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En plena Basílica, una limpia al Pontífice
Fernando Damián Hernández
Su Santidad Juan Pablo II experimentó en carne propia una mexicanísima "limpia" con yerbas e incienso y, en pleno altar mayor de la Basílica de Guadalupe,
en una exótica mixtura de liturgia católica con rituales paganos, una indígena oaxaqueña deslizó un manojo de eucalipto por la cabeza, el rostro y el pecho del Santo Padre, quizás para librarlo de cualquier mal.
Desde antes de ello, vigoroso y fortalecido, el Sumo Pontífice condujo la ceremonia de beatificación de Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, los mártires de San Francisco Cajonos, esta vez entre música, danzas y folclor con la inconfundible sazón de lo oaxaqueño.
La liturgia incorporó voces y oraciones en lenguas zapoteca, mixteca, náhuatl, mixe, purépecha, mazateca, maya, totonaca y rarámuri, todas ellas representativas de los varios miles de indígenas que participaron en la pintoresca celebración en el recinto mariano.
El Vicario de Cristo declaró al 18 de septiembre como el día para la conmemoración de los mártires cajonos, para después conceder su bendición a los restos mortales de Juan y Jacinto, así como a su relicario trashumante, montado en un estandarte de terciopelo rojo y cruz de plata.
Tamborileando con los dedos, al ritmo de la "Danza de la Pluma", Juan Pablo II evocó su primera visita a México, en 1979, y su estancia en Oaxaca hace 23 años; "hoy -dijo- me alegro de haber podido beatificar a dos hijos suyos... Gracias a Dios".
Visiblemente contento, Juan Pablo II aceptó de buen grado la "limpia" con eucalipto y copal sobre su cabeza, su rostro y su pecho, a manos de una mujer indígena, que al finalizar el rito, guardó entre sus ropas el manojo de yerbas, mientras Su Santidad recorría con una mirada azul profundo el júbilo de la feligresía.
Como un día antes, la Basílica de Guadalupe se convirtió en un espacio para el contraste entre los tradicionales rituales del catolicismo y las ceremonias religiosas de origen prehispánico: La bendición papal y la purificación de los cuatro puntos cardinales con incienso; la solemne entonación del "Senor, ten piedad" y la festiva ejecución de una danza; los coros sacros y la chirimía; la arenga de "¡Viva, Cristo Rey!" y el deseo purépecha "Nájtsi jarhaski laminduecha" (¡Dios esté con ustedes!).
El evangelio en español (alégrense de compartir los padecimientos de Cristo) y en zapoteco (goze nagadxo diz la'aya che Dioze), de manera indistinta para compartir la palabra de Dios.
Indígenas de diversas etnias del país arribaron al Santuario Guadalupano para acompañar la beatificación de los mártires de San Francisco Canojos; esta vez fueron los indios quienes ocuparon los lugares que, durante la canonización de Juan Diego Cuauhtlatoatizin, correspondieron a la clase política del país.
El Santo Padre había dejado atrás el cansancio y, durante la liturgia dedicada a los beatos canojos, dio una muestra más de su fortaleza espiritual y de su fuerza de voluntad, haciéndose partícipe del entusiasmo indígena y mestizo del pueblo mexicano.
Con ese ánimo agradeció las expresiones de quienes le acompañaron en sus recorridos por las calles, a quienes llegaron desde rincones lejanos hasta la Basílica de Guadalupe y a quienes escucharon su mensaje pastoral.
"Las Golondrinas" y el "Cielito Lindo" enmarcaron su paso hasta el umbral del recinto, pero sin dar un adiós, parodió la letra de una canción popular: "Me voy, pero no me voy; me voy, pero no me ausento, pues aunque me voy, de corazón me quedo".
La devoción de los mexicanos acompañó a Juan Pablo II hasta los confines del atrio y, después, hasta la portezuela del avión que a la medianoche debió aterrizar en Roma.
"¡Te amamos, Padre!", "¡Te quedas con nosotros!", "¡Ya eres mexicano!", " y otras arengas tronaban dentro y fuera de la Basílica de Guadalupe, detrás de las vallas y rejas que separaban a la multitud de Su Santidad, mientras el "papamóvil" se empequeñecía a la distancia, al finalizar la quinta visita del Vicario de Cristo al México, siempre fiel.
(Subrayado de Maripaz)