Estimados coforistas:
He seguido con atención esta apertura y me sorprende la tendencia ascética de muchas de las respuestas de hermanos evangélicos. Varios han recurrido a diversos textos bíblicos para fundamentar sus opiniones en contra de la música que no es específicamente cristiana, del baile como forma de celebración y de todo consumo de alcohol.
Mi vida es muy sencilla y ordenada (de otro modo no podría cumplir con mis múltiples actividades), pero con respecto a lo que se trata aquí:
1. Escucho mucha música cristiana (sobre todo himnos) pero también música clásica, folklore, tango, melódico y algo de pop (Carpenters, Celine Dion, Shania Twain, Andrea Bocelli).
2. No he ido a una disco desde mi conversión, y en realidad no me gusta mucho bailar, pero a mi esposa sí, y lo hacemos en celebraciones familiares como casamientos y cumpleaños.
3. Tampoco me he embriagado desde mi conversión, pero bebo regularmente una copa de vino con el almuerzo y otra con la cena.
En una u otra forma, los argumentos centrales en contra de estas cosas pueden resumirse como sigue:
1. Son “mundanas” , calificativo empleado peyorativamente contra todo lo que no sea específicamente religioso.
2. Son de mal testimonio, como si toda forma de diversión estuviera proscripta y tuviese que ser necesariamente escandalosa.
3. Llevan necesariamente al pecado.
La primera objeción pasa por alto el hecho de que, aunque no seamos del mundo en el mal sentido, sin embargo somos criaturas de Dios y pertenecemos al universo que Él creó, que tiene dimensiones materiales. Todos nosotros llevamos a cabo múltiples actividades que no son específicamente religiosas (como comer, dormir, trabajar, conversar, viajar, etc) y que no tienen de por sí nada de malo. Son simplemente apropiadas y en muchos casos necesarias.
Como muchas actividades humanas, su valor moral depende del propósito con el que se realiza. Por ejemplo, un científico puede estudiar los fenómenos radiactivos con el objeto de obtener un arma mortífera o un instrumento para el tratamiento del cáncer. Su formación general y los principios generales que emplee serán similares en ambos casos. La diferencia está en el propósito; de esto hablaba Jesús cuando dijo que lo que contamina al hombre proviene de su interior.
Con respecto a la segunda objeción, no me parece que la noción de que toda forma de esparcimiento sea de mal testimonio pueda fundamentarse bíblicamente. La primera señal que hizo Jesús según el Evangelio de Juan (al que nadie tachará de ser poco espiritual) fue convertir agua en vino en el contexto de una celebración nupcial. Y la señal consistió, como todos saben, en convertir agua en vino para que la celebración pudiese continuar y los novios no fuesen avergonzados (Juan 2:1-11). Por si quedasen dudas de si Jesús era de los que tomaban vino, el mismo Señor nos lo responde:
Mateo 11:16-19
Pero, ¿con qué compararé a esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, que dan voces a los otros, y dicen: "Os tocamos la flauta, y no bailasteis; entonamos endechas, y no os lamentasteis."
Porque vino Juan que no comía ni bebía, y dicen: "Tiene un demonio."
Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: "Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores." Pero la sabiduría se justifica por sus hechos.
Además, cualquiera que esté familiarizado con las costumbres nupciales de la época, sabrá que en tales ocasiones la danza era parte integral de la celebración, que duraba típicamente siete días.
La Escritura incluye tres libros que tratan de manera prominente las cuestiones llamadas despectivamente “mundanas”. Uno de ellos es el Cantar de los Cantares que, más allá de todas las interpretaciones alegóricas o típicas que se quieran, es
prima facie un bello canto al amor conyugal.
Los otros dos son Eclesiastés y Proverbios. En ambos se pone ante todo el temor de Dios como principio de sabiduría, pero en un contexto realista de una vida bien vivida donde además del amor conyugal, las actividades humanas no religiosas e incluso las celebraciones tienen su justo lugar.
Si avanzamos un poco más, vemos que estas cosas que se tildan de mundanas son precisamente las que el Espíritu Santo empleó como imágenes de realidades espirituales superiores. Así ocurre con la danza, el vino, la comida y las nupcias.
Con respecto a la tercera objeción, yo diría que el solo hecho de vivir en la tierra es ocasión de pecado. A nadie se le escapará que hay situaciones, lugares y ocasiones que el creyente debe evitar porque lo exponen casi inevitablemente a la tentación. En tales casos, hay que hacer como José ante la mujer de Putifar: Huir.
Ahora bien, creo que es un error concluir que hay que proscribir para los creyentes:
La música no religiosa porque puede extraviar la mente
El baile porque excita la concupiscencia
El vino porque es malo emborracharse
La razón es muy simple: Desde la caída, el hombre, con la ayuda siempre disponible de Satanás, ha encontrado la forma de corromper y prostituir aquellas cosas que Dios en su bondad ha puesto a nuestro alcance. Sin embargo, el hecho de que sea posible abusar de la generosidad de Dios no significa que no exista un uso apropiado y prudente de estos dones. De lo contrario, para ser consistentes habría que pensar en proscribir, por ejemplo...
La comida, ya que la gula es un pecado grave
El sexo conyugal, ya que la pornografía y la promiscuidad abundan
Las actividades lucrativas, pues la codicia es idolatría
La oración en público, pues se presta a la hipocresía
Hablar, ya que da ocasión a los chismes y la maledicencia
Escribir, porque sirve para propagar mentiras
Predicar, porque puede traer condenación sobre los maestros
Prohibir puede ser más sencillo que ejercitar el discernimiento y desarrollar la madurez cristiana, pero dudo que sea mejor. El enfoque bíblico no es abstenerse de todo cuanto sea placentero, sino el de gozar de los dones materiales de Dios con moderación y sentido común, es decir, desarrollar la temperancia y el dominio propio.
Las instrucciones que se nos dan son de carácter general y no se nos dan medidas exactas del límite entre el uso y el abuso, lo que por tanto debe ser juiciosamente determinado por nosotros. Este es un ejercicio legítimo y edificante de la libertad cristiana (Colosenses 2:13-23).
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
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