LA MUERTE DE JESÚS COMO SACRIFICIO
La Biblia habla de la muerte de Jesús como sacrificio. Hoy en día, este concepto nos resulta difícil. Sacrificio equivale para nosotros pérdida de la vida. Conectamos demasiado sacrificio con violencia. O, por el contrario, entendemos sacrificio como renuncia de la propia vida. Nos sacrificamos por los demás sin vivir propiamente. Estamos constantemente en el papel de víctimas y somos incapaces de hacernos cargo de nuestra vida como tal. Oponemos resistencia a que Dios necesite el sacrificio de su Hijo para aplacar su ira. Pero la Biblia nunca ha visto el sacrificio en este sentido. Para la Biblia, sacrificio es “ofrenda”, “regalo”, “don”. Sacrificio no significa aniquilación del don. La verdadera meta del sacrificio es que, con el don, en última instancia me entregue personalmente a Dios para reconocerlo y venerarlo como Dios.
La palabra alemana Opfer (“sacrificio”) procede del latín offerre (“ofrendar”, “llevar algo a”). En el sacrificio me ofrezco yo mismo a Dios, me ofrezco a el para reconocer que en última instancia le pertenezco totalmente. El sacrificio es siempre expresión de amor de una persona, le regalo lo que para mi es valioso. Debido a que he llegado a tomar conciencia del amor de Dios por mi, estoy dispuesto a entregarme a él como expresión de un amor que encuentra su plenitud en la entrega.
Los evangelios nunca llaman “sacrificio” a la muerte de Jesús. Describen la muerte de Jesús sin interpretarla con ningún concepto o imagen. Su narración es ya bastante interpretación. Sólo la carta a los Hebreos y la carta a los Efesios utilizan los términos griegos que significan “sacrificio” (thisia, prosopora). En la carta a los Efesios se dice: “ Haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo, que nos amó y se entregó a sí mismo (Ef 5,2). Jesús se entrego por nosotros toda su vida. Se jugo la vida por nosotros. Muchos exegetas ven enseguida en estas palabras la muerte de Jesús en la cruz. Pero Klaus Berger explica de manera convincente que la carta a los Efesios no está pensando aquí en la muerte de Jesús, sino en su amor, que nos demostró a lo largo de su vida. “sacrificio” expresa la actitud que caracterizó a Jesús a lo largo de su vida. “sacrificio” es sinónimo de “entrega”. Jesús vivió la entrega en su existencia entera. Se entregó a los seres humanos con los que se encontró. Se desprendió de sí, supo no pensar en si mismo y estar totalmente junto a las personas a las que se dedicaba.
La carta a los Hebreos habla de manera clarísima del sacrificio de Jesucristo. No obstante, en este caso también se debe tener siempre presente que la carta a los Hebreos sólo toma la matanza del animal del sacrificio como imagen de la obediente entrega de la vida que Jesús hace en la cruz. Jesús dice sobre su vida, con las palabras del salmo. “Aquí vengo para hacer tu voluntad” (Heb 10,9). La esencia del sacrificio es , por tanto, hacer la voluntad de Dios, liberarse de la voluntad propia y de las propias necesidades, escuchar totalmente al que nos ha creado y nos ha enviado a este mundo.
La carta a los Hebreos describe la redención mediante la muerte de Jesús con categorías culturales. A nosotros nos resultan extrañas. Pero desde hace algunos años también nosotros hemos vuelto a acceder de manera nueva a la eficacia sanadora de los rituales. La carta a los Hebreos describe nuestra purificación. Liberación y redención interiores como ritual del santuario celestial. Los rituales abren y cierran puertas. El ritual del sacrificio que Jesús ha ofrecido a Dios con su vida y su muerte cierra la puerta del pecado, por la que entra lo impuro en nuestra vida, y nos abre la puerta del santuario celestial en el que estamos junto a Dios, limpios y sin tacha, apartados de los pecadores (Heb 7,26). El sacrificio de Jesús no tiene lugar ante todo mediante su muerte, sino mediante su cumplimiento de la voluntad de Dios. En su muerte en la cruz tan sólo se da una intensificación de su obediencia respecto a la voluntad de Dios.
Jesús no muere una muerte sacrificial voluntaria para expiar nuestros pecados. En Israel, el sacrificio expiatorio se quemaba siempre. En la cruz no se quema nada. Jesús no se empuja a sí mismo a la muerte. Los evangelios no presentan a Jesús como alguien “ que en cierto modo deseara su muerte para sacrificarse por la salvación del mundo” Jesús ha anunciado la buena nueva de la cercanía amorosa de Dios. Sólo cuando vio que le esperaba, en efecto, una muerte violenta se decidió finalmente en el huerto de Getsemaní a asumir esa muerte como consumación de su entrega a Dios y como expresión de su amor por los seres humanos.
La esencia del sacrificio no es la matanza, sino la entrega. En este sentido, la vida entera de Jesús es un sacrificio. Jesús se entrega totalmente a su tarea. Se entrega a Dios. Y se entrega por los seres humanos. Esta entrega se consuma en la cruz. Hoy en día, hay muchas personas incapaces de entregarse. Muchos terapeutas de pareja saben de sobra que cada vez son menos las parejas que llegan a entregarse mutuamente. Pero sin entrega no es posible una auténtica relación de amor. Poner nuestros ojos en la entrega de Jesús por nosotros en la cruz requiere abrir nuestra mirada a que también para nosotros la clave de la vida es la entrega.
La muerte de Jesús en la cruz no se equipara simplemente con el sacrificio que el sumo sacerdote ofrece por los pecados del pueblo. Por el contrario, la carta a los Hebreos indica que Jesús es sumo sacerdote en un plano totalmente diferente. Es sacerdote en el orden de Melquesiadec; por tanto, no según el orden de Aarón. No es sacerdote en la tierra, sino en el cielo. Es el sumo sacerdote de los bienes futuros. Lo más importante es que en virtud de su muerte ha entrado en la tienda celestial, en el santuario perfecto, no construido por los seres humanos. Él nos ha precedido en su camino hasta el santuario celestial y, también, nos ha llevado hasta el santo de los santos. Jesús ha entrado en el recinto interior que está detrás del velo como precursor nuestro. Y con su muerte en la cruz nos ha permitido entrar en el santo de los santos que está en nosotros mismos, en el templo interior que no es de este mundo. Nosotros tenemos ya en nuestra alma un áncora que llega a este espacio celestial (Heb 6,19). Para la carta a los Hebreos, por tanto, el sacrificio es solo una imagen de la entrega de Jesús en el cielo. No se trata de aplicar a la muerte de Jesús las nociones sacrificiales judías, como si Jesús hubiera sido sacrificado por nosotros. Por el contrario, con estas imágenes, el autor sumamente culto desde el punto de vista teológico y que además maneja un griego excelente, puede animar a los fatigados cristianos a alzar la vista a Cristo, creador y perfecionador de nuestra fe, y andar llenos de celo su camino por este mundo: “Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que aspiramos a la ciudad futura” (Heb 13,14)
La segunda imagen que la carta a los Hebreos vincula con la muerte de Jesús en la Cruz es la de la Alianza. Jesús es el mediador de una nueva alianza. Intercede por nosotros. Nos ha conectado interiormente con Dios. Jesús es el autor y perfeccionador de la fe. En virtud de su muerte en la cruz se ha sentado a la derecha de Dios y está allí como valedor nuestro. Así podemos seguir llenos de confianza nuestro camino hacia Dios. “Corramos con constancia en la carrera que se abre ante nosotros, fijos los ojos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe, el cual, animado por el gozo que le esperaba, soportó sin acobardarse la cruz y ahora esta sentado a la derecha del trono de Dios” (Heb 12.1). Mirar a Jesús nos da la confianza de que ahora también nuestro camino tendrá buen éxito y llegaremos con Jesús al santuario celestial en el que ya nos ha precedido. Estas ideas de la carta a los Hebreos muestran que el concepto de sacrificio no ocupa en ella un punto central. El autor utiliza la imagen del sacrificio para reforzar con ella afirmaciones totalmente diferentes: que estamos redimidos, que hemos entrado en el santuario celestial y que Cristo intercede por nosotros.
En la disputa ecuménica se discute mucho menos el sacrificio de Jesús en la cruz que el carácter sacrificial de la celebración eucarística. Ciertamente la eucaristía es ante todo un banquete con Jesucristo resucitado. Pero sobre el trasfondo de la carta a los Hebreos tiene perfecto sentido entender la eucaristía como actualización del sacrificio único de Cristo en la cruz. En la eucaristía celebramos la muerte y resurrección de Jesús, su entrega en la cruz, en la que se dejó caer en las manos de Dios para que también nosotros nos ejercitemos en su mentalidad sacrificial, en su actitud de entrega. No ofrecemos ningún sacrificio entendido como un mérito que presentamos a Dios. Por el contrario, celebramos la entrega de Jesús en la cruz para ir creciendo cada vez más hacia esa misma actitud, para que también nosotros estemos dispuestos a decir “sí” a lo que nos suceda y a entregarnos tal y como somos a Dios (con todo incluso con las inclemencias de nuestra vida) Y a reconocerlo como nuestro Señor.
La Biblia habla de la muerte de Jesús como sacrificio. Hoy en día, este concepto nos resulta difícil. Sacrificio equivale para nosotros pérdida de la vida. Conectamos demasiado sacrificio con violencia. O, por el contrario, entendemos sacrificio como renuncia de la propia vida. Nos sacrificamos por los demás sin vivir propiamente. Estamos constantemente en el papel de víctimas y somos incapaces de hacernos cargo de nuestra vida como tal. Oponemos resistencia a que Dios necesite el sacrificio de su Hijo para aplacar su ira. Pero la Biblia nunca ha visto el sacrificio en este sentido. Para la Biblia, sacrificio es “ofrenda”, “regalo”, “don”. Sacrificio no significa aniquilación del don. La verdadera meta del sacrificio es que, con el don, en última instancia me entregue personalmente a Dios para reconocerlo y venerarlo como Dios.
La palabra alemana Opfer (“sacrificio”) procede del latín offerre (“ofrendar”, “llevar algo a”). En el sacrificio me ofrezco yo mismo a Dios, me ofrezco a el para reconocer que en última instancia le pertenezco totalmente. El sacrificio es siempre expresión de amor de una persona, le regalo lo que para mi es valioso. Debido a que he llegado a tomar conciencia del amor de Dios por mi, estoy dispuesto a entregarme a él como expresión de un amor que encuentra su plenitud en la entrega.
Los evangelios nunca llaman “sacrificio” a la muerte de Jesús. Describen la muerte de Jesús sin interpretarla con ningún concepto o imagen. Su narración es ya bastante interpretación. Sólo la carta a los Hebreos y la carta a los Efesios utilizan los términos griegos que significan “sacrificio” (thisia, prosopora). En la carta a los Efesios se dice: “ Haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo, que nos amó y se entregó a sí mismo (Ef 5,2). Jesús se entrego por nosotros toda su vida. Se jugo la vida por nosotros. Muchos exegetas ven enseguida en estas palabras la muerte de Jesús en la cruz. Pero Klaus Berger explica de manera convincente que la carta a los Efesios no está pensando aquí en la muerte de Jesús, sino en su amor, que nos demostró a lo largo de su vida. “sacrificio” expresa la actitud que caracterizó a Jesús a lo largo de su vida. “sacrificio” es sinónimo de “entrega”. Jesús vivió la entrega en su existencia entera. Se entregó a los seres humanos con los que se encontró. Se desprendió de sí, supo no pensar en si mismo y estar totalmente junto a las personas a las que se dedicaba.
La carta a los Hebreos habla de manera clarísima del sacrificio de Jesucristo. No obstante, en este caso también se debe tener siempre presente que la carta a los Hebreos sólo toma la matanza del animal del sacrificio como imagen de la obediente entrega de la vida que Jesús hace en la cruz. Jesús dice sobre su vida, con las palabras del salmo. “Aquí vengo para hacer tu voluntad” (Heb 10,9). La esencia del sacrificio es , por tanto, hacer la voluntad de Dios, liberarse de la voluntad propia y de las propias necesidades, escuchar totalmente al que nos ha creado y nos ha enviado a este mundo.
La carta a los Hebreos describe la redención mediante la muerte de Jesús con categorías culturales. A nosotros nos resultan extrañas. Pero desde hace algunos años también nosotros hemos vuelto a acceder de manera nueva a la eficacia sanadora de los rituales. La carta a los Hebreos describe nuestra purificación. Liberación y redención interiores como ritual del santuario celestial. Los rituales abren y cierran puertas. El ritual del sacrificio que Jesús ha ofrecido a Dios con su vida y su muerte cierra la puerta del pecado, por la que entra lo impuro en nuestra vida, y nos abre la puerta del santuario celestial en el que estamos junto a Dios, limpios y sin tacha, apartados de los pecadores (Heb 7,26). El sacrificio de Jesús no tiene lugar ante todo mediante su muerte, sino mediante su cumplimiento de la voluntad de Dios. En su muerte en la cruz tan sólo se da una intensificación de su obediencia respecto a la voluntad de Dios.
Jesús no muere una muerte sacrificial voluntaria para expiar nuestros pecados. En Israel, el sacrificio expiatorio se quemaba siempre. En la cruz no se quema nada. Jesús no se empuja a sí mismo a la muerte. Los evangelios no presentan a Jesús como alguien “ que en cierto modo deseara su muerte para sacrificarse por la salvación del mundo” Jesús ha anunciado la buena nueva de la cercanía amorosa de Dios. Sólo cuando vio que le esperaba, en efecto, una muerte violenta se decidió finalmente en el huerto de Getsemaní a asumir esa muerte como consumación de su entrega a Dios y como expresión de su amor por los seres humanos.
La esencia del sacrificio no es la matanza, sino la entrega. En este sentido, la vida entera de Jesús es un sacrificio. Jesús se entrega totalmente a su tarea. Se entrega a Dios. Y se entrega por los seres humanos. Esta entrega se consuma en la cruz. Hoy en día, hay muchas personas incapaces de entregarse. Muchos terapeutas de pareja saben de sobra que cada vez son menos las parejas que llegan a entregarse mutuamente. Pero sin entrega no es posible una auténtica relación de amor. Poner nuestros ojos en la entrega de Jesús por nosotros en la cruz requiere abrir nuestra mirada a que también para nosotros la clave de la vida es la entrega.
La muerte de Jesús en la cruz no se equipara simplemente con el sacrificio que el sumo sacerdote ofrece por los pecados del pueblo. Por el contrario, la carta a los Hebreos indica que Jesús es sumo sacerdote en un plano totalmente diferente. Es sacerdote en el orden de Melquesiadec; por tanto, no según el orden de Aarón. No es sacerdote en la tierra, sino en el cielo. Es el sumo sacerdote de los bienes futuros. Lo más importante es que en virtud de su muerte ha entrado en la tienda celestial, en el santuario perfecto, no construido por los seres humanos. Él nos ha precedido en su camino hasta el santuario celestial y, también, nos ha llevado hasta el santo de los santos. Jesús ha entrado en el recinto interior que está detrás del velo como precursor nuestro. Y con su muerte en la cruz nos ha permitido entrar en el santo de los santos que está en nosotros mismos, en el templo interior que no es de este mundo. Nosotros tenemos ya en nuestra alma un áncora que llega a este espacio celestial (Heb 6,19). Para la carta a los Hebreos, por tanto, el sacrificio es solo una imagen de la entrega de Jesús en el cielo. No se trata de aplicar a la muerte de Jesús las nociones sacrificiales judías, como si Jesús hubiera sido sacrificado por nosotros. Por el contrario, con estas imágenes, el autor sumamente culto desde el punto de vista teológico y que además maneja un griego excelente, puede animar a los fatigados cristianos a alzar la vista a Cristo, creador y perfecionador de nuestra fe, y andar llenos de celo su camino por este mundo: “Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que aspiramos a la ciudad futura” (Heb 13,14)
La segunda imagen que la carta a los Hebreos vincula con la muerte de Jesús en la Cruz es la de la Alianza. Jesús es el mediador de una nueva alianza. Intercede por nosotros. Nos ha conectado interiormente con Dios. Jesús es el autor y perfeccionador de la fe. En virtud de su muerte en la cruz se ha sentado a la derecha de Dios y está allí como valedor nuestro. Así podemos seguir llenos de confianza nuestro camino hacia Dios. “Corramos con constancia en la carrera que se abre ante nosotros, fijos los ojos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe, el cual, animado por el gozo que le esperaba, soportó sin acobardarse la cruz y ahora esta sentado a la derecha del trono de Dios” (Heb 12.1). Mirar a Jesús nos da la confianza de que ahora también nuestro camino tendrá buen éxito y llegaremos con Jesús al santuario celestial en el que ya nos ha precedido. Estas ideas de la carta a los Hebreos muestran que el concepto de sacrificio no ocupa en ella un punto central. El autor utiliza la imagen del sacrificio para reforzar con ella afirmaciones totalmente diferentes: que estamos redimidos, que hemos entrado en el santuario celestial y que Cristo intercede por nosotros.
En la disputa ecuménica se discute mucho menos el sacrificio de Jesús en la cruz que el carácter sacrificial de la celebración eucarística. Ciertamente la eucaristía es ante todo un banquete con Jesucristo resucitado. Pero sobre el trasfondo de la carta a los Hebreos tiene perfecto sentido entender la eucaristía como actualización del sacrificio único de Cristo en la cruz. En la eucaristía celebramos la muerte y resurrección de Jesús, su entrega en la cruz, en la que se dejó caer en las manos de Dios para que también nosotros nos ejercitemos en su mentalidad sacrificial, en su actitud de entrega. No ofrecemos ningún sacrificio entendido como un mérito que presentamos a Dios. Por el contrario, celebramos la entrega de Jesús en la cruz para ir creciendo cada vez más hacia esa misma actitud, para que también nosotros estemos dispuestos a decir “sí” a lo que nos suceda y a entregarnos tal y como somos a Dios (con todo incluso con las inclemencias de nuestra vida) Y a reconocerlo como nuestro Señor.