Jacob vió a Dios en el vado de Jaboc y se convirtió en Israel.
La visión de Dios transformó a Gedeón de un cobarde en un soldado valiente.
La visión de Cristo cambió a Tomás de un seguidor que duda en un discípulo leal y devoto.
Pero los hombres han tenido visiones desde los tiempos de la Biblia.
William Carey vio a Dios y dejó su banco de zapatero y marchó a India.
David Livingstone vio a Dios y abandonó todo para seguirle y servirle en África.
Centenares han tenido visiones de Dios y hoy están en las partes más remotas de la tierra trabajando por la rápida evangelización de los paganos.
Las visiones auténticas glorifican a Dios, no al hombre
Las verdaderas visiones bíblicas producen: "transformación espiritual", "obediencia", y "humildad". No exaltan al receptor, sino que lo quebrantan.
- "Isaías" vio al Señor y clamó: “¡Ay de mí!” (Isaías 6:5).
- "Daniel" cayó como muerto (Daniel 10:8).
- "Juan" en Apocalipsis cayó como muerto ante Cristo glorificado (Apoc. 1:17).
Las visiones que glorifican al hombre (“me dieron el ministerio de apóstol”, “recibirás una mansión si donas”) contradicen el patrón bíblico. Dios no negocia con bienes materiales ni otorga títulos por sueños.
El criterio supremo: la Palabra de Dios
Toda visión debe ser juzgada por la Escritura, no por la emoción ni la autoridad del que la relata.
"A la ley y al testimonio: si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido.”(Isaías 8:20)
- Si una visión contradice la doctrina bíblica, no viene de Dios.
- Si una visión no puede ser probada ni confirmada por la Escritura, no debe ser seguida.
El discernimiento espiritual no es escepticismo, sino vigilancia
No negamos que Dios pueda hablar hoy, pero no todo lo sobrenatural es divino. Pablo advierte:
"Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz.” (2 Cor. 11:14)
- El creyente maduro no se deslumbra por lo espectacular.
- Examina los frutos: ¿hay arrepentimiento, santidad, obediencia?
Cuando alguien me dice: “Dios me dijo…”, preguntamos con firmeza:
- “¿Dónde está eso en la Escritura?”
- “¿Qué fruto ha producido en tu vida?”
- “¿Glorifica esto a Cristo o a ti?”
No se trata de humillar, sino de hacer prevalecer la sana doctrina (Tito 2:1).
El llamado verdadero no necesita espectáculo
William Carey y Livingstone no fueron llamados por sueños extravagantes, sino por convicción bíblica; compasión por los perdidos y obediencia al mandato de Cristo.
“Id por todo el mundo y predicad el evangelio…” (Marcos 16:15)
Personalmente, quisiera tener un megáfono y armado de tratados, salir a los lugares donde la gente se concentra haciendo fila para las Eps, o en el parque Santander, como alguna vez prediqué allí con el hermano Paul Chapman, sin necesidad de megáfono. O como lo hacía en los buses de corta distancia, y aunque la Palabra enseña predicar a tiempo y fuera de tiempo, uno se convierte en un ser inservible, un siervo inútil, por más que nos esforcemos, no damos la talla.
Otro asunto bien distinto es cuando Dios obra en nosotros así el querer como el hacer, por su buena voluntad.
Entonces ya no es la emoción personal, sino la gracia de Cristo en nosotros.
La visión de Dios transformó a Gedeón de un cobarde en un soldado valiente.
La visión de Cristo cambió a Tomás de un seguidor que duda en un discípulo leal y devoto.
Pero los hombres han tenido visiones desde los tiempos de la Biblia.
William Carey vio a Dios y dejó su banco de zapatero y marchó a India.
David Livingstone vio a Dios y abandonó todo para seguirle y servirle en África.
Centenares han tenido visiones de Dios y hoy están en las partes más remotas de la tierra trabajando por la rápida evangelización de los paganos.
Las visiones auténticas glorifican a Dios, no al hombre
Las verdaderas visiones bíblicas producen: "transformación espiritual", "obediencia", y "humildad". No exaltan al receptor, sino que lo quebrantan.
- "Isaías" vio al Señor y clamó: “¡Ay de mí!” (Isaías 6:5).
- "Daniel" cayó como muerto (Daniel 10:8).
- "Juan" en Apocalipsis cayó como muerto ante Cristo glorificado (Apoc. 1:17).
Las visiones que glorifican al hombre (“me dieron el ministerio de apóstol”, “recibirás una mansión si donas”) contradicen el patrón bíblico. Dios no negocia con bienes materiales ni otorga títulos por sueños.
El criterio supremo: la Palabra de Dios
Toda visión debe ser juzgada por la Escritura, no por la emoción ni la autoridad del que la relata.
"A la ley y al testimonio: si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido.”(Isaías 8:20)
- Si una visión contradice la doctrina bíblica, no viene de Dios.
- Si una visión no puede ser probada ni confirmada por la Escritura, no debe ser seguida.
El discernimiento espiritual no es escepticismo, sino vigilancia
No negamos que Dios pueda hablar hoy, pero no todo lo sobrenatural es divino. Pablo advierte:
"Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz.” (2 Cor. 11:14)
- El creyente maduro no se deslumbra por lo espectacular.
- Examina los frutos: ¿hay arrepentimiento, santidad, obediencia?
Cuando alguien me dice: “Dios me dijo…”, preguntamos con firmeza:
- “¿Dónde está eso en la Escritura?”
- “¿Qué fruto ha producido en tu vida?”
- “¿Glorifica esto a Cristo o a ti?”
No se trata de humillar, sino de hacer prevalecer la sana doctrina (Tito 2:1).
El llamado verdadero no necesita espectáculo
William Carey y Livingstone no fueron llamados por sueños extravagantes, sino por convicción bíblica; compasión por los perdidos y obediencia al mandato de Cristo.
“Id por todo el mundo y predicad el evangelio…” (Marcos 16:15)
Personalmente, quisiera tener un megáfono y armado de tratados, salir a los lugares donde la gente se concentra haciendo fila para las Eps, o en el parque Santander, como alguna vez prediqué allí con el hermano Paul Chapman, sin necesidad de megáfono. O como lo hacía en los buses de corta distancia, y aunque la Palabra enseña predicar a tiempo y fuera de tiempo, uno se convierte en un ser inservible, un siervo inútil, por más que nos esforcemos, no damos la talla.
Otro asunto bien distinto es cuando Dios obra en nosotros así el querer como el hacer, por su buena voluntad.
Entonces ya no es la emoción personal, sino la gracia de Cristo en nosotros.