La vida completa de Abraham

Dorian7

Miembro senior
6 Octubre 2025
307
101
Compilada desde el Libro de los Jubileos, las revelaciones de Anna Catalina Emmerich y la Biblia.

(Abstenerse anticatólicos)


En los días de Taré, padre de Abram, que era hijo de Nacor y hermano de Harán, nació Abram en Ur de los caldeos, en el año mil ochocientos setenta y seis desde la creación del mundo, según la cuenta de los jubileos. Taré, poseedor de un linaje pastoral fuerte y migrante de tierras fértiles, criaba ídolos de oro hallados en la tierra, y su casa se llenaba de la idolatría que Satanás, el príncipe de los espíritus malignos, había sembrado entre las naciones tras la dispersión de Babel. Pero Abram, desde su niñez, fue un joven robusto y sabio, oculto por su madre en una cueva secreta durante los primeros diez años, amamantado por la nodriza Maraha en una choza apartada, como si el cielo mismo lo guardara de las matanzas profetizadas contra él por los reyes impíos. Heredó el don de discernir las estrellas, no para astrología pagana, sino para glorificar al Dios del cielo, y su espíritu rechazaba los ídolos mudos de su padre.

A los catorce años, el fuego del celo divino ardió en él. Mientras su familia adoraba las imágenes forjadas, Abram suplicó a Taré y a sus hermanos: "¡Padre mío, por qué adoráis lo que no os oye ni os salva? ¡El Dios verdadero es el Señor de los cielos, que hizo las estrellas por las que navegamos!" Pero ellos se mofaron, y Abram, solo bajo el firmamento nocturno, clamó al Altísimo, quien le respondió con voz clara, restaurándole la lengua hebrea primordial, perdida desde Babel, y sellando un pacto eterno de amistad. Aquella noche, el Señor le mostró en visión la tierra prometida, fértil y luminosa, y un ángel como Gabriel descendió en rayo solar, confiriéndole el Misterio del Antiguo Testamento: un germen de luz en su pecho derecho, signo de la redención futura, que pasaría a los primogénitos como pan y vino de sacrificio eterno. Abram, fortalecido, tomó una antorcha y quemó el santuario de ídolos en Ur, huyendo por su vida al desierto, donde Taré, conmovido, lo bendijo y lo envió en pos de la "tierra hermosa".

A los setenta y cinco años, el Señor le dijo: "Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición" (Génesis 12:1-3). Abram partió de Harán con Sarai su mujer, su sobrino Lot, y todos sus bienes: siervos, rebaños y posesiones, cruzando el gran río Éufrates hacia Canaán. Llegaron a Siquem, junto al encino de Moré, donde el Señor se le apareció y dijo: "A tu descendencia daré esta tierra" (Génesis 12:7). Edificó allí altar al Señor que se le había aparecido. De allí pasó a Betel, al monte al oriente, y tendió su tienda, poniendo altar al Señor e invocando su nombre (Génesis 12:8). Pero una gran hambre azotó la tierra, y Abram descendió a Egipto para morar allí como extranjero.

Allí, temiendo por su vida a causa de la belleza de Sarai —su media hermana, estéril por maldición antigua que Satanás había impuesto sobre las mujeres postdiluvianas—, Abram le dijo: "He aquí ahora que te tengo por hermana, para que me vaya bien por causa tuya" (Génesis 12:13). El Faraón, al verla, la tomó para su casa, pero el Señor plagó al Faraón y a su casa con grandes plagas por causa de Sarai. El rey llamó a Abram y dijo: "¿Qué es esto que me has hecho? ¿Por qué no me declaraste que era tu mujer?" (Génesis 12:18). Así la devolvió sana, y Abram salió de Egipto enriquecido en ganado, plata y oro, volviendo a Betel al lugar donde antes había tendido su tienda. Pero surgió contienda entre los pastores de Abram y los de Lot, pues la tierra no los podía sostener juntos. Abram, el mayor, dijo a Lot: "No haya ahora pleito entre nosotros... ¿No está ante ti toda la tierra? Apártate de mí; si al izquierdo, yo al derecho; y si al derecho, yo al izquierdo" (Génesis 13:8-9). Lot alzó sus ojos y vio la llanura del Jordán, fértil como el huerto del Señor, y escogió Sodoma, separándose de Abram.

Entonces el Señor dijo a Abram: "Alza ahora tus ojos y mira... Toda la tierra que ves, te la daré a ti y a tu descendencia para siempre... Levántate, anda por la tierra en sus longitudes y en sus anchuras; porque a ti la daré" (Génesis 13:14-17). Abram se mudó a Hebrón, al encino de Mamre, y edificó allí altar. En aquellos días, un fugitivo vino y dijo a Abram: "Han tomado Sodoma y Gomorra... y a Lot tu hermano" (Génesis 14:12, adaptado). Abram, con trescientos dieciocho siervos entrenados, y aliados como Aner, Escol y Mamre, persiguió a los cuatro reyes —gigantes insolentes descendientes de los nefilim postdiluvianos— hasta Dan, los atacó de noche, los derrotó y liberó a Lot con todo el botín. El rey de Sodoma salió a recibirlo en el valle de Save, pero Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, trajo pan y vino —el Cáliz eterno de piedra transparente, crecido no hecho, con seis copas luminosas— y lo bendijo: "Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano" (Génesis 14:19-20). Abram le dio los diezmos de todo, y rechazó el botín del rey de Sodoma, diciendo: "No quiero... que digas: Yo enriquecí a Abram" (Génesis 14:23). En la misa profética sobre altar cubierto de telas roja y blanca, Melquisedec elevó el pan oval y el vino, imponiendo manos sobre Abram como sacerdote eterno, transfiriendo el Misterio luminoso que ardía en su pecho, prefigurando el sacrificio del Cordero.

Aconteció que, mientras contemplaba las estrellas, el Señor le dijo: "Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar... Así será tu descendencia" (Génesis 15:5). Abram creyó al Señor, y le fue contado por justicia. El Señor hizo pacto con él: "A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río Éufrates" (Génesis 15:18). Sarai, estéril, dio a Agar su sierva a Abram, y concibió Ismael a los ochenta y seis años de Abram (Génesis 16:16). Pero el Señor se apareció a Abram en visión de primicias y dijo: "No temas, Abram; yo soy tu escudo... Tu galardón será sobremanera grande" (Génesis 15:1). En el año dos mil cuarenta y nueve desde la creación, cuando Abram tenía noventa y nueve años, el Señor le cambió el nombre: "Abram no te llamarás más, sino Abraham, porque serás padre de muchedumbre de gentes... Y haré mi pacto contigo y con tu descendencia después de ti... Serás circuncidado... y será por señal del pacto entre mí y vosotros" (Génesis 17:5-11). Abraham circuncidó a todos los varones de su casa, y a Ismael de trece años, como signo eterno en las tablas celestiales, prohibiendo la mezcla con incircuncisos, hijos de Beliar.

Tres varones se levantaron ante Abraham en los llanos de Mamre, bajo el encino, y él corrió a recibirlos con hospitalidad: lavó pies, trajo ternero, leche cuajada, pan redondo y miel. Uno de ellos, como el Señor, dijo: "Volveré a ti por el tiempo de la vida; y he aquí Sara tu mujer tendrá un hijo" (Génesis 18:10). Sara, tras la tienda, rio en su corazón, pero el Señor reprendió: "¿Hay algo demasiado difícil para el Señor?" (Génesis 18:14). En visión, el ángel principal reveló la Virgen sin pecado de su linaje, cubriendo a Abraham con nube luminosa como Arca de la Alianza; el segundo impartió el Misterio eucarístico en su pecho; el tercero prometió a Isaac. Abraham suplicó por Sodoma, pero los dos ángeles llegaron allí, y por su fornicación y abominación —que contaminaba la tierra como en los días de Noé—, el Señor hizo llover azufre y fuego sobre las ciudades, salvando a Lot y su familia, aunque sus hijas lo embriagaron en cueva para perpetuar su linaje en moabitas y ammonitas (Génesis 18-19).

Sara concibió y parió a Isaac al año siguiente, cuando Abraham tenía cien años, y el niño fue circuncidado al octavo día (Génesis 21:1-5). En la fiesta del destete de Isaac, Agar e Ismael se mofaron, y Sara dijo: "Echa a esta sierva y a su hijo" (Génesis 21:10). Abraham, entristecido, obedeció al mandato divino, y el ángel salvó a Ismael en el desierto de Beerseba. Pasados muchos días, Dios probó a Abraham: "Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac... y ofrécelo allí por holocausto en uno de los montes que yo te diré" (Génesis 22:2). Abraham se levantó de madrugada, cortó leña de olivo y ciprés, y subió a Moriah con Isaac, quien llevaba el fuego y el cuchillo. Ató a su hijo sobre el altar de ramas, y alzó la mano, pero el ángel del Señor clamó: "Abraham, Abraham... No extiendas tu mano sobre el muchacho... Ahora sé que temes a Dios" (Génesis 22:11-12). Proporcionó un carnero en lugar, y el Señor juró: "Por mí mismo he jurado... que por cuanto has hecho esto... multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo" (Génesis 22:16-17). Satanás, avergonzado, vio cómo el sacrificio prefiguraba la Cruz, y el Misterio pasó de Abraham a Isaac con óleo sacramental en frente, hombros y pecho.

Abraham envió a su siervo mayor a Mesopotamia para tomar mujer a Isaac de su parentela, y halló a Rebeca, hija de Betuel, quien lo recibió con hospitalidad al pozo (Génesis 24). Abraham vivió en Beerseba, celebrando las fiestas eternas: Pascua con cordero, Primicias con ofrendas, Cabañas con ramas y guirnaldas, como Noé y los patriarcas antes de él, guardando el sabbath y la pureza contra fornicio y gentiles. En su testamento, instruyó: "No tomen vuestras hijas de los hijos de los gentiles... Guardad mis mandamientos, y vivid en justicia". Amó a Isaac sobre todo, y al saber de Esaú y Jacob, profetizó el dominio de Jacob sobre Sem. A los ciento treinta y siete años, enviudó de Sara, enterrándola en la cueva de Macpela por cuatrocientos siclos de plata (Génesis 23). Tomó a Cetura como concubina, engendrando a Zimram, Jocsán y otros seis hijos, a quienes dio dones y envió al oriente, reservando todo a Isaac (Génesis 25:1-6).

Finalmente, a los ciento setenta y cinco años, Abraham expiró "en buena vejez, viejo y lleno de días", y fue sepultado junto a Sara por Isaac y Ismael en Macpela (Génesis 25:7-10). Su alma, según la visión, ascendió en luz, uniendo su linaje al de la Virgen María, portadora del Misterio eterno. Así Abraham, padre de los fieles, de idólatra en Ur a amigo de Dios en Canaán, bendijo a todas las naciones, como el Señor había prometido, guardando la Ley celestial en jubileos de justicia y redención.
 
Versión 2
Muy mejorada, con comentarios y complementada con escritos venerados en la Antigüedad, una belleza:


En los días antiguos, cuando la tierra aún gemía bajo el peso de la dispersión de las naciones tras la torre de Babel, nació Abram en Ur de los caldeos, hijo de Taré, en el año 1948 desde la creación del mundo, según el cómputo de los Jubileos (Jub 11:14-15). Era varón de alta estatura, de raza robusta y de espíritu inquieto, como lo vio la beata Ana Catalina Emmerick en sus visiones, donde lo contempló como un coloso de nobleza, con ojos penetrantes que escudriñaban los cielos, destinado a ser el tronco de los elegidos y el primer siervo de la fe pura (Emmerick, Vis. AT, Secc. 8). Y aconteció que en su juventud, siendo aún niño de apenas 10 años, conoció Abram el error de la idolatría que reinaba en la casa de su padre, quien fabricaba dioses de barro y madera para los pueblos errantes, tallando imágenes de Nabu y Bel con manos hábiles pero corazón ciego (Jub 11:16-17). Mas él, iluminado por la gracia divina que descendió como rayo en su alma, rechazó tales vanidades, quebrantando las imágenes con mano firme y clamando al Cielo contra la necedad de los hombres, incluso arrojando una de ellas al fuego ante el estupor de su linaje, tal como relatan los anales antiguos del Pequeño Génesis (Jub 12:1-5). Filón, el sabio de Alejandría, lo pinta en su Vida como un astrólogo preclaro, que escudriñaba las estrellas no para adorarlas, sino para discernir la voz del Uno, elevándose por encima de la sabiduría caldea hacia la virtud pura, calculando los movimientos celestes como presagio de un Dios trascendente (Filón, De Abr. 69-71).

Y cuando Abram cumplió 75 años, en el año 2023 desde la creación, he aquí que Jehová le habló en Harán, diciendo: «Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti grande nación, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición» (Gén 12:1-2). Obedeció Abram al llamado divino, partiendo con Sarai su mujer, estéril en sus entrañas pero bella en su fe y de porte regio, y con Lot su sobrino, y todas sus posesiones, rebaños de ovejas y manadas de camellos, hacia la tierra de Canaán (Gén 12:4-5). En los Jubileos se narra cómo, antes de esta partida, un ángel del Señor descendió a él en visión nocturna, confirmando el pacto eterno y revelándole los misterios de la Ley que aún no se había dado en Sinaí, mas que Abraham guardaría en su corazón como primicias de la justicia, instruyéndolo en las estaciones de las fiestas y el respeto al séptimo día (Jub 15:1-3; Emmerick, Vis. AT, Secc. 8, cap. 32). Llegaron, pues, a Siquem, al encinar de Moré, donde los cananeos habitaban aún en tiendas nómadas, y allí edificó Abram altar al Señor con piedras sin labrar, y el Altísimo se le apareció prometiendo: «A tu descendencia daré esta tierra», extendiendo su mano como en gesto de posesión futura (Gén 12:6-7). Y descendió hambruna sobre la tierra, cual azote de langostas y sequía implacable, lo que le impulsó a bajar a Egipto, no sin temor por la hermosura de Sarai, a quien presentó como su hermana para resguardarla de la codicia del faraón, orando en secreto por su custodia (Gén 12:10-13).

Mas en el Génesis Apócrifo, hallado entre los rollos del Mar Muerto, se expande este episodio con un sueño profético que tuvo Abram al borde del Nilo, bajo la luna llena: vio en visiones cómo los egipcios maltrataban a Sarai, arrastrándola a palacios de mármol, y el Altísimo le reveló que Él la libraría de todo mal, como a una reina oculta bajo velo de humildad, y le mandó preparar ungüentos y joyas para su protección. Por ello, Abram, en su celo protector, la reprendió con palabras duras, no por ira sino por providencia divina, y el Señor afligió al faraón con plagas de llagas y tinieblas hasta que restituyó a Sarai con oro, plata, vestiduras finas y siervas egipcias, y Abram partió enriquecido, con mulas cargadas de tesoros (Gen. Apocr. cols. 19-22). Regresó, así, a Canaán, al lugar entre Bet-el y Hai donde había alzado su primer altar, donde entre él y Lot surgió contienda por los pastos, pues sus rebaños eran muchos y los pastores se enredaban en disputas. Cedió Abram la tierra fértil del Jordán a Lot, diciendo: «No haya agora pleito entre nosotros dos... escoge; si a la mano diestra, yo a la siniestra; y si a la siniestra, yo a la diestra», mostrando así la mansedumbre de su espíritu (Gén 13:8-9). Y Lot escogió Sodoma, ciudad de pecado envuelta en valles de asfalto y corrupción, mientras Abram habitó en las llanuras de Mamre, cerca de Hebrón, donde edificó otro altar bajo encinas centenarias y recibió la promesa de una descendencia numerosa como las estrellas del cielo y el polvo de la tierra, en visión donde el Señor lo sacó fuera de la tienda a contemplar la Vía Láctea (Gén 13:14-18; Jub 13:20-22).

Y en el año 2024 desde la creación, en el cuarto año de la primera semana del jubileo cuarenta y uno, según los anales eternos, estalló guerra entre reyes del oriente y del llano, por la soberbia de los sodomitas que, hartos de la opulencia de su tierra cual huerto del Edén, se rebelaron tras doce años de tributo, sacudiendo el yugo de sus señores como siervos ingratos, tal como interpreta Filón en su Vida, donde ve en esta contienda la lucha del alma: los cuatro reyes invasores como pasiones —placer, deseo, temor y duelo— que tiranizan los cinco sentidos de los reyes del llano, mas la razón, encarnada en Abram, los somete a todos con las virtudes como armas (Filón, De Abr. 217-224). Pues Quedorlaomer, rey de Elam, y Amrafel, rey de Sinar, y Arioc, rey de Elasar, y Tergal, rey de naciones —cuatro potentados del este—, habían sojuzgado a muchos por doce años, mas en el treceavo, Bera, rey de Sodoma, y sus aliados de Gomorra, Adma, Zeboim y Bela —cinco reyes del asfalto— se alzaron en armas. Y en el valle de Siddim, junto al Mar Salado, poseyeron los invasores a los cinco, matando al rey de Gomorra y huyendo al de Sodoma, con muchos heridos en las pozas de betún (Gén 14:1-10; Jub 13:21). Tomaron cautivos a Sodoma y Adma y Zeboim y a Lot, hijo del hermano de Abram, con sus bienes, y marcharon hacia Dan, al norte (Jub 13:22).

Y un fugitivo, jadeante y polvoriento, llegó al encinar de Mamre y clamó a Abram: «Han tomado cautivo a Lot y saquearon Sodoma». Y Abram, armado de celo fraterno, congregó a 318 siervos entrenados en su casa, nacidos en su linaje, y aliados de Aner, Escol y Mamre, y partió en persecución nocturna, dividiendo sus huestes en tres bandas cual lobos en acecho, hasta Hobah, al norte de Damasco, cayendo sobre los reyes exhaustos como águila sobre presa, derrotándolos con espada y lanza en la oscuridad, matando a Quedorlaomer y sus príncipes, y recobrando todo el botín, mujeres y gente, y a Lot con sus posesiones, sin que faltase cosa alguna (Gén 14:14-16; Jub 13:23-29). Filón lo exalta como victoria de la razón sobre las pasiones corruptas, donde Abram, con Dios por escudo, libera el alma cautiva sin codiciar riquezas vanas (Filón, De Abr. 217-224). Y el rey de Sodoma salió a recibirlo al valle de Save, que es el de Sarva, y le dijo: «Da las personas, y toma los bienes para ti». Mas Abram respondió con mano alzada al Dios Altísimo, Creador de cielos y tierra: «No tomaré de hilo hasta correa de zapato, ni nada tuyo, porque no digas que enriqueciste a Abram; salvo lo que comieron los mozos, y la parte de los varones que fueron conmigo» (Gén 14:17-24). Y en este triunfo, el Señor ordenó la ley eterna del diezmo para Abram y su simiente: la décima de primicias de grano, vino, aceite, vacas y ovejas al Altísimo, para los sacerdotes que sirvan ante Él con gozo perpetuo, sin límite de días (Jub 13:24-26).

Entonces, en el valle de Sarva, que es Salem —la paz—, salió a su encuentro Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, trayendo pan y vino en vasija y caja de panes ázimos ovales, y un cáliz de piedra preciosa transparente, con copas cual barriles menudos, que siglos después Cristo usaría en la Última Cena, como vio Emmerick en éxtasis, prefigurando el misterio eucarístico (Emmerick, Vis. AT, Secc. 8). Era Melquisedec varón alto y esbelto, de rostro luminoso y cabellos como seda dorada, vestido de túnica blanca resplandeciente cual la del Transfigurado, ceñido con letras sacerdotales y mitra gótica menuda; montaba un asno gris veloz, y halló a Abram en su tienda con el rey de Sodoma y el pueblo en reverencia, ante un altar tabernacular donde yacían los huesos de Adán, guardados del arca de Noé. Y Melquisedec bendijo a Abram, diciendo: «Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano». Y Abram le dio los diezmos de todo el botín, postrándose en humildad (Gén 14:18-20). En las visiones de Emmerick, Melquisedec extendió manto rojo y velo blanco sobre el altar, elevó el pan y el vino, los bendijo y partió, distribuyéndolos en morcillos luminosos que infundían vida nueva, y Abram bebió del cáliz, fortaleciéndose en fe para el sacrificio venidero de Isaac; y allí lo ordenó sacerdote eterno por orden de Melquisedec, cual salmo profético: «Dijo Jehová a mi Señor: Siéntate a mi diestra... Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec», imponiéndole manos sobre los huesos de Adán en oración por el Mesías prometido, eco de la Misa santa y del sacerdocio crístico (Emmerick, Vis. AT, Secc. 8). Filón lo ve como figura de la sabiduría divina que nutre el alma con el pan de la virtud y el vino de la inmortalidad, sellando la victoria de Abram con alianza espiritual (Filón, De Abr. 235-236).

En la noche de sus 79 años, en el año 2027 desde la creación, el Señor le habló en visión profunda: «No temas, Abram; yo soy tu escudo, tu remunerdor sobremanera grande» (Gén 15:1), y le mostró un sueño de aves de rapiña sobre las carcasas, simbolizando las aflicciones futuras de su linaje. Y cortaron el pacto con un horno humeante y antorcha de fuego que pasó entre las piezas de los animales divididos —ternero, cabra, carnero y paloma—, sellando la tierra de Canaán para su linaje eterno, desde el río de Egipto hasta el Éufrates, con naciones nombradas como escudo de su herencia (Gén 15:9-18). Mas Sarai, impaciente por su esterilidad que duraba décadas, dio a Abram su sierva Agar, egipcia de piel morena y ojos fieros, para que concibiese por ella, según la costumbre de aquellos tiempos, y Abram yació con ella en la tienda (Gén 16:1-2). Y concibió Agar un hijo, Ismael, cuando Abram tenía 86 años, en el año 2034 desde la creación, mas huyó al desierto por el celo de Sarai, vagando entre matas espinosas hasta que el ángel del Señor la halló junto a una fuente y le dijo: «Vuélvete a tu señora, y humíllate bajo su mano; multiplicaré en gran manera tu descendencia, y no se contará por su multitud», nombrando al niño «Dios oye», pues su llanto había subido al cielo (Gén 16:9-10). En los Jubileos se detalla cómo Ismael, desde su nacimiento, fue circuncidado al octavo día, prefigurando la Ley, y cómo Abraham instruyó a su casa en la observancia de los sábados y fiestas, aunque aún no reveladas plenamente, enseñando a sus siervos a guardar el reposo con ofrendas de frutos (Jub 15:23-24; 16:20-31).

Cuando Abram cumplió 99 años, en el año 2047 desde la creación, el Señor se le apareció como varón perfecto de tres varas de altura y le mudó el nombre a Abraham, diciendo: «Serás padre de muchedumbre de gentes. Y no se llamará más tu nombre Abram, sino Abraham será tu nombre», y le otorgó la circuncisión como sello en la carne de todo varón en su casa (Gén 17:5). Y estableció el pacto de la circuncisión como señal eterna en la carne, y a Sarai la llamó Sara, prometiendo: «Bendeciré a Sara, y también de ella te daré hijo; y ella será bendición», y Abraham, postrado en tierra, se rió en su corazón por la vejez de Sara, mas obedeció, circuncidando a toda su casa, desde Ismael de 13 años hasta el más joven siervo, en dolor que sellaba la alianza (Gén 17:23-27; Jub 17:1-14). Filón interpreta esta mudanza de nombre como el paso de la naturaleza humana a la virtud divina, donde Abraham se despoja de las pasiones como de una vestidura vieja, abrazando la sabiduría inmortal y la hospitalidad como virtudes cardinales (Filón, De Abr. 82-85).

Y en los llanos de Mamre, bajo los robles frondosos, se aparecieron a Abraham tres varones de semblante resplandeciente, mensajeros del Altísimo, y él, postrándose, les sirvió pan de harina fina, ternero tierno asado con leche cuajada y raíces silvestres, lavándoles los pies en agua perfumada en humildad de siervo (Gén 18:1-8). Y uno de ellos, que era el Señor en forma angélica, reveló: «Dentro de un año volveré, y Sara tendrá un hijo», y Sara, oyéndolo desde la tienda, se rió en secreto por su incredulidad, murmurando: «Después que me he amargado, ¿tendré placer, siendo ya vieja, y mi señor también viejo?». Mas el Señor dijo: «¿Hay para Jehová alguna cosa difícil? Al tiempo señalado volveré conforme a la hora que te he dicho, y he aquí tiene Sara un hijo» (Gén 18:10-14). Y Abraham intercedió por Sodoma con osadía filial, suplicando: «Si hallares allí cincuenta justos, ¿destruirás y no perdonarás el lugar por amor de los cincuenta justos que están en él?», bajando hasta diez en ruegos escalonados, mas no se hallaron, y llovió fuego del cielo sobre las ciudades del llano, con azufre como lluvia negra, salvando solo a Lot y su familia por ruegos de Abraham, quien desde Mamre vio la columna de humo alzarse al alba (Gén 18:24; 19:1-29; Jub 16:1-9). En las visiones de Emmerick, estos visitantes eran ángeles de luz con alas de fuego, y Abraham recibió de ellos el misterio del sacrificio venidero, prefigurando el Cordero de Dios en un lienzo de sombras proféticas (Emmerick, Vis. AT, Secc. 7).

Cumplióse la promesa, y nació Isaac cuando Abraham tenía 100 años, en el año 2048 desde la creación, y Sara, de 90, lo amamantó con gozo en la tienda adornada de tapices, diciendo: «Dios me hizo reír, y todos los que lo oyeren se reirán conmigo; quien lo oyera me felicitaba», y al octavo día lo circuncidó Abraham con cuchillo de pedernal, llamándolo «Risa» por la alegría divina (Gén 21:6-7; Jub 16:15-18). Mas por el disentimiento de Ismael con Isaac, mofándose en juegos infantiles, Sara demandó: «Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con mi hijo Isaac», y Abraham, dolido en su alma como padre dividido, lo hizo al alba, dándoles pan y odre de agua, mas Dios consoló: «No te parezca grave... todo lo que Sara te diga, oye su voz, porque en Isaac te será llamada descendencia; y también del hijo de la sierva haré nación, por cuanto es tu descendencia» (Gén 21:11-12). Y el ángel libró a Agar e Ismael en el desierto de Beerseba, donde el niño yacía bajo un arbusto de retama y brotó una fuente por mandado divino, y Abraham plantó un tamarisco en Beerseba y juró pacto con Abimelec, rey de los filisteos, llamando al lugar «Pacto» por los siete corderos testigos (Gén 21:17-19, 30-31; Jub 17:15-21).

Y tentada la fe de Abraham, cuando Isaac tenía 37 años y Abraham 137, en el año 2085 desde la creación, el Señor le dijo: «Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré» (Gén 22:2). Al tercer día de marcha ardua, con Isaac portando la leña en hombros como carga profética y Abraham el fuego y el cuchillo, llegando al monte envuelto en niebla, ató Isaac sobre el altar de piedras apiladas, y alzando el cuchillo con mano temblorosa, he aquí que el ángel del Señor clamó desde los cielos: «Abraham, Abraham... no extiendas tu mano sobre el muchacho... ahora sé que temes a Dios, por cuanto no me has rehusado tu hijo, tu único» (Gén 22:11-12). Y ramito de monte enredado en cuernos de carnero sirvió de holocausto en lugar de Isaac, y renovó Dios el juramento: «Por mí mismo he jurado... que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único, te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar» (Gén 22:16-17). Filón ve en este acto la alegoría suprema: Abraham, maestro de la piedad, ofrece no solo la carne, sino el alma entera, venciendo el afecto natural por el amor divino, como el filósofo que sacrifica las ilusiones del mundo (Filón, De Abr. 167-172). Emmerick lo describe como visión de la cruz futura, donde Isaac porta leña como Cristo su cruz, con Abraham llorando en espíritu por el misterio del Unigénito, y el carnero emergiendo de zarzas como eco de la corona de espinas (Emmerick, Vis. AT, Secc. 8).

Pasados los días, murió Sara a los 127 años en Quiriat-arba, Hebrón, en su tienda perfumada de mirra, y Abraham, con voz quebrada, lloró y plañó por ella, comprando la cueva de Macpela de Efrón heteo por 400 siclos de plata, para sepultarla allí como posesión perpetua, cavando el sepulcro con sus manos en duelo filial (Gén 23:1-20; Jub 19:1-9). Y para Isaac, su hijo, envió siervo fiel a Mesopotamia, quien juró por su muslo: «Pondré yo mi mano debajo de tu muslo, y con juramento me harás que no tomes mujer para mi hijo de las hijas de los cananeos... sino que iré a mi tierra y a mi parentela, y tomaré mujer para tu hijo Isaac», y halló a Rebeca, hija de Betuel, junto al pozo de Nahor, donde ella ofreció agua a los 10 camellos sedientos, y la trajo a Isaac, quien la amó y consoló su luto por Sara en el campo al atardecer (Gén 24:2-4, 67; Jub 19:10-13).

Al fin de sus 175 años, en el año 2123 desde la creación, Abraham tomó otra mujer, Cetura, de linaje midianita, quien le dio seis hijos: Zimram, Jocsán, Medán, Madián, Isbac y Suaj, mas a Isaac legó todo su dominio, y a los otros dio dones de joyas y rebaños y los envió al oriente, hacia las tierras de incienso y mirra (Gén 25:1-6; Jub 19:11-13). En el Testamento de Abraham, que relata sus postrimerías, el Altísimo envió al arcángel Miguel en forma de guerrero apacible para anunciar su muerte, mas Abraham, temeroso del juicio final, suplicó: «Muéstrame, Señor, todo lo que ha de venir sobre los hombres, desde Adán hasta el fin de los tiempos». Y Miguel lo llevó en carro de querubines al paraíso de delicias, con ríos de leche y miel, y al abismo de sombras, donde vio las almas juzgadas: los justos coronados de gloria en tronos de luz, los impíos en tormento eterno entre gusanos y fuego inextinguible. Abraham intercedió por un pecador, Abel, y vio el libro de la vida donde su nombre brillaba primero entre los patriarcas, con letras de oro. Al fin, postrado en oración junto al roble de Mamre, entregó su espíritu en paz a los 175 años, y los ángeles cantaron salmos sobre su sepulcro en Macpela, junto a Sara, mientras su casa guardaba luto de 30 días (Test. Abr. 1-20). Así, Filón concluye su Vida exaltándolo como el amigo de Dios, que por fe se hizo peregrino de la virtud, dejando a los siglos su ejemplo de obediencia inquebrantable y hospitalidad universal (Filón, De Abr. 1-6). Y en las visiones de Emmerick, su alma ascendió radiante como sol poniente, recibiendo el abrazo del Eterno como primicia de la redención, con legiones celestiales aclamándolo (Emmerick, Vis. AT, Secc. 7). Bendito sea Abraham por los siglos, padre de los fieles, cuya descendencia bendecirá a todas las naciones.
 

Me abstuve también y es increíble el poco respeto a la Palabra de Dios, haciendo ficciones y alejados de la verdad y complaciéndose en la mentira.​