La introspección.
He leído en el periódico “se dice que un exceso de introspección puede llevar a la locura”. Por eso, está bien visto y considerado en esta sociedad actual tan malsana la extroversión, el buscar en el exterior cosas que nos satisfagan, el ser alegre y vivaz, el hacer muchas cosas, el estar activo siempre, el estar siempre ocupado, el solucionar cosas, el construir país o nación, el estudiar las asignaturas más peregrinas o más útiles para esta vida exterior que tenemos. En definitiva, el estar siempre ocupado. Esto es así, que cuando no tenemos nada que hacer, seguimos buscando en el exterior cosas que nos satisfagan interiormente, y acudimos a espectáculos o circos, o, simplemente, ponemos la radio o vemos la televisión. El caso es “matar” el tiempo. El caso es no “oírnos” a nosotros mismos.
Este exceso de actividad lleva a otros males no sospechados. Lleva al “estrés”, al agotamiento físico e intelectual por la mucha actividad. Pero también lleva a la depresión, porque todo esto, en el fondo, no satisface nada nuestro interior más genuino, más auténtico.
Esta forma de vivir, de vivirnos, llega a conseguir el que no nos conozcamos a nosotros mismos en ningún aspecto de la vida y que no sepamos como vamos a reaccionar en cada momento. Que no seamos dueños de nosotros mismos y que siempre andemos detrás de objetivos impuestos por la sociedad y por los “gurús” de la ciencia, del arte, de la política y de la cultura, que siempre tienen un objetivo que debemos alcanzar para que seamos esto o aquello. Para que seamos “civilizados”, o “modernos”, o “auténticos”.
Pero esto va a más, porque incluso está mal visto que una persona sea introvertida. A esa persona se la mira mal y se la considera un peligro potencial. Todo esto demuestra que estamos muy equivocados en nuestras apreciaciones y que el mundo y esta sociedad la dirige el demonio que hace con nosotros lo que le interesa y desvía nuestra atención a objetivos externos a nosotros, cuando nuestro principal y verdadero objetivo somos nosotros mismos. Incluso la religión católica desvía la atención de los objetivos hacia solucionar los problemas sociales, económicos o morales de los demás, en vez de los propios nuestros.
“El hombre occidental, con su materialismo teórico y práctico, se encuentra como hipnotizado tanto por las sensaciones procedentes del mundo exterior, como por las de su propio cuerpo. Es fundamentalmente extrovertido, tiende a actuar hacia el exterior, y el mundo interior, en todos sus aspectos, le da miedo y no se encuentra a gusto en él. Por ello, tiende a evadirse, a huir de todo aquello que le conduce hacia el interior o a enfrentarse consigo mismo. Otro de los motivos es el miedo a ser anormal o a ser considerado como tal”. (Ser Transpersonal de Roberto Assagioli).
Si miramos en nuestro interior, lo primero que descubrimos es miedo de hacerlo. Nadie nos ha enseñado a hacerlo. Desde siempre se nos han desviado la atención hacia fuera, hacia el mundo exterior. Pero nosotros, cada uno de nosotros, tiene un mundo por descubrir. Su mundo interior. Lo que le hace Ser. Y lo que le impide Ser. Lo que le impide Ser busca satisfacciones en el mundo exterior. Lo que le hace Ser quiere buscar satisfacciones en él mismo.
Por medio de la introspección, se van descubriendo esos componentes volitivos, emocionales y mentales que nos dirigen. Este mirarse al interior no es fácil ni rápido. Y sí, puede llevar a lo que los médicos llaman “locura”, porque uno se aparte de lo que se considera “normal” y busca cosas que a estas gentes les suena a “locura”. Pero uno descubre, que lo que esta gente llama “locura” es precisamente Cordura. Y después de encontrar la chispa divina que todos llevamos dentro, descubrimos que sí, que éramos “locos” antes, pero que ahora, y con la ayuda de Dios, volveremos a ser Cuerdos, con mayúsculas.
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He leído en el periódico “se dice que un exceso de introspección puede llevar a la locura”. Por eso, está bien visto y considerado en esta sociedad actual tan malsana la extroversión, el buscar en el exterior cosas que nos satisfagan, el ser alegre y vivaz, el hacer muchas cosas, el estar activo siempre, el estar siempre ocupado, el solucionar cosas, el construir país o nación, el estudiar las asignaturas más peregrinas o más útiles para esta vida exterior que tenemos. En definitiva, el estar siempre ocupado. Esto es así, que cuando no tenemos nada que hacer, seguimos buscando en el exterior cosas que nos satisfagan interiormente, y acudimos a espectáculos o circos, o, simplemente, ponemos la radio o vemos la televisión. El caso es “matar” el tiempo. El caso es no “oírnos” a nosotros mismos.
Este exceso de actividad lleva a otros males no sospechados. Lleva al “estrés”, al agotamiento físico e intelectual por la mucha actividad. Pero también lleva a la depresión, porque todo esto, en el fondo, no satisface nada nuestro interior más genuino, más auténtico.
Esta forma de vivir, de vivirnos, llega a conseguir el que no nos conozcamos a nosotros mismos en ningún aspecto de la vida y que no sepamos como vamos a reaccionar en cada momento. Que no seamos dueños de nosotros mismos y que siempre andemos detrás de objetivos impuestos por la sociedad y por los “gurús” de la ciencia, del arte, de la política y de la cultura, que siempre tienen un objetivo que debemos alcanzar para que seamos esto o aquello. Para que seamos “civilizados”, o “modernos”, o “auténticos”.
Pero esto va a más, porque incluso está mal visto que una persona sea introvertida. A esa persona se la mira mal y se la considera un peligro potencial. Todo esto demuestra que estamos muy equivocados en nuestras apreciaciones y que el mundo y esta sociedad la dirige el demonio que hace con nosotros lo que le interesa y desvía nuestra atención a objetivos externos a nosotros, cuando nuestro principal y verdadero objetivo somos nosotros mismos. Incluso la religión católica desvía la atención de los objetivos hacia solucionar los problemas sociales, económicos o morales de los demás, en vez de los propios nuestros.
“El hombre occidental, con su materialismo teórico y práctico, se encuentra como hipnotizado tanto por las sensaciones procedentes del mundo exterior, como por las de su propio cuerpo. Es fundamentalmente extrovertido, tiende a actuar hacia el exterior, y el mundo interior, en todos sus aspectos, le da miedo y no se encuentra a gusto en él. Por ello, tiende a evadirse, a huir de todo aquello que le conduce hacia el interior o a enfrentarse consigo mismo. Otro de los motivos es el miedo a ser anormal o a ser considerado como tal”. (Ser Transpersonal de Roberto Assagioli).
Si miramos en nuestro interior, lo primero que descubrimos es miedo de hacerlo. Nadie nos ha enseñado a hacerlo. Desde siempre se nos han desviado la atención hacia fuera, hacia el mundo exterior. Pero nosotros, cada uno de nosotros, tiene un mundo por descubrir. Su mundo interior. Lo que le hace Ser. Y lo que le impide Ser. Lo que le impide Ser busca satisfacciones en el mundo exterior. Lo que le hace Ser quiere buscar satisfacciones en él mismo.
Por medio de la introspección, se van descubriendo esos componentes volitivos, emocionales y mentales que nos dirigen. Este mirarse al interior no es fácil ni rápido. Y sí, puede llevar a lo que los médicos llaman “locura”, porque uno se aparte de lo que se considera “normal” y busca cosas que a estas gentes les suena a “locura”. Pero uno descubre, que lo que esta gente llama “locura” es precisamente Cordura. Y después de encontrar la chispa divina que todos llevamos dentro, descubrimos que sí, que éramos “locos” antes, pero que ahora, y con la ayuda de Dios, volveremos a ser Cuerdos, con mayúsculas.
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