La peligrosa crisis de Occidente
Giovanni Reale
Filósofo
El fanatismo es una forma de integrismo, es el intento de transformar una realidad religiosa en una realidad sociopolítica. Hace poco un islámico me dijo: "Yo en su casa puedo hacer lo que me dé la gana, porque hay democracia; usted en la mía no, porque hay teocracia". Donde la relación con Dios queda restringida a nivel político, ahí hay fundamentalismo. Dios dijo: «Mi reino no es de este mundo»; pero el fanatismo no es un concepto sólo religioso, sino que se esconde también en ciertas formas extremas de iluminismo y de racionalismo. La cuestión es que es muy difícil un coloquio de Occidente con las otras religiones, si Occidente ya no habla de Dios y si, cuando no lo niega, lo silencia. ¿Sabe lo que decía Heidegger? Decía que, para hablar de lo sagrado, hay que tener experiencia de ello; si no, ni hablar de religión. Efectivamente, sería como para un ciego hablar de la luz, o para un sordo, hablar de la belleza de los sonidos. No puede haber diálogo si una de las partes no conoce o niega aquello de lo que se quiere hablar. Sólo puede dialogar con el islam quien sienta a Dios, en una especie de comunión del lenguaje. Cuando hay violencia, la identidad religiosa se convierte en fanatismo. La encíclica Fides et ratio, inspirada en algunos puntos clave por el cardenal Ratzinger, decía que la Iglesia no tiene una filosofía; la fe es metacultural, no puede ser encerrada o encadenada en ninguna cultura o doctrina política. La conversión no se puede imponer con la violencia. El verdadero vencer es convencer con la palabra; ahí está la diferencia entre fundamentalismo e identidad religiosa.
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