LA PALABRA LIBRE

2 Junio 1999
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LA PALABRA LIBRE


"La Palabra de Dios no está presa" (2 Timoteo 2:9).

Quien después de cinco siglos reflexiona sobre el drástico acontecimiento de la Reforma de la Iglesia siempre se asombra de nuevo de la enorme influencia que tuvo este movimiento sobre la Iglesia y el mundo. ¿Cómo pudo ser y realizarse esto? Sólo hay una respuesta: La Palabra de Dios no está atada, sino que se abre paso a través del mundo.
Es el testimonio de Pablo. Él se encuentra en la cárcel y sabe que su hora de partir con el Señor está cerca. Escribe su última carta a su hijo espiritual Timoteo. Esta carta se le ha llamado recientemente "el testamento para sus colaboradores" (Van Bruggen).
Pablo se encuentra en una situación muy difícil. Incluso entre cadenas recibe noticias decepcionantes acerca de diferentes colaboradores, pero anima a su amigo y a toda la Iglesia de Cristo con este estupendo juego de palabras: el portador de la Palabra de Dios puede ser puesto entre cadenas, pero la Palabra, que él llevó y que cada predicador puede llevar, no se puede encadenar. Ni se ata ni depende del hombre, sigue su propio camino, es libre y hace libre. Tampoco se deja maniatar por cadena alguna. Puede hallar entrada imprevista e inesperada en los corazones y vidas, en las iglesias y comunidades de las que nos habíamos olvidado. ¿Cuál es el misterio de esta Palabra sin cadenas?
Antes que nada es la Palabra de Dios y dar gracias al Dios de la Palabra. Él es Soberano, que no depende de nadie ni de nada. No es palabra de hombre, no conoce limitaciones, ni fronteras. Es una Palabra viva, poderosa, dinámica.
Entonces pensamos en el argumento de la Palabra, Jesucristo, crucificado y resucitado. La Palabra de Dios no está atada, porque el gran argumento de la Palabra no ha podido permanecer atado, ni incluso por la muerte. Además no olvides que el Autor de la Palabra es el Espíritu Santo. Él, que inspiró los escritores de esa Palabra, que puede quebrantar los corazones y borrar las fronteras, hace que la Palabra no esté atada. Él usa la Palabra. Es la espada del Espíritu Santo, inexplicable, incomprensible, invencible. Esa Palabra libre actúa abatiendo a los pecadores, al confesar su culpa y arrepentimiento por sus pecados. Pero esa misma Palabra también actúa consolando, predica a Cristo y por el poder de la Palabra son puestos los ojos en Él. La Palabra obra liberando, desatando las cadenas.

¿Cuál es la función de esta Palabra de modo que el liberado pueda seguir su camino? La Palabra en primer lugar es un medio de comunicación. El Señor quiere hablarnos. Tenemos un Dios que habla. Es Dios quien toma la iniciativa. Hace todo lo posible para estar en contacto con nosotros. Él nos ha dado Su Palabra y esa Palabra, en Su más profunda esencia, no está atada, porque Dios Mismo no está atado y no depende de nada ni de nadie. Así actúa también esta Palabra. Esa Palabra ha ejercido un gran poder y aun lo puede seguir ejerciendo.
Esa Palabra también es el medio para un nacimiento a una nueva vida. Pedro ha hablado en el mismo espíritu que Pablo: "Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre" (1 Pe. 1:23).
Esta Palabra libre y liberadora ha cambiado corazones de piedra en corazones de carne, ha hecho amigos de enemigos, ha cambiado los puños apretados en manos juntadas, sublevados perseguidores en humildes suplicantes: "¿Señor, que quieres que yo haga?"
Y esa Palabra también es alimento. La fe no sólo se hace realidad, sino que también se fortalece por la Palabra. ¡Y cuánto necesitamos de ella!.
En todos los momentos de nuestra vida esa Palabra nos puede hablar o aclararnos el significado de un texto y comprobar que la Palabra de Dios no está atada. Pablo dice a su compañero: el que predica la Palabra puede ser encarcelado, pero esa Palabra no se deja prender. Ese es el misterio de la predicación del Evangelio, del formarse y existir de la Iglesia de Dios. Ese es el poder y el consuelo de cada creyente.
Pero eso pide fe y obediencia. Esa Palabra sin ataduras tiene derecho a ser leída, escuchada y creída. Debe tener un lugar central.
La Iglesia es la Iglesia de la Palabra o no es Iglesia.
La Palabra no está atada, pero el gran peligro de hoy es, que nosotros queremos atar la Palabra - atarla a nuestros esquemas y sistemas-. Podemos situarnos ante y sobre la Palabra y repeler por eso la Palabra. Pero esa Palabra es lo suficientemente poderosa para pasar con el poder absoluto de Dios. Ciertamente tenemos una gran responsabilidad. Nuestro sitio está detrás y bajo la Palabra. Ay de nosotros si ponemos rejas a la Palabra con nuestras propias formas y maneras de hacer iglesia. Entonces sólo pretenderemos que la Palabra diga lo que nosotros queremos que diga.
Como miembros de la familia reformada necesitamos un despertar, un avivamiento, una renovación por el poder de la Palabra de Dios que no está atada ni fragmentada, sino que actúa libremente y hace al hombre libre.

J.H. Velema

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