La Trinidad, ¿doctrina apoyada por la Biblia?
Esta doctrina ha suscitado muchas controversias, disputas, luchas encarnizadas, torturas y muertes entre sus apoyadores y los que la rechazan; pero, ¿es realmente inspirada por Dios como lo son todas las enseñanzas bíblicas? El solo hecho de haber causado tantas víctimas sería suficiente razón para dudar de que tenga la aprobación divina. Solo la palabra de Dios puede dar testimonio verídico e imparcial de esta cuestión tan debatida entre los humanos testarudos y parciales. Examinemos, pues, Las Sagradas Escrituras a ver qué nos dicen al respecto.
Ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento lograremos encontrar ni una sola mención de esta palabra, Trinidad, o algo que se relacione con ella. Ni el Dios Todopoderoso, Jehová, ni Jesucristo, su hijo, han hablado nunca, ni dado a entender, que alguno de ellos se considerara parte de una trinidad de Dioses, o cogobernantes del universo. Según el dogma de la Trinidad, tanto el Padre como el Hijo, o el Espíritu santo, son iguales en poder, en santidad, en gloria; ninguno de ellos es menor o mayor que el otro, cada uno de ellos es Dios, esto es, serían tres dioses, y sin embargo. solo forman un solo Dios verdadero; incomprensible, ¿verdad? Para salir del paso, las religiones trinitarias arguyen que es un misterio, y como tal no puede entenderse, ni tenemos por qué entenderlo. ¿Acaso el Dios de la verdad, que utiliza la palabra de la verdad para darse a conocer de todas sus criaturas inteligentes, y para darles a conocer sus propósitos, que tienen que ver con ellos, con su bienestar y con su futuro eterno, sus normas y principios, y lo que él espera que hagamos nosotros, utilizaría palabras o conceptos misteriosos, o difíciles de entender para que todos los comprendan? completamente ilógico. Particularmente, las enseñanzas de Cristo iban dirigidas al vulgo, a las clases más humildes e incultas de la sociedad de entonces y de todos los tiempos, aunque también son provechosas para todas las personas de cualquier cultura y clase social; por eso están redactadas de la forma más sencilla, clara y lógica, para que todos, sabios e ignorantes, las puedan entender, y ninguna de sus enseñanzas e ilustraciones encierran el menor misterio para quienes buscan el verdadero conocimiento de Dios.
Examinemos otro aspecto de esta cuestión: la expresión Padre, Hijo y Espíritu Santo ¿manifiesta sin lugar a dudas que se está hablando de tres personas concretas? Veámoslo más detenidamente: toda persona, humana o celestial, tiene un nombre propio, que la identifica y diferencia de todas las demás. El Dios Todopoderoso tiene su propio nombre, Jehová, con el que él mismo se dio a conocer a las personas que lo buscaban con amor, (Exodo 6:3, 34:6) y que manifiesta sus cualidades más eseciales; la palabra Jehová significa El Hacedor de todas las cosas, el causante u originador de todo lo existente y de lo que haya de existir. El Hijo de Dios, cuando nació como humano aquí en la Tierra, también se le dió un nombre propio, Jesús, que su mismo Padre celestial mandó que se le pusiera, (Lucas 1:31), y toda persona, celestial o terrenal, , se le ha dado un nombre que la identifica entre todas las demás. Sin embargo, el Espíritu Santo, que se considera una persona tan importante y gloriosa como Jehová y Jesucristo, no se le ha dado nombre alguno, ¿no resulta de lo más extraño e ilógico tal hecho? También, a toda persona, incluso a las celestiales, cuando se les quiere representar de alguna manera de forma gráfica, se le da apariencia o figura humana. A Jehová se le ha representado en varias ocasiones con aspecto de hombre mayor, con cabellos blancos, probablemente para indicar sus muchos años de existencia, por lo que también se le denomina “el anciano de dias (Daniel 7:9,13); y a Jesús se le representa igualmente con figura de rey guerrero y gobernante justiciero. Sí, en la Biblia, todo detalle de lo que allí se dice y se hace tiene un significado importante para destacar la verdad de lo que no lo es.
Por eso, resulta de lo más extraño e insólito que al Espíritu Santo, que se le da la misma categoría que a los dos otros miembro de la Trinidad, no se le represente en ningún lugar con figura humana, y la única vez que se le representa de alguna manera, durante el bautismo de Jesús, se le muestra con figura de paloma, (Mateo 3:16), un ave, un ser inferior; ¿no sería esto rebajar la dignidad de tan excelso personaje? La explicación más lógica de este extraño caso sería la de que la expresión Espíritu Santo no se aplica a una persona en concreto, sino a una característica de la personalidad divina. Si nos centramos en el significado de la palabra espíritu, podemos ver que se habla de un ser invisible e inmaterial, pero real y efectivo, que no puede ser percebido por nuestros sentidos físicos, pero sí por la razón, por los efecto que produce en nosotros mismos y en los demás. Todos los humanos tenemos nuestro propio espíritu, que aunque no podemos verlo ni tocarlo, lo sentimos dentro de nosotros, nos da vida, nos hace sentir y pensar, razonar y tomar decisiones; ¿diremos por eso que tenemos a otra persona dentro de nosotros? de ninguna manera, somos una sola y única persona, con parte física y parte espiritual, la primera visible y la otra no. La fuente de todo espíritu es Jehová, y él lo imparte a los demás seres, tanto celestiales como terrenales. En Dios todo es espíritu, no hay parte física, todo en él es puro, santo, sin sombra de impureza o maldad, y lo mismo sucede con Jesucristo y los demás ángeles fieles, pero según la fidelidad y el amor con que sirvan a su Creador, alcanzan mayor o menor categoría. El espíritu de los humanos, por cuanto somos imperfectos y pecadores, no puede ser santo ni puro, pero si buscamos a nuestro Dios con amor, como él se merece, si le abrimos nuestro corazón y nuestra mente, para que él nos guíe e instruya en sus justas leyes y sabios principios, si nos esforzamos por seguir fielmente todos sus consejos y mandatos, él nos imparte su santo espíritu para que purifiquemos el nuestro, y rechacemos deseos y actos pecaminosos, contando con su ayuda y aprobación mientras que permanezcamos en este derrotero.
Entonces, si el espíritu santo no es una persona, ¿qué es o qué representa? Bueno, ya se ha dicho en parte, es el mismo espíritu de Dios en acción, que al habernos hecho receptivo a la palabra divina, también ha penetrado en nosotros, los creyentes, y ya forma parte de nuestro propio espíritu. Cuando Jesús manda a sus discípulos a que prediquen las Buenas Nuevas del Reino de Dios por toda la tierra habitada, y les dice que hagan discípulos de gente de todas las naciones, “bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del espíritu santo”, (Mateo 28: 19, 20), puede parecer que habla de tres personas para quienes no tienen el suficiente conocimiento del mensaje divino, pero teniendo en cuenta estos y otros muchos detalles que facilita la palabra de Dios, , podemos encontrar el verdadero significado de estas palabras con toda claridad y lógica. Los cristianos sinceros, cuando se deciden a efectuar la entera voluntas de Dios, observando y cumpliendo todos sus mandatos, están actuando en representación de él, o sea, en su nombre; por eso es apropiado decir, “en el nombre dl Padre” y como Dios ha nombrado a Jesús como su representante en la tierra, para redimir y enseñar a los humanos el camino a la salvación mediante sus enseñanzas, por eso debemos decir también “en el nombre del Hijo”. Finalmente, al haber recibido el espíritu santo procedente tanto del Padre como del Hijo a través de sus enseñanzas, ahora actúa en nosotros y en nuestros sentimientos, impulsándonos a realizar esta comisión divina por nuestra propia voluntad, porque deseamos hacerla para mostrar nuestra gratitud a nuestro Dios, Jehová , y a nuestro redentor Jesucristo, por lo mucho bueno que han hacho por nosotros, y continúan haciendo.
Por lo tanto, todo cristiano sincero que busca a Dios para hacer su voluntad, debe examinar cuidadosamente Las Escrituras si quiere tener claro lo que Jehová y Jesucristo desea y esperan de todos los que de verdad los aman y quieren servirles para obtener su aprobación y la vida eterna.
el amor y la fidelidad con que sirvan a su Creador, alcanzan mayor o menor categoría. El espíritu de los humanos, por cuanto somos imperfectos y pecadores, no puede ser santo ni puro, pero si buscamos a nuestro Creador con amor, como él se merece, si abrimos nuestro corazón y nuestra mente para que nos instruya y nos guie en sus justos principios y leyes sabias, si nos esforzamos por seguir sus mandatos y consejos amorosos, él nos imparte su santo espíritu para que purifiquemos el nuestro y rechacemos deseos y actos pecaminosos, contando con su ayuda y aprobación mientras permanezcamos en este derrotero.
Entonces, si el Espíritu Santo no es una persona, ¿qué es o qué representa? Bueno, ya se ha dicho en parte, es el mismo espíritu de Dios en acción, que al habernos hecho receptivos a la palabra divina, también ha penetrado en nosotros, los creyentes, y que ya forma parte de nuestro propio espíritu. Cuando Jesús manda a sus discípulos a que prediquen las buenas nuevas del Reino de Dios por toda la Tierra habitada, y les dice que hagan discípulos de gente de todas las naciones “bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo (Mateo 28:19,20), puede parecer que habla de tres personas para quienes no tienen suficiente conocimiento del mensaje divino, pero teniendo en cuenta estos detalles, y otros muchos que facilita la palabra de Dios, podemos ver claro otra explicación mucho más sencilla y lógica: Los cristianos sinceros, cuando se deciden a hacer la entera voluntad de Dios, observando y aplicando todos sus mandatos, están actuando en representación de El, o sea, en su nombre; por eso es apropiado decir “en el nombre del Padre”. Y como Dios ha nombrado a Jesús como su representante en la Tierra, para redimir y enseñar a los humanos el camino hacia la vida eterna, también actuamos en el nombre de él, y por ello debemos decir “en el nombre del Hijo”; finalmente, al haber recibido el espíritu santo procedente, tanto del Padre como del Hijo, ha través de sus enseñanzas, ahora este espíritu actúa en nosotros como parte del nuestro, y por eso podemos decir que actuamos en el nombre de este espíritu que nos ha santificado. Dicho de otra forma, Ahora, no solo actuamos, o hacemos estas cosas, porque Dios y cristo nos lo mandan, y queremos obedecerles, sino que también, porque este santo espíritu lo hemos adoptado y hecho nuestro, actúa en nosotros y en nuestros sentimientos impulsándonos a realizar estas cosas por nuestra propia voluntad, porque queremos hacerlas, pues hemos entendido que es lo mejor que podemos hacer en nuestra vida y para nuestro bien eterno, y para agradecer todo cuanto nuestro Padre celestial, y su Hijo amado, han hecho por nosotros.
Por lo tanto, todo cristiano sincero que busca a Dios para hecer Su voluntad y dejarse guiar por él, debe buscar y examinar detenidamente Las Sagradas Escrituras, para saber y tener claro lo que Jehová y Jesucristo nos enseñan en ellas y esperan que hagamos nosotros para poder merecer y alcanzar la vida eterna.
Esta doctrina ha suscitado muchas controversias, disputas, luchas encarnizadas, torturas y muertes entre sus apoyadores y los que la rechazan; pero, ¿es realmente inspirada por Dios como lo son todas las enseñanzas bíblicas? El solo hecho de haber causado tantas víctimas sería suficiente razón para dudar de que tenga la aprobación divina. Solo la palabra de Dios puede dar testimonio verídico e imparcial de esta cuestión tan debatida entre los humanos testarudos y parciales. Examinemos, pues, Las Sagradas Escrituras a ver qué nos dicen al respecto.
Ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento lograremos encontrar ni una sola mención de esta palabra, Trinidad, o algo que se relacione con ella. Ni el Dios Todopoderoso, Jehová, ni Jesucristo, su hijo, han hablado nunca, ni dado a entender, que alguno de ellos se considerara parte de una trinidad de Dioses, o cogobernantes del universo. Según el dogma de la Trinidad, tanto el Padre como el Hijo, o el Espíritu santo, son iguales en poder, en santidad, en gloria; ninguno de ellos es menor o mayor que el otro, cada uno de ellos es Dios, esto es, serían tres dioses, y sin embargo. solo forman un solo Dios verdadero; incomprensible, ¿verdad? Para salir del paso, las religiones trinitarias arguyen que es un misterio, y como tal no puede entenderse, ni tenemos por qué entenderlo. ¿Acaso el Dios de la verdad, que utiliza la palabra de la verdad para darse a conocer de todas sus criaturas inteligentes, y para darles a conocer sus propósitos, que tienen que ver con ellos, con su bienestar y con su futuro eterno, sus normas y principios, y lo que él espera que hagamos nosotros, utilizaría palabras o conceptos misteriosos, o difíciles de entender para que todos los comprendan? completamente ilógico. Particularmente, las enseñanzas de Cristo iban dirigidas al vulgo, a las clases más humildes e incultas de la sociedad de entonces y de todos los tiempos, aunque también son provechosas para todas las personas de cualquier cultura y clase social; por eso están redactadas de la forma más sencilla, clara y lógica, para que todos, sabios e ignorantes, las puedan entender, y ninguna de sus enseñanzas e ilustraciones encierran el menor misterio para quienes buscan el verdadero conocimiento de Dios.
Examinemos otro aspecto de esta cuestión: la expresión Padre, Hijo y Espíritu Santo ¿manifiesta sin lugar a dudas que se está hablando de tres personas concretas? Veámoslo más detenidamente: toda persona, humana o celestial, tiene un nombre propio, que la identifica y diferencia de todas las demás. El Dios Todopoderoso tiene su propio nombre, Jehová, con el que él mismo se dio a conocer a las personas que lo buscaban con amor, (Exodo 6:3, 34:6) y que manifiesta sus cualidades más eseciales; la palabra Jehová significa El Hacedor de todas las cosas, el causante u originador de todo lo existente y de lo que haya de existir. El Hijo de Dios, cuando nació como humano aquí en la Tierra, también se le dió un nombre propio, Jesús, que su mismo Padre celestial mandó que se le pusiera, (Lucas 1:31), y toda persona, celestial o terrenal, , se le ha dado un nombre que la identifica entre todas las demás. Sin embargo, el Espíritu Santo, que se considera una persona tan importante y gloriosa como Jehová y Jesucristo, no se le ha dado nombre alguno, ¿no resulta de lo más extraño e ilógico tal hecho? También, a toda persona, incluso a las celestiales, cuando se les quiere representar de alguna manera de forma gráfica, se le da apariencia o figura humana. A Jehová se le ha representado en varias ocasiones con aspecto de hombre mayor, con cabellos blancos, probablemente para indicar sus muchos años de existencia, por lo que también se le denomina “el anciano de dias (Daniel 7:9,13); y a Jesús se le representa igualmente con figura de rey guerrero y gobernante justiciero. Sí, en la Biblia, todo detalle de lo que allí se dice y se hace tiene un significado importante para destacar la verdad de lo que no lo es.
Por eso, resulta de lo más extraño e insólito que al Espíritu Santo, que se le da la misma categoría que a los dos otros miembro de la Trinidad, no se le represente en ningún lugar con figura humana, y la única vez que se le representa de alguna manera, durante el bautismo de Jesús, se le muestra con figura de paloma, (Mateo 3:16), un ave, un ser inferior; ¿no sería esto rebajar la dignidad de tan excelso personaje? La explicación más lógica de este extraño caso sería la de que la expresión Espíritu Santo no se aplica a una persona en concreto, sino a una característica de la personalidad divina. Si nos centramos en el significado de la palabra espíritu, podemos ver que se habla de un ser invisible e inmaterial, pero real y efectivo, que no puede ser percebido por nuestros sentidos físicos, pero sí por la razón, por los efecto que produce en nosotros mismos y en los demás. Todos los humanos tenemos nuestro propio espíritu, que aunque no podemos verlo ni tocarlo, lo sentimos dentro de nosotros, nos da vida, nos hace sentir y pensar, razonar y tomar decisiones; ¿diremos por eso que tenemos a otra persona dentro de nosotros? de ninguna manera, somos una sola y única persona, con parte física y parte espiritual, la primera visible y la otra no. La fuente de todo espíritu es Jehová, y él lo imparte a los demás seres, tanto celestiales como terrenales. En Dios todo es espíritu, no hay parte física, todo en él es puro, santo, sin sombra de impureza o maldad, y lo mismo sucede con Jesucristo y los demás ángeles fieles, pero según la fidelidad y el amor con que sirvan a su Creador, alcanzan mayor o menor categoría. El espíritu de los humanos, por cuanto somos imperfectos y pecadores, no puede ser santo ni puro, pero si buscamos a nuestro Dios con amor, como él se merece, si le abrimos nuestro corazón y nuestra mente, para que él nos guíe e instruya en sus justas leyes y sabios principios, si nos esforzamos por seguir fielmente todos sus consejos y mandatos, él nos imparte su santo espíritu para que purifiquemos el nuestro, y rechacemos deseos y actos pecaminosos, contando con su ayuda y aprobación mientras que permanezcamos en este derrotero.
Entonces, si el espíritu santo no es una persona, ¿qué es o qué representa? Bueno, ya se ha dicho en parte, es el mismo espíritu de Dios en acción, que al habernos hecho receptivo a la palabra divina, también ha penetrado en nosotros, los creyentes, y ya forma parte de nuestro propio espíritu. Cuando Jesús manda a sus discípulos a que prediquen las Buenas Nuevas del Reino de Dios por toda la tierra habitada, y les dice que hagan discípulos de gente de todas las naciones, “bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del espíritu santo”, (Mateo 28: 19, 20), puede parecer que habla de tres personas para quienes no tienen el suficiente conocimiento del mensaje divino, pero teniendo en cuenta estos y otros muchos detalles que facilita la palabra de Dios, , podemos encontrar el verdadero significado de estas palabras con toda claridad y lógica. Los cristianos sinceros, cuando se deciden a efectuar la entera voluntas de Dios, observando y cumpliendo todos sus mandatos, están actuando en representación de él, o sea, en su nombre; por eso es apropiado decir, “en el nombre dl Padre” y como Dios ha nombrado a Jesús como su representante en la tierra, para redimir y enseñar a los humanos el camino a la salvación mediante sus enseñanzas, por eso debemos decir también “en el nombre del Hijo”. Finalmente, al haber recibido el espíritu santo procedente tanto del Padre como del Hijo a través de sus enseñanzas, ahora actúa en nosotros y en nuestros sentimientos, impulsándonos a realizar esta comisión divina por nuestra propia voluntad, porque deseamos hacerla para mostrar nuestra gratitud a nuestro Dios, Jehová , y a nuestro redentor Jesucristo, por lo mucho bueno que han hacho por nosotros, y continúan haciendo.
Por lo tanto, todo cristiano sincero que busca a Dios para hacer su voluntad, debe examinar cuidadosamente Las Escrituras si quiere tener claro lo que Jehová y Jesucristo desea y esperan de todos los que de verdad los aman y quieren servirles para obtener su aprobación y la vida eterna.
el amor y la fidelidad con que sirvan a su Creador, alcanzan mayor o menor categoría. El espíritu de los humanos, por cuanto somos imperfectos y pecadores, no puede ser santo ni puro, pero si buscamos a nuestro Creador con amor, como él se merece, si abrimos nuestro corazón y nuestra mente para que nos instruya y nos guie en sus justos principios y leyes sabias, si nos esforzamos por seguir sus mandatos y consejos amorosos, él nos imparte su santo espíritu para que purifiquemos el nuestro y rechacemos deseos y actos pecaminosos, contando con su ayuda y aprobación mientras permanezcamos en este derrotero.
Entonces, si el Espíritu Santo no es una persona, ¿qué es o qué representa? Bueno, ya se ha dicho en parte, es el mismo espíritu de Dios en acción, que al habernos hecho receptivos a la palabra divina, también ha penetrado en nosotros, los creyentes, y que ya forma parte de nuestro propio espíritu. Cuando Jesús manda a sus discípulos a que prediquen las buenas nuevas del Reino de Dios por toda la Tierra habitada, y les dice que hagan discípulos de gente de todas las naciones “bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo (Mateo 28:19,20), puede parecer que habla de tres personas para quienes no tienen suficiente conocimiento del mensaje divino, pero teniendo en cuenta estos detalles, y otros muchos que facilita la palabra de Dios, podemos ver claro otra explicación mucho más sencilla y lógica: Los cristianos sinceros, cuando se deciden a hacer la entera voluntad de Dios, observando y aplicando todos sus mandatos, están actuando en representación de El, o sea, en su nombre; por eso es apropiado decir “en el nombre del Padre”. Y como Dios ha nombrado a Jesús como su representante en la Tierra, para redimir y enseñar a los humanos el camino hacia la vida eterna, también actuamos en el nombre de él, y por ello debemos decir “en el nombre del Hijo”; finalmente, al haber recibido el espíritu santo procedente, tanto del Padre como del Hijo, ha través de sus enseñanzas, ahora este espíritu actúa en nosotros como parte del nuestro, y por eso podemos decir que actuamos en el nombre de este espíritu que nos ha santificado. Dicho de otra forma, Ahora, no solo actuamos, o hacemos estas cosas, porque Dios y cristo nos lo mandan, y queremos obedecerles, sino que también, porque este santo espíritu lo hemos adoptado y hecho nuestro, actúa en nosotros y en nuestros sentimientos impulsándonos a realizar estas cosas por nuestra propia voluntad, porque queremos hacerlas, pues hemos entendido que es lo mejor que podemos hacer en nuestra vida y para nuestro bien eterno, y para agradecer todo cuanto nuestro Padre celestial, y su Hijo amado, han hecho por nosotros.
Por lo tanto, todo cristiano sincero que busca a Dios para hecer Su voluntad y dejarse guiar por él, debe buscar y examinar detenidamente Las Sagradas Escrituras, para saber y tener claro lo que Jehová y Jesucristo nos enseñan en ellas y esperan que hagamos nosotros para poder merecer y alcanzar la vida eterna.