: “Os doy potestad de pisotear serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10: 19-20).
También el Evangelio de Juan reitera una y otra vez la proclamación de la derrota de Satanás. Hacia el final de su ministerio, en la semana de la Pasión, Jesús declaró: “ —No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros.Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.” (Juan 12: 30-32). De igual modo, Jesús afirmó que Satanás no tenía ningún poder sobre él: “ No hablaré ya mucho con vosotros, porque viene el príncipe de este mundo y él nada tiene en mí” (Juan 14:30). Más adelante, en la misma ocasión, el Señor reveló el veredicto divino sobre Satanás, al anunciar el advenimiento del Espíritu Santo: “ Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Juan 16:8-11).
Aunque la guerra contra los poderes de las tinieblas haya de proseguir hasta que el Señor vuelva, se trata de una contienda en la cual la batalla decisiva ya ha sido ganada por el Hijo de Dios. Esto es enseñado claramente por el Apóstol Pablo, quien gozoso declaró, citando el Salmo 68:18, que cuando Cristo resucitó de los muertos y ascendió a los cielos, “llevó cautiva la cautividad y dio dones a los hombres” (Efesios 4:8).
De igual modo, ante la amenaza de herejías en la Iglesia de Colosas, Pablo les recuerda la actual libertad y el luminoso destino que disfrutan los creyentes en Cristo: “ Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, obtendréis fortaleza y paciencia, y, con gozo, daréis gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz. Él nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados ” (Colosenses 1:12-14).
Más adelante en la misma epístola, el Apóstol proclama la victoria de Jesucristo con las siguientes palabras: “ Él anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, y la quitó de en medio clavándola en la cruz. Y despojó a los principados y a las autoridades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. ” (Colosenses 2: 14-15). La imagen es la de un general victorioso que, según la costumbre antigua, en su desfile triunfal exhibe ante los suyos no solamente el botín obtenido, sino que hace desfilar tras de sí, como cautivos, a aquellos a quienes ha derrotado.
La carta a los colosenses enseña que la victoria decisiva fue obtenida por Cristo en la cruz, hecho que también se nos recuerda en Hebreos 2:14-15, “ Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”.
En conclusión, la enseñanza uniforme e indisputada del Nuevo Testamento es que la victoria decisiva contra Satanás fue ganada en la primera venida del Señor. Fue entonces que Satanás fue prendido y atado.
Es precisamente este hecho lo que justifica la audaz proclamación de la victoria de los creyentes sobre el diablo y su poder. Pablo fue comisionado por el Señor mismo para “ Y el Señor dijo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte sobre tus pies, porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo y de los gentiles, a quienes ahora te envío para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26:15-18). La victoria de Jesucristo en la cruz abre el camino para que tanto judíos como gentiles –es decir, las naciones- sean transportados del poder de Satanás a la esfera del poder de Dios y de su reino.
Pablo enseñó que en Cristo somos más que vencedores (Romanos 8: 37-39). Estamos conscientes y advertidos de las maquinaciones de Satanás (2 Corintios 2:11). Hemos sido rescatados del ámbito de las tinieblas a la luz (Colosenses 1:13). El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos protegen del Maligno (Juan 17:15; 2 Tesalonicenses 3:3; 1 Pedro 1:1; 1 Juan 5:18).
La armadura de Dios que Pablo describe en Efesios 6:10-20 tiene precisamente el propósito de capacitar a los creyentes para que estén firmes contra las artimañas y los ataques de Satán. El diablo nada puede contra un creyente bien pertrechado con el cinto de la verdad, la coraza de la justicia, el calzado del evangelio de la paz, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu. Por eso también Santiago y Pedro nos exhortan no a huir, sino a resistir firmes:
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Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros (Santiago 4:7).
Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar.Resistidlo firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. (1 Pedro 5:8-9).
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Por otra parte, el mismo Apóstol Juan, quien puso por escrito el Apocalipsis o revelación de Jesucristo, declaró enfáticamente en su primera carta que los cristianos a los que se dirigía habían vencido a Satanás:
De modo que vemos que Jesús, Pablo, Santiago, Pedro y el mismo Juan, fuera del Apocalipsis, enseñan la derrota de Satanás y su actual impotencia para vencer a los creyentes firmes en Cristo. Ahora bien, el Nuevo Testamento enseña asimismo que el tiempo durante el cual Satán es impedido de engañar a las naciones no es otro que la presente era del Evangelio.
Por esta razón, el anciano Simeón, en su alabanza conocida como Nunc dimitis, se expresa como sigue:
El evangelista Lucas vio en el ministerio de Juan el Bautista el inicio del cumplimiento de Isaías 40:3-5, que finaliza diciendo “y verá toda carne la salvación de Dios” (Lucas 3:6). Cuando Jesús vio la fe del centurión, declaró: “ Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.” (Mateo 8:11). A la mujer samaritana le dijo el Señor, “ —Mujer, créeme que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren. Dios es Espíritu, y los que lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren.” (Juan 4:21-24). Cuando el Señor sanó al hombre de la mano seca, Mateo nos hace saber que con ello se cumplió lo dicho por Isaías:
Tal vez convenga aclarar que en este texto, como en otros similares, la expresión traducida “gentiles” es el plural del sustantivo griego ethnos que puede propiamente traducirse también “naciones”, como de hecho lo hacen la Nueva Versión Internacional y la Biblia de las Américas.
Luego de la resurrección, Jesucristo les dijo a sus discípulos: “ «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».” (Mateo 2: 18-20). En el relato de Lucas, el Señor les manda ir “hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8), es decir, a todas las naciones que antes no habían oído del Evangelio, pues a partir de entonces, como estaba escrito, había de predicarse “ en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:47).
A través de todo el libro de los Hechos de los Apóstoles presenciamos cómo la promesa a todas las naciones se torna una realidad tangible. Así, el Evangelio es primero anunciado a los judíos “ de todas las naciones debajo de los cielos”, y ellos se convierten a Jesucristo por miles (Hechos 2:5, 41, 47; 5:16, 42; 6:17).
Luego del martirio de Esteban, el Evangelio alcanza a los samaritanos y al etíope (Hechos 8), y poco después a otros de entre las naciones (Hechos 10). Este llamado a los gentiles fue claramente revelado a Pedro y a Pablo. En el denominado concilio de Jerusalén narrado en Hechos 15, Pedro interrumpió la discusión con estas palabras:
Aquí se enseña con meridiana claridad que existe un único camino de salvación, por gracia, a través de la fe en Jesucristo, para los judíos como para todos los miembros de las naciones que se arrepientan y crean. Lo dicho por Pedro es ratificado por Bernabé y Pablo, “que contaban cuán grandes señales y maravillas había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles.” (v. 12). Finalmente, Santiago pone fin al debate al interpretar lo que estaba ocurriendo como plenamente conforme a las Escrituras proféticas que señalaban el tiempo cuando, según lo dicho por Amós (9:11-12),
En la predicación de Pablo aparece desde el principio la noción de que ahora es el tiempo en que Dios trae luz a las naciones. Cuando el populacho intentó dedicar sacrificios a Bernabé y Pablo en Listra, los misioneros replicaron:
Nótese como ellos contrastan lo que Dios había hecho antes, “en las edades pasadas”, con el modo en que a partir de entonces estaba procediendo con respecto a las naciones al llamarlas a la fe. Cuando retornaron a la Iglesia de Antioquía de Siria, Bernabé y Pablo narraron a los hermanos “ cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles” (Hechos 14:27). Pablo reiteró la misma enseñanza en Atenas, en su predicación en el Areópago que concluyó como sigue:
Lucas narra como evidencia de la obra poderosa de Dios entre las naciones el hecho de que los creyentes gentiles de Éfeso quemaron sus rollos con obras de hechicería (Hechos 19:19). Hacia el final de su ministerio, Pablo expresó a los judíos de Roma que se resistían a creer en el Evangelio: “ Sabed, pues, que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios, y ellos oirán. Cuando terminó de decir esto, los judíos se fueron, teniendo gran discusión entre sí. Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían. Predicaba el reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento.” (Hechos 28: 28-31). Por la misma época, en su primera carta a Timoteo, el Apóstol le decía a su discípulos que Cristo había sido predicado entre las naciones (1 Timoteo 3:16).
Parece ser entonces la doctrina uniforme y clara del Nuevo Testamento que, a partir de la Resurrección, Satanás solamente puede cegar a quienes obcecadamente se rehúsan a aceptar el Evangelio (Romanos 1:18-32; 2 Corintios 4:4; 1 Timoteo 1:20; 5:15).
En el mismo libro de Apocalipsis, el diablo no puede impedir, pese a sus denodados esfuerzos y los de sus aliados, que el Evangelio sea predicado “a toda nación, y tribu, y lengua, y pueblo” (Apocalipsis 14:6; ver 10:11).
Asimismo, la reunión delante del trono de personas de todas las naciones, a las cuales obviamente Satanás no pudo engañar, se expresa con claridad: “he aquí una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero” (Apocalipsis 7:9; ver también 5:9, “con tu sangre compraste para Dios de toda tribu y lengua y pueblo y nación”
.
Finalmente, de 2 Tesalonicenses 2 podemos inferir otro aspecto sumamente importante de la actual restricción de Satán:
Aquí el Apóstol Pablo enseña con gran insistencia y solemnidad que “el día del Señor” descrito en el capítulo 1, que obviamente hace sinónimo de “la venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestra reunión con él” , en modo alguno vendrá sin que antes ocurra la apostasía –una defección de la fe por parte de muchos- y se manifieste aquél a quien llama “el hombre de pecado”.
A pesar que lo que llama “misterio de iniquidad” ya está en marcha, alguien y algo lo detiene (Pablo habla de lo que lo detiene y el que lo detiene). Es objeto de debate en qué consiste exactamente este impedimento, que los tesalonicenses conocían y nosotros no podemos más que conjeturar. Sin embargo, es muy claro que tal obstáculo le impide a Satanás establecer el reino del Inicuo.
Dado que “El advenimiento de este impío, que es obra de Satanás, irá acompañado ... con todo engaño de iniquidad para los que se pierden” , es claro que existe actualmente una fuerte restricción en la capacidad del diablo para engañar a la gente. También es evidente que tal limitación es temporal, y que será quitada poco antes de que el Señor vuelva. Pablo no dijo cuánto tiempo había de durar esta restricción del poder engañador de Satán, pero parece razonable inferir que se trata del mismo período que Juan describe como “mil años”.
En conclusión, si como enseña el Nuevo Testamento, Satanás fue derrotado y maniatado en la primera venida de Cristo, de modo que su poder para engañar a las naciones ha sido neutralizado o grandemente menguado, hay que entender que el período de mil años mencionado por Juan no corresponde al de algún reino terrenal futuro, sino a la presente era del Evangelio.
(Continuará)
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
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Es mi opinión que mucha de la enseñanza cristiana actual concerniente a las últimas cosas depende excesivamente en la creencia en un futuro reino milenario terrenal. Por tanto, puede ser útil ver en qué medida la noción de que los mil años mencionados por Juan se refiere a un reino futuro es coherente con lo que el Nuevo Testamento en general, y el Apocalipsis en particular, enseña sobre la atadura de Satán, y sobre la resurrección y el reino de los santos. Adicionalmente, exploraremos las pistas provistas por el andamiaje literario, el estilo y la estructura del Apocalipsis, como asimismo del uso bíblico de la expresión “mil años”.
1. ¿Hay continuidad cronológica entre Apocalipsis 19 y 20?
Un asunto fundamental para la creencia en un futuro reino terreno milenario es la presuposición de una continuidad cronológica entre las visiones del capítulo 19 y aquéllas del capítulo 20; es decir, que la derrota de la bestia, el falso profeta y los reyes de la tierra es seguida en el tiempo por la ligadura de Satán y la vuelta a la vida de los cristianos decapitados. Tal continuidad en la secuencia de los hechos se da a menudo por sentada, pero que realmente exista no es en absoluto obvio.
Muchos estudiosos del Apocalipsis se han dado cuenta desde hace mucho que en tanto que en cada visión sucesiva de los juicios de Dios existe una ordenada intensificación (los sellos, las trompetas, las copas), también existen discontinuidades entre estas visiones, como si cada serie sucesiva contuviese sucesos al menos parcialmente superpuestos.
En los escritos de autores cristianos antiguos que se han conservado, hallamos que el primero en notar explícitamente esta característica del Apocalipsis fue el milenarista Victorino, obispo de Pettau (fallecido hacia 304). Al final de sus comentarios al capítulo 7, Victorino notaba, con respecto a las similitudes entre los sellos, las trompetas y las copas:
“No debemos considerar el orden de lo que se dice, porque frecuentemente el Espíritu Santo, cuando ha atravesado hasta el fin de los últimos tiempos, retorna de nuevo a los mismos tiempos, y completa lo que antes había omitido. Tampoco debemos buscar orden en el Apocalipsis, sino que debemos seguir el significado de las cosas que son profetizadas”. (Commentary on the Apocalypse; en A. Roberts y J. Donaldson, Ed., The Ante- Nicene Fathers; Reimpr. 1989, Grand Rapids: Eerdmans, 7:352).
En otras palabras, inspirado por el Espíritu de Dios, el vidente de Patmos nos lleva una y otra vez desde el comienzo hasta el fin de la historia de la salvación, en varias secciones parcialmente paralelas que siguen un modelo de repetición y elaboración. La identificación de este método de recapitulación es una clave fundamental para comprender el libro.
La mayor parte de los intérpretes de las diversas escuelas concuerdan en que existe una evidente solución de continuidad entre los capítulos 11 y 12. Del aparentemente inevitable e inminente fin anunciado por la séptima trompeta somos de manera inesperada retrotraídos al tiempo previo al nacimiento de Jesucristo. Ahora bien, aunque esta es la discontinuidad más obvia y generalmente reconocida, un estudio atento del libro permite descubrir que dista de ser la única. Existen pistas o puntos de inflexión que indican la existencia de siete secciones en el libro, a saber:
[1]. El glorioso Salvador gobierna sus Iglesias, capítulos 1 a 3: Prólogo y mensajes a las Iglesias. El punto de inflexión ocurre cuando Juan es llamado al cielo.
[2]. El Cordero como revelador y ejecutor del plan de Dios, capítulos 4 al 7: Visión celestial, Dios y el Cordero, los sellos. El punto de inflexión se halla en la promesa “Dios enjugará cada lágrima...”
[3]. La proclamación del gobierno de Dios y la advertencia sobre los juicios venideros, capítulos 8 al 11: el incensario, las trompetas, el templo, los dos testigos. El punto de inflexión es la apertura del templo celestial de Dios.
[4]. La enemistad de Satanás y sus seguidores contra Cristo y sus discípulos, capítulos 12 al 14. El punto de inflexión es la cosecha de la tierra.
[5]. La ira de Dios es derramada sobre los incrédulos y rebeldes, capítulos 15 y 16: las plagas y las copas. El punto de inflexión es el justo juicio de Dios; “su plaga fue sobremanera grande”.
[6]. La victoria del Cordero sobre los injustos habitantes de la tierra, capítulos 17 al 19: Babilonia, su caída, la celebración celestial, la segunda venida. El punto de inflexión es la completa mortandad, “los demás fueron exterminados por la espada que salía de la boca del que montaba el caballo”.
[7]. El triunfo final sobre Satanás y la muerte, y la bendición eterna de los santos, capítulos 20 a 22: La atadura de Satán, la resurrección y el reino de los santos, el ataque final del diablo, resurrección y juicio, destrucción de los enemigos de Dios, nuevos cielos y tierra, la Jerusalén celestial, el epílogo.
Colin Brown subraya:
“Existe un muy fuerte argumento para ver todo el libro como estructurado en siete series de visiones correspondientes a los siete días de la narración de la creación en Génesis 1, cada una de las cuales mira a la Iglesia en la era del evangelio. Las visiones son así siete conjuntos de visiones paralelas de la iglesia y sus tribulaciones entre los dos advenimientos de Cristo. En esta opinión, el período de mil años se refiere a la presente era que culmina en un estallido final de actividad satánica previa a la destrucción definitiva de todos los males que afligen al hombre” (C. Brown, Ed.: New International Dictionary of New Testament Theology. Grand Rapids: Zondervan, 1976; s.v. “chilias”, 2:702).
Yo concuerdo en términos generales con esta interpretación. En particular, debiera ser evidente la discontinuidad entre los capítulos 19 y 20, que señala el comienzo de la séptima y última de las visiones, que culmina con la Jerusalén celestial y la eterna bienaventuranza de los santos. Al comienzo del capítulo 20 se nos dice que Satanás ha sido atado, con un objetivo cuidadosamente precisado por Juan: “para que no engañara más a las naciones”. De esta explicación está implícito que cuando esta atadura se produce todavía hay naciones que pueden ser engañadas; de lo contrario la atadura sería innecesaria. Sin embargo, las expresiones del capítulo 19 implican que todo ser humano opuesto ha Dios ha sido por completo exterminado:
De su boca sale una espada aguda para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro. Él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso ...
Vi un ángel que estaba de pie en el sol, y clamó a gran voz diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: «¡Venid y congregaos a la gran cena de Dios! Para que comáis carnes de reyes y capitanes y carnes de fuertes; carnes de caballos y de sus jinetes; carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes». En su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores. Vi a la bestia y a los reyes de la tierra y sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo y contra su ejército. La bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. Los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos.(Apocalipsis 19:11-21)
Reyes, capitanes, libres y esclavos, grandes y pequeños que se oponen a Dios son destruidos y las aves de rapiña son convocadas a saciarse de sus restos en “la gran cena de Dios”, una obvia contrapartida de la cena de bodas del Cordero. En otras palabras, luego de la venida del Señor no queda ninguna persona que pueda ser engañada por Satanás. Por tanto, la acción de atar a Satanás para evitar que engañe a las naciones debe referirse a un momento previo en el drama de la salvación, un tiempo en el cual hay naciones que pueden ser engañadas, y que conforman una enorme multitud según Apocalipsis 20:7. Para comprobar si el resto del Nuevo Testamento es consistente con esta interpretación, hay que examinar qué se nos dice acerca de este asunto.
2. La atadura de Satanás: ¿presente o futura? (Apocalipsis 20:1-3)
Para entender lo que Juan transmite en esta visión, debemos ante todo ver qué otros textos hay en el Nuevo Testamento que se relacionen con la atadura del diablo.
1. Satanás recibió una derrota inicial cuando intentó infructuosamente tentar a Jesucristo y hubo de retirarse en confusión (Mateo 4:1-11 y paralelos).
2. Posteriormente sufrió derrota tras derrota durante el ministerio terrenal del Señor.
3. A quienes acusaron a Jesús de arrojar fuera demonios por el poder de Belcebú (Satanás), Cristo les respondió que era por el poder de Dios que él los expulsaba, y preguntó a sus interlocutores: “Porque ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa” (Mateo 12:29).
Aquí conviene notar cuidadosamente que el verbo griego deô, “atar” , que se emplea en este pasaje, es exactamente el mismo vocablo que se emplea de la atadura de Satán en Apocalipsis 20.
Aquellos que objetan que Satanás todavía continúa en su esfuerzo por realizar su obra de engaño (ver 1 Corintios 7:5; 2 Corintios 3:15; 11:3-4, 13-15), soslayan el hecho de que la atadura puede representar una restricción y no necesariamente una total neutralización. Es posible presentar varios ejemplos neotestamentarios al respecto.
Por ejemplo, se emplea este mismo verbo griego deô con referencia a la captura de Juan el Bautista por parte de Herodes Antipas (Mateo 14:3). El hecho de estar aprisionado no le impidió a Juan dar instrucciones a sus discípulos ni enviarlos a consultar a Jesús (Mateo 11:1-7).
Otra ilustración del uso de deô para expresar una restricción relativa puede hallarse en el Evangelio de Juan. Cuando Jesús llamó a Lázaro fuera de su tumba, éste salió “atados los pies y las manos con vendas” (Juan 11:44; griego dedemenos tous podas kai tas jeiras keiriais). El verbo empleado es deô aquí también. De modo que la atadura no fue obstáculo para que Lázaro saliese de su tumba en respuesta al llamado de Jesús.
Hallamos aún un tercer ejemplo en Romanos 7:2, “La mujer casada está sujeta [deô ] por la ley al marido mientras este vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley que la unía a su marido”. Si bien bajo la Ley las actividades de las mujeres casadas estaban limitadas, es absurdo pensar que estuviesen impedidas de realizar toda actividad. Aquí Pablo se refiere a una restricción específica, como es la imposibilidad de que una mujer se case con otro hombre en vida de su primer esposo.
Los ejemplos precedentes establecen pues dos puntos importantes, a saber, que deô , atar, no implica una limitación absoluta, y que en realidad puede emplearse con referencia a una restricción específica.
Retornando a la cuestión de la atadura del diablo, es preciso notar cuántos pasajes del Nuevo Testamento subrayan la decidida ofensiva de Jesús contra el reino de Satanás, y sus consecuencias. Por ejemplo, el Señor declaró solemnemente que las puertas del Hades no prevalecerían contra la Iglesia (Mateo 16:18). La imagen es la de una prisión –el Hades- cuyas puertas, supuestamente inexpugnables, no pueden sin embargo mantener encerrada a la Iglesia de Jesucristo.
En otra ocasión, en relación con el éxito de la misión de los setenta y dos discípulos, Jesús declaró, “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lucas 10:18; ver Apocalipsis 12:9). Los frutos de la predicación de los discípulos tienen como consecuencia la retirada del diablo y sus huestes: “Os doy potestad de pisotear serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10: 19-20).
También el Evangelio de Juan reitera una y otra vez la proclamación de la derrota de Satanás. Hacia el final de su ministerio, en la semana de la Pasión, Jesús declaró: “ —No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros.Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.” (Juan 12: 30-32). De igual modo, Jesús afirmó que Satanás no tenía ningún poder sobre él: “ No hablaré ya mucho con vosotros, porque viene el príncipe de este mundo y él nada tiene en mí” (Juan 14:30). Más adelante, en la misma ocasión, el Señor reveló el veredicto divino sobre Satanás, al anunciar el advenimiento del Espíritu Santo: “ Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Juan 16:8-11).
Aunque la guerra contra los poderes de las tinieblas haya de proseguir hasta que el Señor vuelva, se trata de una contienda en la cual la batalla decisiva ya ha sido ganada por el Hijo de Dios. Esto es enseñado claramente por el Apóstol Pablo, quien gozoso declaró, citando el Salmo 68:18, que cuando Cristo resucitó de los muertos y ascendió a los cielos, “llevó cautiva la cautividad y dio dones a los hombres” (Efesios 4:8).
De igual modo, ante la amenaza de herejías en la Iglesia de Colosas, Pablo les recuerda la actual libertad y el luminoso destino que disfrutan los creyentes en Cristo: “ Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, obtendréis fortaleza y paciencia, y, con gozo, daréis gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz. Él nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados ” (Colosenses 1:12-14).
Más adelante en la misma epístola, el Apóstol proclama la victoria de Jesucristo con las siguientes palabras: “ Él anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, y la quitó de en medio clavándola en la cruz. Y despojó a los principados y a las autoridades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. ” (Colosenses 2: 14-15). La imagen es la de un general victorioso que, según la costumbre antigua, en su desfile triunfal exhibe ante los suyos no solamente el botín obtenido, sino que hace desfilar tras de sí, como cautivos, a aquellos a quienes ha derrotado.
La carta a los colosenses enseña que la victoria decisiva fue obtenida por Cristo en la cruz, hecho que también se nos recuerda en Hebreos 2:14-15, “ Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”.
En conclusión, la enseñanza uniforme e indisputada del Nuevo Testamento es que la victoria decisiva contra Satanás fue ganada en la primera venida del Señor. Fue entonces que Satanás fue prendido y atado.
Es precisamente este hecho lo que justifica la audaz proclamación de la victoria de los creyentes sobre el diablo y su poder. Pablo fue comisionado por el Señor mismo para “ Y el Señor dijo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte sobre tus pies, porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo y de los gentiles, a quienes ahora te envío para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26:15-18). La victoria de Jesucristo en la cruz abre el camino para que tanto judíos como gentiles –es decir, las naciones- sean transportados del poder de Satanás a la esfera del poder de Dios y de su reino.
Pablo enseñó que en Cristo somos más que vencedores (Romanos 8: 37-39). Estamos conscientes y advertidos de las maquinaciones de Satanás (2 Corintios 2:11). Hemos sido rescatados del ámbito de las tinieblas a la luz (Colosenses 1:13). El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos protegen del Maligno (Juan 17:15; 2 Tesalonicenses 3:3; 1 Pedro 1:1; 1 Juan 5:18).
La armadura de Dios que Pablo describe en Efesios 6:10-20 tiene precisamente el propósito de capacitar a los creyentes para que estén firmes contra las artimañas y los ataques de Satán. El diablo nada puede contra un creyente bien pertrechado con el cinto de la verdad, la coraza de la justicia, el calzado del evangelio de la paz, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu. Por eso también Santiago y Pedro nos exhortan no a huir, sino a resistir firmes:
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Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros (Santiago 4:7).
Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar.Resistidlo firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. (1 Pedro 5:8-9).
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Por otra parte, el mismo Apóstol Juan, quien puso por escrito el Apocalipsis o revelación de Jesucristo, declaró enfáticamente en su primera carta que los cristianos a los que se dirigía habían vencido a Satanás:
“ Os escribo a vosotros, jóvenes,
porque habéis vencido al maligno.
Os escribo a vosotros, hijitos,
porque habéis conocido al Padre.
Os he escrito a vosotros, padres,
porque habéis conocido al que es desde el principio.
Os he escrito a vosotros, jóvenes,
porque sois fuertes
y la palabra de Dios permanece en vosotros,
y habéis vencido al maligno.
(1 Juan 2:13, 14).
De modo que vemos que Jesús, Pablo, Santiago, Pedro y el mismo Juan, fuera del Apocalipsis, enseñan la derrota de Satanás y su actual impotencia para vencer a los creyentes firmes en Cristo. Ahora bien, el Nuevo Testamento enseña asimismo que el tiempo durante el cual Satán es impedido de engañar a las naciones no es otro que la presente era del Evangelio.
Por esta razón, el anciano Simeón, en su alabanza conocida como Nunc dimitis, se expresa como sigue:
“ «Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,
conforme a tu palabra,
porque han visto mis ojos tu salvación,
la cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
luz para revelación a los gentiles
y gloria de tu pueblo Israel».” (Lucas 2: 29- 32)
El evangelista Lucas vio en el ministerio de Juan el Bautista el inicio del cumplimiento de Isaías 40:3-5, que finaliza diciendo “y verá toda carne la salvación de Dios” (Lucas 3:6). Cuando Jesús vio la fe del centurión, declaró: “ Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.” (Mateo 8:11). A la mujer samaritana le dijo el Señor, “ —Mujer, créeme que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren. Dios es Espíritu, y los que lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren.” (Juan 4:21-24). Cuando el Señor sanó al hombre de la mano seca, Mateo nos hace saber que con ello se cumplió lo dicho por Isaías:
«Este es mi siervo, a quien he escogido;
mi amado, en quien se agrada mi alma.
Pondré mi Espíritu sobre él,
y a los gentiles anunciará juicio.
No contenderá, ni voceará,
ni nadie oirá en las calles su voz.
La caña cascada no quebrará
y el pábilo que humea no apagará,
hasta que haga triunfar el juicio.
En su nombre esperarán los gentiles». ” (Mateo 12: 17,21)
Tal vez convenga aclarar que en este texto, como en otros similares, la expresión traducida “gentiles” es el plural del sustantivo griego ethnos que puede propiamente traducirse también “naciones”, como de hecho lo hacen la Nueva Versión Internacional y la Biblia de las Américas.
Luego de la resurrección, Jesucristo les dijo a sus discípulos: “ «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».” (Mateo 2: 18-20). En el relato de Lucas, el Señor les manda ir “hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8), es decir, a todas las naciones que antes no habían oído del Evangelio, pues a partir de entonces, como estaba escrito, había de predicarse “ en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:47).
A través de todo el libro de los Hechos de los Apóstoles presenciamos cómo la promesa a todas las naciones se torna una realidad tangible. Así, el Evangelio es primero anunciado a los judíos “ de todas las naciones debajo de los cielos”, y ellos se convierten a Jesucristo por miles (Hechos 2:5, 41, 47; 5:16, 42; 6:17).
Luego del martirio de Esteban, el Evangelio alcanza a los samaritanos y al etíope (Hechos 8), y poco después a otros de entre las naciones (Hechos 10). Este llamado a los gentiles fue claramente revelado a Pedro y a Pablo. En el denominado concilio de Jerusalén narrado en Hechos 15, Pedro interrumpió la discusión con estas palabras:
—Hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo Dios escogió que los gentiles oyeran por mi boca la palabra del evangelio y creyeran. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos.” (vv. 9-11)
Aquí se enseña con meridiana claridad que existe un único camino de salvación, por gracia, a través de la fe en Jesucristo, para los judíos como para todos los miembros de las naciones que se arrepientan y crean. Lo dicho por Pedro es ratificado por Bernabé y Pablo, “que contaban cuán grandes señales y maravillas había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles.” (v. 12). Finalmente, Santiago pone fin al debate al interpretar lo que estaba ocurriendo como plenamente conforme a las Escrituras proféticas que señalaban el tiempo cuando, según lo dicho por Amós (9:11-12),
“Después de esto volveré
y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído;
y repararé sus ruinas,
y lo volveré a levantar,
para que el resto de los hombres busque al Señor,
y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre,
dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos”. (vv. 16-18).
En la predicación de Pablo aparece desde el principio la noción de que ahora es el tiempo en que Dios trae luz a las naciones. Cuando el populacho intentó dedicar sacrificios a Bernabé y Pablo en Listra, los misioneros replicaron:
“ ¿Por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay. En las edades pasadas él ha dejado a todas las gentes andar por sus propios caminos; si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones.” (Hechos 14:15-17)
Nótese como ellos contrastan lo que Dios había hecho antes, “en las edades pasadas”, con el modo en que a partir de entonces estaba procediendo con respecto a las naciones al llamarlas a la fe. Cuando retornaron a la Iglesia de Antioquía de Siria, Bernabé y Pablo narraron a los hermanos “ cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles” (Hechos 14:27). Pablo reiteró la misma enseñanza en Atenas, en su predicación en el Areópago que concluyó como sigue:
“ Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, acreditándolo ante todos al haberlo levantado de los muertos.” (Hechos 17:29-31)
Lucas narra como evidencia de la obra poderosa de Dios entre las naciones el hecho de que los creyentes gentiles de Éfeso quemaron sus rollos con obras de hechicería (Hechos 19:19). Hacia el final de su ministerio, Pablo expresó a los judíos de Roma que se resistían a creer en el Evangelio: “ Sabed, pues, que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios, y ellos oirán. Cuando terminó de decir esto, los judíos se fueron, teniendo gran discusión entre sí. Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían. Predicaba el reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento.” (Hechos 28: 28-31). Por la misma época, en su primera carta a Timoteo, el Apóstol le decía a su discípulos que Cristo había sido predicado entre las naciones (1 Timoteo 3:16).
Parece ser entonces la doctrina uniforme y clara del Nuevo Testamento que, a partir de la Resurrección, Satanás solamente puede cegar a quienes obcecadamente se rehúsan a aceptar el Evangelio (Romanos 1:18-32; 2 Corintios 4:4; 1 Timoteo 1:20; 5:15).
En el mismo libro de Apocalipsis, el diablo no puede impedir, pese a sus denodados esfuerzos y los de sus aliados, que el Evangelio sea predicado “a toda nación, y tribu, y lengua, y pueblo” (Apocalipsis 14:6; ver 10:11).
Asimismo, la reunión delante del trono de personas de todas las naciones, a las cuales obviamente Satanás no pudo engañar, se expresa con claridad: “he aquí una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero” (Apocalipsis 7:9; ver también 5:9, “con tu sangre compraste para Dios de toda tribu y lengua y pueblo y nación”
Finalmente, de 2 Tesalonicenses 2 podemos inferir otro aspecto sumamente importante de la actual restricción de Satán:
Con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu ni por palabra ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. ¡Nadie os engañe de ninguna manera!, pues no vendrá sin que antes venga la apostasía y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto, que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios.
¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros os decía esto? Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste. Ya está en acción el misterio de la iniquidad; solo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel impío, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida. El advenimiento de este impío, que es obra de Satanás, irá acompañado de hechos poderosos, señales y falsos milagros, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean en la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia. ” (2 Tesalonicenses 2: 1-12).
Aquí el Apóstol Pablo enseña con gran insistencia y solemnidad que “el día del Señor” descrito en el capítulo 1, que obviamente hace sinónimo de “la venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestra reunión con él” , en modo alguno vendrá sin que antes ocurra la apostasía –una defección de la fe por parte de muchos- y se manifieste aquél a quien llama “el hombre de pecado”.
A pesar que lo que llama “misterio de iniquidad” ya está en marcha, alguien y algo lo detiene (Pablo habla de lo que lo detiene y el que lo detiene). Es objeto de debate en qué consiste exactamente este impedimento, que los tesalonicenses conocían y nosotros no podemos más que conjeturar. Sin embargo, es muy claro que tal obstáculo le impide a Satanás establecer el reino del Inicuo.
Dado que “El advenimiento de este impío, que es obra de Satanás, irá acompañado ... con todo engaño de iniquidad para los que se pierden” , es claro que existe actualmente una fuerte restricción en la capacidad del diablo para engañar a la gente. También es evidente que tal limitación es temporal, y que será quitada poco antes de que el Señor vuelva. Pablo no dijo cuánto tiempo había de durar esta restricción del poder engañador de Satán, pero parece razonable inferir que se trata del mismo período que Juan describe como “mil años”.
En conclusión, si como enseña el Nuevo Testamento, Satanás fue derrotado y maniatado en la primera venida de Cristo, de modo que su poder para engañar a las naciones ha sido neutralizado o grandemente menguado, hay que entender que el período de mil años mencionado por Juan no corresponde al de algún reino terrenal futuro, sino a la presente era del Evangelio.
(Continuará)
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
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