La Resurrección que Jesús enseñó, sin la cual nuestra fe como cristianos es en vano

JuandelaCruz

Miembro senior
2 Febrero 2024
266
62
En este mensaje de 1916 Pablo de Tarso completa su anterior mensaje (bajo el título «La resurrección que es común a todos, sean santos o pecadores») con un texto que creo merece varias lecturas y tranquila reflexión. Como preludio, he aquí las palabras de Jesús al respecto, escritas después de este mensaje de Pablo: «… y el tema sobre el que Pablo escribió hoy es muy vital para las creencias del hombre, porque sobre la cuestión de la resurrección está fundada la doctrina de lo que se llama cristianismo, y debo decir que ese fundamento, tal como lo explican las iglesias oficiales y los comentaristas de la Biblia, es un cimiento muy débil y muy vulnerable a los ataques de aquellos que no están satisfechos con la autoridad de la Biblia o las explicaciones de sus enseñanzas tal como existen ahora.»

Como dije al cerrar mi último escrito, hay una resurrección que es vital para la salvación de los hombres, la cual Jesús enseñó, y cuyo conocimiento, tras la muerte de sus seguidores y creyentes de los primeros siglos, se perdió para el mundo y para aquellos que asumieron la tarea de enseñar las doctrinas de la resurrección que él vino a declarar y enseñar.

Debéis saber que la resurrección que es la piedra angular del cristianismo es una resurrección de entre ‘los muertos’, y no una resurrección de la mera existencia de un hombre como un espíritu en el cuerpo físico, ni tampoco una resurrección del alma de sus entornos y las limitaciones que la vida terrestre le impuso.

Entonces, ¿cuál es la resurrección a la que se refirió Jesús cuando dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida»?

Para entender esta resurrección es necesario comprender qué se quiere decir con «la muerte del hombre», es decir, la muerte del hombre real, no la muerte de su cuerpo físico, sino la de esa parte de él en la que existe el aliento de vida, ya esté él en el mundo de lo físico o en el de lo espiritual.

Tal como se os ha explicado en otro lugar, cuando el hombre fue creado su creación fue del cuerpo físico, del cuerpo espiritual y del alma, y además –y esta adición fue la parte más importante de su creación– la potencialidad de llegar a estar tan aunado con el Padre en Su naturaleza y algunos de Sus atributos que él, el hombre, llegaría a estar tan poseído de algo de la Esencia Divina del Padre y de una porción de Su divinidad que ello le haría ser inmortal, de modo que la muerte nunca podría privarle de su existencia; y no sólo eso, sino que sería consciente de su inmortalidad.

Esta potencialidad, así pues, formó parte de su creación y, como hemos explicado en otra ocasión, fue la única parte de su creación que murió o feneció como resultado de su desobediencia; porque resulta muy evidente –por el mero conocimiento que el hombre tiene, o puede tener, mediante la investigación ordinaria con las cualidades de su ser, y por las verdades de la investigación psíquica de los días modernos, así como por la comprensión de los muchos casos relatados en la Biblia de aparición de espíritus de difuntos en la tierra y las manifestaciones de su existencia, y también de los muchos sucesos de apariciones de espíritus relatados en lo que se llama historia secular–, que el alma y el cuerpo espiritual del hombre nunca murieron, y que su cuerpo físico vivió muchos años después del día en que la sentencia, a causa de su desobediencia, anunció que debía 'morir'. Y como ya he dicho, ese cuerpo físico y mortal no es el hombre, sino simplemente la vestidura que cubre al hombre real.

Entonces, siendo esa potencialidad la única parte del hombre creado que murió, y dado que la misión de Jesús era enseñar la resurrección del hombre de entre ‘los muertos’, se sigue necesariamente que la única cosa que se planeaba o pretendía resucitar era esa potencialidad de convertirse en parte de la Divinidad de Dios. Esta es la única resurrección real y verdadera, y sobre esta resurrección debe descansar la fe y la verdad del cristianismo –y por cristianismo entiendo la religión que se basa en las verdaderas enseñanzas de Jesús, el Cristo–.

La Biblia contiene algunas cosas que, si se entendieran adecuadamente, mostrarían al hombre que ninguna resurrección del cuerpo fue pensada o planeada como aquello que Jesús vino a la tierra a declarar y enseñar.

Cuando él dijo: «Yo soy la resurrección y la vida» no dijo ni quiso decir: esperad hasta que yo muera y entonces yo me convertiré en la resurrección; o cuando me veáis ascender al Cielo, entonces seré la resurrección y lo sabréis; sino que sus declaraciones, no sólo en el caso mencionado, sino en todo momento, fueron que él era la resurrección incluso cuando aún vivía. Y estas declaraciones no se referían al hombre Jesús, ni a ninguna disposición que él pudiera hacer de su cuerpo, ya sea físico o espiritual, ni a ninguna supuesta ascensión de su cuerpo físico –que nunca tuvo lugar–, ni tampoco a ninguna ascensión de su cuerpo espiritual –que sí ocurrió–. En cuanto a esos particulares –su cuerpo físico y espiritual– él era, esencialmente, ni más, ni diferente de otros hombres que habían muerto o debían morir.

Sino que el significado de sus palabras y su misión era que, dado que por la desobediencia del hombre se había producido la muerte de la posibilidad de llegar a estar aunado con el Padre y participar de su naturaleza divina, y como esa posibilidad nunca le había sido restaurada al hombre en todos los años intermedios y el hombre había permanecido en esta condición de muerte durante todos esos largos siglos, con tan sólo que el hombre creyera en él como el verdadero Cristo y en sus enseñanzas en cuanto al re-otorgamiento de este gran privilegio de poder volver a aunarse con el Padre y de obtener la inmortalidad, y siguiera sus consejos sobre la manera en que el hombre podía lograr los beneficios de este gran privilegio, entonces el hombre llegaría a ser consciente de que Jesús era la resurrección de entre ‘los muertos’. No Jesús el hombre, no Jesús el maestro, no Jesús el elegido y ungido del Padre, sino Jesús la personificación de las verdades que proclamó en cuanto al re-otorgamiento del gran obsequio. Únicamente en este sentido Jesús fue la resurrección y la vida.

Él mismo había recibido el gran obsequio y realizado su aunamiento, y obtenido la consciencia de su inmortalidad y la posesión de la naturaleza divina, y sabía que había sido elevado de 'la muerte' a la Vida y, por lo tanto, si los hombres creyeran en sus enseñanzas sobre la resurrección, esas enseñanzas –y no el hombre Jesús, ni incluso el hecho de que resucitara– atraerían a todos los hombres hacia él, es decir, hacia y hasta la condición de vida y consciencia que él poseía.

Así que la resurrección que Jesús prometió al hombre fue la resurrección de esa gran potencialidad que había perdido en el momento de la primera desobediencia, y que nunca había sido restaurada hasta la llegada de Jesús.

Ahora bien; que no se malinterprete lo que significa esta resurrección. Como he dicho, después de que los hombres fueron privados de esta potencialidad, quedaron en una condición de muerte, y no les fue posible salir de esa condición. Poseían sólo lo que se llama su amor natural, sin ninguna posibilidad de obtener el Amor Divino, que era necesario para darles alguna porción de la naturaleza divina y una consciencia de inmortalidad. Cuando se les re-otorgó esa gran potencialidad –que para ellos era como si nunca hubiera existido–, entonces los hombres fueron colocados nuevamente en la posición del primer hombre antes de su caída, y ya no estaban realmente muertos, sino que poseían esa potencialidad de convertirse en aquello que había sido abandonado o perdido por los primeros progenitores.

Pero el obsequio de esta potencialidad no fue en sí el otorgamiento al hombre de las cualidades que vienen con la posesión de la naturaleza divina, sino que dicha potencialidad meramente le hizo posible adquirirlas mediante aspiración y esfuerzo. Antes de este re-otorgamiento los hombres no podían, mediante ninguna aspiración o esfuerzo de su parte, obtener las condiciones y cualidades que esa potencialidad hacía posibles, sin importar cuán grande fuera el esfuerzo; y en cuanto a esas cualidades, los hombres estaban simple y absolutamente muertos. Después del re-otorgamiento, la imposibilidad que esta muerte había impuesto fue eliminada, y entonces los hombres recibieron no el pleno fruto de lo que era posible obtener debido a tal re-otorgamiento, sino el privilegio de poder resurgir desde la muerte a la Vida –el privilegio de poder resucitar, desde la muerte, a las glorias de la vida inmortal–.

Y si bien este privilegio se había convertido de nuevo en parte de la posesión del hombre, aún así, si él hubiera permanecido sin consciencia de ese hecho, en efecto habría permanecido en su condición de muerte y nunca habría recibido el beneficio del re-otorgamiento del gran obsequio. Así que, a fin de revelar al hombre la verdad vital, Jesús enseñó y demostró en su propia vida la posesión de aquellas cualidades que llegaron a ser suyas debido a la existencia del obsequio.

Y también enseñó que, aunque los hombres tenían el privilegio mencionado, sin embargo, a menos que buscaran y oraran al Padre con sinceridad por el don de su Amor Divino, la potencialidad que les había sido otorgada no les traería la resurrección de entre ‘los muertos’, y en tal caso continuarían en sus vidas como mortales y como habitantes del mundo de los espíritus como si aún estuvieran bajo la condena de la muerte.

Puedo afirmar aquí que esa potencialidad que se perdió por la desobediencia de los primeros progenitores y que fue re-otorgada por el Padre y revelada por Jesús a la humanidad, fue el privilegio de recibir y poseer el Amor Divino del Padre, el cual, cuando se poseyera, le daría al hombre ciertas cualidades de divinidad e inmortalidad.

Así pues, la resurrección de entre ‘los muertos’1 que el Maestro enseñó, y que es el único fundamento de la fe cristiana, surge del hecho de que Dios volvió a conceder a la humanidad el privilegio de buscar y recibir Su Amor Divino, el cual haría al mortal uno con Él e Inmortal; y esta resurrección descansa sobre el hecho adicional de que, para obtenerla, el hombre debe buscar y encontrar este Amor Divino, y con ello convertirse en hijo de la verdadera resurrección, una resurrección que nunca fue conocida por profetas, videntes, reformadores o maestros de confesiones –no importa cuán excelentes hayan sido sus enseñanzas morales y sus vidas privadas– antes de la venida de Jesús.

Verdaderamente él fue la Resurrección y la Vida, y yo, Pablo, que soy el receptor de esta resurrección y sé de lo que hablo, tengo conocimiento del hecho de que aquellos habitantes del mundo del espíritu que nunca han recibido esta resurrección están todavía en una condición de muerte en lo que atañe a la obtención del Amor Divino del Padre y la consciencia de la inmortalidad, y por eso os declaro que lo que he intentado describir como la resurrección de entre los muertos es la Verdadera Resurrección.

Vuestro hermano en Cristo, Pablo.




1 (N.d.T.) En Lucas 9:60 podemos ver que para Jesús ‘los muertos’ son los espiritualmente muertos.