Levantad las cabezas
César Vidal
Hace más de una década asistí a un culto dominical en vísperas de la guerra del Golfo. El pastor estaba empeñado en que el próximo conflicto iba a preceder en unos días al arrebatamiento y así lo menciono vez tras vez a lo largo de su prédica. "Me pasa igual que cuando voy a coger la gripe", dijo. "Antes de cogerla, me digo que ya estoy para cogerla y unos días después la cojo. Ahora me pasa igual. Sé que estamos cerca del arrebatamiento y que esta guerra es una señal".
Junto con esta certeza, el pastor salpimentó su predicación con una curiosa doctrina que se podría formular de la siguiente manera: hasta el arrebatamiento, la sangre de Cristo sería suficiente para la salvación pero a partir del arrebatamiento, a la sangre de Jesús debería sumarse la propia para obtener la salvación.
Han pasado ya algunos años y todavía me pregunto como aguanté hasta el final semejante exposición. La presente situación en Oriente Medio - reconozco que especialmente difícil - seguramente va a provocar disparates similares en algunos púlpitos. No entro en las posiciones escatológicas de cada uno sean pre, post o mediotribulacionistas. En lo que deseo detenerme es en la necesidad de que la profecía se oriente hacia la superación espiritual y no hacia realizar arriesgados - y siempre fallidos - crucigramas escatológicos.
La enseñanza de Jesús no persigue trazar un mapa de eventos futuros ya que no tenemos porqué ocuparnos de los tiempos y de las sazones sino "ser testigos" de Jesús hasta lo último de la tierra (Hechos 1, 7 ss). Ante los acontecimientos que puedan llenar de angustia a cualquier ser humano, no podemos, como cristianos, ni caer en la especulación ni en el pesimismo. Por el contrario, tenemos que aumentar nuestro compromiso como testigos de Cristo, tenemos que confiar en Su gracia para amoldar nuestra existencia a la de Jesús y tenemos que levantar nuestras cabezas porque, cuando el mundo se acerque a su peor situación, nuestra liberación se hallará cerca.
Fuente: IC+Press
César Vidal
Hace más de una década asistí a un culto dominical en vísperas de la guerra del Golfo. El pastor estaba empeñado en que el próximo conflicto iba a preceder en unos días al arrebatamiento y así lo menciono vez tras vez a lo largo de su prédica. "Me pasa igual que cuando voy a coger la gripe", dijo. "Antes de cogerla, me digo que ya estoy para cogerla y unos días después la cojo. Ahora me pasa igual. Sé que estamos cerca del arrebatamiento y que esta guerra es una señal".
Junto con esta certeza, el pastor salpimentó su predicación con una curiosa doctrina que se podría formular de la siguiente manera: hasta el arrebatamiento, la sangre de Cristo sería suficiente para la salvación pero a partir del arrebatamiento, a la sangre de Jesús debería sumarse la propia para obtener la salvación.
Han pasado ya algunos años y todavía me pregunto como aguanté hasta el final semejante exposición. La presente situación en Oriente Medio - reconozco que especialmente difícil - seguramente va a provocar disparates similares en algunos púlpitos. No entro en las posiciones escatológicas de cada uno sean pre, post o mediotribulacionistas. En lo que deseo detenerme es en la necesidad de que la profecía se oriente hacia la superación espiritual y no hacia realizar arriesgados - y siempre fallidos - crucigramas escatológicos.
La enseñanza de Jesús no persigue trazar un mapa de eventos futuros ya que no tenemos porqué ocuparnos de los tiempos y de las sazones sino "ser testigos" de Jesús hasta lo último de la tierra (Hechos 1, 7 ss). Ante los acontecimientos que puedan llenar de angustia a cualquier ser humano, no podemos, como cristianos, ni caer en la especulación ni en el pesimismo. Por el contrario, tenemos que aumentar nuestro compromiso como testigos de Cristo, tenemos que confiar en Su gracia para amoldar nuestra existencia a la de Jesús y tenemos que levantar nuestras cabezas porque, cuando el mundo se acerque a su peor situación, nuestra liberación se hallará cerca.
Fuente: IC+Press