LOS ADVENTISTAS Y LA TRINIDAD

Re: LOS ADVENTISTAS Y LA TRINIDAD

Estimado javierandrés. Saludos cordiales.

Tú dices:

Explícanos lo de la creencia fundamental de los Adventistas del Séptimo Día sobre Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo. El tema está basado en las creencias Adventistas en relación con la trinidad. Que en este caso no vendrían a ser trinitarios sino triteistas.

Respondo: Ya que presentas dudas sobre las tres personas de la divinidad, veamos que es lo que dice la Biblia al respecto:


"Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres." Hechos 17:29.

"Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa." Romanos 1:20.

"Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad" Colosenses 2:9.

El Padre es Dios. "
Glorificad por esto á Jehová en los valles: en islas de la mar sea nombrado Jehová Dios de Israel." Isaías 24:15.



El Hijo es Dios. "
EN el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios." Juan 1:1.

El Espíritu Santo es Dios:

"
Cuando se habla de la personalidad del Espíritu, lo que se procura expresar es que Él “posee o contiene en sí mismo los elementos de la existencia personal en contraste con la existencia impersonal”.1 Si existen sentimientos y emociones, inteligencia y voluntad (poder de elección o de decisión), autodeterminación y conciencia del yo combinados en un individuo en particular, se puede decir sin temor a equivocarse que existe personalidad. Todo esto lo posee el Espíritu Santo. Para nosotros, que tenemos una mente limitada, nos resulta sumamente “difícil comprender el concepto de personalidad separado de las formas tangibles y corporales de la humanidad: seres provistos de cuerpos físicos y limitados”.2 Pero Dios no es humano, por lo tanto, “personalidad y realidad corpórea han de distinguirse claramente aunque a veces se confundan. La idea de personalidad no está circunscrita a las limitaciones de la humanidad”.3 Los ángeles no son seres humanos, pero poseen personalidad. Así mismo, podemos determinar la personalidad del Espíritu Santo.

La aseveración de que el Espíritu es una fuerza impersonal o “energía divina personificada” (un concepto complicado por cierto), radica en los siguientes puntos:
1) La personalidad de Dios el Padre y el Hijo es más familiar que la del Espíritu Santo (ya explicaremos en esta sección por qué). Esta última resulta más misteriosa, porque sus acciones, gracia y dones son más secretos.
2) Para describir sus acciones se usan una serie de símbolos que sugieren una influencia más que una persona (vea nuestro estudio en la primera sección).
3) El Espíritu no siempre aparece asociado al Hijo y al Padre en las salutaciones del Nuevo Testamento.
4) La Palabra “Espíritu” en el idioma original es de género neutro (un argumento que pasa por alto un detalle importante).


Pero los textos bíblicos que se usan para sostener estos argumentos no presentan necesariamente “al Espíritu Santo en términos de energía o poder divinos pertenecientes propiamente a la persona del Padre”, más bien lo que hacen es que “dejan abierta la posibilidad de que se considere al Espíritu Santo como una energía divina no personal. Se necesita evidencia explícita adicional para decir que el Espíritu Santo es o no un ser personal”.4


Fuerza activa y energía de Dios


No creemos que existe algún inconveniente en las expresiones “fuerza activa” y “energía de Dios” aplicadas al Espíritu Santo, si se asocian con Él en la forma correcta. Por ejemplo, nos parece incorrecto definir al Espíritu como “una fuerza activa”, pero sí decir que Él actúa como una fuerza poderosa en procura de salvar a los seres humanos. Él desarrolla un ministerio incesante. También nos parece completamente adecuado decir que el Espíritu de Dios actúa como un gran poder en la habilitación de los creyentes para darle la victoria sobre el pecado. Cuando Pablo habló del “poder que actúa en nosotros, los creyentes” (Efe. 3:20), estaba refiriéndose precisamente a la acción enérgica del Espíritu Santo en la vida de los cristianos. De hecho, cuando dijo a los Colosenses que ellos fueron “resucitados con Él (Cristo) mediante la fe en el poder de Dios”, dijo también que ese mismo poder “levantó de los muertos” a Cristo (Col. 2:12).


Según la carta a los Romanos, fue el Espíritu Santo quien resucitó a Cristo de los muertos (Rom. 8:11). Por lo tanto, el poder está ligado al Espíritu, pero Él no es el poder, sino un Ser todopoderoso. Y si aún encontráramos un pasaje que dijera “el Espíritu es el poder” no implicaría nada, pues leemos que “Dios es el poder” (Sal. 62:11), y por eso no convertimos a Dios en una influencia impersonal. En 1 Cor. 1:24 leemos también que Jesús es el “poder de Dios”, pero eso no implica que el Hijo carece de personalidad.


A veces encontramos en algunos textos al Espíritu relacionado con el poder de Dios, pero sólo porque Él es el agente comunicador de ese poder. La Biblia hace una clara diferenciación entre el Espíritu Santo y el poder de Dios (1 Sam. 11:6; 16:13; Isa. 11:2; Luc. 1:35; Hech. 1:8; 10:38; Rom. 15:13; 1 Cor. 2:4). Se habla de Jesús como ungido “con el Espíritu Santo y con poder” (Hech. 10:38). Leemos en Miqueas: “Mas yo estoy lleno de poder del Espíritu de Jehovah, y de juicio y de fuerza, para denunciar a Jacob su rebelión, y a Israel su pecado” (Miq. 3:8). Note que no se confunden el poder de Dios y el Espíritu Santo como si fueran una misma cosa. Por eso se puede hablar del “poder del Espíritu Santo” y “el poder del Espíritu de Dios” (Rom. 15:13,19).


Además, los proponentes de que el Espíritu Santo es una “energía activa” idéntica al poder de Dios, pasan por alto un hecho importante. Si el Espíritu es una fuerza procedente del Padre, entonces, no puede ser resistida en su operación. Sin embargo, la Biblia nos dice que la obra del Espíritu Santo puede ser resistida y con resultados obvios. Esteban dijo a los judíos: “¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo. Como vuestros padres, así también vosotros” (Hech. 7:51). De igual forma, el hecho de que el Espíritu puede ser entristecido (Efe. 4:30), afrentado (literalmente “insultado”, “ultrajado”) (Heb. 10:29), y que algunos hasta se aventuraron a mentirle (Hech. 5:3,4), constituye una prueba irrefutable de que estamos ante un ser personal y no una influencia. Si fuera una energía (¡la energía de Dios!) nadie habría podido intentar siquiera hacer lo que los textos anteriores demuestran qué hicieron (¡y continúan haciendo!) algunos individuos contra su persona y su obra.


Aun así se insiste en que el Espíritu Santo es una influencia impersonal. Pero, ¿por qué si Dios es un misterio insondable y nadie lo ha podido ver, es considerado un ser personal? Naturalmente por las descripciones que nos dan las Escrituras. Además, tenemos el innegable ejemplo del Hijo eterno, quien vino a dar testimonio acerca de Él y a revelar su carácter a la humanidad (Juan 3:33,34; 5:36,37; 10:30; 18:37). El mismo Padre da testimonio referente al Hijo (Mat. 3:17; Juan 5:37,39; 8:17,18), y atrae los hombres hacia el Hijo (Juan 6:44). En la economía funcional de la Deidad, tanto el Padre como el Hijo no actúan como guiadores de los seres humanos hacia el Espíritu, sino que el Espíritu atrae la mente de los hombres hacia Cristo. “Cuando venga el Ayudador…, Él testificará de mí”, “Él os guiará a toda la verdad; porque no hablará de sí mismo, sino que hablará todo lo que oiga” (Juan 15:26; 16:13). Si el Espíritu “testifica”, entonces es un ser personal. Testificar y guiar son acciones que pueden ser realizadas exclusivamente por un ser personal (vea a Apoc. 3:14; Juan 8:12-17).


La función del Espíritu no es atraer a los seres humanos hacia Sí mismo, hacia su persona o ministerio, sino conducirlas hacia Cristo, quien es el Redentor del mundo y el único mediador entre Dios y ellas (Juan 16:8-11; 2 Tim. 2:5).


Subordinación


En el desarrollo del Plan de la Salvación, Cristo desempeña un papel subordinado al Padre, es su enviado a este mundo (Juan 14:28; Heb. 2:9). Así mismo, el Espíritu Santo, desempeña un papel subordinado al Hijo y al Padre, pues constituye el enviado de ambos a este mundo para la obra de comunicación, actualización y regeneración en los seres que han sido redimidos. “Él testificará de mí”, “tomará de lo mío”, “hablará todo lo que escuche” (Juan 15:26; 16:13,14,15). El mismo Hijo eterno, en cierto aspecto estuvo también subordinado al Espíritu en un tiempo para la realización de la obra de la Redención. Según el profeta Isaías, Jesús fue el enviado del Padre y del Espíritu Santo, pues leemos: “ahora me envió Jehová y su Espíritu” (Isa. 48:16, VRV 1960). En la encarnación, el Hijo tuvo que confiarse (por decirlo de alguna manera) en las manos del Espíritu para ser depositado en el vientre de María (Luc. 1:35). Jesús fue el enviado del Padre y del Espíritu, pero también vino con el Espíritu. Este último sentido también está implicado en el texto original de Isa. 48:16.


En el contexto de los capítulos 14 al 16 del evangelio de Juan, el Espíritu Santo desempeña un papel subordinado al Hijo. Es enviado “en nombre de” Cristo (14:26), su testimonio es “acerca de” Jesús (15:26, comp. con 16:8-11), “no hablará por su propia cuenta, sino… todo lo que oyere” (16:13), y finalmente, no toma nada de Sí mismo, sino del Hijo, y lo glorifica a Él (16:14,15). Si el Espíritu habla, entonces es una persona. Toda su obra denota personalidad.


El misterio de la personalidad del Espíritu Santo está escondido en el hecho de que Él no se autorevela a Sí mismo, sino a Cristo. Por esto su personalidad no nos resulta tan clara como quisiéramos que fuera. Su función principal no es de autorevelación, sino de comunicación y aplicación. La subordinación del Espíritu, así como la de Cristo (1 Cor. 15:24-28), es parte de la economía funcional de la Deidad en el desarrollo del Plan de la Salvación.


En el transcurso del tiempo, el Plan de la Redención ha demandado la ejecución de aspectos indispensables para su progreso, hasta su consumación final. Por ejemplo, Jesús dijo que era una necesidad vital que Él padeciera, muriera y resucitara de los muertos (Luc. 9:22; Juan 3:14: 16:7). Así mismo, su ministerio sumosacerdotal es vital para la consumación del Plan de la Redención (Hech. 3:21; Heb. 7:26; 8:1,2).


Pero la interactiva subordinación de los miembros de la Deidad, no niega su propia individualidad, tampoco niega su coexistencia e igualdad (Juan 5:21; Mat. 22:41-46). El Espíritu Santo, aunque es enviado por el Padre y el Hijo (Juan 14:16,26; 15:26; 16:7), actúa también con plena autonomía (vea Hech. 13:2; Isa. 63:10). La obra de redención implica la participación directa y conjunta del Padre, del Hijo y el Espíritu Santo (Juan 3:16; Heb. 9:14).


Tratar de diferenciar las cualidades de uno de los miembros de la Deidad y contraponerlo con las del otro, es uno de los tantos errores que han surgido dentro del cristianismo. No es correcto negar la personalidad e individualidad del Espíritu por el hecho de que es nombrado “Espíritu de Dios”. Bajo esta misma forma de pensamiento pudiéramos también despersonificar a Jesús porque es llamado “Hijo de Dios”.


La Personalidad del Espíritu probada


El Espíritu de Dios tiene una mente, pues de otra manera le sería imposible abarcar el conocimiento infinito de la mente de Dios Padre: “El Espíritu lo explora todo, aun lo profundo de Dios. Porque, ¿quién de los hombres conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también, nadie conoció las cosas [profundas] de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Cor. 2:10,11). Si el Espíritu Santo tiene tal sabiduría y conocimiento, entonces es un ser personal. Siendo así, la pregunta de Pablo: “¿quién entendió la mente del Señor?” (1 Cor. 2:16), puede ser contestada satisfactoriamente: El Espíritu de Dios es el único que la entiende cabalmente.


El pronombre neutro


Si bien es cierto que la palabra usada para designar al Espíritu de Dios está en género neutro, lo que parece sugerir la idea de que el Espíritu carece de personalidad, en última instancia tampoco prueba nada. En Hech. 17:23 y 29 Pablo usa la palabra “divinidad” (una clara referencia al Dios verdadero) en género neutro, y nadie, que sepamos, sugiere por eso que Dios es una fuerza, un ser impersonal, a menos que sea panteísta. Ya en el verso 24 el Apóstol empleará el género masculino al hablar de Dios. Pero la realidad es que esta aparente dificultad de género se zanja al conocer el hecho de que para referirse al Espíritu de Dios los escritores del NT usaron el pronombre personal “Él” y el pronombre demostrativo “aquel” (vea Juan 16:8,13,14). Al hacer esto, los escritores bíblicos (que no pudieron cambiar el género de la palabra “espíritu”) reventaron las reglas de la gramática, pues hicieron “una inconsistencia sintáctica”. En apenas seis versos, Juan utilizó unas 14 veces el pronombre masculino y lo aplicó al Espíritu (vea Juan 14:26; 16:7-8; 13-15). ¿Por qué insistir entonces, en resaltar la palabra en género neutro?


Cuando los temas bíblicos se llevan más allá de lo debido, termina desfigurandose la verdad de la Palabra. Debe tomarse en cuenta que por insistir en el género de la palabra que se usa para designar al Espíritu Santo en el Antiguo Testamento, algunos han expresado que el Espíritu es la parte femenina de la Deidad, pues la palabra Espíritu (hebreo ruaj) es de género femenino. Pero semejante interpretación no tiene calificativo alguno, y es hermana de la que niega la personalidad del Espíritu por razones de género de palabra.


El “otro ayudador”


Jesús habló de “otro Ayudador” (Juan 14:16). Se sabe (y nos asombra que sea ignorado por algunos) que el adjetivo “otro” en este texto significa “otro del mismo tipo”. En griego existe también una palabra distinta para “otro de un tipo diferente” u “otro de otra clase”. Por esto, la palabra que debería analizarse para determinar la naturaleza y personalidad del Espíritu no es la que viene en género neutro (pues no significa necesariamente algo), sino la que Jesús usó para referirse al “otro Ayudador”. Según la declaración de Cristo, el Espíritu es “otro” ser tan personal y amante, eficiente y ayudador como Él mismo.


Por esta razón, para referirse al Espíritu, Jesús usó una palabra griega (parakletos) que Juan aplica a Él mismo en 1 Juan 2:1. Allí se traduce como “abogado”. Así, Cristo “intercede por nosotros” ante el Padre (Rom. 8:34), pero también lo hace el Espíritu Santo “con gemidos indecibles…, conforme a la voluntad de Dios” (vers. 26,27). En la raíz de la palabra “parakletos” están implicadas las ideas de animar, fortalecer, aconsejar, exhortar e interceder. Una traducción literal sería: “uno llamado al lado de”. Obviamente, una energía, no puede hacer ni ser esto. Por lo tanto, es imposible que el Espíritu sea una fuerza. Es, en armonía con la Palabra, un Ser personal.


En las páginas 26 y 27 vimos parcialmente que los escritores inspirados nos presentan al Espíritu Santo como teniendo sensibilidad moral, pues se le puede mentir, entristecer o herir (Efe. 4:30; Hech. 5:3). ¿Cómo podría tener sensibilidad una influencia impersonal? La sensibilidad moral del Espíritu se hace más patente en el siguiente pasaje: “Ellos [los israelitas] fueron rebeldes, y entristecieron su Espíritu Santo. Por eso se les volvió enemigo, y Él mismo peleó contra ellos” (Isa. 63:10). Al mismo tiempo la Biblia resalta su longanimidad y cuidado protector: “El Espíritu de Jehová los pastoreó, como al ganado que desciende al valle, así pastoreaste a tu pueblo, para dar a conocer tu glorioso Nombre” (vers. 14). Esto señala sin lugar a dudas a un ser inteligente y compasivo.


El apóstol Pedro nos dice que los “santos hombres de Dios hablaron “siendo inspirados (lit. ‘llevados’) por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:21). Al comparar este pasaje con 2 Tim. 3:16, “toda la Escritura es inspirada (lit. ‘soplada’) por Dios” se hace claro que el Espíritu es Dios en su más pura esencia. Esta es la razón por la que Pedro dice que mentirle “al Espíritu Santo” es mentirle “a Dios” (Hech. 5:3,4). El Ayudador celestial, como miembro de la Deidad, era quien naturalmente actuaría como Agente comunicador en la transmisión de la Palabra de Dios al ser humano caído, pues es quien “escudriña aún las cosas profundas de Dios” (1 Cor. 2:10,11). De hecho, un estudio detenido de la obra del Espíritu divino tanto en el AT como en el NT, revelará que Él siempre ha actuado como un Agente comunicador (Gén. 2:7; Isa. 63:11; Dan. 5:14; Mat. 1:18,20).


Por otro lado, el Hijo parece tener un conocimiento tan abarcante de los designios del Padre como el mismo Espíritu, pues de otra manera no habría podido revelar el carácter del Padre tan plenamente como lo hizo. “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre. Y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y a quien el Hijo lo quiera revelar” (Luc. 10:22, comp. con Juan 1:18; 10:15). En la economía funcional de la Deidad, el Padre actúa como Fuente y Dador de toda dádiva perfecta, sea del Hijo para la redención de los seres caídos o del Espíritu Santo para la regeneración de los mismos (Sant. 1:17). Precisamente, el Hijo y el Espíritu Santo son presentados en las Escrituras como “dones” de Dios al mundo (Juan 3:16; 4:10; Hech. 2:38; 8:17-20; 10:45). El papel del Hijo es ser el Mediador entre Dios y los hombres, el Agente redentor que restablece la relación y la armonía entre un Dios santo y la criatura caída (1 Tim. 2:5; Rom. 5:6-10). Por su lado, el Espíritu Santo actúa como el Agente comunicador y actualizador de la verdad del Evangelio a las criaturas redimidas, tanto como el regenerador del corazón del pecador (Juan 3:3-5; 16:8-11; Tit. 3:3-7).


En 2 Cor. 12 tenemos otra de las pruebas más contundente de la personalidad y divinidad del Espíritu de Dios. En los vers. 4-6 leemos: “Sin embargo, hay diversos dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversos ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversas operaciones, pero Dios…, es el mismo”. Aquí no hay lugar para la idea de que mientras el Señor (el Hijo, vers. 5) es una persona igual que el Padre (Dios, vers. 6), el Espíritu sea algo diferente (vers. 4). La deidad y la personalidad del Espíritu quedan remarcadas al comparar el contenido de los versos 8-11 con el 28. “A uno es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; a otro, don de sanidad por el mismo Espíritu; a otro, operación de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas”. Podríamos terminar esta cita con el estribillo “por el mismo Espíritu” sin hacer alteración al texto.


El verso 11 nos dirá concluyentemente: “Pero todas estas cosas, las efectúa uno y el mismo Espíritu, y reparte a cada uno en particular como Él quiere (según su voluntad)”. Note lo que dice el vers. 28: “Así los puso Dios en la iglesia, primero apóstoles, segundo profetas, tercero maestros, después operadores de milagros, después dones de sanidad, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas”. Obviamente, el Espíritu Santo es esencialmente Dios.


Pruebas adicionales


El apóstol Pablo nos habla de la “intención del Espíritu” (Rom. 8:27), y su clara intención (o aspiración) está delineada en el verso 26: ayudarnos. Y es que “no sabemos pedir lo que nos conviene”, pero el Espíritu sí sabe lo que es para nuestro bien, por eso “intercede por nosotros con gemidos indecibles”. En el verso 27 Pablo expresa que Dios Padre conoce “cuál es la aspiración del Espíritu” (BJ), que es ayudarnos en nuestra necesidad. ¡Oh, maravilloso Ayudador! Así que el Espíritu conoce las cosas profundas de Dios, pero Dios Padre conoce las profundas aspiraciones del Espíritu para con nosotros. Así que, el Espíritu tiene una mente y una voluntad. Y la emplea y ejecuta con autonomía, pero en estrecha armonía y relación con los otros miembros de la Deidad.


Porque el Espíritu Santo es un ser personal, puede: 1) Tener amor por otros (Rom. 15:30), 2) Voluntad de hacer cosas específicas (1 Cor. 12:11), 3) Bondad hacia los pecadores (Neh. 9:20), 4) Sentirse triste y herido (Efe. 4:30), 5) Escudriñar y retener informaciones (1 Cor. 2:10), 6) Escuchar, hablar, enseñar, comunicarnos y recordarnos cosas (Juan 14:26; 16:12-14), 7) Interceder por los adoradores (Rom. 8:26), 8) Conducir y guiar a la verdad (Rom. 8:14; Hech. 16:6,7), 9) Llamar a individuos y comisionarlos para la obra del reino (Hech. 13:2), y, 10) Impedir que algunas cosas sean hechas y determinar una forma mejor (Hech. 16:6-10). Desde esta perspectiva, la siguiente pregunta merece ser considerada cuidadosamente: “¿Cómo podría una realidad subpersonal o impersonal dar a conocer efectivamente a un Jesús personal?”.5


La personalidad del Espíritu de Dios también queda manifiestamente establecida al considerar los siguientes puntos:


Su relación con Dios. Expresiones tales como el “Espíritu de Dios” o “Espíritu de Jehovah” (1 Cor. 3:16; Isa. 11:2, comp. con 2 Cor. 3:3; Isa. 61:1), denotan su procedencia del Padre (Juan 14:16) y su eterna relación con Él.6


Su relación con Jesucristo. El Espíritu de Dios Padre, es también el “Espíritu de Cristo”, “el Espíritu de su Hijo” (Rom. 8:9; Gál. 4:16), pues es el enviado de ambos (Juan 15:26). Está relacionado con el Hijo, pero es distinto a Él. Es otro Ayudador “de la misma clase”. Y así como tuvimos a Dios “en Cristo” reconciliándonos con Él (2 Cor. 5:19), de la misma forma, tenemos al Padre y al Hijo “en el Espíritu” (Juan 14:23). Así como la expresión “Hijo de Dios” no despoja de personalidad al Jesucristo, de igual manera, la expresión “Espíritu de Dios” o “Espíritu de Cristo” no despersonifica al Espíritu eterno. Al contrario, establece sus distintas personalidades y al mismo tiempo su íntima afiliación y relación.


La relación del Espíritu con el Hijo se acentúa más al observar como Jesús fue depositado en el vientre virginal por el Espíritu Santo (Luc. 1:35); fue ungido y guiado en su ministerio por el Espíritu (Hech. 10:38; Mat. 4:1; Luc. 4:1,18,19). Hasta las enseñanzas de Cristo fueron dadas “por el Espíritu Santo” (Hech. 1:1,2). Pero mucho más, Jesús pudo ofrecerse como sacrificio por el pecado y resucitar por el Espíritu de Dios (Heb. 9:14; Rom. 8:11).


Su relación con los hombres. Los escritores bíblicos nos presentan la relación activa del Espíritu con los seres humanos. Él actúa como un “espíritu de devastación” al purificarlos y limpiarlos para que ofrezcan un servicio aceptable a Dios (Isa. 4:4). Se constituye en un compañero de viaje al ser colocado a la semejanza de un sello sobre nosotros como garantía de nuestra redención (Efe. 1:13). Esto nos da seguridad de que las promesas de Dios se cumplirán fielmente.


Como el “Espíritu de Verdad”, da testimonio acerca del Hijo de Dios (Juan 15:26), y se opone al “espíritu de error” (1 Juan 4:6) que domina este mundo. Pero también es el “otro Ayudador” (parakletos) celestial, que como Cristo mismo nos ayuda en nuestras necesidades y debilidades (Juan 14:26). Convence de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16:7-9). Ya dijimos que la palabra parakletos literalmente significa “alguien que es llamado al lado de”. Incluye también la idea de fortalecedor.


La divinidad del Espíritu Santo probada


La divinidad de Dios queda establecida por sus prerrogativas personales únicas: Omnipresencia, omnisciencia, omnipotencia y eternidad. ¿Pueden aplicarse estos atributos únicamente divinos al Espíritu Santo? Si, la Biblia lo aplica libre y explícitamente al Espíritu.


Omnipresencia. El salmista reconoce que no puede escaparse a ningún lugar concebible de la presencia del Espíritu de Dios (Sal. 139:7-10). El está presente en todas partes, algo que sólo la Deidad puede hacer (Deut. 11:12; Sal. 11:4). Debe notarse una vez más la diferencia que la Biblia hace entre Dios y su Espíritu.


Omnisciencia. El apóstol Pablo reconoce que todo lo que hay en la mente de Dios (las cosas profundas) son conocidas cabalmente por el Espíritu Santo (1 Cor. 2:10,11). No hay nada que esté oculto a su escrutinio (vea 1 Cor. 3:20).


Omnipotencia. El poder absoluto del Espíritu queda hecho manifiesto en la obra de la creación, de la cual fue parte directa y activa junto con el Padre y el Hijo (Job 33:4; Sal. 104:30). No sólo participó en la obra de la creación, sino que junto al Hijo, la sigue sosteniendo con su inmenso poder, una obra exclusiva de la Deidad (Sal. 104:29; Heb. 1:3). La mayor expresión de la omnipotencia del Espíritu está evidenciada en el milagro de la encarnación, cuando depositó al Hijo en el seno virginal (Luc. 1:35).


Eternidad. La eternidad es un atributo propio y exclusivo de Dios (Isa. 40:28). De igual manera, el Espíritu es llamado “Espíritu eterno”, pero no como algo que pertenece a Dios y por eso comparte eternidad, pues el mismo pasaje revela su decisión inteligente e intención colaboradora para la redención de la humanidad: “Por el Espíritu Eterno [Cristo] se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (Heb. 9:14). Así que, el pasaje no está hablando de algo, sino de Alguien inteligente, colaborador y bien intencionado con nosotros.


Para un buen entendedor


La divinidad del Espíritu Santo se torna más clara aún, cuando estudiamos algunos pasajes del Antiguo Testamento en los cuales se le atribuye a Jehovah ciertas acciones, que luego son imputadas directamente al Espíritu Santo en el Nuevo Testamento (Lea por ejemplo Isa. 6:3-10 y comp. con Hech. 28:25-27; así mismo, Jer. 31:33,34 y comp. con Heb. 10:15,16). Los escritores inspirados estaban claros sobre la personalidad y la divinidad del Espíritu Santo, los que tenemos problemas para entenderlo somos nosotros. Y es que hemos procurado ser más minuciosos que ellos en el entendimiento del misterio llamado “Dios”.


En última instancia, si el Espíritu Santo no es Dios, no tiene sentido que se nos diga que se puede blasfemar contra Él, y más aún (algo que no se dice de las blasfemias contra el Padre y el Hijo), que dicha blasfemia no puede ser perdonada (Mat. 12:31,32). No es posible blasfemar contra una energía impersonal. Ahora podemos entender porque no es casualidad que Satanás haya inducido a hombres irreverentes y profanos para contrarrestar la doctrina de la personalidad y divinidad del Espíritu de Dios. Dirigiendo sus ataques contra Él, se termina menospreciando su obra, y quedan las almas sin ninguna seguridad de salvación. Así se colocan los seres humanos en el terreno donde no se puede hacer nada por ellos, y sólo queda “una horrenda expectación de juicio, y hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Heb. 10:27). (Héctor A. Delgado)

Bendiciones.

Luego todo Israel será salvo.
 
Re: LOS ADVENTISTAS Y LA TRINIDAD

SOBRE ESTE TEMA HAY MUCHAS COSAS EN MI QUE YA CAMBIARON. EL PODER DEL EVANGELIO DE CRISTO HA TRAIDO NUEVA LUZ SOBRE DIOS, CRISTO Y EL ESPIRITU SANTO.
 
Re: LOS ADVENTISTAS Y LA TRINIDAD

Estimado freddy. Saludos cordiales.

Tú dices:


"SOBRE ESTE TEMA HAY MUCHAS COSAS EN MI QUE YA CAMBIARON. EL PODER DEL EVANGELIO DE CRISTO HA TRAIDO NUEVA LUZ SOBRE DIOS, CRISTO Y EL ESPIRITU SANTO."

Respondo: ¿Aceptas ahora la divinidad del Espíritu Santo, y entiendes que no es sólo una fuerza?

Bendiciones.

Luego todo Israel será salvo.
 
Re: LOS ADVENTISTAS Y LA TRINIDAD

SOBRE ESTE TEMA HAY MUCHAS COSAS EN MI QUE YA CAMBIARON. EL PODER DEL EVANGELIO DE CRISTO HA TRAIDO NUEVA LUZ SOBRE DIOS, CRISTO Y EL ESPIRITU SANTO.


:musico8:


Saludándole freddyjuarbe


Me imagino que algunos ademas de mí quisieran saber por honor a Dios que nos hablase de esos cambios.


1 Tesa 5:23 m Que el mismo Dios de paz o santifique x por completo ____bb espíritu, alma y cuerpo

Colosenses 2:9 xx Porque en Él x habita x corporalmente toda la plenitud de la Deidad,

BENDICIONES MUCHAS _______ >>>>>>> _______ xxx :pop: