La Pascua cristiana en el siglo IV

15 Diciembre 2000
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Amigos todos:

En los primeros siglos la Pascua era el centro de la vida de todas las comunidades cristianas.

Este sermón de Atanasio une a la fidelidad a las Escrituras un gran sentido de la belleza y de la alegría de ser cristiano.

Era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria

[De los sermones de Anastasio de Antioquía, obispo (Sermón 4,1-2: PG 89,1347-1349)]

Después que Cristo se había mostrado, a través de sus palabras y sus obras, como Dios verdadero y Señor del universo, decía a sus discípulos, a punto ya de subir a Jerusalén: Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los gentiles y a los sumos sacerdotes y a los escribas, para que lo azoten, se burlen de él y lo crucifiquen. Esto que decía estaba de acuerdo con las predicciones de los profetas, que habían anunciado de antemano el final que debía tener en Jerusalén. Las sagradas Escrituras habían profetizado desde el principio muerte de Cristo y todo lo que sufriría antes de su muerte; como también lo que había de suceder con su cuerpo, después de muerto; con ello predecían que este Dios; al que tales cosas acontecieron, era impasible e inmortal; y no podríamos tenerlo por Dios, si, al contemplar la realidad de su encarnación, no descubriésemos en ella el motivo justo y verdadero para profesar nuestra fe en ambos extremos; a saber, en su pasión y en su impasibilidad; como también el motivo por el cual el Verbo de Dios; ir lo demás impasible, quiso sufrir la pasión: porque era el único modo como podía ser salvado el hombre. Cosas, todas éstas, que sólo las conoce él y aquellos a quienes él las revela; él, en efecto, conoce todo lo que atañe al Padre, de la misma manera que el Espíritu sondea la profundidad de los misterios divinos.
El Mesías, pues, tenía que padecer, y su pasión era totalmente necesaria, como él mismo lo afirmó cuando calicó de hombres sin inteligencia y cortos de entendimiento a aquellos discípulos que ignoraban que el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria. Porque él, en verdad, vino para salvar a su pueblo, dejando aquella gloria que tenía junto al Padre antes que el mundo existiese; y esta salvación es aquella perfección que había de obtenerse por medio de la pasión, y que había de ser atribuida guía de nuestra salvación, como nos enseña la carta los Hebreos, cuando dice que él es el guía de nuestra salvación, perfeccionado y consagrado con sufrimientos. Y vemos, en cierto modo, cómo aquella gloria que poseía como Unigénito, y a la que por nosotros había renunciado por un breve tiempo, le es restituida a través de la cruz en la misma carne que había asumido; dice, en efecto, san Juan, en su evangelio, al explicar en qué consiste aquella agua que dijo el Salvador que manaría como un torrente de las entrañas del que crea en él. Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús había sido glorificado; aquí el evangelista identifica gloria con la muerte en cruz. Por eso el Señor, en la oración que dirige al Padre antes de su pasión, le pide que glorifique con aquella gloria que tenía junto a él; antes que el mundo existiese.

Un saludo

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Amigos del Foro:

En esta homilía de un autor desconocido del siglo IV se puede comprobar cómo en la Pascua había bautismos de adultos y de niños, en la misma celebración.

Cristo, autor de la resurrección y de la vida

[De una homilía pascual de un autor antiguo (Sermón 35, 6-9: PL 17 (edición 1879), 696-697)]

San Pablo, para celebrar la dicha de la salvación recuperada, dice: Lo mismo que por Adán entró la muerte en el mundo, de la misma forma, por Cristo la salvación fue establecida en el mundo; y en otro lugar: El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo.
Y añade: Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, o sea, del hombre viejo y de su pecado, seremos también imagen del hombre celestial, esto es, del perdonado, redimido, restaurado; y, en Cristo, alcanzaremos la salvación del hombre renovado, como dice el mismo apóstol: Primero, Cristo, es decir, el autor de la resurrección y de la vida; después los de Cristo, o sea, los que, por haber vivido imitando su santidad, tienen la firme esperanza de la resurrección futura y de poseer, con Cristo, el reino: prometido, como dice el mismo Señor en el evangelio: Quien me siga no perecerá, sino que pasará de la muerte a la vida.
Por ello podemos decir que la pasión del Salvador es la salvación de la vida de los hombres. Para esto quiso el Señor morir por nosotros, para que, creyendo en él, llegáramos a vivir eternamente. Quiso ser, por un tiempo, lo que somos nosotros, para que nosotros, participando de la eternidad prometida, viviéramos con él eternamente.
Ésta es la gracia de estos sagrados misterios, éste el don de la Pascua, éste el contenido de la fiesta anhelada durante todo el año, éste el comienzo de los bienes futuros.
Ante nuestros ojos tenemos a los que acaban de nacer en el agua de la vida de la madre Iglesia: reengendrados en la sencillez de los niños, nos recrean con los balbuceos de su conciencia inocente. Presentes están también los padres y madres cristianos que acompañan a su numerosa prole, renovada por el sacramento de la fe.
Destellan aquí, cual adornos de la profesión de fe que hemos escuchado, las llamas fulgurantes de los cirios de los recién bautizados, quienes, santificados por el sacramento del agua, reciben el alimento espiritual de la eucaristía.
Aquí, cual hermanos de una única familia que se nutre en el seno de una madre común, la santa Iglesia, los neófitos adoran la divinidad y las maravillosas obras del, Dios único en tres personas y, con el profeta, cantan el salmo de la solemnidad pascual: Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Pero, ¿de qué día se trata? Sin duda de aquél que es el origen de la vida, el principio de la luz, el autor de toda claridad, es decir, el mismo Señor Jesucristo; quien afirmó de sí mismo: Yo soy el día: si uno camina de día, no tropieza, es decir, quien sigue en todo a Cristo, caminando siempre tras sus huellas, llegará hasta aquel solio donde brilla la luz eterna; tal como el mismo Cristo, cuando vivía aún en su cuerpo mortal, oró por nosotros al Padre, diciendo: Padre, éste es mi deseo: que los que creyeron en mi estén conmigo donde yo estoy, como tú estás en mi y yo en ti: que también ellos estén en nosotros.

Feliz Pascua de Resurrección

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Estimado o_cambote:

Muchas gracias por transcribir el sermón de Atanasio.
En cuanto al otro, tengo un par de dudas:

1. ¿Quién es su autor?
2. Usted dice que el sermón documenta la práctica del bautismo de niños junto con adultos. Sin embargo, yo veo que dice de los bautizados que son «renovados en la sencillez de los niños», y también que llevan cirios y reciben la eucaristía.

Bendiciones en Cristo,

Jetonius

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Estimado Jetonius:
Ignoro al autor de ese sermón. Lo he tomado de la Liturgia de las Horas correspondiente al miércoles de Pascua en la liturgia católica.
Lo de los niños, me lo ha sugerido el pasaje que sigue al que mencionas:
"Presentes están también los padres y madres cristianos que acompañan a su numerosa prole, renovada por el sacramento de la fe".

Respecto la comunión eucarística de párvulos no sé cómo se hacía entonces. Los Ortodoxos actuales después de bautizar a un bebé, le confiman con el santo crisma y luego le dan una gotita de Sangre consagrada. Actualmente éste es un punto discutido en la praxis sacramental católica. Los "puristas" reclaman la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, confirmación y eucaristía, como se hace en el bautismo de adultos (cada vez más frecuente. Quizá este asunto salga de nuestro tema.
En la lectura del próximo domingo que es de Agustín de Hipona hay otro párrafo que también me sugire la presencia de niños entre lo bautizados:

Segunda semana

Domingo:

La nueva creación en Cristo

[De los sermones de Agustín, obispo (Sermón 8, en la Octava de Pascua, 1, 4: PL 46, 838. 841)]

Me dirijo a vosotros, niños recién nacidos, párvulos en Cristo, nueva prole de la Iglesia, gracia del Padre, fecundidad de la Madre, retoño santo, muchedumbre renovada, de nuestro honor y fruto de nuestro trabajo, mi gozo y corona, todos los que perseveráis firmes en el Señor. Me dirijo a vosotros con las palabras del Apóstol: Vestíos del Señor Jesucristo, y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los malos deseos, para que os revistáis de la vida que se os ha comunicado en el sacramento. Los que habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis vestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús.
En esto consiste la fuerza del sacramento: en que es sacramento de la vida nueva; que empieza ahora con la remisión de todos los pecados pasados y que llegará a su plenitud con la resurrección de los muertos. Por el bautismo fuisteis sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también andéis vosotros en una vida nueva. Pues ahora, mientras vivís en vuestro cuerpo mortal, desterrados lejos del Señor, camináis por la fe; pero tenéis un camino seguro que es Cristo Jesús en cuanto hombre, el cual es al mismo tiempo el término al que tendéis, quien por nosotros ha querido hacerse hombre. Él ha reservado una inmensa dulzura para los que le temen y la manifestará y dará con toda plenitud a los que esperan en él, una vez que hayamos recibido la realidad de lo que ahora poseemos sólo en esperanza.
Hoy se cumplen los ocho días de vuestro renacimiento: y hoy se completa en vosotros el sello de la fe, que entré los antiguos padres se llevaba a cabo en la circuncisión de la carne a los ocho días del nacimiento carnal.
Por eso mismo; el Señor al despojarse con su resurrección de la carne mortal y hacer surgir un cuerpo, no ciertamente distinto, pero sí inmortal, consagró con su resurrección el Domingo, que es el tercer día después de su pasión y el octavo contando a partir del Sábado; y, al mismo tiempo, el primero.
Por esto también vosotros, ya que habéis resucitado con Cristo -aunque todavía no de hecho, pero sí ya con esperanza cierta, porque habéis recibido el sacramento de ello y las arras del Espíritu-, buscad los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

De todas maneras no algo que haya estudiado detenidamente. Desde luego en esos siglos predominaba el bautimo de adultos, pero hay claros indicios de bautismo de niños.

Si tiene datos contrarios los leeré con gusto. La verdad siempre es buena.

Felices Pascuas

o_cambote
 
Gracias, Jetonius, por sus observaciones.
Quizá Agustín de Hipona esté llamando "niños" en sentido espiritual a los neófitos adultos.
De todas maneras, me parece que es común la idea de que probablemente los niños eran bautizados en la Iglesia primitiva, siguiendo la filosofía judía de que incluso los niños más jóvenes pertenecen a la comunidad de la alianza. La "Tradición Apostólica" (me refiero al libro) habla explícitamente de ello. Sin embargo, puesto que los pecados eran considerados como imperdonables (o podían ser perdonados sólo una vez), el bautismo era con frecuencia pospuesto todo lo posible. Sin embargo, entre los siglos IV y VI, debido a que la actitud con respecto a los pecados cometidos después del bautismo fue más tolerante (por el desarrollo de la costumbre de la penitencia) y a que aumentó el miedo a morir sin ser bautizados, el bautismo de los niños se convirtió en una premisa obligatoria.

Cordialmente

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Amigos del Foro:

La catequesis de Cirilo de Jerusalén es una buena fuente para estudiar el proceso de la formación de los nuevos cristianos que recibían el bautismo en la Pascua. La trama de su predicacion es 100% bíblica.

El bautismo, figura de la Pasión de Cristo

[De las Catequesis de Cirilo de Jerusalén (Catequesis 20, Mistagógica 2), 4-6: PG 33,1079-1082)]

Fuisteis conducidos a la santa piscina del divino bautismo, como Cristo desde la cruz fue llevado al sepulcro.
Y se os preguntó a cada uno si creíais en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Después de haber confesado esta fe salvadora, se os sumergió por tres veces en el agua y otras tantas fuisteis sacados de la misma: con ello significasteis, en imagen y símbolo, los tres días de la sepultura de Cristo.
Pues, así como nuestro Salvador pasó en el seno de la tierra tres días y tres noches, de la misma manera vosotros habéis imitado con vuestra primera emersión el primer día que Cristo estuvo en la tierra, y, con vuestra inmersión, la primera noche. Porque, así como de noche no vemos nada y, en cambio, de día lo percibimos todo, del mismo modo en vuestra inmersión, como si fuera de noche, no pudisteis ver nada; en cambio, al emergeros pareció encontraros en pleno día; y en un mismo momento os encontrasteis nuevos y nacidos, y aquella agua salvadora os sirvió a la vez de sepulcro y de madre.
Por eso os cuadra admirablemente lo que dijo Salomón, a propósito de otras cosas: Tiempo de nacer, tiempo de morir; pero a vosotros os pasó esto en orden inverso: tuvisteis un tiempo de morir y un tiempo de nacer, aunque en realidad un mismo instante os dio ambas cosas, y vuestro nacimiento se realizó junto con vuestra muerte.
¡Oh maravilla nueva e inaudita! No hemos muerto ni hemos sido sepultados, ni hemos resucitado después de crucificados en el sentido material de estas expresiones, pero, al imitar estas realidades en imagen hemos obtenido así la salvación verdadera.
Cristo sí que fue realmente crucificado y su cuerpo fue realmente sepultado y realmente resucitó; a nosotros, en cambio, nos ha sido dado, por gracia, que, imitando lo que él padeció con la realidad de estas acciones, alcancemos de verdad la salvación.
¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo fue el que recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies, sufriendo grandes dolores, y a mí, sin experimentar ningún dolor ni ninguna angustia, se me dio la salvación por la comunión de sus dolores.
No piense nadie, pues, que el bautismo fue dado solamente por el perdón de los pecados y para alcanzar la gracia de la adopción, como en el caso del bautismo de Juan, que confería sólo el perdón de los pecados; nuestro bautismo, como bien sabemos, además de limpiarnos del pecado y darnos el don del Espíritu es también tipo y expresión de la pasión de Cristo. Por eso Pablo decía: ¿Es que no sabéis que los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo Jesús fuimos incorporados a su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte.


Cordialmente

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