"LA PARABOLA MODERNA"

21 Marzo 2000
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“Una Parábola Moderna”

Amados hermanos, quiero compartir con cada uno de Ustedes esta parábola, que para mí a sido una gran bendición en el caminar con Jesús.

En esta parábola podemos ver el diario vivir de cada cristiano en el caminar con Jesús.
Aunque parezca un poco larga, una ve que comience a leerla no podrá detenerse.

· (Esta parábola no está calculada para enseñar una religión de “no hacer nada”. La verdad es que el automóvil me representa a mí, que soy una persona. El conductor controla la persona porque el individuo así lo ha decidido. No hace que la persona se mantenga inactiva, sino todo lo contrario, requiere de ella gran actividad (Gálatas 2:20).
· En el bibro Life Sketches, págs. 190-193, aparece la versión antigua de esta parábola.)

Cada * estrella que encuentre en la parábola es indicándole que al final de la parábola encontrara el significado de los personajes.

En este libro analizaremos diversos conceptos que parecieran ser intangibles y difíciles de comprender. La práctica de usar correctamente la voluntad humana, en el marco de una relación constante con Cristo, es una experiencia progresiva. No es de la noche a la mañana como se llega a comprender tanto la teoría como la experiencia. Más bien, todos los días debemos aprender a depender de Dios constantemente y no de nuestros propios recursos, para obtener fortaleza y poder.

Debido a que es muy difícil explicar los grandes principios de la justificación por la fe en términos sencillos sin enredarse uno en un debate acerca de semántica, procuraré en primer lugar describir la experiencia de “permanecer en Cristo” recurriendo a una parábola moderna.
Mi base para adoptar esta táctica, descansa en el propio ejemplo de Jesús. “Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? El respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero el que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no yen, y oyendo no oyen, ni entienden” (Mateo 13:10-13).

En algunas ocasiones, Jesús usó parábolas para esconder una verdad, y en otras, para revelarla. Por cuanto se dirigía a sus oyentes usando imágenes y términos que ellos podían comprender, creo que si nos hablara en persona hoy, lo haría refiriéndose a caminos, carreteras, automóviles, aviones y electricidad computadoras. Por eso, me propongo describir en forma de parábola la vida del cristiano en este mundo, a medida que crece en su relación con Dios.

Me encontraba en el edificio Empire State, subiendo en ascensor hasta el último piso, para admirar desde allí las brillantes luces de la gran metrópoli neoyorquina. En el piso No. 66 se abrió la puerta, y entró un *famoso multimillonario. Me sorprendió verlo, porque pensé que estaba en algún lugar fuera del país. Si bien lo reconocí, no quise que él se diera cuenta, porque podría ponerse nervioso, y temía que decidiera desaparecer. Como estábamos solos en el ascensor, yo miraba en forma alternada a las paredes y a él. Mientras continuábamos subiendo, evidentemente se dio cuenta que yo lo miraba, porque de pronto quebró el silencio para decirme: “¿Sabe usted quién soy?”.
—No estoy seguro, pero usted es muy simpático— respondí. (Quería darle una impresión favorable!).
Llegamos al ultimo piso, y al abrirse la puerta, me aseguré de cederle el paso. Caminamos juntos hasta el borde del mirador, y contemplamos la calle y los edificios. Evidentemente, mi comportamiento lo había impresionado, puesto que se volvió hacia mí y me dijo:
—Tengo una proposición para usted.
—¿De veras? —respondí. Mi esperanza era que tuviese que ver con dinero.
—Sí —declaró—. Tengo un millón de dólares que quiero dárselos a usted.
—¿Usted quiere regalarme un millón de dólares? —A pesar de estarme preguntando dónde estaría la trampa, temía ofenderlo si le preguntaba a él. Además, había estado deseando tener suficiente dinero para comprarme un automóvil deportivo nuevo, y pensé que su oferta cubriría ampliamente el costo. La posibilidad me ponía feliz.
Pero entonces el hombre continuó diciendo:
—Quiero darle el dinero con dos condiciones. La primera es que usted me prometa que gastará toda la cantidad en un *año.
Bien, hubiera preferido gozar del dinero por mas tiempo, pero también razoné que seria mejor tener un millón de dólares para gastar en un año, que no tener nada. De modo que accedí.
—Bueno —replicó—. Ahora, aquí está la segunda condición. Al fin del año, y no importa dónde usted se encuentre, ya sea en el Lejano Oriente o los mares del sur, en Acapulco o el Caribe, usted debe prometer que se encontrará conmigo en la cumbre del Empire State.
—¿Es eso todo? —le pregunté—. ¿Qué sigue?
—Usted se encontrará aquí conmigo en este mismo lugar y de aquí, desde esta altura debe saltar y estrellarse abajo, en la calle.

—¿Cómo dice? —le pregunté, sin dar crédito a mis oídos.
Repitió su condición. “Si usted no salta —y no hay manera de que usted pueda escapar de mí, no puede usar este millón para perderse en alguna parte—, entonces yo mismo lo voy a empujar desde este mismo punto, y usted morirá de todos modos al fin del año”.
No necesité mucha deliberación para decidir enfrentarme con “mi benefactor” y decirle: “¿Sabe una cosa? ¡Usted esta loco!” Di media vuelta y me dirigí al elevador.

Durante el descenso, pensé en la oferta ridícula que había escuchado, y me pregunté si alguna vez habría quien la aceptase. En el piso No. 77, se unió a mí un * hombre vestido de blanco. Pensé que alguna vez lo había visto antes, quizás en fotografías. Sonrió y me saludó, pero yo no me sentía dispuesto para hablar con él, porque ya no confiaba en la gente que uno se encuentra en los ascensores.
Me dio la impresión de que no se preocupaba por mi actitud desconfiada.

—Veo que ha estado admirando las luces de Nueva York —dijo.
—Si —repliqué con cierta cautela—; sé ven muy bonitas.

Entonces mi compañero comenzó a describir una ciudad maravillosa que era aún mejor. Parecía increíble. Era 20% mayor que el Estado de Obregón, y un rió maravilloso corría por en medio de ella. Al escuchar la descripción que hacia de sus árboles frutales, me parecía estar viendo y probando la fruta. Podía imaginar perfectamente la belleza de la escena. Tenía una muralla grande y alta con doce puertas. La muralla era de jaspe, y la ciudad de oro puro, semejante al cristal puro. Los cimientos de la muralla de la ciudad estaban adornados de toda piedra preciosa.
Las doce puertas eran doce perlas, cada puerta era de una sola perla.

—¿Cómo puedo llegar allá? —le pregunté.
—Yo soy el único que conoce el camino —replicó—, pero tendré mucho gusto en llevarlo allá.
—¿Cuán lejos está de aquí?
—Ciento cinco trillones de kilómetros.
¿Ciento cinco trillones de kilómetros? ¿Cómo podría llegar allá aunque pasara la vida entera viajando? En ese mismo momento, el elevador se detuvo en el piso No. 66, y entro otro individuo. Parecía un mago, * con su traje negro, su barba y bigote también negros, y un sombrero que parecía tratar de ocultar algo. A medida que mi amigo del piso 77 continuaba describiendo su ciudad, el recién llegado me observaba con ojos penetrantes, y finalmente interrumpió rudamente nuestra conversación. Cortésmente, mi amigo vestido de blanco le permitió hablar.

—Yo también tengo una ciudad fabulosa —declaró—. ¡Hay que ver las luces que tiene! En la noche, la belleza del lugar es casi increíble. Y los goces y diversiones que allí se pueden obtener, comienzan en cuanto uno llega. No hay que esperar nada.

—Bueno —le pregunté—, ¿Cómo puedo llegar allí?
—Yo le puedo mostrar el camino.
—¿Cuán lejos queda?
—Se puede llegar en cuatro horas.
—¿Cuatro horas?
—Sí.
—¿Y entonces, qué esperamos? ¡Vamos ahora mismo! —exclamé.

Seguimos bajando hasta el nivel de la calle. El hombre de blanco desapareció calle abajo, y el de negro me llevó al aeropuerto donde abordamos un avión cuyo destino era Las Vegas, Nevada.
Llegamos allí por la noche. Todas las luces estaban encendidas, y me divertí más de lo que hubiera sido posible imaginar. Luego dormí hasta las doce del día siguiente. Finalmente, cuando por fin me desperté lo suficiente como para salir a caminar, comencé a recorrer las calles sin rumbo. Para mi sorpresa, vi una agenda de automóviles deportivos que ofrecía un nuevo Jaguar por un dólar de pago inicial y un dólar por semana. Esos términos me parecieron simplemente increíbles.

Durante un mes, recorrí Las Vegas en mi nuevo * automóvil, pasándolo muy bien. Pero lo extraño era que después que se terminaba la diversión, no quedaba nada. Y descubrí, para mi gran sorpresa, que todo lo que hacia para divertirme era agradable mientras duraba, pero que nada duraba mucho. En poco tiempo —de hecho en 30 días—, me sentía aburrido de todo. Quería obtener felicidad, algo más profundo y más durable, y sintiéndome profundamente chasqueado, abandoné la ciudad.
Al llegar a las afueras, miré los letreros indicadores de caminos, y en uno de ellos descubrí el nombre de la misma ciudad que me había descrito mi amigo vestido de blanco del piso No. 77 del edificio Empire State. Por cierto que la distancia marcada eran ciento cinco trillones de kilómetros. Esta vez, sin embargo, no me importaba cuán lejos estuviera. Estaba decidido a llegar allá, no importa cuál fuese el costo. Pisé el acelerador, y me lance por la carretera en dirección contraria a Las Vegas, hacia la ciudad maravillosa. La carretera era muy hermosa, y tenia cuatro sendas, si bien no había división en el centro. Decidí correr tanto como pudiera, para llegar pronto a mi destino.

Pero poco más allá, descubrí algo terrible. Todo *el tránsito se movía en dirección contraria a la mía, en dirección a Las Vegas. Era como manejar en el sentido equivocado por una calle de una vía. Solo de vez en cuando sé veía algún vehículo que parecía ir en mi dirección. De hecho, y debido a todos los autos que corrían en dirección a Las Vegas, no pude llevar a cabo mi plan original de viajar a 140 Km por hora. En vez de hacer eso, me vi obligado a salirme del pavimento y viajar a un lado, ya que algunos de los vehículos pasaban muy desviados hacia mi lado. Y mientras seguía por la orilla sin pavimentar, tuve que continuar disminuyendo la velocidad. . . a 110, 100, 70,50 y por fin 30 Km por hora. Todos sabemos que nadie puede llegar a un destino que se encuentra a 105 trillones de kilómetros de distancia, si sólo se puede viajar a * 30 km. por hora.

Para empeorar las cosas, cierto día en que iba conduciendo al lado del camino, por una curva que quedaba delante apareció un enorme camión diesel, un Peterbilt cargado de troncos. A toda velocidad, se pasó a mi lado de la carretera y sé salió del camino, viniendo derecho hacia mí, e ignorando mis desesperados toques de bocina. Ahora bien, no me gustaba la idea de sufrir una colisión frontal con un camión diesel. De modo que justo antes de chocar, abandoné el terreno parejo en que manejaba, y me lance a la zanja. Se levantó una nube de pedruscos y polvo, luego me detuve, pero los lados de mi automóvil quedaron muy raspados. Por un tiempo permanecí allí, muy desanimado por lo remota que parecía la posibilidad de llegar a esa distante ciudad, pero la descripción de su belleza que había hecho mi amigo persistía en mi mente. “Debo probar otra vez”, me dije; de modo que salí como pude de la zanja y me dirigí nuevamente al camino, esperando que ahora me rendiría más. Pero el tránsito era todavía imposible, y una vez mas tuve que salirme y seguir a 30 km. por hora. Cada pocos días me encontraba con otro de esos camiones diesel. El siguiente llevaba un cargamento de heno, y venia derecho hacia mí. De nuevo fui a parar a la zanja. Así continuó el viaje, una constante pesadilla de caer al foso y salir de él.

Cierto día, mientras me hallaba en la zanja con mi rostro sobre el guía muy desanimado, pensando que hacer, abandonar mi proyecto y olvidarme de la ciudad o seguir adelante. Mientras pensaba que hacer me acorde cuando le pregunte al hombre blanco —¿Cómo puedo llegar allá? Él me respondió. —Yo soy el único que conoce el camino —replicó—, pero tendré mucho gusto en llevarlo allá. Ahora entiendo porque me es difícil seguir. Sin el no puedo llegar. El es el único quien me puede llevar. ¿Pero donde puedo encontrarlo? Me preguntaba. OH Señor, ¿Dónde estas? Te necesito.

De pronto oí un golpe en mi ventana. El sonido me sorprendió porque no había visto ningún transeúnte en el camino. Cuando miré para ver quién era, vi con mucha alegría que se trataba de mi amigo el señor de blanco que había conocido en el piso No. 77. Abrí la puerta y lo saludé cordialmente. El me dijo:
—¿Quiere usted que yo maneje?
No estando seguro de sí conocía o no todos los obstáculos del camino, le pregunté:
—¿Ha pasado usted por este camino antes?
—Si, he viajado por aquí anteriormente.
—Bueno —suspiré—, este viaje me está resultando terrible. Me gustaría mucho que usted manejara.

Cuando me pasé al lado del pasajero, él se sentó y tomó el volante. Al entrar a la supercarretera, una de sus mangas se corrió hacia atrás, y vi bajo ella un brazo fornido y musculoso.
—¿A qué clase de trabajo se ha dedicado usted? —le pregunté.
—He trabajado en una carpintería.

En pocos segundos, nos hallábamos viajando por la carretera a 140 km. por hora. Y mi conductor no manejaba por el costado del pavimento. Sin poder creer lo que veía, permanecí sentado, inmóvil en mi puesto. Los Datsuns, los Volkswagens, los Hondas, los Lincoln Continentales, los Chrysler Imperiales, todo el tránsito parecía hacerme el quite. !140 km. por hora! —me dije—, creo que después de todo vamos a llegar a la ciudad— Lleno de gozo, sentía deseos de abrir la ventanilla y gritar a todo pulmón: ¡Fíjense en mi conductor! Me sentí lleno de un deseo espontáneo de que toda la gente lo conociera.

Cierto día, mientras viajábamos, se asomó delante de nosotros en una curva otro de esos imposibles camiones diesel. No importaba quién fuese al volante; el camión se dirigió derecho a nosotros. Como no me gustaba la idea de chocar de frente a 140 km. por hora con un camión diesel, me lance a sujetar el volante, antes que chocáramos. Mi conductor no se opuso cuando me vio tomar el volante. Sé corrió lo más que pudo hacia la izquierda. Con todas mis fuerzas, di vuelta el volante, las llantas chillaron estrepitosamente, y nos fuimos de cabeza al foso.

Salirse del camino a 140 km. por hora no es recomendable. De hecho, el vehículo casi se dio vuelta, y con los bamboleos los guardafangos se abollaron y rasparon, pero de algún modo evitamos chocar con el camión. Y cuando por fin se disipó la nube de polvo, descubrí que mi compañero todavía estaba en el automóvil, conmigo. Me tocó en el hombro y me dijo:
—¿Le gustaría que yo volviera a manejar?
—¿Cómo vamos a poder manejar esto? —pregunté—. Los guardafangos se han atrancado contra las llantas.
—No se preocupe —replicó—. *Yo sé como arreglarlos.
Para mi gran sorpresa, resultó ser un experto en la reparación de carrocerías. Ahora bien, no tengo idea como pudo aprender esa clase de trabajo en una carpintería.
Pronto terminó las reparaciones, y nuevamente entramos en la carretera, a 140 km. por hora. Mientras él manejaba, pensé: “Es cierto que él me dijo que había pasado antes por este camino. Sin duda se debe haber encontrado con estos camiones en sus otros viajes”. Y comencé a preguntarme qué haría si nos encontrábamos con otro de esos diesels.

Viajamos por varios días. Aprendí que mi conductor nunca me obligaba a que lo dejara conducir. En cualquier momento yo podía encargarme de la tarea. Pero cada mañana, al comenzar el viaje del día, me preguntaba si yo deseaba que él manejara, y mi respuesta siempre era: “Sí, por favor”.
Cierto día otro camión diesel cargado de heno apareció en una curva. “Un momento —me dije—. ¡Mantén la calma! No hagas ninguna cosa estúpida. Ni te atrevas a tocar el volante. El sabe cómo enfrentar los camiones diesel. ¡No vayas a estorbarlo!” Pero no me sentía cómodo sin hacer nada. Quería estar activo por mí mismo. Sin embargo, como me había dicho que ya conocía el camino, pensé: “Dejaré que él se encargue de la situación”.
Cerré mis ojos y volví a abrirlos. Me mordí las uñas. Me ajusté el cinturón de seguridad. Lo que hizo que la situación fuera todavía peor para mí, fue que, a medida que mi conductor se acercaba al camión, aceleró a 200 km. por hora. Para quedar allí, inmóvil, necesité hasta la última gota de fuerza de voluntad, fe, autodisciplina, energía y esfuerzo humano que poseía. Ha escuchado usted alguna vez la expresión: “¿Por qué estás allí parado? ¿Haz algo? Es realmente difícil cambiarla y hacerla decir: “¿Por qué estás allí, haciendo algo? ¡Párate, y quédate quieto!”
De algún modo me las arreglé para dejarlo seguir manejando y justo antes que chocáramos de frente, el camión diesel se fue al foso. ¡Yo no podía creerlo! Al pasar, logré echarle un vistazo al conductor del camión. Era el hombre vestido de negro del piso 66, el que me había llevado a Las Vegas, y tenia a su lado una horqueta. . . sin duda para cargar el heno.

Muy excitado, le agradecí a mi conductor. Ahora tenia aún mayor razón para gritar. ¡Vean a mi conductor! ¡Puede dominar cualquier vehículo que se encuentre en esta carretera!” Hasta me dieron deseos de conseguir un letrero para poner en el carro que dijera: “Si conoces a mi conductor, toca la bocina”.

Continuamos día tras día la jornada. Por un tiempo fue una experiencia maravillosa. Pero luego, y para mi sorpresa, comencé a sentirme aburrido del paisaje, frustrado por no estar manejando. Me impacienté y comencé a cansarme del viaje. Naturalmente, no me gustaba admitir que no era capaz de manejar. Le hacia daño a mi ego. Y quería protestar: “Yo sé manejar. Soy ahora un adulto. He ido a la escuela de conductores”. La experiencia de permitirle a mi conductor que siguiera al volante, sé volvió una cruz. Me sentía cansado del esfuerzo que se necesitaba hacer para permitirle conducir en lugar mío. Además, allá adelante vi un parque de diversiones al lado izquierdo de la ruta. ¡Parecía un lugar fabuloso! Tenia cosas como toboganes del Matterhorn, viajes en bote por la selva y muchas otras atracciones. Si bien yo quería detenerme, estaba seguro de que mi conductor no tomaría ese camino. De modo que le di un golpecito en el hombro, y le dije: “Disculpe. ¿Puedo manejar yo?”

Mi compañero nunca me impidió manejar, nunca me quitó mi derecho de escoger, y nunca expresó ninguna objeción cuando le pedía que me dejara conducir. Se hizo a un lado, y tome el volante. Para mi sorpresa, los Datsuns y los Volkswagens se mantuvieron fuera de mi camino. Disminuí la velocidad, me aparté a la izquierda y tome el camino que llevaba al parque de diversiones.
De pronto me encontré con una curva y al final un auto limosina de color negro con los cristales oscuros estaba atravesado en la carretera impidiendo el paso. Me detuve, no podía ver el conductor. De pronto se abre la puerta del conductor y sale el hombre vestido de negro. Y con una risa malévola me dijo, al fin decidiste venir, te he estado esperando, ven a mi auto que te llevare a ese parque de grandes diversiones y te divertirás como nunca antes. Puso una pantalla enorme sobre su auto y me mostraba toda clase de diversiones que había en el parque.

De pronto me quede solo, mi amigo de blanco salió del auto y se paro a mi derecha, al lado opuesto del hombre vestido de negro. Lo veía preocupado con los brazos extendidos como indicándome que fuera con él.
No sabia que hacer, parecía que la decisión que debía tomar era algo personal. Por un momento paso por mi mente todo el amor que me había dado el hombre de blanco y como el hombre de negro querría destruirme. Pero a pesar de todo esto sentía deseo de ir al parque.
Salí lentamente del auto y vi como el hombre de negro insistía que fuera con él, mientras el hombre de blanco en silencio con su rostro triste preocupado por mí, me extendía sus manos. Estaba confundido, miraba a ambos y sin pensarlo mas, corrí hasta él hombre de blanco y caí a sus pies y le pedí que me ayudara, sentí sus manos sobre mi cabeza y con una voz suave amable me dijo: “¿Quisiera usted que yo siga manejando?” Y yo le respondí: “A decir verdad, se me acababa de ocurrir la misma idea”.
El hombre de negro se fue molesto chillando goma.

En poco rato, habíamos salido de allí y estábamos viajando por la carretera a 140 km. por hora nuevamente. Fue entonces cuando hice la decisión de no volver a tocar el volante. Mi conductor nunca me reprochó por mi estupidez.

Pero a medida que avanzábamos en el viaje, día tras día, de pronto me encontré en el asiento del conductor sin siquiera darme cuenta que había cambiado de lugar con mi conductor. No sé como sucedió. De hecho, en los primeros momentos ni siquiera me di cuenta de que yo estaba manejando, porque los otros automóviles pequeños se apartaban de mi camino. Pero luego vi otro camión que venia rugiendo por una curva adelante de nosotros, y en cuanto lo vi, me pregunté quién iba al volante. Dándome cuenta de que yo estaba manejando, por la mente me cruzó el siguiente pensamiento: “tú viste como él lo hizo ¿por qué no puedes hacer lo mismo? Aumenta la velocidad a 200 km. por hora y lánzate derecho contra el camión. ¡Eso lo hará caer al foso!”
El desafío me entusiasmó, porque después de todo, había recibido excelentes lecciones acerca de como enfrentar los camiones diesel. De modo que me aferré al volante y aceleré a 200 km. por hora. No necesito decirles qué pasó. Habría perdido mi vida en la terrible colisión, pero justo antes del impacto, mi amigo se lanzó delante de mí, y él terminó magullado y sangrante.
Una vez que los escombros habían terminado de caer alrededor de nosotros, me dijo:
—¿Quieres que maneje?
—¿Manejar que? —pregunté.
Pero para mi sorpresa, descubrí nuevamente que no sólo era carpintero y reparador de carrocerías, sino también un experto mecánico. Una vez mas nos pusimos a viajar por la carretera hacia la lejana ciudad, con mi conductor al volante. Al ver las heridas y magulladuras que le cause, me sentí acongojado y le pedí que me perdonara.

Poco a poco, a medida que continuamos viajando juntos, me doy cuenta de que fracaso cada vez que procuro ayudarle a realizar lo que él ya me ha prometido hacer: conducir en mi lugar y llevarme hasta esa ciudad. Mis fracasos siempre se producen, no porque yo no procure con insistencia manejar, sino porque a veces no le permito hacerlo en lugar mío. Siempre que se acerca un diesel, cargado sea con troncos, heno o carbón, si por equivocación o por elección propia yo me encontraba en el asiento del conductor, me arrepiento y le permito que rápidamente se haga cargo del volante. Me he dado cuenta de otra cosa que ha estado sucediendo. He descubierto que los otros vehículos también comienzan a parecer camiones diesel.

La jornada aun no ha terminado, pero el otro día llegamos a una encrucijada. Un camino se apartaba hacia la izquierda y terminaba en un jardín maravilloso, de belleza indescriptible, con flores, campos de golf, verdes prados, fuentes, lagos y arroyos, y frondosas palmeras. A el se llegaba por una ancha carretera de ocho vías. Pero el camino de la derecha sé salía del pavimento y se convertía en un sendero pedregoso. Mas adelante pude ver que subía una montaña, y que el trayecto estaba lleno de baches.
¿Qué camino siguió mi conductor? El de la derecha, que estaba lleno de agujeros. Le di un golpecito en el hombro y be dije:
—¿Vio usted el otro camino?
—Sí.
—¿Esta seguro de que éste es el camino correcto? El de la izquierda se parecía mas a la descripción que usted me hizo de la ciudad lejana.
—Estoy seguro de estar en la ruta correcta. Pero si usted no lo cree, puede manejar.
—No, gracias. Tenga la bondad de seguir guiando.
A medida que continuábamos subiendo y pasábamos curva tras curva, mas y más alto, eché una ojeada a los hermosos jardines que habían quedado atrás, y vi que junto a ellos —y muy cerca— surgían grandes nubes de humo que parecían provenir de camiones Peterbilt, de horquetas y de heno en llamas.
Ahora me siento decidido a dejar que mi conductor siga al volante a medida que continuamos subiendo por el estrecho camino lleno de baches.

Pero ha comenzado a suceder algo que me lleno de entusiasmo. Del otro lado de la montaña resplandece una luz gloriosa. Me siento impaciente por ver de qué se trata. Es un resplandor maravilloso, y a medida que nos acercamos lo puedo distinguir con mayor claridad. Me parece que debe ser un reflejo de esa distante ciudad. Mientras tanto, si bien mi interés en esa ciudad no ha disminuido, estoy disfrutando mucho con la oportunidad de llegar a conocer mejor a mi conductor; a medida que se profundiza nuestra amistad, siento que me inspira cada vez mayor confianza y amor.

Pronto llegaremos al hogar celestial. Solo con Jesús como nuestro conductor llegaremos. Aferrémonos a él como nunca antes lo hemos hecho.

Confiemos en el conductor que nos a guiado hasta aquí, que él nos guiara hasta la ciudad.



A continuación encontrara el significado de los personajes de la parábola.

* Famoso multimillonario = representa las riquezas del mundo, donde muchos las consiguen fácil.

* Año = representa que lo que se gana en forma injusta o fácil se va rápido.

* El hombre vestido de blanco,= representa a Jesús.

* Individuo con su traje negro = Satanás

* El automóvil = representa a la persona, a uno.

* 30 km. por hora = representa que cuando estamos en el primer amor conociendo al Señor y querer seguirlo, las pruebas y problemas del diario vivir nos detienen y causan desanimo.

* El tránsito opuesto y los camiones diesel representan las pruebas del diario vivir.

*Yo sé como arreglarlos. Acuérdese que el auto somos nosotros. Cada ves que caemos, el Señor nos levanta si se lo permitimos para continuar con él.


Que el Señor les bendiga.
Su hermano en Cristo: Manuel