La leyenda negra se vuelve gris

30 Noviembre 2001
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Sacado del diario La Razón del pasado domingo 20:

La leyenda negra se vuelve gris

Un libro editado en el vaticano derrumba los tópicos sobre la ferocidad de los 350 años de la Inquisición española

La Inquisición española ajustició, en toda la Edad Moderna, a 59 personas acusadas de brujería. En Alemania, la justicia civil, a 25.000. En Polonia, a 10.000. En Francia, a 4.000. Los ajusticiados por el Santo Oficio en España no llegan a 7.000. ¿Por qué tan mala prensa? La leyenda negra, que empieza a limpiarse

Á. Villarino / A. Fdez-Salido - Roma / Madrid.-
«L´Inquisizione» es un libro editado e impreso en el Vaticano. De hecho, su publicación fue idea del mismísimo Juan Pablo II. El Papa, tras pedir perdón por los «pecados» de la Iglesia durante el Jubileo, pensó que había llegado el momento de arrojar luz sobre los hechos, de intentar aclarar hasta dónde la crónica negra de la Inquisición era una narración histórica y hasta dónde una leyenda. Como en las películas de superhéroes, Juan Pablo II llamó a los mejores historiadores de cada rincón del planeta académico, formando un equipo en el que reunió a los más prestigiosos especialistas sobre cada particular. Hasta el Vaticano llegaron más de sesenta eruditos: anglicanos del norte, catoliquísimos hombres de la provincia italiana, protestantes flamencos, católicos moderados (muchos de ellos españoles y portugueses), agnósticos alemanes, e incluso algún ateo, comunista confeso, de origen francés. Todos se sintieron atraídos por la oferta de navegar por los archivos secretos de la Inquisición romana, que previamente les había abierto el Papa. A cambio debían sintetizar, en una serie de conferencias y simposios, todo lo que la historiografía moderna pudiera dar por cierto a cerca de la Santa Inquisición. De aquella delicada misión, en la que no debieron faltar los encontronazos académicos, ha salido, cinco años después, «L'Inquisizione» que, pese a ser «una pequeña síntesis» de aquel encuentro, se extiende más allá de las 700 páginas. La obra está escrita en cuatro idiomas (español, inglés, francés e italiano), según la lengua materna del encargado de cada capítulo. Una lectura ligerita, vaya.

El tópico exagerado sobre España
El jefe de la misión, el compilador, es un romano, doctor en Historia eclesiástica, profesor en la Universidad pública «La Sapienza» y miembro de una notable congregación religiosa. Se llama Agostino Borromeo y recibe a REPORTER en su casa, un apartamento construido dentro de un palacio renacentista situado en el corazón de la Roma Imperial, y en el que no faltan las estatuas, las terrazas ajardinadas con vistas a los Foros y las fuentecillas. Como es la enésima vez que recibe a un periodista desde que, a principios de semana, fue publicado el libro, Borromeo se empeña en hacer constar una advertencia desde el principio: «No soy un apologeta de la Inquisición y no hay que restarle gravedad a los errores y los crímenes que cometió». Dicho lo dicho, hecha la salvedad, pone en funcionamiento la máquina de derrumbar tópicos.
Parece un chiste, pero si se les pide a un inglés, un alemán, un francés y un italiano que narren cinco capítulos de la Historia de España, es casi matemático que todos coinciden en recordar tres cosas: los fueros, la sanguinaria Inquisición y la crueldad de la conquista de América. Dejando a un lado el último de los argumentos, al que la historiografía contemporánea también está sometiendo a un «lifting» anti-tópico importante, nos paramos en eso de la «sanguinaria Inquisición» y exigimos argumentos al respecto. Valga sólo como ejemplo la respuesta de un estudiante universitario alemán (de Humanidades, por cierto): «La Inquisición en España ajustició a miles de personas hasta prácticamente el siglo XX. Sus tribunales acusaban indiscriminadamente a la gente, sin cargos, de delitos como la herejía y los condenaban a la tortura, la confiscación de bienes o la muerte violenta. Fue una de las más sanguinarias instituciones de la Historia». Frank, que es como se apoda el alemán en cuestión, no hace otra cosa que repetir lo que ha estudiado. Y es que en la mayoría de los libros y manuales de Historia se cuenta lo mismo. Con estas palabras, o con otras muy similares.

Benevolencia con las brujas
Al respecto, los autores del libro «L'Inquisizione» se debaten entre el «¿No! Para nada», el «no es cierto», y el «no, no del todo, al menos explicado de esta manera tan burda». Borromeo, el jefe, resume su opinión en una frase: «La Inquisición española no fue más feroz y despiadada que en otros países». Sí es verdad, sin embargo, que en España la institución sobrevivió mucho más años que en cualquier otro estado, alargando su vida hasta el siglo XIX. Pese a todo, y es importante subrayarlo, durante los últimos años de vida su actividad fue prácticamente nula. Más allá de la longevidad, poco se puede decir de la Inquisición española que resultase escandaloso en el resto de Europa. Más bien al contrario, porque, por ejemplo, en el caso de la «caza de brujas», nuestra Justicia fue una de las más benevolentes del Viejo Continente. Aunque es difícil establecer datos definitivos, el buen estado de conservación de los archivos españoles nos permite estimar que la Inquisición española ajustició a 59 personas acusadas de brujería en toda la Edad Moderna, mientras que 4 murieron en Portugal y 36 en Italia. No hay contradicción con el argumento del inicio. Vean lo que viene ahora, que es lo realmente sorprendente. En el mismo periodo, en el condado de Vaduz (actual Lichtenstein), donde vivían unas 3.000 personas en el año 1600, 300 mujeres murieron en la hoguera acusadas de brujería por tribunales civiles. En los diferentes estados alemanes, los jueces asesinaron a 25.000 brujas, en Polonia a 10.000, en Suiza a 4.100, en Francia a 4.000 y en Inglaterra a 1.500. En lo que hoy sería la República Checa murieron cerca de 1.000, las mismas que en Austria e Italia. La lista sigue. Cerca de 2.000 se abrasaron por el vasto territorio de la hoy civilizadísima Escandinavia y más de 800 en Hungría. Bajando en la lista de crímenes, encontramos a España que, con tan sólo 300 ejecuciones (de las cuales sólo 59 fueron efectuadas por la Inquisición), es la tercera nación donde menos peligroso era ser una bruja, tan sólo superada en tolerancia por Portugal e Irlanda, países también católicos, donde fueron ajusticiadas siete y dos personas, respectivamente.

Brujería, obsesión protestante
Los historiadores nos han dicho desde siempre que no tiene sentido enjuiciar la Historia con el esquema moral contemporáneo y que, hasta el Siglo de las Luces, no empezó a extenderse por Occidente la idea de que matar y torturar a una persona por el bien de una comunidad, una idea, o un reino, no era una actitud del todo legítima. Sin embargo, cabe imaginarse al rey Harald de los daneses, en pleno siglo XI, buscando brujas que quemar para contentar la voracidad y el macabro entusiasmo lúdico de sus súbditos. Tantas mujeres achicharró el tal Harald, que el Papa Gregorio VII tuvo que enviar una misiva pidiéndole que moderase sus métodos y que dejase de asesinar indiscriminadamente. Lo cierto es que en aquel entonces, la Iglesia no perseguía la brujería, sino que intentaba contener los miedos e iras del pueblo. Entre la gente había calado la idea de quitarse de en medio violentamente a todo aquel sospechoso de ser un agente del diablo en la tierra.
Cambiando de contexto y de siglo, tampoco resulta disparatado imaginarse el ambiente festivo de Graz (en la Austria protestante), a mediados del siglo XVII, cuando más de 30 mujeres fueron ajusticiadas durante una oleada de histeria colectiva anti-brujeril.

Apología de la Inquisición
Lo cierto es que, como el anti-judaísmo, el miedo a las brujas fue, y sigue siendo en algunas partes del planeta (véase India o África negra), una creencia popular que algunas instituciones religiosas y civiles instrumentalizaron, mientras que otras la ignoraron. Uno de los autores del libro, Gustav Henningsen, concluye su capítulo sobre brujería dejando entender que la Iglesia católica fue, simplemente, un actor más al respecto.
Agostino Borromeo narra cómo nació la «leyenda negra» española, que es tan sólo un eslabón de la leyenda negra del catolicismo. «Durante la revuelta de Flandes», asegura, «los secesionistas forjaron esta leyenda que, después, tuvo mucho éxito en los países protestantes, siendo utilizada como arma política para desprestigiar el catolicismo». Matiza Borromeo que, en muchos casos, algunos representantes (pocos) de la Iglesia católica respondieron haciendo apología de la Inquisición, arrojando gasolina al fuego y dando argumentos a sus rivales. Así empezó todo y fue extendiéndose posteriormente mediante libros propagandísticos, ensayos falseados y cientos, miles, de novelas.
Uno de los mayores contribuyentes a forjar esta leyenda negra fue el novelista francés Etienne Leon Lamothe-Lagon quien, a principios del XIX, utilizó un montón de datos inventados para sazonar y dar emoción a sus macabros relatos. Luego, algunos intelectuales y cronistas utilizaron las cifras sobre ejecuciones que Leon inventó para escribir «la Historia oficial».
Asegura Borromeo que de los 125.000 procesos abiertos por el Santo Oficio en España menos de un 1 por ciento de los acusados acabó siendo ajusticiado. Aparte de que, atendiendo a esta cifra, pasamos de los «más de tres millones de asesinados» (que refleja la historia oficial) a algo menos de 1.000; se nos plantea una nueva pregunta: ¿Qué pasó con el resto?
Borromeo responde con un ejemplo, que él presupone representativo. Nos habla del Tribunal de la Inquisición de Turín, en el que durante el siglo XIV fueron condenadas 213 personas. De todas ellas, 22 fueron ajusticiadas, 41 obligadas a llevar dos cruces en los vestidos y 150 obligadas a pagar multas, pequeñas confiscaciones o a llevar a cabo algún ayuno, rezo o peregrinación. La absolución, asegura Borromeo, no era tampoco una práctica extraña. «Era, incluso, frecuente», sentencia, para pasar a explicar que «el mismo san Ignacio fue procesado seis veces y absuelto otras tantas».

Delito de simple fornicación
El libro «L'Inquisizione» está también repleto de anécdotas y curiosos ejemplos concretos. Así, con la intención de ilustrar la variedad de condenas que contemplaban los Santos Tribunales y de la labor «preventiva que acompañaba a la labor represiva», el libro habla de cómo se combatía uno de los pecados más frecuentes de toda Castilla. Lo que los inquisidores llamaban «delito de simple fornicación». Se trataba de un pecado de conciencia, que se hacía de carne cuando era puesto en práctica, y que consistía en la creencia, muy extendida entre el campesinado castellano, de que fornicar con prostitutas fuera del matrimonio no era pecado mortal, puesto que no se pervertía ninguna inocencia, sino que se pagaba un servicio (otra cosa era si no se pagaba, que entonces era pecado de hurto). Ante esta creencia tan poco ortodoxa, y tan escandalosa desde el punto de vista de la concepción vaticana, se ordenó que los sacerdotes de las parroquias de «mayor riesgo» (como narran algunos documentos datados en el Toledo medieval) predicasen el modo de convencer a la población de que el sexo extramatrimonial era pecado mortal. Hubiera o no dinero de por medio.
En España, como mucho, siete mil ajusticiados
Uno de los historiadores convocados por el Vaticano para el simposio sobre la Inquisición, que se celebró en Roma hace cinco años y que ahora se ha recogido en un libro, es el español Jaime Contreras. Este catedrático de Historia Moderna y vicerrector adjunto de la Universidad de Alcalá de Henares, es uno de los máximos especialistas mundiales en la Inquisición y la sociedad de la Contrarreforma. Para él, la pésima prensa que en todo el mundo tiene el Santo Oficio en su versión española, se debe a las injusticias históricas creadas por la leyenda negra,
¬Mire, la cifra de los ajusticiados en la hoguera en España ya es un asunto cerrado desde hace años: fueron muchísimas menos personas de las que la gente de la calle cree. La historiografía ya lo ha concluido.
¬¿Y cuáles son esas cifras, y hasta qué punto podemos decir que son fiables?
¬Para hacer mi trabajo tuve la oportunidad de revisar las relaciones de causas de la Inquisición española (el banco de datos del Santo Oficio). Contando además con los tribunales de México, Lima y Cartagena de Indias, la cifra de procesados durante los 350 años que estuvo vigente en España ronda los 125.000. No más de 130.000. Y de ellos, se ajustició en la hoguera menos del 1,5 por ciento.
¬Eso son menos de 2.000 personas quemadas.
¬Hay algunos momentos en los que no es posible tener un registro fiable. Pero en absoluto se llegó a lo que la gente cree. Ése fue el trabajo propagandísitico de la leyenda negra de los enemigos de España, y de su hegemonía en los siglos XVI y XVII.
¬Un trabajo de la BBC («El mito de la Inquisición española») cifró hace años el número definitivo de víctimas entre 5.000 y 7.000. La leyenda tergiversadora barajaba cifras millonarias, sin embargo.
¬El cálculo de la BBC me parece prudente, aunque quizá algo al alza. Hay momentos en que los procesos se llevan a cabo de forma sumaria y no hay evidencia empírica.
¬Si los historiadores ya consideran cerrado este asunto, ¿por qué la Inquisición española sigue teniendo tan sanguinaria prensa?
¬La gente de la calle todavía sigue moviéndose con estereotipos. España sigue siendo visto por mucha gente con tópicos de la leyenda negra. Pero todas las universidades del mundo lo tienen claro.
 
Re: La leyenda negra se vuelve gris

El Vaticano hace pública hoy una exhaustiva investigación histórica internacional sobre la Inquisición. Lo cuenta el Abc.

Igual que San Pedro supo llorar sus errores, Juan Pablo II pidió solemnemente perdón a Dios, el 13 de marzo de 2000, «por los métodos de intolerancia que se alejan del mandamiento del amor, desfigurando así el rostro de la Iglesia, tu Esposa», y prometió «!nunca más!, el recurso a la violencia». Era el primer «mea culpa» por las Cruzadas y los 600 años de Inquisición, un fenómeno que el Papa pidió explorar científicamente en todos sus aspectos pues «las personas y las sociedades sólo se conocen bien a sí mismas cuando saben integrar su propio pasado». Como preparación del Año Jubilar -que incluiría la primera petición pública de perdón en la historia de la Iglesia-, el Vaticano convocó en 1997 un congreso internacional sobre el antijudaísmo y, en 1998, un simposio internacional sobre la Inquisición, bajo la coordinación científica de Agostino Borromeo. El profesor de la Universidad de Roma La Sapienza y director del Instituto Italiano de Estudios Ibéricos presentará hoy el volumen de 800 páginas que recoge las conclusiones de 60 historiadores y expertos de todo el mundo, a las que seguirá un comentario final del Papa.

-¿Qué novedades aporta al gran público este trabajo?

-En primer lugar, rompe el tópico de que los acusados terminaban casi siempre en la hoguera. Este procedimiento penal contra herejes comienza en 1231 y termina con la abolición de la última Inquisición, la de Roma, en 1870, después de haber tenido características distintas según los países y épocas. La Inquisición española -muy activa y que no fue abolida hasta 1834- juzgó en toda su historia a unas 130.000 personas, de las cuales fueron condenadas a muerte menos del dos por ciento. Durante mucho tiempo se confundieron juicios con condenas a muerte, y se pensaba en unas 100.000 ejecuciones, una cifra totalmente irreal. Aunque hubo sentencias de prisión y de galeras, la mayor parte de las condenas eran espirituales: peregrinaciones, penitencias, plegarias, etc.

-¿Sucedía lo mismo en otros países?

-Cada caso es único. Por ejemplo: entre 1551 y 1647, el tribunal italiano de Aquileia condenó a muerte sólo al 0,5 por ciento. En cambio, los 13.255 juicios de la Inquisición portuguesa entre 1450 y 1629 se tradujeron en un 5,7 por ciento de condenas a muerte. Bien es verdad que también hubo muchos juicios a personas fallecidas, en cuyo caso se exhumaban los huesos y se quemaban. Pero el total de personas ajusticiadas por los diversos tribunales en toda su historia se sitúa en torno al 2 por ciento.

-¿Y respecto a las torturas?

-Ésta ha sido la segunda sorpresa. Hemos descubierto que se aplicaba a menos del 10 por ciento de los procesados y siempre en condiciones mucho más benignas que en los juicios civiles del momento. La tortura nos choca hoy mucho -por desgracia menos, después de lo visto en Irak-, pero durante mucho tiempo formaba parte de la normalidad procesal. Era «la reina de las pruebas», y a muchos delincuentes se les torturaba antes de interrogarles.

-¿Les pidió el Papa consejo sobre la oportunidad de pedir perdón?

-No, a nosotros nos pidió que, como historiadores, delimitásemos las dimensiones y las características de ese tipo de juicios, así como el contexto histórico. No es lo mismo la Inquisición medieval que la de los siglos XVIII o XIX cuando la gente era mucho más sensible a la injusticia. En la Edad Media, la Inquisición era muy popular porque se veía al hereje como un enemigo, un peligro. Y la pena de muerte era entonces muy normal.

-¿Y cómo ha cambiado la historiografía?

-Desde el siglo XVI, en que empezaron a circular opúsculos protestantes contra la Inquisición española, hasta pasada la mitad del siglo XX, la Inquisición fue un tema polémico. Algunos la utilizaban para atacar a la Iglesia, y otros respondían con apologías que llegaban a extremos ridículos, como decir que no eran tribunales de la Iglesia sino del Estado, lo que es falso. Durante sus primeros mil años, la Iglesia se opuso a la pena de muerte. Después la aceptó durante casi otros mil. Juan Pablo II ha pedido perdón por el antisemitismo y por el recurso a la violencia. Como historiadores, no nos corresponde juzgar sino clarificar