La ruina de la Iglesia

7 Septiembre 2010
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En este epígrafe para que no nos pensemos que todo esta bien,pondremos unas cartas o conferencias de nuestro hermano en Cristo J.N.Darby. En ella veremos que la Iglesia siempre ha sufrido violencia y los intentos con bastante exito de satanás de desastibilzarla y apartarla de su Cabeza natural que es Cristo.Conseguida esta desvinculación de la cabeza natural que es Cristo y reemplazada por cabezas de hombres elocuentes, con buen desarrolloen sus exposiciones, orden en sus palabras y buen raciocinio , la Iglesia queda absolutamente a la deriva ,como vemos desde que desaparecieron los Apóstoles en la gran mayoria de todos los casos.


Capítulo 1

¿Qué significa la Iglesia?
J. N. Darby
El peligro más serio que hay en todos estos razonamientos, con los cuales se pretende desacreditar las nociones que han sido expuestas acerca de la ruina de la Iglesia, es que, con ellos, se niegan las relaciones y la existencia misma de la Iglesia.

La idea de la Iglesia prácticamente no existe en la mente de la mayoría de aquellos que se oponen al concepto de la ruina de la Iglesia. Otros tienen una idea tal de ella que les hace tomar el fruto del pecado del hombre por lo que es el resultado de la gracia de Dios.

Si se percibiera el hecho de que hay una Iglesia, la esposa de Cristo, un cuerpo santo formado aquí abajo en la tierra por la presencia del Espíritu Santo, los razonamientos mediante los cuales se busca negar la realidad de la ruina de la Iglesia de parte de la mayoría, se tornarían en algo imposible, y ni siquiera se intentaría negar la ruina en medio de la cual nos encontramos.

Voy a explicar lo que entiendo por la Iglesia. La Iglesia es un cuerpo que subsiste en unidad aquí abajo, formada por el poder de Dios a través de la reunión de sus hijos en unión con Cristo, que es su Cabeza; un cuerpo que deriva su existencia y su unidad de la obra y la presencia del Espíritu Santo que descendió del cielo como consecuencia de la ascensión de Jesús, el Hijo de Dios, y del hecho de que se sentó a la diestra del Padre tras haber cumplido la redención.

Esta Iglesia —unida por el Espíritu, como el cuerpo a la Cabeza, a este Jesús sentado a la diestra del Padre—, será sin duda manifestada en su totalidad cuando Cristo sea manifestado en Su gloria; pero, mientras tanto, a medida que va siendo formada por la presencia del Espíritu Santo que descendió del cielo, la Palabra de Dios la contempla como subsistiendo en su unidad sobre la tierra. Ella es la morada de Dios por el Espíritu, esencialmente celestial en sus relaciones, pero de carácter peregrino en la tierra en cuanto a la escena en la cual se halla actualmente, y en la cual debe manifestar la naturaleza de la gloria de Cristo, como Su carta de recomendación al mundo, pues ella lo representa a Él y está aquí abajo en reemplazo de Él. Ella es la esposa del Cordero, tanto en sus privilegios como en su llamamiento. Es presentada como una virgen pura a Cristo para el día de las bodas del Cordero. Evidentemente, este último pensamiento tendrá su cumplimiento en la resurrección; pero, lo que caracteriza a la Iglesia —como habiéndosele dado vida conforme al poder que levantó a Cristo de entre los muertos y le hizo sentar a la diestra de Dios—, es la realización y manifestación de la gloria de su Cabeza por el poder del Espíritu Santo, antes que Jesús, su Cabeza, sea revelado en Persona.

Aquellos que componen la Iglesia, tienen, además, otras relaciones. Ellos son hijos de Abraham. Son la casa de Dios sobre la cual Cristo es cabeza como Hijo. Pero estos últimos caracteres no quitan mérito a lo que hemos estado diciendo; y menos aún lo anulan.

Al principio, la verdad de la Iglesia, poderosamente expuesta por el apóstol Pablo, era como el centro del movimiento espiritual; y aquellos que no eran perfectos, estaban sin embargo ligados a este centro, aunque a una mayor distancia. La Iglesia es, más bien, el círculo más cercano al único centro verdadero: Cristo mismo. Ella era su Cuerpo, su esposa. Esta verdad —perdida en el tiempo presente para la generalidad de los cristianos (lo cual es motivo de vergüenza)—, ha venido a ser un medio de separación, como el tabernáculo de Moisés, levantado fuera del campamento infiel (Éxodo 33); porque, si, conforme al principio de la unidad del Cuerpo enseñado por el apóstol, uno actúa fuera del mundo, la mayoría de los cristianos no están dispuestos a seguir, y, mientras persistan en la mundanalidad, no lo pueden hacer. ¿Cómo, pues, podrán reunirse afuera de aquello a lo que se mantienen aferrados?

Esta falta de fe tiene tristes consecuencias. Las relaciones con Dios se toman —las pertenecientes, por cierto, a aquellas de que se compone la Iglesia, pero inferiores a las de la Iglesia misma—, y esas relaciones se toman para formar con ellas un sistema que es puesto en oposición a la más preciosa de todas las relaciones de la Iglesia con Dios. La gente insiste en que los hijos de Dios son los hijos de Abraham, lo cual es cierto; pero ellos quieren ponerlos en este nivel, con el objeto de negar la posición de la esposa de Cristo. Insistirán en el hecho de que ellos son ramas injertadas en lugar de los judíos, de modo de reducirlos al nivel de las bendiciones y principios del Antiguo Testamento, y esto, a fin de evitar la responsabilidad de la posición en la que Dios nos ha colocado, y, por eso, la necesidad de una confesión de nuestra caída. Ellos admiten, en un sentido general, que somos la casa de Dios, lo cual es cierto; una casa en la cual hay vasos para deshonra: y ellos se valen de esta verdad para justificar un estado de cosas que ha dejado fuera todo aquello que pueda pertenecer a los afectos y al corazón de una esposa. ¡Que los creyentes presten oídos a esto!

De aquí vemos por qué se pospone el retorno de Cristo a épocas relacionadas con el juicio que Él ejecutará contra una casa infiel y contra un mundo rebelde. Y ello explica también la pérdida del deseo de que Él venga, un deseo que es propio de su esposa e inspirado por el Espíritu, el cual mora en ella y la anima.

Las pruebas de la existencia de esta Iglesia están más allá de toda disputa y, aunque ya las he presentado en otra ocasión, es bueno, aunque sólo fuese para una alma, recordar algunas de ellas, a fin de que actúen en la conciencia [1].
 
Re: La ruina de la Iglesia

Capítulo 2

La caída de la Iglesia
J. N. Darby


La Iglesia cayó desde épocas muy tempranas

El estado de la Iglesia cayó con la partida de los apóstoles, e incluso en el tiempo en que éstos todavía vivían. “Todos —dice el apóstol— buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo” (Filipenses 2:21). Juan y Judas testifican que el fracaso ya había empezado en sus días. La Historia de la Iglesia muestra a la Iglesia totalmente caída en doctrina y en práctica inmediatamente después de la desaparición de los apóstoles, tal como siempre sucedió con todo lo que fue encomendado al hombre. Está perfectamente bien hablar de la primitiva iglesia con aquellos que no saben nada de esto. Pero la doctrina y la práctica llegaron a ser tales que no son apropiadas para ser puestas sobre la mesa de una sala para su lectura en común, como tampoco lo que se leía en las iglesias cuarenta o cincuenta años después de la muerte del apóstol Juan. Cien años más tarde, esta corrupción era general.

No existe la menor duda de que la superstición y la ignorancia espiritual gobernaron la mente de los «Padres de la Iglesia». Milner, en su «Historia de la Iglesia» admite que ninguno de ellos sostuvo jamás la fundamental doctrina de la justificación por la fe. Yo iría más lejos todavía, pero con eso es suficiente. Desde tiempos muy tempranos en las iglesias se tuvo la práctica de emborracharse en honor de los santos cuyo memorial había sido reemplazado por el que se rendía al semidiós en ese mismo lugar. En África, Agustín trató de poner fin a esta práctica, y fue casi apedreado por sus esfuerzos. Él excusó a la «iglesia primitiva» diciendo que ellos pensaban que era mejor emborracharse en honor a un santo que en honor a un demonio [2].



 
Re: La ruina de la Iglesia

Hermanos..... hay que tomar el relevo del testimonio y doctrina de aquellos primeros discipulos de Cristo y de los Apóstoles .Sin este testimonio y doctrina el poder y la gloria de la Iglesia en la tierra unida a su cabeza Cristo como vemos hoy día, quedrá sin efecto ninguno.
 
Re: La ruina de la Iglesia

El significado de la ruina de la Iglesia en cuanto a su testimonio
(Selección de citas por J. N. Darby)
En esta sección no estamos considerando a la Iglesia tal como Cristo la edifica (Mateo 16:18) [3], sino tal como los cristianos profesantes la edifican (1.ª Corintios 3:11-18)[4]. Éstos son dos aspectos diferentes. La Escritura contempla a la Iglesia en su carácter celestial [5], pero la Escritura también considera a la Iglesia en su responsabilidad, sujeta a juicio (1.ª Corintios, Apocalipsis 2 y 3, por ejemplo).

Hay muchos que de inmediato objetarían la idea de «la iglesia en la tierra», alegando que no existe aquí abajo una cosa como ésa, sino que sólo existen «iglesias», procurando así evadir la verdad bíblica acerca de la ruina de la Iglesia en la tierra considerada en su responsabilidad, y nuestra parte en ese fracaso y ruina:

«Ellos admiten que había Iglesias, pero afirman que jamás hubo una Iglesia. Entienden que, si alguna vez admitieran esto, también se verían obligados a admitir la verdad respecto de nuestro estado actual; pero, satisfechos consigo mismos, niegan la existencia de una Iglesia de Cristo [de Dios] en la tierra, en vez de confesar su pecado» [6].

Vemos, pues, que esta enseñanza acerca de la ruina de la Iglesia en la tierra, considerada en su responsabilidad, es muy importante; porque requiere saber algo de lo que es la Iglesia, de lo que ella ha llegado a ser y de cuáles son nuestro lugar y nuestra responsabilidad ante Dios en vista de esa ruina. Necesitamos saber qué es lo que ha sido arruinado, qué es lo que no está en ruinas, y cómo poner en práctica el pensamiento de Dios en medio de esta situación de modo de agradarle.

«El corazón y la conciencia tienen que reconocer que la Iglesia debiera ser una, a fin de ser capaces de glorificar al Señor en la tierra; el hombre espiritual reconocerá esto sin tener ninguna necesidad de razonamientos. Pero uno debe dar testimonio de parte de Dios para aquellos que no lo quieren así, y también para que aquellos cuyo único deseo es la gloria de Cristo, puedan ser fortalecidos y capaces de cerrar la boca de los adversarios. No llamo adversarios a aquellos que sostienen opiniones contrarias. Hay muchos hijos de Dios que son ignorantes de la verdad sobre este tema; hay también muchos que se engañan a sí mismos y que, encandilados por la pretensión de aquellos que se oponen a la verdad, terminan desviándose inconscientemente [7]

Algunos objetan la palabra «ruina», pero en vano. El concepto que ese término comunica, es, de hecho, enseñado en la Escritura. Es lo mismo que la palabra «Trinidad», la cual tampoco aparece en la Escritura, pero, sin embargo, el pensamiento que transmite es enseñado en la Palabra. ¿A qué se debe esta objeción?

«Estas objeciones, tan a menudo repetidas, me parecen pueriles y sólo ponen de manifiesto una conciencia a la que no le gusta enfrentar el tema. La palabra «ruina» es utilizada en un sentido moral, del mismo modo que lo es en un sentido material: y es evidente que en ese sentido moral se aplica a la Iglesia. Si yo digo que un hombre «está en ruinas» o «arruinado», el hombre todavía existe; si digo que su reputación está arruinada, ello no significa que no tenga ninguna reputación, sino que su reputación es mala. Si yo digo que cierta cosa «fue la ruina de ese hombre», está claro que me refiero al efecto moral producido por tal cosa en el sujeto, y no estoy queriendo decir que el hombre ya no exista más… Ahora bien, cuando digo que la Iglesia está arruinada, o cuando hablo de la ruina de la Iglesia, lo que quiero decir, es que la Iglesia no está para nada en su condición normal; es como si dijera, por ejemplo, que la salud de un hombre «está arruinada» [8].

¿Cómo puede alguien negar la tan evidente ruina de la Iglesia en cuanto a su testimonio?

La iglesia universal de los elegidos manifestada en la tierra debía exhibir en el mundo la gloria de Cristo, por el poder del Espíritu Santo, como una ciudad situada en la cima de una montaña. Debía ser la sal de la tierra, y todo eso en su unidad, estando compuesta de todos los creyentes. Eso era lo que existía en el principio. Yo no digo que si algunas de sus partes se separan de ella, como sociedad, la Iglesia deja de existir, como el Sr. Rochat pretende hacerme decir. Lo que digo es que hombres corruptos, “los que desde antes habían sido destinados para esta condenación” (Judas 1:4), han entrado encubiertamente en la Iglesia; que “el misterio de la iniquidad” (2.ª Tesalonicenses 2:7) ya estaba en acción al principio, y que la masa agregada, el cuerpo de la iglesia en la tierra, se halla en un estado de desorganización y corrupción. Afirmo que ella ha dejado de manifestar en la tierra aquello para lo cual Dios la ha llamado. La falta no es de Dios, sino del hombre. No; Dios no es responsable de esto, aunque, por medio de ello, se cumplen Sus consejos. Si hay falta (y en alguna parte debe estar la falta, si el bien que Dios ha hecho se ha echado a perder y ha sido corrompido) hay responsabilidad; alguien tiene que ser culpable. ¿Se podría negar que el agregado de la iglesia en la tierra está corrompido y desorganizado, y que el testimonio que Dios había establecido en la unidad de la iglesia de los creyentes está echado a perder y ha fracasado en el mundo? Si esto se niega, pregunto: ¿Dónde, pues, se halla ese testimonio? ¿Por qué Dios pone fin a la dispensación, si el testimonio que debía haber sido dado a Su gloria subsiste en toda su fuerza? Pero si, en efecto, la corrupción y la desorganización existen en la iglesia, si a duras penas subsiste el testimonio de Dios al mundo, si el nombre de Cristo es blasfemado en medio del mundo a través de los cristianos, es decir, por medio de la iglesia, el hecho de negar la responsabilidad[9] de los hombres, de los cristianos, es, sin lugar a dudas, el más evidente antinomianismo[10]

Dios tiene dos objetos respecto de los cristianos, que precisan estar claros en nuestra mente:

«Dios se ha propuesto dos grandes objetos con respecto al cristiano: uno es salvarlo; el otro, manifestar en él Su propia gloria. Estos dos objetivos serán plenamente alcanzados cuando el cristiano esté en la gloria [11]. Mientras tanto, su salvación es segura, por cuanto Dios es seguro. Pero, por otro lado, esto hace que el deber de aquellos que gozan de esta salvación, es estar en la tierra como testigos vivos de la gloria de Dios por el poder del Espíritu Santo que mora en ellos. Con la Iglesia ocurre lo mismo: ella es salva[12], pero es su deber y su privilegio manifestar aquí abajo la gloria de Aquel que la salvó, y que mora en ella por el Espíritu Santo. La responsabilidad de todos los que son salvos, halla, pues, su lugar, aquí en la tierra. El calvinista extremo sólo ve la salvación cumplida de la Iglesia; y esto es una verdad infinitamente preciosa, cuyo resultado en la gloria celestial no puede fallar nunca. Pero él no ve el establecimiento de la Iglesia aquí abajo (algo hecho por Dios mismo) como la depositaria de la gloria de Dios, y bajo la responsabilidad del hombre. El arminiano, por otra parte, concluye a partir de esta responsabilidad de los cristianos la inseguridad de su salvación, debilitando así los consejos de Dios, la eterna eficacia de la obra de Cristo, y todo el sentido y la fuerza del sello del Espíritu, quien estaría dando testimonio de un error si, después de todo, no fuésemos eternamente salvos por medio de la fe.

Hay una responsabilidad que resulta de la gracia, de la posición en que ésta nos ha colocado. Si Dios me ha adoptado para ser Su hijo, mi deber es andar como hijo, sin cuestionar si siempre seré hijo o no. Dios puede así asegurar el cumplimiento de su gloria en sus elegidos, y también exteriormente por intermedio de ellos; y bien puede dejar la manifestación de Su gloria a la fidelidad de ellos como hijos. Todas estas suposiciones serán llevadas a cabo —la gloria será plenamente manifestada en sus elegidos—, cuando Cristo sea glorificado en ellos. Entonces también ellos le glorificarán, al igual que los ángeles. Pero, mientras tanto, Dios ha confiado Su gloria aquí abajo a la Iglesia, como lo había hecho otrora a los judíos. Los cristianos tienen el deber de ser fieles a lo que Dios les ha encomendado, por el Espíritu que mora en ellos y que actúa con eficacia, siempre que no sea contristado. Esto, pues, concierne a toda la Iglesia, por cuanto el Espíritu Santo mora como ese “un Espíritu” (Efesios 4) en la Iglesia. Y, aunque el mal puede comenzar por la acción de tan sólo un individuo, perteneciente a una iglesia particular, se tata aquí de una cuestión de principios que corrompen toda la masa en general, como por ejemplo, un espíritu judaizante.

Considero importante notar aquí que todas las Epístolas que hablan de la ruina, de falsos principios que dan ocasión para juicio, no hablan de una iglesia, sino de los cristianos en general; del estado de aquello que ha venido a llamarse la Cristiandad.»

Ya desde tan temprano como en 1827, J. N. Darby, entendió «la caída de la Iglesia»[13]. Y en 1828, escribió:

«¿Podemos no creer que la Iglesia, corporativamente, se ha apartado completamente de Él?» [14].

Y de nuevo:

«En cuanto a la ruina de la Iglesia, la noción se me hizo presente tras tomar conciencia de ella, e incluso ahora este tema no es sino una pequeña cosa para mi mente: es una carga que uno lleva…» [15].

«Lo que yo percibí desde el principio, y que fue el punto de partida, es esto: El Espíritu Santo permanece y, por tanto, también el principio esencial de la unidad con Su presencia, porque (para lo que tratamos ahora) dondequiera que “dos o tres estén congregados en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). Cuando esto es realmente lo que se busca, habrá ciertamente bendición por Su presencia. Así lo hemos hallado nosotros, con gran dulzura y gracia, quienes nos hemos reunido aquí en separación»[16].

La restauración de la Iglesia al estado original no es posible[17]. Mientras que los exponentes del «movimiento carismático» y los pentecostales[18] parecen pensar lo contrario, ha habido, y hay, personas que reconocen la ruina y proceden a abusarse de este hecho:

«¿Dicen que está todo en ruinas? Pues bien, ¿toman ellos parte en ello como lo hizo Daniel (Daniel 9), o se imaginan que no van a tener nada que ver con esa ruina, negando así su misma existencia? La ruina es nuestra ruina si estamos identificados con la gloria de Cristo en el mundo. Tenemos el poder para separar lo precioso de lo vil y, si lo hacemos, nuestra fidelidad dará como fruto la bendición; si seguimos nuestro camino en humildad, la Cabeza nunca defraudará a aquellos que confían en Él» [19].

«Puedo agregar que sé que se alega que la iglesia se halla actualmente en una condición de ruina tal que el orden Escriturario conforme a la unidad del Cuerpo de Cristo, no puede ser mantenido. Quienes hacen esta objeción deben, entonces, admitir honestamente que lo que buscan con esto es el orden no Escriturario, o más bien el desorden. Pero en realidad, es absolutamente imposible reunirse en tal caso para partir el pan, excepto que se haga en defensa de la palabra de Dios; pues la Escritura dice: “Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan” (1.ª Corintios 10:17). Dondequiera que partamos el pan, profesamos así que somos un solo cuerpo; la Escritura no conoce otra cosa. Y los tales verán que la Escritura es un lazo demasiado fuerte y perfecto para que el razonamiento del hombre lo pueda quebrantar» [20].

Disponemos de tanta sabiduría como poder moral de Dios para poder hacer frente al estado de ruina en que nos hallamos ahora, como el que había al principio cuando Él estableció su Iglesia. Y en eso debemos apoyarnos [21].



 
Re: La ruina de la Iglesia

Capítulo 3

La pérdida del primer amor

J. N. Darby

En cada una de las asambleas mencionadas en Apocalipsis 2 y 3 vemos el sello particular de la responsabilidad. Veamos, pues, cómo el Señor comienza Su mensaje dirigido a la iglesia de Éfeso. Él considera cada punto sobre el que pueda poner su sello de aprobación de alguna manera, antes de manifestar el lado opuesto del cuadro. “Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia” (Apocalipsis 2:2). ¡Que bendición que Él sepa perfectamente todo acerca de nosotros, incluso “los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12)! “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Apocalipsis 2:4). Ahora bien, notemos aquí otro importante principio. ¿De qué otra cosa podría el Señor ser más celoso, sino de Su amor por la Iglesia, el cual era “más fuerte que la muerte”? Es tan imposible que Él pudiese olvidar Su amor por la Iglesia, como que pueda estar satisfecho sin que ella corresponda su amor por Él. Porque, recordemos, que solamente el amor es capaz de satisfacer al amor. El mismo reproche que Él hace aquí, sólo pone de manifiesto la fuerza de Su amor por la Iglesia, el que no puede hallar descanso hasta no obtener lo mismo de parte de ella. Pues él no puede enfriarse para quedar satisfecho con una débil correspondencia de Su amor, a pesar del hecho de que la iglesia se haya enfriado en sus pensamientos acerca del amor de Cristo hacia ella. Puede haber todavía mucho fruto exterior en “obras, trabajo y paciencia”; pero, sea cual fuere el arduo trabajo y las obras, la fuente que inspira todo ese esfuerzo no está más: “Has dejado tu primer amor”. Ahí está el gran mal. No importa cuán arduamente trabajemos ni las muchas obras que hagamos, si el amor a Cristo no es el motivo de todo nuestro servicio, ello sólo será, como dice el apóstol, “como metal que resuena, o címbalo que retiñe” (1.ª Corintios 13:1), que muere con su propio sonido.

Aquí, pues, en Éfeso, tenemos el primer gran principio del fracaso y, por consecuencia, el gran juicio general que vino sobre toda la iglesia. “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras [obsérvese cómo Cristo los conduce de nuevo hasta el punto de su apartamiento], pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (Apocalipsis 2:5). Él no puede permitir el hecho de que la iglesia permanezca en el mundo, lo cual hace fracasar la manifestación del gran amor con el cual él amó a la iglesia; porque si lo hiciera, no sería “el testigo fiel y verdadero” (Apocalipsis 3:14). Este principio del tierno y fiel reproche, constituye la bendita prueba de que Su amor nunca se enfría, por mucho que el nuestro pueda fallar.

A este respecto, la manera de tratar Dios con las almas individuales, es exactamente la misma que con la iglesia. Él advierte y observa todo apartamiento de él, pero la puerta está siempre abierta para el “arrepentimiento”, y cuando el pecado es juzgado, y visto en la luz en la cual Dios lo ve, entonces no hay nada que impida una inmediata restauración. Tan pronto como la conciencia se inclina bajo el pecado, y lo confiesa, entonces logra colocarse en una posición recta; una rectitud de alma —cuando el mal ha tenido lugar— se manifiesta en la conciencia del mal, y en el poder para confesarlo; por lo tanto, la iglesia de Dios, lo mismo que una alma individual, debe procurar hallarse en este estado de rectitud delante de Dios, a fin de que Él la restaure; Job 33:23-26. No bien el pecado es juzgado en la conciencia, se revelará el infalible amor de Dios para satisfacer las necesidades. Así ocurre en los detalles cotidianos de la vida cristiana. Los juicios pueden tener lugar sobre Su pueblo, pero Su amor disciplinario es visto en todos ellos.

Aprendemos así la razón por la cual el Señor le reprocha a la iglesia el haber abandonado su primer amor. La revelación de Su perfecto e inmutable amor, brilla por la condenación del estado de la iglesia. Y ¿no vemos esto relucir en las relaciones naturales de la vida? Tomemos un esposo y una esposa. Una esposa puede tener cuidado de su casa y cumplir todos sus deberes sin dejar nada sin hacer que dé a su marido motivo de encontrar alguna falta; pero si el amor por él ha disminuido, ¿le satisfará acaso al marido todo el servicio de su mujer, si su amor por ella fuese el mismo que al principio? No. Pues bien, si a él no le resulta correspondido, tampoco lo será para Cristo, quien debe tener el reflejo de Su amor. Él dice: «No soy ciego frente a tus buenas cualidades, pero yo te quiero a ti.» El amor, que una vez fue la fuente de toda acción, se ha ido, y, por consecuencia, el servicio perdió su valor. Si el amor mengua, el resto no sirve de nada. Es cierto que nuestro amor no puede responder dignamente, pero sí lo puede hacer sinceramente, pues, aunque no haya el afecto que corresponda, Cristo al menos busca integridad en cuanto al objeto. Puesto que si los afectos son inestables, el corazón debe de estar dividido. Aquí radicaba el secreto de todo el fracaso de Éfeso. Se ha perdido la integridad de corazón en cuanto al objeto de los afectos; la sencillez del ojo no está más, y se ha dejado de reflejar ese amor que la iglesia tan fuertemente tenía hacia Cristo. Mas si bien Cristo dice: “Pero tengo contra ti”, no deja de señalar todo lo que es bueno. “Has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado” (v. 3). Ahora bien, puede que se diga: «¿Qué más puede querer el Señor?». Él dice que la quiere a ella. Recordemos esto en cuanto a la iglesia. Luego dice: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras” (v. 5). Para mí, éstas son palabras muy solemnes pero que nos tocan muy de cerca, porque nosotros nos hemos alejado mucho más de nuestro primer amor que Éfeso. Sin embargo, el corazón de aquel que es fiel halla cierto refugio en Cristo, pues su alma halla en el mismo reproche una prueba infalible de Su inmutable amor» [22].
 
Re: La ruina de la Iglesia

Capítulo 4

Pruebas bíblicas de la ruina pública de la Iglesia en la tierra
J. N. Darby
Vamos ahora a demostrar, mediante pruebas directas, que esta dispensación, a su fin, estará en un estado de ruina y no de restitución. El Señor nos dice que, como en los días de Noé, y de Lot, así será “cuando el Hijo del Hombre se manifieste” (Lucas 17:30). Sin embargo, hubo entonces personas fieles, a quienes Dios supo cómo preservar. Pues bien, ¿no es un hecho evidente que el mundo, en el tiempo de Noé y de Lot, se hallaba en un estado caído y arruinado? Y en ese mismo estado estará cuando el Hijo del Hombre se manifieste. El estado de cosas prevaleciente entonces, era un estado de ruina, aunque había personas fieles. La podemos llamar economía, dispensación o como se quiera; la fuerza de la verdad aquí es evidente.

En cuanto a 2.ª Timoteo 3, no lo he citado con la idea de que pudiese mostrar por sí solo la existencia de una apostasía; sino para mostrar que la Palabra de Dios siempre nos presenta el cuadro de la ruina del estado de cosas establecido por Dios —una ruina que la presencia de unos pocos fieles no puede prevenir—, una ruina que terminará con la completa apostasía y la manifestación del anticristo, y que culminará con su destrucción. Vendrán tiempos peligrosos; esto es todo lo que el hermano que nos escribe ve; pero ¿en qué consiste la dificultad de esos tiempos? En esto: en que los hombres, cristianos por profesión, se hallan nuevamente en el estado reprobado de los gentiles, descrito en Romanos 1. Y se agrega que malos hombres y engañadores irán de mal en peor. Se dice que los hombres estarán en este estado.
¿No es ése un estado de ruina, una condición caída, cuando la descripción de la cristiandad es que los hombres serán tal como los gentiles, a quienes Dios había entregado a una mente desprovista de juicio? Compárense Romanos 1 y 2 con 2.ª Timoteo 3. En el original griego, el parecido entre ambos es todavía más sorprendente. Por lo tanto, no sólo se habla de tiempos difíciles, sino que también se muestra el carácter particular de esos tiempos. Podemos agregar que cuando los tiempos son tan difíciles que requieren advertencias extraordinarias, es evidente que debe tratarse de un estado particular —un estado que caracteriza a la dispensación, y más o menos en contraste con el de los primeros tiempos—.

Por eso lo que leemos en 2.ª Tesalonicenses 2 —la gran apostasía— aún no se ha consumado. Pero en cuanto a la aplicación de este pasaje al destino general de la economía, afirmo que nos enseña acerca del misterio de la iniquidad que había comenzado obrando desde el tiempo del apóstol, que debía continuar, y que debía ser quitado aquello que lo refrenaba, a fin de que el inicuo fuese revelado, a quien el Señor destruiría mediante la aparición de Su venida; y que, previo a esto, debía tener lugar la apostasía.

¿No es ésa la ruina de la dispensación, la manifestación de una apostasía, cuyos principios ya estaban en acción en los tiempos del apóstol, y que sólo aguardaban hasta que aquello que refrenaba fuese quitado de en medio para terminar manifestándose en el inicuo? El autor [a quien JND contesta] dice que esto no demuestra que la dispensación esté cerrada. Yo no creo que haya culminado, y no he dicho tal cosa; pero revela la ruina de la dispensación: una ruina cuyo instrumento estaba ya en acción, y que termina en apostasía y juicio. Eso es lo que he dicho.

En la Palabra de Dios vemos dos grandes misterios que se desarrollan durante la presente dispensación: el misterio de Cristo, y el misterio de la iniquidad. Los consejos de Dios, comprendidos en el primero, tienen su cumplimiento en el cielo. La unión del Cuerpo de Cristo con Él mismo en la gloria tendrá evidentemente su cumplimiento en lo alto. Pero, por el poder del Espíritu Santo, debe tener lugar en la tierra, durante esta dispensación, la manifestación de la unión del Cuerpo de Cristo. Pero aquí la responsabilidad del hombre interviene para su participación en esta manifestación aquí abajo, aunque al final todo será para la gloria de Dios. Por consiguiente, aunque los consejos de Dios nunca fallen, la dispensación puede encontrarse en un estado de ruina; nuestra caída, por el contrario, habrá de resultar para Su gloria, aunque él juzga rectamente.

En esta esfera de responsabilidad humana, Satanás, tan pronto como el hombre deja de depender absolutamente de Dios, es capaz de irrumpir en la escena. Y esto lo sabemos por la experiencia de cada día.

Es, pues, algo revelado que el misterio de la iniquidad habrá de tener su curso. Aquí no es cuestión de consejos, sino de un mal hecho en el tiempo. La cuestión aquí tiene que ver con el misterio de la iniquidad; la apostasía no es un misterio. No se precisa de una revelación para que nos informe que un hombre que niega a Jesucristo no es cristiano: él mismo lo dice. Pero en este caso, se trata de un mal que ha comenzado obrando en el seno de la cristiandad, en relación con el cristianismo; un misterio del cual el inicuo será la plena revelación, como la gloria de Cristo y de la Iglesia será el pleno cumplimiento del misterio de Jesucristo. Las palabras traducidas en la mayoría de las versiones por “iniquidad” e “inicuo”, son la misma en el original, salvo que una expresa la cosa, mientras que la otra indica la persona. Exactamente significa “ausencia de ley” (anomia), en el primer caso, y “el sin ley” (o anomos), en el segundo. El misterio de la iniquidad comenzó a obrar en los tiempos del apóstol: más tarde el velo sería quitado. La apostasía estaría entonces: y finalmente el inicuo vendría a su fin mediante la aparición de la venida de Cristo. Así se pondrá fin a la dispensación: esto es lo que nos revela este pasaje. Por eso, como lo vemos en otras partes, esto sucederá para introducir la gloria y el reinado de Cristo, de modo que toda la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Dios.

Independientemente de lo que cristianos y teólogos hayan dicho de la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13), me permito decir que ella nos enseña una cosa totalmente diferente de lo que nuestro querido amigo encuentra aquí (pág. 55). Él nos dice que «siempre que el Señor siembre o haga que se siembre la buena semilla, el enemigo también vendrá a sembrar cizaña, y eso continuará así hasta el fin». Esto no es en absoluto lo que declara la Palabra, aunque ello pueda ser cierto en sí mismo.

La Palabra nos da una similitud del reino de los cielos, al cual pertenece esta dispensación, y del cual forma parte. No hay otro sembrador excepto el Hijo del Hombre, y la obra que él ha realizado se ha echado a perder, no en lo que respecta al granero ―por cuanto Él sabrá cómo separar el trigo de la cizaña―, sino en lo que respecta al mundo, en donde tiene lugar la obra de esta dispensación. Vemos también que el mal —el cual logró introducirse en el principio a causa del descuido del hombre— no puede ser remediado por los hombres en su conjunto, y en este mundo. Pues ésta es una dispensación de gracia y no de juicio.

Los consejos en cuanto al trigo no pueden fallar —serán en el granero—. Pero la obra, con respecto a este mundo, se ha echado a perder; por cuanto ha sido encomendada a los hombres, y el descuido de éstos ha dado lugar a la obra del enemigo, para lo cual no puede traerse ningún remedio, todo el tiempo que esta dispensación subsista. No he dicho que esta parábola demostrara que el mal habría de continuar o incrementarse; lo que dije es que el Señor había pronunciado este juicio: a saber, que los siervos no podrían remediar este estado de cosas. ¿No es esto justamente lo que dice la parábola? Nunca se dice en la Palabra que la apostasía ahogaría al trigo o a los fieles. Habrá fieles bajo el Anticristo, como lo hemos visto, aun cuando es cierto que la apostasía existirá entonces. En cuanto a mí, sólo me atrevo a decir que la Palabra ha sido predicha. Contemplo un mal —el cual se ha originado a causa del descuido del hombre— que ha echado a perder la obra del Señor en cuanto a su estado y en su conjunto en el mundo, que sólo el Salvador es capaz de remediar, y que habrá de remediar cuando ponga fin a esta dispensación, a esta edad, mediante la siega (Mateo 13:30).

Ruego a aquellos que desean conocer los pensamientos de Dios, que comparen con mucho cuidado lo que he dicho con los pasajes citados, y que verifiquen si todo es correcto. Nuestro hermano pasa por alto Judas porque lo que he dicho es oscuro. Trataré de hacerlo más claro. Afirmo que la Palabra de Dios nos enseña que el mal que será el objeto del juicio del Señor Jesús en su venida, entró en la Iglesia desde su mismo comienzo; que este mal ha de continuar, y que, a pesar de toda la bondad y la paciencia de Dios, Él lo habrá de traer a juicio. Cito a Judas en apoyo de esta aseveración. Él nos enseña que ciertos hombres ya se habían infiltrado en la Iglesia, quienes estaban marcados de antemano para esta sentencia (Judas 4). Aunque en ese entonces aquellas personas aún no eran tan manifiestas, Judas, por el espíritu de profecía, les asigna estas tres características: el odio natural de un corazón alejado de Dios, como el de Caín; la enseñanza del error por recompensa, como Balaam; y abierta rebelión, como la de Coré. En esta última etapa, perecen. Judas dice que de ellos profetizó Enoc cuando dijo que el Señor vendría con Sus santas miríadas para juzgar a aquellos que han hablado contra Él, etc. Sin embargo, habrá fieles; pero ya entonces, en los mismos días de Judas, el mal, que habrá de terminar en abierta rebelión y que será el objeto del juicio de Cristo en su venida, existía en la Iglesia.

Examinad la Epístola (que no es tan larga), y ved si no habla de un mal que ya se había infiltrado en la iglesia, y si no traería el juicio de personas que aún permanecían encubiertas, pero que, cuando estuvieren más plenamente manifestadas, serían el objeto de este juicio. ¿Qué otra impresión produciría la Epístola si no la de una advertencia a un fiel remanente contra un terrible mal que traería ese juicio; contra un mal que existía entonces en el seno de la Iglesia, el cual podía ser representado mediante el espantoso, aunque justo, cuadro de la condición de Sodoma y Gomorra, así como de los ángeles caídos? ¿No era ése un estado de ruina y de fracaso, que estaba sólo en gestación, es verdad, en aquel tiempo, pero cuyos rasgos y cuyo fin no estaban ocultos para el Espíritu profético en el apóstol? Si hubiese oscuridad en todo esto, al menos hay en esta oscuridad una terrible sombra, una sombra que Dios tuvo a bien poner allí, y que debe urgirnos a no pasarla por alto tan fácilmente, especialmente cuando un asunto tan serio como el destino de la Iglesia está en discusión.

Aquí tengo una importante observación que agregar. Esta epístola de Judas —que trata de una manera muy especial acerca de la ruina, lo mismo que la de Juan, que pone a los fieles en guardia contra los anticristos—, de ninguna manera se dirige a la iglesia, sino a todos los que componen la iglesia en general, a los fieles en su interés común, en su destino común. Lo mismo puede decirse de la segunda epístola de Pedro, que también habla de lo mismo, aunque tiene un carácter que se relaciona más con los cristianos de entre los judíos…

No deseo entrar en detalles sobre el Apocalipsis; pero pregunto: ¿qué es lo que este libro nos presenta en su parte profética, cuando Laodicea —la última de las iglesias mencionadas— ha sido vomitada de la boca del Señor (Apocalipsis 3:16), y cuando Juan es tomado al cielo (Apocalipsis 4:1)? ¿Es acaso el establecimiento de la dispensación en bendición, o se trata más bien de muy positivas profecías de miseria y de juicio? En lo que a mí respecta, encuentro que los reyes de la tierra serán reunidos por espíritus inmundos para hacer guerra contra el Cordero (Apocalipsis 16); que Babilonia la grande, corromperá la tierra entera, hasta que sea juzgada (Apocalipsis 17-18); y que los racimos de la viña de la tierra serán arrojados en el lagar de la ira de Dios, y pisados en el lagar de Su ira (Apocalipsis 14); finalmente, que los reyes de la tierra, perseverando en el mal, darán su poder a la bestia, y que, a través del juicio de Dios sobre ellos, tendrán un solo y el mismo propósito para hacerlo (Apocalipsis 17:12-13).

No hago una interpretación ahora, sino solamente tomo estas cosas en su conjunto. ¿No anuncian ellas, incluyendo la viña de la tierra, un estado de corrupción, de apostasía, de cortamiento finalmente, antes del comienzo de los mil años de bendición que vendrán por la presencia del Señor? No creo que la iglesia haya hecho nada bueno al dejar de lado tales advertencias solemnes; y tanto más cuanto Dios ha determinado asignar una especial bendición a aquellos que prestan oído a ellas. Si el autor del tratado no desea detenerse en esto, que no se sorprenda si alguno llama la atención de los hijos de Dios ante tales porciones de la Palabra. Que me permita recordarle que si este libro fue dirigido a las iglesias existentes entonces, la cuestión, en lo que respecta a lo que se dirigía a ellas, no era de iglesias, sino de ruina, de apostasía y de juicio. Cuando Juan asciende al cielo, es el futuro lo que se presenta. Si hubiere iglesias, que presten atención a estas cosas.

En 1.ª Juan 2:18 tenemos un muy notable ejemplo de la manera en que se presentan los últimos tiempos a la mente del apóstol, al espíritu de profecía que Dios le había dado. Estos tiempos habrían de ser reconocidos por la presencia del mal, del Anticristo y, además de esto, por el hecho de que, aun en los tiempos de los apóstoles, las señales estaban allí. “Vosotros oísteis que el anticristo viene” era un tema del cual debían estar informados incluso los “hijitos” en Cristo (1:12). “Así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo.” Por último, el apóstol dirige la atención de los “hijitos” hacia la venida del Salvador. Uno podría seguramente admitir que la presencia del Anticristo constituye una señal de la ruina, no de los fieles, sino de la dispensación en su conjunto, y de su próximo cortamiento. ¿No es también cierto que este pasaje de Juan confirma el testimonio dado a esta verdad, de que el mal que provocaría el cortamiento se había introducido desde el mismo principio, y que continuaría hasta que Dios ejecutara su juicio, el cual destruiría al Inicuo, y que, en consecuencia, la dispensación no sería restaurada?

Si la paciencia de Dios ha soportado el mal por largo tiempo, ¿implica eso que el juicio será menos cierto para Aquel para quien mil años son como un día, y un día como mil años, o para la fe que se apega a su Palabra solamente?

Tomo ahora Romanos 11. Aquí los argumentos del autor del tratado están más bien en contra del apóstol que en contra de mí. Él dice que, para que el cortamiento de la dispensación tenga lugar, los judíos y los gentiles deben hallarse en ella. ¿Acaso nunca leyó en la Palabra acerca de las iglesias de los gentiles; de un apóstol de los gentiles; de una recepción de los gentiles como cuerpo, cuando los judíos habían sido cortados; de los gentiles sobre quienes el nombre de Dios había de ser invocado? Es cierto que, en lo que respecta al principio fundamental de la Iglesia, no había ni judíos ni gentiles, por cuanto todos eran considerados como resucitados juntamente con Cristo. Pero en cuanto a la dispensación terrenal de la Iglesia, había un apóstol de los gentiles y un apóstol de la circuncisión. Había esta distinción: “Al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16), y de esta dispensación terrenal precisamente estamos hablando [23].

Creo que nuestro hermano hallará que la muerte de Esteban fue la ocasión de un importante cambio a este respecto; de ése estamos hablando. Los judíos fueron entonces culpables, porque habían rechazado no sólo al Hijo del hombre, sino también el testimonio dado por el Espíritu Santo a la gloria de Jesús.

El apóstol habla aquí de las ramas injertadas en el buen árbol de olivo en el lugar de aquellos que habían sido arrancados. Él habla de la dispensación de las promesas de Dios. Esto ya es un importante principio. Habla de los gentiles, como aquellos que tomaron el lugar de los judíos, en lo que hace al gozo de la dispensación de las promesas (véase v. 12,13); por cuanto los judíos fueron arrancados de su árbol de olivo dispensacionalmente. Es evidente que los fieles entre ellos no fueron arrancados de Cristo: lejos de ello, ellos gozaban de la comunión con Él de una manera infinitamente superior a la que poseían antes; pero, como dispensación, las ramas judías habían sido desgajadas. Hay, pues, además de la unión de Cristo con los fieles, privilegios gozados como dispensación, que pueden perderse; pues los judíos, como dispensación, los habían perdido. El apóstol nos dice además que los gentiles habían sido puestos en el lugar de los judíos, en esta posición; no soy yo el que lo digo, sino el apóstol. Él nos dice también que los gentiles, al igual que los judíos, son responsables en esta posición, y que pueden ser cortados, como lo han sido los judíos, aunque el remanente, seguidamente a este cortamiento, gozaba de privilegios aún más elevados, tal como los fieles de la presente dispensación gozarán con el Señor en gloria durante el reinado de mil años, aunque la dispensación en la cual fueron fieles haya llegado a su fin; es decir, aunque Dios haya puesto término a la presente dispensación, en la cual Él ahora se coloca en relación con los hombres aquí abajo.

En diferentes dispensaciones, Dios se pone en relación con los hombres sobre la base de ciertos principios; y juzga a los hombres conforme a esos principios. Si aquellos que se hallan en esta relación exterior, son infieles a los principios de esta dispensación, aun cuando Dios pueda tener una larga paciencia, Él le pone fin a la misma, a la vez que preserva a los fieles para sí mismo. Esto es lo que Él ha hecho respecto a la dispensación judía. Pues bien, este capítulo nos informa que los gentiles han sido injertados en el lugar de los judíos. Observad que, al hacer esta afirmación, yo no discuto acerca de lo que debiera ser, sino que cito la revelación de Dios contenida en este capítulo. El Espíritu Santo habla a los gentiles, los pone bajo su propia responsabilidad y los amenaza con el mismo destino que a Israel.

Examinemos más de cerca este capítulo. En primer lugar, el apóstol distingue entre los consejos de Dios, y el goce de privilegios asociados a la dispensación. En cuanto a los consejos de Dios, los judíos, como nación, iban a gozar promesas, las cuales les habían sido hechas en Abraham, Isaac y Jacob, a pesar de todo lo que pudiese suceder, porque “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29). Ello, además, es lo que sucederá en otra dispensación en el mundo venidero [24]. En la presente dispensación [25], lo que se nos presenta es un solo cuerpo, reunido de entre todas las naciones, para el cielo. Pero en cuanto a la dispensación de Dios, los judíos debían ser cortados, hasta que hubiese entrado la plenitud de los gentiles. Y el hecho de haber puesto a un lado la dispensación, no fue obstáculo para que un remanente fuese perdonado y salvado: esto es lo que el apóstol pone de manifiesto al principio del capítulo[26].
 
Re: La ruina de la Iglesia

Hermanos..... hay que tomar el relevo del testimonio y doctrina de aquellos primeros discipulos de Cristo y de los Apóstoles .Sin este testimonio y doctrina el poder y la gloria de la Iglesia en la tierra unida a su cabeza Cristo como vemos hoy día, quedrá sin efecto ninguno.

Estimado, el poder está en el evangelio; debemos avanzar en su conocimiento verdadero; ya que lo que abunda hoy como evangelio es sólo confusión; y en ella (confusión) no hay poder de Dios.

Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. (Rom 1:16)

Recordemos que las puertas del hades no prevalecen contra la verdadera iglesia, y la verdadera iglesia; es columna y baluarte de la VERDAD. Verdad que no acabamos aún de descubrir.

Saludos, gracia y paz en nuestro Padre y Señor.
 
Re: La ruina de la Iglesia

En mi opinión, creo que era inevitable la corrupción de la iglesia, hay que entender que el mundo esta condenado por adelantado, si Dios no condenara el mundo, no nos amaría.

Ahora eso si, todos debemos pelear contra esa inevitable corrupción, por que igual, Dios nos llama a eso.

Uno de los medios de corrupción que he reflexionado en los últimos días, es que el enemigo hace falsas llamadas, es decir muchos 'pastores' ,por ejemplo , no fueron llamados por Cristo, sino por el maligno disfrazado, así corrompiendo la Iglesia en su liderazgo.

A la larga debemos entender que la Iglesia es la congregación de los apartados, no el lugar para aprender de Dios, esto es muy importante, ya que si estuviésemos conscientes de lo primero iríamos a la Iglesia no primariamente para escuchar una predica, o recibir un consejo, sino para consolarnos los unos a otros en Cristo y prepararse para su venida.

Obviamente los injertos del demonio nunca aceptarían eso, esto esta pasando intensamente en mi país (Ecuador), donde muchas iglesias están cayendo en confusión y obscuridad.

Y básicamente pasa que muchas personas que no son hombres de Dios son engañados por el adversario, para tomar control de la obra de Dios, el maligno espera pacientemente para hacerles revelar su propia naturaleza demoníaca y el templo cae en manos de Satan.
 
Re: La ruina de la Iglesia

Sin rendición al Señor no puede haber una Iglesia eficaz, siempre se andará ajeno a la dirección de la cabeza.
 
Re: La ruina de la Iglesia

Una cosita, eso no significa que la predica no es importante, ya que HAY consolación en la predica hecha por un hombre de Dios, esto lo se, por que estoy asistiendo a una Iglesia donde esta el Espíritu Santo, y su pastor tiene a Cristo en su boca, y lo acepta con la humildad de un hombre de Dios.


Otra cosita, sr. el Pablito, ¿ Como sabe usted que en la "iglesia" a la que dice asistir tambien esta el Espiritu Santo ? Y le hago esta sencilla pregunta porque sabiendo y conociendo su publico y divino don de saber con absoluta certeza quienes son hijos hijos de Dios, y quienes NO lo son, no tengo mas remedio que poner en cuarentena sus percepciones espirituales y, sobre todo, las opiniones que de tal supuesto fenomeno se derivan. Y espero y deseo que NO me tome usted a mal las mas que serias dudas que me despiertan algunas de sus mas cristianas opiniones. Saludos.
 
Re: La ruina de la Iglesia

Sin rendición al Señor no puede haber una Iglesia eficaz, siempre se andará ajeno a la dirección de la cabeza.


¿ Y puede darse el veridico caso de que un supuesto cristiano se jacte publicamente varias veces al dia, todos los dias del año, de haberse "rendido" por completo al Señor y, a la misma vez, nunca se canse de criticar, juzgar y condenar a todo ser humano que, ni tenga, ni comparta, en lo mas minimo, la evidente y publica jactancia religiosa de la que tanto gusta hacer gala ni, evidentemente, las creencias y los "cristianos" ideales que con tanta fuerza le motivan e impulsan a creerse mas santo y espiritual que nadie ?

Y como ya podra suponer, sr. Plataforma, esta sencilla pregunta esta formulada en su honor y por los multiples y piadosos ejemplos que usted nos ha ofrecido para saber y entender los basicos requisitos que se necesitan para, al menos, ser un "cristiano" de la altura moral, etica y espiritual que usted, y algunos mas, han demostrado ser, al menos, de boquilla. Saludos.
 
Re: La ruina de la Iglesia

Sin rendición al Señor no puede haber una Iglesia eficaz, siempre se andará ajeno a la dirección de la cabeza.




Plataforma:

ACASO TE REFIERES A ESTO?? :


"CIRCUSCIDAD VUESTRO CORAZON"

La metáfora es más poderosa todavía en su bárbara realidad, que la circuncisión del pene. La Biblia no habla nunca del CEREBRO. En el Tanakh, cuando se habla de lebah el corazón se debe entender LA MENTE y la imaginación

En el libro de Génesis, cuando Abraham entregó un trozo de su pene y simbólicamente, su autonomía reproductora a Dios. Lo hizo en silencio se SOMETIO así nada mas

Y sumisión es lo que mostraron los Israelitas ante las posteriores demandas de Yahvé Dios en el Sinal y después, casi obligado literalmente a hacer una alianza con él. Pero la mera SUMISION dice Moisés no servirá. Yahvé EXIGE ARDOR. UNA PARTE DE LA MENTE

–El prepucio de vuestro corazón- debe ser extirpada para simbolizar la rendición DE LA AUTONOMIA MENTAL
Y si se retiene el prepucio del corazón?

La consecuencia se nombra en todo el discurso de Moisés pero especialmente al final donde el anuncio de bendiciones y maldiciones complementa y da fusión al AMOR /TEMOR

El texto habla por si solo acerca de La fidelidad al Señor

“Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra de cerviz. Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas....A Jehová tu Dios temerás, a él solo servirás, a él seguirás, y por su nombre jurarás. Él es el objeto de tu alabanza, y él es tu Dios, que ha hecho contigo estas cosas grandes y terribles que tus ojos han visto” (Deuteronomio 10:12-21).



Que quiere decir “circuncidad vuestros corazones” ¿???


Un saludo
Clasicko