Re: la iglesia en las casas...
juan_herrera dijo:
Estimado Tobi:
Estoy seguro que su aportación es muy valiosa, sin embargo parece que el artículo empieza mucho antes, ya que según parece usted ha pegado desde el medio del capítulo 5. Deseo solicitarle que pegue el artículo completo ya que me parece muy interesante. Agradezco su deferencia.
Juan José
______________________
Hermano, aqui le pego desde el principio del capitulo 5 al 6, (de "Reconsiderando el Odre"... por Frank Viola, si quiere leerlo completo, puede acceder gratuitamente en esta direccion,
www.ptmin.org/espanol.htm , alli se encuentra entre otros titulos el libro al que hacemos referencia aqui, de seguro sera edificante).
bendicioness!!!...
Aqui esta :
CAPITULO 5
EL LIDERAZGO de la iglesia LOCAL:
¿QUIENES ERAN ELLOS?
l tema del liderazgo es uno de los asuntos más importantes (así como constantes) que se han de tratar en cualquier análisis de la práctica de la iglesia. Toda iglesia tiene liderazgo. Sea que una iglesia tenga o no estructuras de liderazgo explícitas o implícitas, el liderazgo siempre está presente. Para decirlo con las palabras de Hal Miller: "El liderazgo
está. Puede ser bueno o malo. Puede estar reconocido y tener aquiescencia o no. Pero siempre está" ("
Nuts and Bolts of Leadership and Authority" /Tornillos y tuercas del liderazgo y de la autoridad/,
Voices Newsletter, N
o 4). Dependiendo de quién está llevando la dirección, el liderazgo puede ser la peor pesadilla de la iglesia o su más importante elemento de buen éxito.
Debido a que el liderazgo tiene el potencial de llegar a ser tanto un amo cruel como un siervo útil, hay una tremenda necesidad de que los cristianos le echen un nuevo vistazo a este tema. (Note usted que a lo largo de este libro yo uso la palabra "liderazgo" en una forma de concepción limitada. Concretamente, la uso para referirme principalmente a las
responsabilidades de supervisión de una asamblea local.) Comencemos nuestro análisis considerando aquellos textos bíblicos que nos proporcionan una clara imagen de quiénes constituían el liderazgo de la iglesia primitiva:
Enviando, pues, desde Mileto a Efeso, hizo llamar a los ANCIANOS de la iglesia... Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por OBISPOS, para APACENTAR LA IGLESIA DEL SEÑOR, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. (Hechos 20:17, 28, 29)
Ruego a los ANCIANOS que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: APACENTAD LA GREY DE DIOS que está entre vosotros, CUIDANDO de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a VUESTRO CUIDADO, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca EL PRINCIPE DE LOS PASTORES, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria. (1 Pedro 5:1-4)
Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y establecieses ANCIANOS en cada ciudad, así como yo te mandé; el que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía. Porque es necesario que el OBISPO sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas. (Tito 1:5-7)
Ancianos, pastores y obispos<SUP>*
</SUP>Los textos anteriores muestran claramente que el liderazgo de la iglesia local se ponía en manos de un grupo de creyentes conocidos como "ancianos". Los ancianos eran hombres de la localidad, que estaban más avanzados espiritualmente que el resto de los creyentes en la asamblea local. El término griego traducido como ‘anciano’ (
[font=GraecaII,Courier New]presbuvteros[/font][font=GraecaII,Courier New] [/font]/presbúteros/) simplemente quiere decir un hombre maduro. Por tanto, no se debe pensar que ser anciano es un oficio que queda vacante hasta que se ocupe. Al contrario, los ancianos de la iglesia primitiva eran simples hermanos, por lo general hombres de edad madura. También se los llamaba "obispos" (supervisores), un término que describe su función de supervisar los asuntos de la iglesia. Además, se los llamaba "pastores", porque ellos eran responsables de corregir, enseñar, instruir y guardar el rebaño de los depredadores espirituales. (En tanto que todos los ancianos eran "aptos para enseñar" y poseían el don de pastorear, no todos los que pastoreaban y enseñaban al rebaño eran ancianos —Tito 2:3, 4; 2 Timoteo 2:2, 24; Hebreos 5:12.)
Por consiguiente, según el Nuevo Testamento, los ancianos eran obispos (supervisores) y pastores. El término ‘anciano’ se refiere a su
carácter, el término ‘obispo’ se refiere a su
función, y el término ‘pastor’ se refiere a su
don. Su responsabilidad principal era supervisar la comunidad de creyentes.
En tanto que analizar la función de las mujeres en el liderazgo está más allá del alcance de este libro, parece que en el Nuevo Testamento se distingue entre
ministerio y
supervisión. Por tanto, mientras que las mujeres tienen libertad para funcionar en todo
don otorgado por el Espíritu Santo, no han de
supervisar a los hombres. Dicho de otro modo, las hermanas pueden
ministrar en la iglesia mediante la profecía, la instrucción, la exhortación, el testimonio, el canto, la confortación, etc., pero la disposición divina no les permite
supervisar los asuntos de la asamblea (compárese Hechos 2:16-18; 18:26; 21:8, 9; 1 Corintios 11:4, 5; Gálatas 3:28; Tito 2:3, 4 con 1 Corintios 11:1-3; 14:34, 35; 1 Timoteo 2:11-15).
El principio del liderazgo compartido
En el Nuevo Testamento se presenta una vista del liderazgo que es compartido. A todo lo largo del mismo descubrimos que los apóstoles siempre establecieron un liderazgo
plural dentro de las asambleas que habían fundado. Lucas nos relata que los apóstoles constituyeron
ancianos (plural) en cada iglesia (Hechos 14:23). Desde Mileto, Pablo envió a Efeso e hizo llamar a los ancianos (plural) de la iglesia (Hechos 20:17). Cuando Pablo escribió a la iglesia de Filipos, saludó a los santos con los
obispos (plural) que estaban presentes (Filipenses 1:1). Finalmente, Santiago (Jacobo) requirió a los enfermos a que llamasen a los
ancianos (plural) de la iglesia (Santiago 5:14).
Además, ofrezco la siguiente serie de pasajes para consideración: Hechos 9:30; 11:1, 29, 30; 15:2-6, 22-40; 16:2; 17:10; 18:27; 20:17; 21:17, 18; Efesios 4:11; 1 Tesalonicenses 5:12, 13; 1 Timoteo 4:14; 5:17-19; Tito 1:5; Hebreos 13:7, 17, 24; 1 Pedro 5:1, 2. En estos pasajes usted encontrará que la Biblia demuestra sólidamente que las iglesias primitivas eran supervisadas por una pluralidad de líderes (ancianos), opuesta a un líder único (pastor, sacerdote u obispo). Aquellos que señalan los líderes únicos del Antiguo Testamento para justificar la práctica popular de
"sola pastora" (pastor único), cometen dos errores. Primero, pasan por alto el hecho de que todos los líderes ‘solos’ del Antiguo Testamento —incluso José, Moisés, Josué, David y Salomón— sirvieron como tipos del Señor Jesucristo, más bien que como oficiales humanos de la iglesia. Segundo, ignoran el modelo de liderazgo que se muestra claramente en todo el Nuevo Testamento. Watchman Nee observa al respecto:
Por lo general, la primera pregunta que se hace con respecto a una iglesia es: ‘¿Quién es el ministro?’ El concepto que tiene en la mente el que pregunta es: ‘¿Quién es el hombre responsable de ministrar y administrar las cosas espirituales en la iglesia?’ El sistema clerical de administración de la iglesia es sumamente popular, pero todo este concepto es ajeno a las Escrituras, donde vemos que la responsabilidad por la iglesia está encomendada a los ancianos, no a ‘ministros’, como tales; y los ancianos sólo hacen supervisión de la obra de la iglesia, no la realizan en interés de los hermanos. Si, en un grupo de creyentes, el ministro es activo y los miembros de la iglesia son todos pasivos, entonces ese grupo es una misión, no una iglesia. En una iglesia todos los miembros son activos... Dios determinó que todo cristiano sea un ‘obrero cristiano’, y El constituyó a algunos a que asuman la supervisión de la obra, para que la misma pueda ser realizada eficientemente. No fue nunca el propósito de Dios que la mayoría de los creyentes se dedicaran exclusivamente a negocios seculares y dejaran los asuntos eclesiales a un grupo de especialistas espirituales (The Normal Christian Church Life /La vida eclesial cristiana normal/).
En el Nuevo Testamento todos los ancianos estaban en pie de igualdad. Aun cuando algunos, no cabe duda, eran espiritualmente más maduros que otros, no había ninguna estructura jerárquica entre ellos. Una cuidadosa lectura del libro de los Hechos mostrará que, en tanto que a menudo Dios usaba distintos líderes de la iglesia como voceros temporales para ocasiones específicas, ningún líder ocupaba un permanente oficio de supremacía sobre los demás. Dicho de otra manera, la iglesia primitiva no escogía a un hombre de entre el colegio de ancianos para elevarlo a una posición superior de autoridad. De consiguiente, oficios modernos tales como ‘pastor decano’, ‘anciano principal’ y ‘pastor principal’ sencillamente no existían en la iglesia primitiva.
A este respecto, el sistema popular de pastor único de nuestros días era totalmente extraño para la iglesia neotestamentaria. En ninguna parte del Nuevo Testamento encontramos a uno de los ancianos convertido a la posición de superapóstol e investido con una autoridad gubernamental y administrativa suprema sobre el rebaño y por encima de los otros ancianos. Este grado de autoridad estaba reservado sólo para una persona, el Señor Jesús mismo. El, y sólo El, era la Cabeza exclusiva de la iglesia. Sólo el Señor tenía la posición suprema de Comandante en Jefe en cada asamblea local —¡no meramente en forma retórica, sino en realidad!
Por consiguiente, el liderazgo plural en la iglesia local protegía la sola condición de Cabeza de El Ungido. Asimismo servía como un impedimento contra el despotismo y la corrupción dentro del liderazgo. Además, providenciaba una intensa responsabilidad (de rendir cuenta) entre los líderes —algo que falta desesperadamente en la moderna iglesia institucional. Como Watchman Nee dice:
Tener pastores en una iglesia es bíblico, pero el sistema pastoral de hoy no es bíblico en absoluto; es un invento del hombre... No es voluntad de Dios que un creyente sea seleccionado de entre todos los demás para ocupar un lugar de especial prominencia, en tanto que los otros se someten pasivamente a su voluntad... Poner la responsabilidad en las manos de varios hermanos, más bien que en las manos de un individuo, es la manera de Dios de salvaguardar su iglesia contra los males que resultan del dominio de una personalidad fuerte (The Normal Christian Church Life /La vida eclesial cristiana normal/.)
Liderazgo de orientación funcional
frente a liderazgo de orientación posicional
El liderazgo de la iglesia local era no sólo compartido, sino que era
autóctono. Esto quiere decir que los ancianos eran hermanos locales que habían sido levantados y desarrollados espiritualmente de dentro del ámbito de la asamblea local. En conformidad, la aceptada práctica de importar un líder (típicamente un pastor) de otra localidad para que gobierne una iglesia, no tiene ninguna base neotestamentaria. Todo lo contrario, los ancianos eran hombres residentes a quienes Dios había levantado de
en medio de la asamblea existente, para que asumieran responsabilidad por ella.
Además, su autoridad estaba limitada a su función y madurez espiritual, más bien que a un oficio sacerdotal que hubiese sido conferido a ellos externamente por medio de una ordenación. Desde luego, después que el Espíritu Santo
escogía a los ancianos internamente, los apóstoles
confirmaban luego su llamamiento externamente; si bien, la función precedía a la forma (Hechos 14:23; 20:28; Tito 1:5). Por tanto, es un error trágico tener por igual la confirmación apostólica, con el establecimiento de un sistema de clases separadas, tal como la profesión clerical de nuestros días. La confirmación apostólica no era más que el reconocimiento público de aquellos que ya estaban funcionando como ancianos (pastoreando) en la asamblea (véase Números 11:16 con respecto a este principio). Los términos griegos traducidos como "constituir" y "establecer", en Hechos 14:23 y Tito 1:5, simplemente significan reconocer a alguien a quien otros ya han sancionado.
Desafortunadamente, la propensión norteamericana a tener ‘oficios’ y ‘puestos’, ha hecho que muchos creyentes traigan estas ideas al texto bíblico y vean a los ancianos en tales términos. Semejante manera de pensar no sólo confunde el liderazgo de la iglesia primitiva con convencionalismos sociales modernos, sino que también despoja de su significado original la terminología del liderazgo hallada en la Biblia. En el griego, ‘anciano’ quiere decir hombre maduro, ‘pastor’ significa uno que alimenta y protege, y ‘obispo’ (supervisor) es uno que supervisa. Dicho llanamente, la noción neotestamentaria del liderazgo es
funcional, más bien que
oficial. El Nuevo Testamento nunca contempla a los líderes de la iglesia como ‘oficiales’, ni habla nunca de ‘oficios’ eclesiales. (Así, en Hechos 1:20; Romanos 11:13; 12:4; y 1 Timoteo 3:1, 10, 13 la palabra "oficio" que aparece en algunas versiones,<SUP>
*</SUP> no tiene equivalente en el texto griego. Además, en 1 Timoteo 3:1 Pablo describe al obispo /supervisor/ como una función, diciendo: "Si alguno anhela obispado, buena
obra desea.")
La verdadera autoridad espiritual está basada en la
función más bien que en la
posición relativa; está arraigada en la vida espiritual, no en una posición titular. Dicho de otra manera, el liderazgo neotestamentario se puede entender mejor en términos de
verbos más bien que de
nombres. De esta manera, nuestro Señor Jesús recusó las autoritarias jerarquías de precedencia de sus días; porque a los ojos de El, la autoridad espiritual se halla en una toalla y una palangana más bien que en un cargo externo.
Características morales de los ancianos
Los ancianos del Nuevo Testamento eran hombres de un probado carácter moral, no de extraordinarios talentos (1 Timoteo 3:1-7; Tito 1:5-9). Eran líderes-siervos (o como a Robert Banks le gusta decir, "siervos dirigentes"), no conductores de esclavos (Mateo 20: 25, 26). Eran hombres de probada espiritualidad y fidelidad, no administradores de mucha autoridad ni expertos gerentes. Eran ejemplos para el rebaño, no amos del mismo (1 Pedro 5:3). Funcionaban como esclavos, no como césares espirituales (Lucas 22:24-27). Eran facilitadores, no tiranos. Dirigían como padres humildes, no como déspotas (1 Timoteo 3:4; 5:1). Eran persuadidores de la verdad, no autócratas eclesiásticos cuyos
egos medraban en el poder (Tito 1:9). Eran nutridores, no intimidadores (1 Tesalonicenses 2:7, 8) —super-intendentes espirituales, no predicadores profesionales (Hechos 20: 28-35). Ellos no trabajaban en lugar de otros, sino que supervisaban a otros conforme trabajaban.
Los ancianos neotestamentarios eran buscadores del reino, no establecedores de imperios. Eran cristianos comunes y corrientes, no actores de muchos talentos, ultraversátiles, superhumanos, idolatrados, semejantes a celebridades. Su idoneidad no provenía de escuelas profesionales ni de licencias, sino del Espíritu de Dios mismo (Hechos 20:28). Su formación no era puramente académica, formal o teológica, sino práctica y funcional, siendo cultivados en el contexto de la vida eclesial misma y a través de relaciones de asesoramiento con otros hombres piadosos (Hechos 14:21-23; 2 Timoteo 2:2). No se consideraban idóneos para dirigir por adquirir una combinación de habilidades de contabilidad, de hablar en público y de psicología amateur, sino por un genuino crecimiento en la vida de El Ungido mediante una obra directa de la cruz.
A los ancianos bíblicos no se los consideraba especialistas religiosos, sino hermanos fieles. No eran clérigos profesionales, sino (normalmente) hombres de familia que tenían trabajos seculares (Mateo 10:8; Hechos 20:17, 32-35; 2 Corintios 2:17; 1 Tesalonicenses 2:9; 2 Tesalonicenses 3:7-10; 1 Timoteo 6:5; 1 Pedro 5:2, 3). Debido a su labor incansable, algunos de los ancianos recibían ofrendas voluntarias de los hermanos como prenda de bendición (Gálatas 6:6; 1 Timoteo 5:17, 18). Sin embargo, no se deben confundir las dádivas periódicas que recibían, con los cargos con sueldo fijo de los ministros profesionales de nuestros días. No se deben confundir tampoco con el sostenimiento bíblicamente justificado de los obreros
apostólicos itinerantes que viajan de región a región para establecer asambleas locales (1 Corintios 9:1-18).
Debido a que Pablo era un apóstol, tenía legítimo derecho a recibir un cumplido sostén económico de parte del pueblo de Dios. Pero, intencionadamente, Pablo renunció a este derecho, en lo concerniente a las asambleas a las cuales ministraba localmente (1 Corintios 9:14-18; 2 Corintios 11:7-9; 12:13-18; 1 Tesalonicenses 2:6-9; 3:8, 9). Pablo no quería gravar económicamente a ninguna iglesia, en tanto que la servía en su localidad. De modo que el principio paulino respecto del sostén económico se resume en la frase: "...cuando
estaba entre vosotros... a ninguno fui carga" (2 Corintios 11:9). Este principio revela la sobria realidad de que la iglesia neotestamentaria no tenía conocimiento alguno de una clerecía residente, asalariada. Steve Atkerson destaca diestramente este punto diciendo:
En Hechos 20 Pablo les dio instrucciones específicas a los ancianos efesios acerca de sus deberes como ancianos. En cuanto a finanzas, Pablo aseveró que él no había codiciado ni plata ni oro de nadie, y que él había pagado sus propios gastos trabajando duro con "estas manos" (20:34, 35; 18:1 y ss.). Siguiendo el ejemplo de Pablo, los ancianos debían también ganarse la vida con un trabajo secular para poder ayudar a los necesitados y practicar las palabras del Señor Jesús, de que "Más bienaventurado es dar que recibir". Así, pues, de Hechos 20:32-35 queda claro que los ancianos han de estar en una situación económica de dar a la iglesia, no de recibir de ella... ¿Debe la iglesia emplear pastores profesionales? Semejante profesión era no sólo extraña en la iglesia neotestamentaria, sino que era incluso desaprobada (Hechos 20:32-35)... crear una clase de ministros asalariados tiende a elevarlos por encima de los creyentes promedio y fomenta una distinción artificial de laicado/clerecía. Finalmente, los vendedores tienden a ser excepcionalmente amables para con aquellos a quienes ellos esperan vender algo. Contratar a un clérigo profesional lo coloca en una similar relación de vendedor/cliente, e indudablemente eso afecta, hasta cierto punto, su trato con los contribuyentes significativos (Toward a House Church Theology /Hacia una teología de iglesias de hogar).
Los líderes de la iglesia neotestamentaria no estaban ni
sobre ni
aparte del rebaño. En cambio, funcionaban como quienes estaban entre ellos (1 Pedro 5:1-3). (Nótese que la palabra griega
[font=GraecaII,Courier New]proiívíívívívííísíítmi[/font][font=GraecaII,Courier New] [/font]/[font=GraecaII,Courier New]pro[/font]ϊ[font=GraecaII,Courier New]stamevnous [/font]–
proistamenus/ traducida "que están sobre ustedes" ["os presiden", en la Reina-Valera] en 1 Tesalonicenses 5:12, tiene el concepto de uno que va a la cabeza o está
delante de otros, más bien que uno que gobierna
sobre ellos.
<SUP>*</SUP> Cabe decir lo mismo respecto de los textos de Hebreos 13:7, 17 y 24.) George Mallone observa con perspicacia:
Contrario a lo que nos gustaría creer, los ancianos, pastores y diáconos no están en una cadena de mando, o pirámide jerárquica, que los coloca bajo El Ungido y sobre la iglesia. Los líderes de una iglesia bíblica son simplemente miembros del Cuerpo de El Ungido, no una oligarquía selecta. Son miembros a quienes Dios ha escogido para dotarlos de ciertos carismas (Furnace of Renewal /Horno de renovación).
De conformidad con el mandamiento de nuestro Señor, los líderes neotestamentarios no permitían que se los llamase con títulos honoríficos tales como "Pastor Pérez", "Anciano Tomás", "Obispo Santiago", "Ministro Juan" o "Reverendo Samuel" (Mateo 23:7-12). Naturalmente, semejantes títulos elevan a los líderes eclesiásticos a un plano que está encima de los demás hermanos de la asamblea. Por tanto, las congregaciones y la clerecía son igualmente responsables por crear el corriente ‘
guruísmo cristiano’, generalizado hoy en el Cuerpo de El Ungido, en el cual algunos líderes religiosos son considerados como celebridades espirituales y elogiados con una condición de club de fanáticos.
Al contrario, los líderes neotestamentarios eran considerados como hermanos comunes y corrientes. Como tales, eran del todo tan comunicativos y accesibles a los santos como cualquier otro creyente en la iglesia. Por esta razón, en 1 Tesalonicenses 5:12, 13 se exhorta a los santos a conocer íntimamente a sus líderes (un mandato casi imposible de cumplir en la mayoría de las iglesias contemporáneas, donde el pastor está entrenado a mantener la distancia del pueblo, no sea que "diluya su autoridad"). En este respecto, la imagen común de los líderes eclesiásticos como sagrados "hombres de la clerecía" es totalmente extraña al concepto bíblico.
El moderno sistema de clerecía
Es una tragedia inconfundible que la percepción dominante del liderazgo entre los cristianos de hoy en día, haya sido solapada en un marco institucional. En lo que respecta al liderazgo eclesiástico, el criterio del creyente promedio ha sido plasmado mediante las prevalecientes nociones de clericalismo. Sin embargo, la moderna dicotomía de clerecía/laicado es un concepto posbíblico que está desprovista de toda sanción bíblica en absoluto. Esta dicotomía es no sólo bíblicamente inválida, sino que sirve como una molesta amenaza a lo que Dios ha llamado a la iglesia que sea —un Cuerpo en función. En una palabra, la noción de un ‘clero ordenado’ no sólo refleja valores jerárquicos, sino que carece absolutamente de todo mérito bíblico. Como Robert C. Girard dice:
Hay un sistema de dos castas no bíblico firmemente establecido en nuestra vida eclesial. En este sistema de dos castas hay una casta de clérigos que está formada, llamada y pagada para que desempeñe el ministerio, y se espera que lo haga. Y hay una casta de laicos que normalmente funciona como el auditorio que apreciativamente paga por la actuación del clero —o critica con acritud los fallos y defectos que ocurren en ese desempeño (y siempre hay fallos y defectos). Nadie espera mucho de la casta inferior o laica (excepto la asistencia, los diezmos y testimonios). Y todos esperan demasiado de la casta superior o clerical (¡incluso los clérigos mismos!) El mayor problema en todo este asunto, es el hecho de que el enfoque bíblico del ministerio contradice totalmente este sistema (Brethren, Hang Together /Hermanos, permanezcan unidos/).
Escribiendo en el mismo tono, Howard Snyder observa:
Por lo tanto, la doctrina neotestamentaria del ministerio no descansa sobre la distinción de clerecía/laicado, sino sobre los pilares gemelos y complementarios del sacerdocio de todos los creyentes y los dones del Espíritu. Hoy día, cuatro siglos después de la Reforma, aún está por lograrse la plena aplicación de esta afirmación protestante. La dicotomía clerecía/laicado es una herencia directa del catolicismo romano de la prerreforma y un retroceso al sacerdocio veterotestamentario. Es uno de los principales obstáculos hoy para que la iglesia sea la agente de Dios para el reino, porque crea un falso concepto de que tan sólo ‘hombres santos’, esto es, los ministros ordenados, son los realmente idóneos y responsables para el liderazgo y el ministerio significativo. En el Nuevo Testamento hay distinciones funcionales entre diversas clases de ministerios, pero no existe ninguna división jerárquica entre clerecía y laicado (The Community of the King /La comunidad del Rey/, usado con permiso del autor).
Por consiguiente, los ancianos neotestamentarios no eran líderes clericales, sino hermanos espiritualmente maduros, dados por el Espíritu Santo principalmente para salvaguardar el desarrollo espiritual de toda la congregación. En realidad, ellos capacitaban a los santos a efectuar la labor del ministerio (Efesios 4:11-16), y les enseñaban cómo debían funcionar en las reuniones eclesiales y fuera de ellas. Tenían cuidado en lo que respecta a los lobos espirituales (Hechos 20:28-31; Tito 1:7-14; Hebreos 13:17); restringían a los excesivamente activos; alentaban a los pasivos; amonestaban a los desordenados; reprendían a los rebeldes; y confortaban a los débiles (1 Tesalonicenses 5:12, 13). Lo que es más, capacitaban a los santos para que proveyesen ese mismo ministerio en la iglesia (1 Tesalonicenses 5:14-15).
Los ancianos no monopolizaban el ministerio en las reuniones de la iglesia ni alentaban la pasividad entre los miembros de ella. En cambio, supervisaban las reuniones conforme los demás hermanos funcionaban libremente (1 Corintios 14:26). (Nótese que la supervisión es mayormente una función pasiva.) Su supervisión no sofocaba la vida de la congregación ni interfería con el ministerio de los creyentes. En tanto que los ancianos dotados tenían una amplia parte en la enseñanza, en la profecía y en la exhortación, hacían eso en pie de igualdad con todos los demás miembros, dejando amplia oportunidad para que ellos también funcionasen de acuerdo a sus propios dones. Por tanto, los ancianos actuaban como ‘entrenadores’ de jugadores, no como monopolizadores. El liderazgo de la iglesia neotestamentaria funcionaba de todas estas maneras, sin usurpar los derechos reales de El Ungido y sin imponer un dominio avasallador sobre el pueblo del Señor.
En contraste con la presente noción de ‘el pastor’, los ancianos neotestamentarios no operaban como CEOs (oficiales ejecutivos principales) espirituales, que presiden sobre su empresa espiritual y llevan a cabo programas estratégicos con el fin de extender ‘su’ congregación. En vez de eso, los ancianos de la iglesia neotestamentaria estaban plenamente conscientes de que la iglesia no les pertenecía a ellos, sino a su amado Señor, que era el único que tenía el derecho de andar "en medio de los candeleros". Por tanto, un anciano neotestamentario se encogería indudablemente si usted usara, con respecto a él, frases como "su iglesia" o "su pueblo".
Lo dicho en las páginas precedentes no tiene por objeto empañar todo el clero. Sin duda alguna, innumerables eclesiásticos se han dedicado a su profesión con los más elevados motivos, y muchos de ellos se las han arreglado para guardarse de los lazos carnales vinculados a su profesión. Por consiguiente, el problema no está en el clero como personas; el problema está en el sistema al cual ellos pertenecen. La profesión clerical es una institución colosal que se encuentra muy alejada del concepto neotestamentario del liderazgo. Y su sola presencia impide la formación de iglesias activas, relacionales y maduras que expresen intensamente el liderazgo de Jesucristo como Cabeza. Como lo expresa Jon Zens:
En tanto que la distinción de ‘clerecía/laicado’ está arraigada y se da por sentada en los círculos religiosos, no se la puede encontrar en el Nuevo Testamento... Debido a que en el Nuevo Testamento no se sabe nada de ‘clerecía’, el hecho de que una separada casta de los ‘ordenados’ impregna nuestro vocabulario y nuestra práctica, ilustra bastante enérgicamente que todavía no tomamos muy en serio el Nuevo Testamento. La práctica de la ‘clerecía’ es una herejía que se debe repudiar. Ataca en lo íntimo el sacerdocio de todos los creyentes que Jesús compró en la cruz. Contradice la forma que el reino de Jesús había de tomar cuando El dijo: "Ustedes son todos hermanos." Debido a que es una tradición de hombres, invalida la Palabra de Dios... El sistema clerical subsiste como un monumental obstáculo a una genuina reforma y renovación (The ‘Clergy/Laity’ Distinction: A Help or a Hindrance to the Body of Christ? /La distinción de clerecía—laicado: ¿Una ayuda o un impedimento para el Cuerpo de Cristo?/, en Searching Together, Vol. 23:4).
El liderazgo eclesial y el liderazgo de El Ungido como Cabeza
Recogiendo el contenido de lo que se ha dicho anteriormente, los líderes de la iglesia neotestamentaria eran simples
hermanos —hombres de familia locales — siervos de Jesucristo maduros y fidedignos — cristianos normales y corrientes, que tenían la responsabilidad de cuidar el rebaño, y lo pastoreaban a través de sus diarias pruebas y bendiciones.
Teniendo esto en mira, mi oración es que el Señor haga pedazos la noción no bíblica del sistema de clerecía profesional, que ha convertido las preciosas cosas del Señor en jerarquías tipo castrense, en sistemas impelidos por programas, así como en instituciones orientadas por sí mismas. Una vez más, la Biblia no conoce nada de una clase separada de líderes ordenados (clerecía), que gobierna a una clase inferior de creyentes (laicado). A este respecto, Jon Zens arguye acerbamente:
La distinción católico romana de ‘clerecía’/’laicado’ fue traspasada al protestantismo en una forma diferente. Esta distinción no bíblica ha hecho, y está haciendo, un daño incalculable... si somos sensibles a las Escrituras, debemos abolir para siempre de nuestro vocabulario la común distinción de ‘clerecía’ (‘el pastor’) y ‘laicado’ (el resto de la iglesia). Esta distinción perpetúa una terrible falsedad —pero, desafortunadamente, refleja en todo respecto nuestro concepto y nuestra práctica (What is a Minister? —Principles for the Recovery of New Testament Church Ministry /¿Qué es un ministro? —Principios para el restablecimiento del ministerio de la iglesia neotestamentaria/, en Searching Together, Vol. 11:3).
El moderno sistema de pastor del protestantismo es un artefacto religioso que ha permitido que los miembros de la iglesia se tornen en un auditorio, debido a su gran dependencia de un único líder. Esta estructura no bíblica, dominada por la clerecía, ha convertido a la iglesia en un lugar donde los cristianos se reúnen para ver actuar a los profesionales que realizan sus programas religiosos. La misma ha transformado a la asamblea en un centro de predicación profesional sostenido por ‘espectadores laicos’. En pocas palabras, el concepto clerical del liderazgo eclesial destruye invariablemente la vida corporativa. Christian Smith expresa esto bellamente:
La profesión clerical es fundamentalmente contraproducente. Su propósito declarado es promover la madurez espiritual en la iglesia —una valiosa meta. Sin embargo, en realidad efectúa lo contrario, promoviendo una permanente dependencia del laicado en la clerecía. Los eclesiásticos vienen a ser para sus congregaciones como padres cuyos hijos nunca crecen, como terapeutas cuyos clientes nunca llegan a curarse, como maestros cuyos estudiantes nunca se gradúan. La existencia de un ministro profesional, de tiempo completo, hace demasiado fácil a los miembros de la iglesia no tomar responsabilidad alguna por la vida progresiva de la iglesia. ¿Y por qué debían hacerlo? Eso es trabajo del pastor (así se opina). Pero el resultado es que el laicado permanece en un estado de dependencia pasiva. Sin embargo, imagínese usted una iglesia cuyo pastor renunció y no se ha podido hallar un substituto. Imaginariamente, andando el tiempo los miembros de esa iglesia tendrían que salir de sus bancas, reunirse y resolver quién habría de enseñar, quién habría de aconsejar, quién habría de solucionar las contiendas, quién habría de visitar a los enfermos, quién habría de dirigir la adoración, etcétera. Con un poco de discernimiento llegarían a comprender que la Biblia llama al Cuerpo, como un todo, a hacer juntos todas estas cosas, moviendo a cada uno a considerar qué don tiene para contribuir, qué función podría desempeñar para edificar el Cuerpo... cuando volvemos a la Palabra de Dios y la leemos de nuevo, vemos que la profesión clerical es el resultado de nuestra cultura e historia humanas y no de la voluntad de Dios para la iglesia. Sencillamente, es imposible idear una defendible justificación bíblica de la institución de la clerecía así como la conocemos ("Church Without Clergy" /Iglesia sin clerecía/, Voices in the Wilderness, Nov/Dec ’88).
En resumidas cuentas, el asunto del liderazgo de la iglesia local en realidad queda reducido a una única cuestión rudimentaria —el liderazgo de El Ungido como Cabeza. Descansa sobre la espinosa pregunta de quién ha de ser la Cabeza, ¿El Ungido o nosotros? Este trascendental asunto puede ser resumido así: ¿Habremos de seguir ratificando un sistema (el de clerecía/laicado) y un oficio (el de pastor único) que no existen en el Nuevo Testamento, o pondremos humildemente a un lado nuestras ideas humanas de liderazgo en favor del modelo bíblico?
Lo que se ha expresado en este capítulo, indudablemente hará arquear las cejas de algunos que leen su Biblia con los espejuelos oscuros del clericalismo moderno. Confío en que he hablado con caridad, pero la limitación impuesta sobre la comunidad creyente por el moderno sistema clerical, es un asunto solemne y constituye un descrédito no pequeño en el reino de Dios. Por lo tanto, no espero una reacción precipitada a lo que he dicho, ni una aprobación atolondrada. En cambio, reto a mis lectores a que pasen a considerar detenidamente y en espíritu de oración este asunto y saquen su propia conclusión.
Comencemos a recuperar y guardar el singular puesto del Señor Jesucristo como Cabeza soberana de su iglesia, a fin de que El desate su amado sacerdocio (de todos los creyentes) de las cadenas que la han estado atando.
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CAPITULO 6
EL Liderazgo de la iglesia local:
¿COmo dirigIan ellos?
n el capítulo anterior descubrimos que la noción moderna de "el pastor", que es la forma de liderazgo aceptada en la mayoría de las iglesias protestantes y evangélicas, es totalmente extraña al Nuevo Testamento. Según los datos bíblicos, los líderes de la iglesia primitiva eran simplemente hombres locales que cuidaban de la congregación. Era a ellos que Dios les había dado la tarea de supervisar el rebaño. En la Biblia se los llama ancianos, obispos (supervisores) y pastores.
Aun cuando es cierto que en el Nuevo Testamento no se promueve otra forma de liderazgo que la forma compartida, la mera presencia de una pluralidad de ancianos no asegura que una iglesia habrá de ser saludable. Si los ancianos no dirigen de la manera que el Señor Jesús prescribió, su efecto puede ser más dañino para la asamblea que el de un líder único. De esa manera, en vez de tener
un tirano espiritual, la iglesia tendrá
varios. Esta es la razón por la cual la cuestión de
cómo ha de funcionar el liderazgo en la iglesia, viene a ser crucial.
A diferencia del sistema clerical moderno, los ancianos del Nuevo Testamento nunca fueron considerados como las figuras prominentes de la iglesia. De hecho, a todo lo largo de los documentos neotestamentarios hay una pasmosa falta de atención debida al liderazgo. Por ejemplo, las epístolas que Pablo escribió a las iglesias nunca están dirigidas a los líderes de las iglesias, sino más bien a las
iglesias mismas (nótese que en Filipenses 1:1 el liderazgo es mencionado sólo fugazmente, y sólo después de dirigirse a la iglesia). Esta omisión es muy significativa, porque desafía vigorosamente la noción evangélica popular de la preeminencia del pastor, la cual está innegablemente en contradicción con la enseñanza bíblica.
Además, en el Nuevo Testamento todo el tema del liderazgo tiene mucha menos preponderancia, que la que se le da en la mayoría de los círculos cristianos modernos. Por ejemplo, con excepción de las epístolas pastorales (que fueron escritas a los colaboradores apostólicos de Pablo), ¡el Apóstol nunca menciona a los ancianos en ninguna de sus epístolas! El principal énfasis de sus epístolas está centrado en cómo ha de funcionar la
iglesia entera y cómo la misma ha de asumir responsabilidades, más bien que en cómo opera su liderazgo.
Autoridad jerárquica, posicional y espiritual
En las Escrituras se pone mucho énfasis en el hecho de que, en el reino de Dios, el liderazgo es drásticamente diferente del liderazgo habitual, tanto en el mundo gentil como en el judío. A diferencia de la noción gentil de lo que es autoridad, el enfoque cristiano del liderazgo no vincula la autoridad con un poder tipo castrense ni con estructuras jerárquicas. Los líderes neotestamentarios no se enseñoreaban de los santos mediante una jerarquía establecida, de cadena de mando, como hacían los líderes en el mundo gentil (Mateo 20:25-28). Además, a diferencia de la noción judía de lo que es autoridad, el enfoque cristiano del liderazgo no vincula la autoridad con una ordenación, ni oficio, ni posición, ni título, ni protocolo externos. Por consiguiente, en la iglesia primitiva los líderes no dirigían recurriendo a una autoridad investida en posiciones titulares, como hacían los líderes en el mundo judío (Mateo 23:1-12).
La orientación cristiana del liderazgo vincula la autoridad espiritual con la función y la madurez espirituales. Está basada en el modelo de liderazgo de siervo, que era un tema común en la enseñanza de nuestro Salvador —un modelo que milita contra las ponzoñas de la sumisión forzosa, de estructuras de autoridad excesivamente pesada y de relaciones jerárquicas (ver Mateo 23:11; Marcos 10:42-45; Lucas 22:26, 27). En este contexto, el modelo cristiano de liderazgo sirvió como una salvaguardia al real y viviente liderazgo de El Ungido (como Cabeza) y un freno contra el autoritarismo, el formalismo y el clericalismo. El reverdecimiento de la vara de Aarón es una hermosa ilustración, que revela que la base de la autoridad espiritual descansa en la manifestación de la vida de resurrección, mediante el servicio espiritual, más bien que en una posición asumida (Números 17:1-12).
Por tanto, los líderes de la iglesia primitiva dirigían con el ejemplo, no por coerción ni manipulación. El respeto que recibían de la congregación era en proporción directa a su servicio sacrificial (1 Corintios 16:10, 11, 15-18; Filipenses 2:29, 30; 1 Tesalonicenses 5:12, 13; 1 Timoteo 5:17). Su autoridad estaba arraigada en su condición espiritual interna y en su función externa, más bien que en una posición sacerdotal que ellos asumieran. Para decirlo con las palabras de Pedro, ellos no dirigían "como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo
ejemplos de la grey" (1 Pedro 5:3).
Un ejemplo es una pauta señalada para que otros la sigan. En vista de que los ancianos eran ejemplos, esto implica dos cosas: 1) actividad de parte de los ancianos (puesto que ellos daban el ejemplo) y 2) actividad de parte de los demás hermanos (puesto que ellos seguían el ejemplo de los ancianos). Por lo tanto, si un anciano esperaba que otros ganaran a los perdidos, era incumbencia de él mostrar ante la congregación cómo ganar almas. ¿Por qué? Porque él dirigía con el ejemplo. En consecuencia, la noción que sostiene que los pastores no ganan almas puesto que "los pastores no procrean ovejas, sino que las ovejas procrean ovejas" es un ejemplo clásico de hacer pedazos violentamente la enseñanza de las Escrituras. Si empujamos la metáfora de pastor-oveja más allá de su significado propuesto, no sólo los pastores no pueden engendrar ovejas, sino que también roban su lana y (a veces) ¡se las comen para almuerzo! Desafortunadamente, no pocos ‘pastores’ modernos son culpables de alimentarse
de las ovejas, en vez de alimentarlas a ellas (Judas 12; Ezequiel 34:1-10).
Además, en tanto que los ancianos estaban al frente de la congregación en calidad de modelos de vida espiritual y de servicio, exhortaban a los hermanos a que viviesen y sirviesen de la misma manera (1 Tesalonicenses 5:12-15). De esa manera alentaban a los maestros a enseñar, a los predicadores a predicar, a los profetas a profetizar, a los que exhortan a exhortar, etc. tanto dentro como fuera de las reuniones eclesiales. Téngase en cuenta que en las reuniones de la iglesia primitiva se permitía que cada miembro funcionara según su propio don, en vez de engendrar pasividad y muerte espiritual en la congregación, al tiempo que un hombre pronunciaba un sermón de 45 minutos.
Para decirlo en forma simple, el liderazgo en el Nuevo Testamento no era una obligación servil ni una austera necesidad. Era un valioso recurso caracterizado por la humildad, la afinidad, el servicio y el ejemplo piadoso.
Un paradigma de liderazgo copiado
Trágicamente, el modelo que a menudo se muestra para el liderazgo eclesial, es tomado del mundo de negocios corporativo. El paradigma que se utiliza es un paradigma gerencial, en el cual el motivo impulsor para un líder eclesiástico es formular una meta definida y trazar gráficamente un programa estratégico, mediante el cual se haya de alcanzar esa meta. De este modo, la iglesia ha quedado atrapada en el organizacionalismo aerodinámico de la cultura norteamericana corporativa. Como resultado, los cristianos han bautizado métodos de liderazgo seculares y los han colado como si fueran bíblicamente válidos. Para decirlo en forma sencilla, ¡nuestra moderna noción del liderazgo eclesial se encuentra culturalmente cautiva del espíritu de esta era!
Viendo que, en lo que respecta al liderazgo, el gran peso de la enseñanza bíblica se ha perdido en las nociones prevalecientes de nuestra cultura, necesitamos reclamar la base bíblica respecto de este asunto. Nos haría bien recordar que la metáfora principal que se traza en la Biblia respecto de la iglesia, no es una
organización, sino un
organismo. De ahí que la metáfora corporacional es una metáfora tergiversada. Como hemos dicho en el Capítulo 4, la principal metáfora para la iglesia es la de una familia viviente.
Por esta razón, el modelo bíblico para el liderazgo cristiano es el de una madre y un padre (1 Tesalonicenses 2:6-12). No obstante, incluso la imagen paternal del liderazgo puede llegar a ser deformada y convertida en una prosa fría, si no se la considera contra el telón de fondo del sacerdocio general de todos los creyentes y de nuestra relación primaria de unos con otros como hermanos y hermanas (Mateo 23:8). Dicho llanamente, los líderes de la iglesia neotestamentaria dirigían de una manera no jerárquica, no aristocrática, no autoritaria, no institucional y no clerical. Además, el liderazgo que se visualiza en el Nuevo Testamento es principalmente
funcional, y de forma más importante, es
relacional.
Tener al liderazgo de la iglesia local funcionando conforme a los mismos principios que rigen a un ejecutivo corporativo en un negocio o a un aristócrata en un sistema de castas imperial, no fue nunca el concepto del Señor. Es por esta razón que los autores neotestamentarios nunca optaron por usar metáforas jerárquicas ni imperiales para describir al liderazgo eclesial. A los líderes de la iglesia neotestamentaria se los describe como siervos y niños, más bien que como señores y amos (Lucas 22:25, 26). Mientras que esta manera de pensar está en conflicto directo con el concepto popular de autoridad de hoy día, engrana perfectamente con la enseñanza bíblica del reino de Dios —la esfera en que los débiles son fuertes, los pobres son ricos, los humildes son exaltados, y los últimos son primeros.
Reconsiderando nuestra noción de autoridad
La razón principal de por qué nuestros conceptos de liderazgo eclesial se han desviado tan lejos de la enseñanza bíblica, puede ser rastreada y hallada en nuestra tendencia a proyectar nuestras nociones políticas norteamericanas de autoridad, posición y oficio, en los escritores bíblicos y atribuirlas al texto neotestamentario al interpretar el mismo. Cuando leemos palabras tales como "pastor", "obispo" (supervisor) y "anciano" en el Nuevo Testamento, tendemos a pensar en ellos en términos de cargos gubernamentales como ‘Presidente’ y ‘Senador’. De esta manera, consideramos a los ancianos, pastores y obispos como funciones (cargos) sociológicos. Los consideramos como oficios de vacantes que poseen una realidad independiente de las personas que las llenan. En conformidad, atribuimos a los oficiales eclesiales una autoridad incuestionable sobre todos los demás creyentes de la congregación, simplemente porque ‘ocupan el cargo’.
Sin embargo, la noción neotestamentaria del liderazgo es marcadamente diferente. No hay justificación bíblica para la idea de que el liderazgo eclesial es oficial, ni para la noción de que algunos creyentes tienen autoridad sobre otros creyentes. La única autoridad que existe en la iglesia es El Ungido mismo. Los seres humanos no tienen autoridad en sí mismos; la autoridad divina sólo está investida en la Cabeza. Por lo tanto, en el Nuevo Testamento la autoridad es representativa. Esto quiere decir que, en tanto que los creyentes pueden
representar y
expresar la autoridad divina, nunca
asumen tal autoridad. Hasta donde un miembro del Cuerpo está reflejando la mente de la Cabeza, hasta ese grado está representando la autoridad divina. Por lo tanto, el buen liderazgo nunca es autoritario. Tan sólo da muestras de autoridad cuando eso expresa la voluntad de la Cabeza. (Para un estudio más completo y más técnico del concepto neotestamentario del liderazgo, la autoridad y la responsabilidad, lea mi libro
Who is Your Covering? /¿Quién es su cobertura?/)
Luego, la tarea básica del liderazgo bíblico consta de facilitación, enseñanza y dirección. En el grado en que un miembro está modelando la voluntad de Dios en una de estas áreas, hasta ese grado está guiando. A este respecto, el liderazgo bíblico está orientado a servir. Líderes son aquellos que sobresalen en servicio y ministerio. Esto los capacita a ser ejemplos de cómo debe funcionar
toda la iglesia. Por tanto, no es de extrañar que Pablo nunca optara por usar ninguna de las más de cuarenta palabras griegas comunes que expresan ‘oficio’, ‘cargo’ y ‘autoridad’ cuando trata del liderazgo cristiano. La sorprendente realidad es que la palabra favorita que Pablo usa para definir el liderazgo bíblico es lo opuesto a lo que la mente natural imaginaría —es
[font=GraecaII,Courier New]diakonos[/font] /
diákonos/, que significa ‘siervo’ o servidor.
En su preciosa exposición de Marcos 10:42, 43, Ray C. Stedman observa:
Entre los cristianos la autoridad no deriva de la misma fuente que la autoridad mundana, ni se la ha de ejercer de la misma manera. La visión mundana de la autoridad coloca a los hombres unos sobre otros, como en una estructura de mando militar, en una jerarquía ejecutiva de negocios o en un sistema gubernamental... El mundo, apremiado por la competencia creada por la Caída y encarado con la rebeldía y la insensibilidad de la naturaleza humana pecaminosa, no podría funcionar sin el uso de estructuras de mando y de decisión ejecutiva. Pero como Jesús expresó cuidadosamente: "...no será así entre vosotros..." Los discípulos han de tener siempre una relación diferente unos con otros de la que tienen los del mundo. Los cristianos son hermanos y hermanas, hijos de un Padre y miembros uno del otro. Jesús lo dijo claramente en Mateo 23:8: "...porque uno es vuestro Maestro, El Ungido, y todos vosotros sois hermanos." A lo largo de casi veinte siglos la iglesia ha ignorado en la práctica estas palabras. Sin embargo, probablemente con la mejor de las intenciones, ha copiado repetidamente, en todo, las estructuras de autoridad del mundo; cambió los nombres de los ejecutivos: de reyes, generales, capitanes, presidentes, gobernadores, ministros (jefes de departamentos), cabezas y jefes, a papas, patriarcas, obispos, administradores, diáconos, pastores y ancianos, y ha seguido su camino alegremente, enseñoreándose de los hermanos y destruyendo de ese modo el modelo de servidumbre que nuestro Señor tenía en mira... Seguramente, en algún lugar las palabras de Jesús: "...Pero no será así entre vosotros..." deben encontrar algún cumplimiento. Con todo, hoy día en la mayor parte de las iglesias se ha dado una irreflexiva aceptación al concepto de que el pastor es la última palabra en autoridad, tanto en doctrina como en la práctica, y que él es el oficial ejecutivo de la iglesia en lo que respecta a la administración. Pero, ciertamente, si un papa sobre toda la iglesia es malo, ¡un papa en cada iglesia no es mejor! ("A Pastor’s Authority" /Autoridad del pastor/, Discovery Paper #3500, Discovery Publishing).
No olvidemos nunca que los ancianos eran siervos del Maestro, del Señor Jesús, quien era el único que poseía los derechos sobre la iglesia. Por tanto, a lo largo de todo el Nuevo Testamento nunca se hace referencia a ningún líder eclesial como "cabeza" de una iglesia. Este título se reserva exclusivamente para el Señor Jesús. Dado que los ancianos de la congregación primitiva no consideraban a la iglesia como que pertenecía a ellos, no promovían sus programas a pura fuerza, ni constreñían a otros a una insensata sumisión apelando a ‘su posición’. Los ancianos de la iglesia primitiva no funcionaban como una oligarquía (gobierno absoluto por unos pocos) ni como una dictadura (gobierno monárquico por una persona).
Por el mismo motivo, la congregación primitiva no funcionaba como nuestra democracia contemporánea. En el Nuevo Testamento nunca se visualiza que los asuntos de la iglesia fueran resueltos mediante un gobierno mayoritario. Si bien podemos pensar que nuestro sistema democrático norteamericano está fundamentado en una teología bíblica, no hay ni un sólo ejemplo en todo el Nuevo Testamento donde se tomaran decisiones por votación.