La iglesia en Jerusalem y las nuestras hoy

28 Febrero 1999
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La propuesta de este epígrafe va encaminada a cotejar lo que fue aquella primera iglesia de la historia con las nuestras en la actualidad.

En el mundo se usa y abusa del dicho popular: “Toda comparación es odiosa”. Depende; si comparamos lo malo con lo peor puede ser; pero si el modelo que tenemos por delante fuera el mejor ¡eso ya es otro cantar!

El método bereano consiste en comprobar siempre con las Escrituras lo que se esté considerando, para ver si es conforme a verdad (Hch 17:10,11)

Por supuesto, las sectas y herejes de toda laya invocan similar procedimiento, pero los agarramos en el aire no bien tuercen y distorsionan el sentido llano del texto, para hacerle decir lo que ellos quieren que diga.

Por supuesto, nos acusarán de hacer lo mismo, pero tendrán que probarlo y no podrán. ¡Ahí está el detalle!
Seguramente hallamos semejanzas y desemejanzas de la iglesia en Jerusalem con aquella en la que nos congregamos y otras que también conocemos.

No debemos pensar que únicamente las coincidencias aprueben que estemos bien, y que en lo que no nos parecemos en nada estemos mal. A miles de kilómetros de distancia y casi dos milenios separados en el tiempo, es natural que seamos bastante diferentes ¡aunque no al grado de parecernos tan poco!

Si se me mostrara fotografías de mi padre a las mismas edades que cotejo con las mías, ¡será muy desalentador si apenas nos parecemos en el blanco del ojo!

A cualquier forista podrá incomodarle hasta el fastidio que lo que aquí estudiemos difiera tanto con su congregación, pero ¿qué podemos hacer?

Probablemente se vaya ordenando el tema de modo que contemplemos aspectos varios, de suerte que lo que no comentemos ahora, podamos hacerlo después.

Tras esta necesaria introducción podemos comenzar.
 
Re: La iglesia en Jerusalem y las nuestras hoy

La propuesta de este epígrafe va encaminada a cotejar lo que fue aquella primera iglesia de la historia con las nuestras en la actualidad.

En el mundo se usa y abusa del dicho popular: “Toda comparación es odiosa”. Depende; si comparamos lo malo con lo peor puede ser; pero si el modelo que tenemos por delante fuera el mejor ¡eso ya es otro cantar!

El método bereano consiste en comprobar siempre con las Escrituras lo que se esté considerando, para ver si es conforme a verdad (Hch 17:10,11)

Por supuesto, las sectas y herejes de toda laya invocan similar procedimiento, pero los agarramos en el aire no bien tuercen y distorsionan el sentido llano del texto, para hacerle decir lo que ellos quieren que diga.

Por supuesto, nos acusarán de hacer lo mismo, pero tendrán que probarlo y no podrán. ¡Ahí está el detalle!
Seguramente hallamos semejanzas y desemejanzas de la iglesia en Jerusalem con aquella en la que nos congregamos y otras que también conocemos.

No debemos pensar que únicamente las coincidencias aprueben que estemos bien, y que en lo que no nos parecemos en nada estemos mal. A miles de kilómetros de distancia y casi dos milenios separados en el tiempo, es natural que seamos bastante diferentes ¡aunque no al grado de parecernos tan poco!

Si se me mostrara fotografías de mi padre a las mismas edades que cotejo con las mías, ¡será muy desalentador si apenas nos parecemos en el blanco del ojo!

A cualquier forista podrá incomodarle hasta el fastidio que lo que aquí estudiemos difiera tanto con su congregación, pero ¿qué podemos hacer?

Probablemente se vaya ordenando el tema de modo que contemplemos aspectos varios, de suerte que lo que no comentemos ahora, podamos hacerlo después.

Tras esta necesaria introducción podemos comenzar.

Estimado:Ricardo

Estoy seguro, que aquí vamos a aprender lo que debe ser la Iglesia del Señor hoy dia, Y DE COMO ERA LA IGLESIA DEL SEñOR EN JERUSALèN, y de aquellos días.

Por tanto, DE LA INTRODUCCION. Que soy todo oídos....

PAZ Y GRACIA DEL SJ
 
El origen de la iglesia en Jerusalem y de nuestras iglesias

El origen de la iglesia en Jerusalem y de nuestras iglesias


Todos sabemos que la primera mención de la iglesia como tal (no como la congregación en el desierto o Israel –Hch 7:38- ni como asamblea política de una ciudad –Hch 19:39- el mismo Señor Jesús la dio a conocer en Mt 16:19, como algo futuro todavía. La compañía de los doce discípulos que seguían al Señor nunca fue iglesia hasta Pentecostés. Es cierto que Jesús mismo les anticipa cuál debía ser el proceso a seguir con un hermano que no quiere reconciliarse con otro, en el ámbito ya de lo que sería luego una iglesia local (Mt 18:17), pero esto no se dio antes de Pentecostés. Era necesario que el Espíritu Santo fundiera los distintos elementos en una sola cosa.

Esto ocurrió en primera instancia con los aproximadamente 120 hermanos que juntos esperaban el cumplimiento de la promesa (Hch 1:15; 2:1,4). En cuestión de horas el número pasó de los 3.000 con los que se convirtieron, fueron bautizados y añadidos al grupo original (Hch 2:41). Se dice que el mismo Señor era quien añadía a la iglesia los que iban siendo salvados (v.47b). La característica general desde el primer día de esta iglesia era que “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (v.42). No se propusieron ellos ser iglesia. Eso fue obra del Espíritu Santo, y Jesucristo siguió edificándola como les había dicho que haría.

Nuestras iglesias, en cambio (salvo el excepcional caso de cada forista), responden a planes bien elaborados de una denominación o Misión que quiere verse representada en un país o ciudad. Aunque por supuesto que siempre se invocará la salvación de las almas perdidas, en los papeles el interés manifiesto es abrir tantas sucursales de la Misión, denominación o iglesia madre, como sea posible.

Una vez asentado un misionero con su familia en una casa alquilada, se arrendaba también un local adecuado para congregarse. En la fachada se colocaba un cartel con el programa semanal de reuniones, y dentro una o dos filas de bancos, una plataforma con atril o púlpito, un armonio que tocaba la esposa, textos bíblicos adornando las paredes, y Biblias e himnarios esparcidos por los bancos. Los primeros miembros solían ser otros evangélicos de la zona malquistados con la iglesia de procedencia.

Ya tenemos aquí nuestras iglesias. Por supuesto que hay muchas variantes, pero esta es una de las más populares y generalizadas.

Ahora ya podemos buscar semejanzas y desemejanzas con aquella primera iglesia en Jerusalem.
 
La cuestión del nombre

La cuestión del nombre

Es posible que a un cristiano evangélico actual le llame la atención que en Hch 2:47b se diga simplemente “la iglesia” sin especificar cuál iglesia. Es que a aquellos primeros cristianos no les pasaba por la mente que pudieran llamar de una manera distintiva a la iglesia.

Como judíos que eran, si un visitante extranjero les hubiera preguntado:

-¿Cómo se llama vuestro Templo?

-No tiene nombre alguno, pues fue levantado al nombre del Eterno, para que este nombre del Dios de Israel estuviera allí –dirían ellos (1Re 8:29).

Si preguntaran lo mismo respecto a la iglesia responderían:

-La iglesia no necesita nombre que la identifique pues todos nosotros hemos sido llamados afuera para reunirnos al nombre del Señor Jesucristo como Él mismo nos enseñó, y Él está en medio de nosotros.

Si me preguntaran a mí qué nombre se me ocurriría ponerle a aquella iglesia, tras rascarme la cabeza en busca de uno bien bonito y que representara a toda la cristiandad, probablemente les dijera:

-Iglesia Católica Evangélica Ortodoxa.

Así contemplaría a las tres grandes confesiones del cristianismo.

Claro, alguien podría preguntar:

-¿Cómo se distinguía aquella primera iglesia de las otras que más tarde también se reunían por toda Judea, Galilea y Samaria (Hch 9:31)?

-Pues el mismo Lucas la nombraba como “la iglesia que estaba en Jerusalem” (Hch 8:1; 11:22). Aunque no fuese un nombre, lo único que distinguía a una iglesia de otra era su localización geográfica. Siempre en singular tratándose de una ciudad, o en plural si de una provincia o región mayor como las siete iglesias en Asia de Ap 2 y 3.

En mi país los nombres de las iglesias a veces son étnicos: Iglesia Anglicana, Evangélica Alemana, Evangélica Armenia, Evangélica Coreana; otras con referencia a su gobierno eclesiástico: Episcopal, Congregacional, Presbiteriana; otras por sus fundadores: Luterana, Menonita, Wesleyana, Valdense. Algunas tienen nombres muy largos y realmente estrambóticos como: IGLESIA CRISTIANA EVANGÉLICA FUNDAMENTALISTA Y ANTIECUMENISTA.

Como actualmente en una misma ciudad puede haber cientos o miles de iglesias, también en cada barrio hay muchas, a veces muy próximas, y hasta de la misma denominación. Esto lleva a que al constituirse, la primera preocupación del grupo sea cuál nombre le van a dar a la nueva iglesia. Esto es así, porque la “iglesia” es concebida como cualquier otro emprendimiento comercial. En cada barrio hay muchos comercios de todos los ramos, y es obvio que han de tener un nombre distintivo que los diferencia de los demás. Ningún establecimiento comercial luce en su fachada un letrero que sólo diga: PANADERÍA o CARNICERÍA, sino que a continuación sigue un nombre peculiar. Así, nunca van a leer ustedes un cartel que diga IGLESIA, sino normalmente “Iglesia Evangélica Fulana de Tal”, sea Bautista, Metodista, Pentecostal o de cualquier otra denominación.

En el NT las iglesias son llamadas como: de Dios, de Cristo, del Señor.

Si uno de aquellos judíos convertido, bautizado y congregado en aquella iglesia en Jerusalem pudiera visitarnos en cualquiera de nuestras capitales, gastaría sus sandalias buscando donde congregarse.
 
Re: La cuestión del nombre

Re: La cuestión del nombre

Estimado:Ricardo

"Bienaventurado eres". Que alegría el saber, que hay hombres de Dios que saben desmeduzar muy bien la palabra de Dios. Espero, que los hermanos Edison, Plataforma, Manhattan, y EL MAS QUERIDO HESED1, se den una vueltita para congregarse en esta Iglesia de Jerusalèn.

PAZ Y GRACIA DEL SJ
 
¿Y dónde está el edificio?

¿Y dónde está el edificio?


Cuando leemos que todos los que habían creído perseveraban unánimes cada día en el Templo, por supuesto que no se refiere al lugar donde solamente ministraban los sacerdotes y levitas, sino a los patios exteriores donde podía ubicarse gran número de personas. El Pórtico de Salomón tenía también la ventaja de protegerles de la inclemencia del tiempo, ya fuese el sol o la lluvia. Aquel lugar fue usado por poco tiempo, pues luego que arreció la persecución de los judíos contra los discípulos del Nazareno, la iglesia tuvo que seguir reuniéndose en cuantas casas se abrían para ello. O sea, la iglesia en Jerusalem siempre fue una sola, aun alcanzando para el tiempo de Hch 6:7 probablemente a veinte mil discípulos; pero los lugares de reunión eran múltiples, a más de la explanada del Templo (Hch 5:42).

Probablemente las casas más grandes fueron las ofrecidas para reunirse, y los asistentes serían de las familias vecinas o más cercanas a la misma.

Ese diario compañerismo, donde compartían alimentos y se prodigaban los cuidados necesarios a los más necesitados, establecía un vínculo de comunión hermanable, totalmente desconocido en su anterior rutina sabatina de las sinagogas.

En realidad, carecemos de más información en cuanto adónde era el lugar de reunión de aquella primera asamblea cristiana.

Ninguno de ellos podía imaginarse que ya llegarían tiempos en que la palabra iglesia (EKKLESIA) designaría a un edificio especialmente diseñado para las reuniones de los santos. Menos, todavía, que los primeros de ellos fueran templos paganos a cuyos sacerdotes e idólatras desalojarían y perseguirían, desde Constantino hasta la conquista de América.

Casa de Dios eran ellos mismos (He 3:6); edificio de Dios (1Co 3:9) y templo de Dios (2Co 6:16b); como piedras vivas en una casa espiritual (1Pe 2:5). Esta es la verdad en aquel entonces y todavía hoy día.

En contraste con la experiencia del cristianismo primitivo, muchos de nosotros hemos asistido a la inauguración de algún edificio construido o refaccionado al efecto, donde el mensaje y las oraciones no dejaron de recordar las palabras de Salomón al consagrar el primer Templo en 1Re 6. Sin embargo, nada que ver de aquello con esto. Salomón sabía que aquella Casa que dedicaba al Eterno no podía contenerle, y que no desde allí sino desde su morada en los cielos Él atendería a las oraciones. La revelación del NT es que Dios moraría en medio de su pueblo reunido y Cristo habitaría por la fe en sus corazones. Tal como lo había enseñado a la mujer samaritana, ya no sería Jerusalem ni el monte Gerizim los lugares que judíos y samaritanos adorarían, sino que “en espíritu y en verdad es necesario que adoren al Padre” (Jn 4:21-24).

Aun a los cristianos evangélicos, por más fundamentalistas que se digan, les cuesta convencerse que la presencia de Dios no es más real en el edificio destinado a sus cultos, que una casa, una plaza, un parque o una playa. Arrastran aquel resabio del catolicismo del recinto sagrado, y adoptan un aire reverente y solemne en ese lugar, cuando el respeto y la discreción debieran acompañarnos en cualquier sitio que estemos.

Es una superstición evangélica mostrarse muy circunspectos los domingos en el Templo, Capilla, Local, Salón o como le llamen, mientras en la semana son descuidados en la calle, el hogar, el Colegio o el trabajo.
 
¡Ni Biblia tenían!

¡Ni Biblia tenían!

Si fuésemos a señalar una notoria diferencia entre la iglesia en Jerusalem y las nuestras, es que nosotros no concebimos una iglesia que se precie de serlo, si al comenzar la reunión cada asistente no tuviera una Biblia consigo. Allá en Jerusalem no disponían de un solo ejemplar siquiera.

¡Claro, ni modo! Ellos estaban haciendo historia para que Lucas luego la escribiera, y los 27 libros del NT ni siquiera estaban en proyecto.

Pocos cristianos parece que se dan cuenta que cuando Pablo luego escribirá a Timoteo recordándole como desde niño había sido instruido en las Sagradas Escrituras (2Ti 3:15,16) no se refiere a la Biblia como hoy la tenemos, sino al texto de lo que llamamos Antiguo Testamento.

Es posible que algunos de los sacerdotes convertidos fuera a la reunión con algún rollo bajo el brazo, pero no podemos asegurar nada. Sabemos que la práctica en las sinagogas era que se leyese y explicase la Escritura por un rabino (Lc 4:17,20). Es también posible que en algunas casas de discípulos en buena posición, hubiera varios de estos rollos; pero sabemos que estos manuscritos eran escasos y muy caros. En Berea, los judíos escudriñaban cada día las Escrituras para confirmar lo que oían de los apóstoles (Hch 17:10,11). Pablo, al final de su vida, pide a Timoteo que le traiga los libros que había dejado en Troas, “principalmente los pergaminos” (2Ti 4:13). Quizás no todos, pero algunos podían ser libros de la Ley, los Salmos o los Profetas.

En cierta ocasión, en una campaña de evangelización, presencié como un famoso predicador sudafricano comenzaba leyendo Jn 3:16 desde su Biblia abierta por la mitad (¡¿?!). Seguidamente la tiró al piso y comenzó a contar una anécdota interminable. Con ella conmovió a sus oyentes llamándolos a "aceptar a Cristo" (¡¿?!).

Lo que importa destacar, es que desde el primer capítulo de Hechos las Escrituras son citadas para explicar los pasos que se han de seguir. Ellas regulan la vida de los discípulos bajo la dirección del Espíritu Santo y el ministerio de los apóstoles (Hch 6:4).

Ellos podían no tener un ejemplar de la Palabra de Dios en la mano pero la tenían en su corazón. Antes de la invención de la imprenta, los cristianos eran muy memoristas y podían citar con precisión capítulos enteros.

Recuerdo una iglesia que de joven visitaba, y me llamaba la atención que algunas hermanas al llegar sacaban de un armario su Biblia, Himnario y mantilla, que al terminar la reunión volvían a guardar hasta la próxima. Quise creer que en su casa tendrían otro ejemplar. Otros, hoy día, llevan a dar su paseo dominical a una Biblia que apenas abrirán durante el culto, para volverla a su lugar en casa durante toda una semana de descanso.

También recuerdo amados hermanos ciegos que podían citar muchos textos, y que al visitarlos pedían que les leyésemos algún capítulo que tenían en mente. Atesoraban la Palabra de Dios.

Actualmente un predicador podrá citar como si fuera de la Biblia ocurrencias propias y difícilmente alguien se percate que eso no está en la Biblia.

Vemos llegar a hermanos con una hermosa Biblia de cuero e impecables cantos dorados, que delata que raramente es abierta.

No puedo borrar de mi retina la visión de tantas Biblias gastadas en manos de mis hermanos, con algunas páginas sueltas, subrayadas, marcadas con anotaciones, y hasta con hojas intercaladas con los bosquejos de mensajes escuchados.

Algún lector podría sentirse tentado a pensar que no teniendo los discípulos en la iglesia en Jerusalem ejemplares completos de la Biblia, sino que apenas se explicaban las Escrituras del AT, aquello más que iglesia cristiana parecería sinagoga judía. No era así. Hch 2:42 nos dice que “perseveraban en la doctrina de los apóstoles”. Esta, contenía la misma sustancia de los evangelios y las epístolas que luego se escribirían. No podemos olvidar que el Señor Jesús, fiel a lo prometido, estaba presente en medio de ellos, y el Espíritu Santo llenaba a los reunidos (4:31) controlando todo (5:3). Aquel primitivo cristianismo era más real que el nuestro.
 
La preeminencia del Señor Jesucristo

La preeminencia del Señor Jesucristo


Un rasgo distintivo de la primera iglesia en Jerusalem, que siguió reflejándose por las demás establecidas luego por toda la Judea, Galilea, Samaria y regiones de gentiles, fue la preeminencia del Señor Jesucristo.

Más importante que el “andar con el Jesús en la boca” de los religiosos, era la realidad de que el Señor Jesucristo era preeminente en todo en aquella asamblea cristiana comenzada en aquel Pentecostés.

El renovado celo que muchos de ellos tenían por la Ley (comprendiendo generalmente con esta palabra también las demás Escrituras y no sólo el Pentateuco), se explica por el encontrar en ellas todo lo que de Él decían, tal como el mismo Señor había comenzado por hacerlo con aquellos dos discípulos de Emaús (Lc 24:27). Algunos de ellos quizás le habían oído decir: “Escudriñad las Escrituras…ellas son las que dan testimonio de mi” (Jn 5:39). Pedro recordaba también que desde Samuel en adelante todos los profetas habían anunciado aquellos días (Hch 3:24).

Cuando estos discípulos se aplicaban diligentemente a este estudio, por supuesto que no era buscando a Abraham, Moisés, David o Isaías, sino que en sus hechos, dichos y escritos percibían más y más cosas que fueron tipos del Señor Jesús. Este descubrimiento, con la guía e iluminación del Espíritu Santo, despertaba gran entusiasmo entre aquellos hermanos.

El nombre del Señor Jesús pasó a ser una marca de identidad entre aquellos discípulos. Aunque fueran conminados por la autoridad religiosa judía a no hablar ni enseñar en el nombre de Jesús los apóstoles no podían dejar de hacerlo (Hch 4:18-20; 5:28,29; 40-42).

Aunque sabían que después de ascendido a los cielos Él estaba a la diestra de Dios, como lo escucharon confesar a Esteban (Hch 7:56), en el Espíritu estaba en cada uno de ellos (Ro 8:9) y presente en medio de los congregados a su nombre (Mt 18:20).

La participación de la Cena del Señor cada primer día de la semana era un recordatorio de su muerte, pues en el un pan que compartían entre todos agradecían que sobre el cuerpo del santo substituto habían sido puestos todos los pecados de ellos, y en la copa de vino de la que bebían agradecían también la redención obtenida por su sangre derramada en la cruz.

La vida individual, familiar y comunitaria de todos ellos giraba en torno de la persona del Señor Jesús.
Pedro luego tendrá que escribir sobre los que “desprecian el Señorío” (2Pe 2:10) y Juan en el Apocalipsis la condición de la iglesia en Laodicea que dejaría al Señor afuera (3:20).

Finalmente, estaba latente la esperanza de su pronta venida, pues Dios lo enviaría al tiempo de la restauración de todas las cosas (Hch 3:20,21), como los ángeles ya les habían anunciado al verle ascender a los cielos (Hch 1:11).

La preeminencia del Señor Jesucristo es todo un desafío para nosotros hoy día, pues sobre el fondo que vimos de lo que ocurría en aquella iglesia en Jerusalem, podremos discernir si aquella encaja o contrasta en las congregaciones conocidas.
 
¿Quién tiene hoy la preeminencia en las iglesias?

¿Quién tiene hoy la preeminencia en las iglesias?


Complementando el anterior aporte, sobre el marco bíblico – histórico de la iglesia en Jerusalem nos corresponde observar ahora si se mantiene la misma preeminencia del Señor Jesús sobre las iglesias, o si esta ha sido suplantada.

Por supuesto que cada lector con justificada razón alegará que en su iglesia día a día el Señor Jesús aumenta su Señorío sobre la misma, pero también conocerá que tal cosa no sucede en todas partes ni con la frecuencia deseable.

Debe admitirse que en el sistema teológico – doctrinal que cada iglesia profesa nada ha cambiado. En teoría, todo permanece igual que en el NT.

La eclesiología de cada denominación no discute ni pone en duda la preeminencia del Señor Jesús en las iglesias.

Es en el aspecto práctico, visible y tangible que las cosas parecen ser diferentes, y cuando esta práctica parece chocar con la confesión de fe, la respuesta en todas partes suele ser la misma:

-Nosotros siempre lo hicimos así.

De esta manera, la costumbre tradicional substituye lo que la confesión de fe denominacional o la misma Biblia pudiera decir.

Según sea el sistema de gobierno de cada congregación, unipersonal (pastoral), o pluripersonal (congregacional, presbiteriano), se pueden obtener distintos resultados. Siendo que las observaciones contemplan únicamente lo que es de conocimiento general y no cada caso en particular de la totalidad –lo que sería humanamente imposible de chequear-, se nos ha de disculpar por si los criterios expuestos no hicieran justicia a un hermano pastor o anciano, o a una iglesia en la que se congrega nuestro lector.

En el primer caso, lo habitual que hemos comprobado en las iglesias conocidas por décadas, y actualmente las de nuestra zona, es que la preeminencia la tiene quien ha dicho que como autoridad delegada de la Cabeza de la iglesia en los cielos, él es la cabeza de la iglesia acá en la tierra, o sea, el pastor. Por supuesto, no hay texto bíblico que avale tal pretensión.

Reconozco que he conocido antiguos pastores -hace ya mucho tiempo con el Señor-, que se desvivían por atender las necesidades de su congregación.

Actualmente es al revés: cada iglesia gira en torno al pastor y su familia. Los miembros son meras piezas de un mecanismo que solamente funciona para proveer al pastor, esposa e hijos, de un buen pasar que dignifique la iglesia.

El pastor ha pasado a ser un cura evangélico que presenta a los bebés en cuanto asisten al primer culto en la iglesia, los adoctrina en la Escuela Dominical, los bautiza, casa y si se malogra con una muerte prematura le dedica el responso final en su sepelio.

El Señor Jesucristo continúa siendo preeminente allá en el cielo, pero mientras Él no viene el pastor le reemplaza lo mejor que puede.

En los sistemas eclesiásticos pluripersonales no suele suceder lo mismo, aunque casos parecidos se dan cuando hay un “anciano principal”.

Habitualmente en este tipo de iglesias, la preeminencia no la tiene hombre alguno, sino la “sana doctrina” custodiada como en vitrina, a la que se le rinde un culto que raya en una forma de idolatría.

En realidad, lo que conservan de la sana doctrina es apenas su osamenta, pues no pasa de ser un compuesto de articulados huesos secos unidos con alambre y forrados con vendas, al mejor estilo de momia egipcia.

Ellos veneran la doctrina, y se escandalizan no bien alguien diga algo que no encaje rigurosamente en su sistema.

Es posible también, que en algunas iglesias de las más modernas, la preeminencia la tenga un “Líder de alabanza”, o un músico, o la banda que toca en los cultos con una amplificación que enloquece al vecindario.

Sea quien sea, o lo que sea, lo que sí parece cierto es que ya hace bastante tiempo que cada vez es más raro hallar una iglesia donde el Señor Jesús sea realmente preeminente.
 
Re: ¿Quién tiene hoy la preeminencia en las iglesias?

Re: ¿Quién tiene hoy la preeminencia en las iglesias?

Aunque no entre directamente en el tema, hay una cosa que me gusta advertir cuando se habla de la iglesia antigua y la actual.

Nuestra fe no es tanto en una doctrina como en una persona. Podemos tener diferencias en algunos puntos, pero si el Cristo que predicamos es el mismo entonces seremos la misma Iglesia (mejor o peor). Por eso estoy tranquilo sabiendo que Cristo es el mismo y que nadie me la cambiará.

También es un firme consuelo saber que las Sagradas Escrituras no han cambiado en estos 2000 años. Ellos escucharon y leyeron las mismas cosas.
 
Re: ¿Quién tiene hoy la preeminencia en las iglesias?

Re: ¿Quién tiene hoy la preeminencia en las iglesias?

Que la PAZ esté con vosotros.

En Gálatas 3:26,28, ESTÁ ESCRITO:
-TODOS, pués, sois HIJOS DE DIOS por LA FÉ EN CRISTO JESÚS.
-NO hay ya JUDÍO o GRIEGO, NO hay SIERVO o LIBRE, NO hay VARÓN o HEMBRA, porque TODOS sois UNO EN CRISTO JESÚS.

Que ÉL os Bendiga a TODOS con SU PAZ y SU AMOR. AMÉN.
 
Apreciados NSEIGI y Cátara

Apreciados NSEIGI y Cátara

Agradezco vuestros aportes y el testimonio que ambos dan respecto a nuestra perfecta unidad en Cristo y en la Palabra de Dios.

Creo que si pudiéramos viajar en el tiempo en el "auto fantástico" (Recuerdo del Futuro) hasta la Jerusalem de los primeros capítulos de Hechos, nos hallaríamos muy a gusto con aquellos hermanos y ellos con nosotros.
 
¿Transición o regresión?

¿Transición o regresión?


Todos los estudiosos de la historia del cristianismo primitivo aceptan sin discusión un período de transición en las primeras iglesias formadas casi enteramente por judíos, como en Jerusalem, o por convertidos de entre las comunidades judías en la provincia de Asia, la Galacia, Grecia y la propia Roma.

Esto ayuda a explicar al lector gentil moderno algunos incidentes y enseñanzas que hallamos en Hechos, Romanos, Gálatas, Hebreos y Santiago, que chocan con nuestra visión actual del cristianismo.

Una vez aceptada esta realidad, hay necesidad de señalar que se ha tomado este fenómeno natural –aquí en el Foro-, para manipularlo al grado de pretender justificar con él lo injustificable: quitarle a la iglesia en Jerusalem su condición de cristiana.

Todas las realidades conllevan este riesgo: llevarlas al extremo de hacerlas fantasiosas. Es como cuando un novato cuenta el tamaño del pez que atrapó: va creciendo a medida que la anécdota se repite.

Cuando esto sucede, tenemos que admitir que estos males acontecen por no discutir lo obvio, pues no falta nunca algún despistado que aprovecha para sacar de debajo del sombrero los conejos de “ocultas verdades”.

Cuando forzados por las circunstancias somos obligados a estudiar lo tácitamente aceptado de esa transición del judaísmo al cristianismo entre los discípulos de Jesús y los que a su vez fueron discípulos de ellos, hallamos que las cosas no tuvieron la proporción que se le ha querido recientemente asignar.
Comenzaremos pues con el Diccionario que define la transición como: -Acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto.

Así, es posible que todavía advirtamos en un recién convertido cosas que no esperaríamos encontrar en un cristiano maduro.

En política, son comprensibles los ajustes y acomodamientos que deben producirse cuando se pasa de una forma de gobierno a otra.

Es entonces lo más propio y natural que convengamos que no fue nada fácil pasar del sistema judaico reglamentado por la Ley de Moisés -más todo lo que fue agregado por la tradición de los ancianos y el celo de los fariseos-, a la forma cristiana más libre y abierta pues abrazaba con su expectativa la gentilidad y el mundo entero.

Ahora, si entendemos bien las cosas, para que haya una transición, es menester que se hubiera producido ya un cambio. Si el cambio aún no llegó, tampoco la transición puede comenzar pues todavía se está en la antigua forma.

La iglesia en Jerusalem tras aquel Pentecostés, experimenta un cambio total de lo que hasta entonces representaba el judaísmo, aunque seguidamente sus enemigos la verán como una secta del mismo. Esto también es comprensible.

Cuando estudiamos el punto, las cosas se dan de manera diferente.

Empezamos por recordar que los problemas de la iglesia con el judaísmo no se presentan en los primeros capítulos del libro de Hechos, sino promediando el mismo (Hch 15) y más adelante (cap. 21). Incluso, había comenzado no en Jerusalem sino en Antioquía. Había causado sorpresa en Jerusalem la misión de Pedro en Cesarea, pero tras escuchar su explicación callaron y glorificaron a Dios porque diera a los gentiles arrepentimiento para vida (Hch 11:3,18).

Cuando reparamos lo que dice en Gálatas y en Hebreos, lo que observamos son fuertes réplicas de Pablo a cierta tendencia de retorno a las viejas formas. Por ejemplo: Gal 1:6; 3:1-5; todo cap.5; He 5:12; 10:39.

Apenas este breve vistazo alcanza para percatarse que no era tanto un problema de transición el que se venía dando en la iglesia en Jerusalem, sino de regresión o retorno a las viejas prácticas; legítimas para los judíos, pero que no debían imponerse a los convertidos de entre los gentiles.
 
Re: ¿Transición o regresión?

Re: ¿Transición o regresión?

Apenas este breve vistazo alcanza para percatarse que no era tanto un problema de transición el que se venía dando en la iglesia en Jerusalem, sino de regresión o retorno a las viejas prácticas; legítimas para los judíos, pero que no debían imponerse a los convertidos de entre los gentiles.
Visto en una primera lectura es así, pero había un problema más profundo que Pablo lo supo discernir.
La transición es evidente y más tomando en cuenta que Jesús vino a poner en su debido contexto las enseñanzas anteriores que habían sido oscurecidas, aumentadas y distorcionadas por el hombre. Isaias lo profetizó: Isa 42:21 Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla. Otras versiones dice en darle a la ley "su verdadero significado" al mismo que tendrían acceso, a más de los extraviados dirigentes religiosos, los gentiles, por eso dice: Isa 42:4 No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley.

La transición es más notoria en cuanto al sistema de "sombras" (ritos, ceremonias), leyes civiles y nacionales...que apuntaban a una realidad futura: Cristo, el cual, una vez hechos realidad los símbolos del pasado, perdieron su vigencia. Esto en un principio no fue fácil asimilar por parte del pueblo israelita, incluidos los mismos apóstoles.
Algunos creyentes iniciales creían que para ser cristianos había que primero aceptar el judaismo (circuncisión, como ejemplo más notorio). Aquí yo no veo un problema insuperable pues el Espíritu Santo es el que guiaría (toma tiempo) a una mejor comprensión del Mesías y su labor. Una vez entendido la regresión no tenía sentido, pero se dió en un principio con los cristianos judaizantes.

El peligro no estaba en la observancia de sombras que dejaron de existir cuando se presentó el cuerpo: Cristo; radicaba más en el peligro de una salvación por obras dejando sin validez la labor de Cristo. La justificación vendría a ser por obras de la ley y en esto quiero ser enfático: ninguna observancia de ley: ceremonial, moral, de salud, civil, día de reposo incluido, sirve de justificación ante Dios. Nuestra justicia está radicada fuera de nosotros: Jer 33:16 En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura, y se le llamará: Jehová, justicia nuestra. Espero también seas de "Judá"............pero, ¿seguiremos pecando porque no estamos.....?.

Saludos
 
Apreciado don Miguel

Apreciado don Miguel

Agradezco de todo corazón su aporte (no pongo "excelente" pues ha sido desvirtuado el calificativo en otro epígrafe).

Cuando enfantizamos algún aspecto de la cuestión siempre arriesgamos en un movimiento pendular irnos al extremo contrario, por lo que ha sido oportuna su observación para que nadie piense que negamos la transición, la que siempre hemos todos reconocido.
 
La regresión judaica actual en las iglesias

La regresión judaica actual en las iglesias



Este fenómeno que se da en algunas iglesias evangélicas probablemente no pase de ser más que un nuevo look con el que se pretende singularizar el culto acostumbrado, donde la atracción hace tiempo que dejó de ser la exposición de la Palabra de Dios dada en el poder del Espíritu, para pasar a ser un show religioso como es costumbre ver por televisión.

Se ha incorporado al repertorio musical melodías y aires judíos con letras cristianas o de los salmos.

Hermosas chicas con vistosos largos vestidos bailan con cintas danzas judías, mientras los hombres también remedan ese estilo propio también de Grecia y pueblos de Europa Oriental y Asia Menor. (Las hermanitas gordas o feas no son invitadas a integrar este cuerpo de danza).

En la predicación, ha aumentado la lectura de pasajes del AT sobre la del NT.

En los saludos, se ha cambiado la ¡Paz! por el ¡Shalom!, y lo mismo sucede con algunas otras expresiones que afectan ser hebreas, como si dichas así revistieran un carácter más santo y espiritual.

En algunas iglesias, la menorá adorna un sitio del recinto, y no falta alguna en la que se hace sonar el shofar. No necesariamente estas iglesias son mesiánicas.

También algunas fiestas judías van penetrando de a poco, con lo que se logra una atracción que otras iglesias no tienen, y de esta manera se pretende captar más miembros.

Insólitamente, los diezmos compulsivos se imponen con mayor fuerza, a pesar de ser una práctica desconocida en la iglesia primitiva, y que desde la destrucción del Templo en Jerusalem en el año 70 con la función de los levitas, nunca más fue exigido en las sinagogas de las comunidades judías hasta el día de hoy. Pocos evangélicos saben que esta es una herencia católica romana, práctica que fue en la iglesia oficial desde Carlomagno hasta la Revolución Francesa.

A los judíos religiosos ortodoxos les repugna estas burdas imitaciones de los llamados cristianos evangélicos, y son todo un obstáculo al procurar un diálogo con ellos, ya que les parece que se está jugando con tradiciones que son muy caras a la cultura hebrea.
 
No tenían programa ¡pero sí al Programador!

No tenían programa ¡pero sí al Programador!



Cualquier iglesia que se precie de tal, no solamente lucirá al frente de su fachada el cartel con los días y horarios de diferentes reuniones, sino que cada una de ellas tiene alguien previamente designado para conducirla. Este ha de invitar a otros a tomar parte de la misma, según el orden que determine. Los himnos y cánticos suelen ser cuidadosamente escogidos, a menos que el “líder de alabanza” prefiera ir enlazando unas canciones con otras. En algunas reuniones se da lugar para oraciones espontáneas, y en otras el conductor invita a uno y otro a que ore. La predicación o la enseñanza también está a cargo de alguien ya preparado para darla, con su bosquejo o notas con los puntos que han de tratarse.
Nada de esto es censurable, sino que lo único que se quiere ahora hacer notar es que en la iglesia primitiva se desconocía que la reunión debía de programarse.

Lo que los hermanos debían de hacer era juntarse en cualquier lugar que todos ellos conocían, al tiempo que mejor les favorecía. El entusiasmo que tenían era tal que en vez de llegar tarde lo normal es que se anticiparan a la hora de la reunión.

Tengo en mente algunas hermanas que acostumbraban llegar media hora antes, para esperar, en oración, el comienzo de la reunión.

Estar congregados al nombre del Señor Jesús implicaba mucho más que la invocación de su nombre: Él mismo, por el Espíritu, estaba en medio de ellos. Siendo que el Señor Jesús era la Cabeza única de la iglesia, las órdenes venían de Él, y el Espíritu Santo guiaba a los hermanos a hacer todo conforme a su voluntad. 1Co 14 presenta el orden que se seguía en una reunión cristiana: nótese bien: “el orden” no “el programa”.

El Espíritu Santo podía levantar a alguno de ellos para que enseñara algo, con lo que quien lo venía haciendo debía cederle el lugar (1Co 14:30).

En tales reuniones los dones que el Espíritu Santo había repartido entre ellos eran ejercitados, de manera que toda la iglesia era edificada, consolada y exhortada. Si algún inconverso llegara, acababa confesando que realmente Dios estaba entre ellos.

La diferencia de aquellas reuniones en la iglesia primitiva con las nuestras hoy es más que obvia. Sin embargo, no resuelve nada si en una congregación se anunciara que desde la próxima reunión se volverá a la práctica del primer siglo. Esto no es cuestión de métodos o sistemas humanos, sino enteramente de Dios. Que el Señor Jesucristo recupere su Señorío en cada congregación que profesa ser suya, y el Espíritu Santo tenga libertad para manejar los hombres sin que estos pretendan manejarle a Él, solamente es posible si el Señor nos visitara para dispensarnos tal gracia que todos nos volvamos de corazón a Él. Una cosa es dedicarle las lindas canciones que entonamos, y otra muy distinta es hacerle caso.
 
No tenían música

No tenían música



Actualmente, podríamos admitir un culto evangélico sin exposición bíblica, pero no sin música; podrá no haber Biblia sobre el atril del púlpito, pero sería inadmisible que no hubiera al menos una guitarra.

Será en vano que busquemos en el NT el uso de instrumentos musicales acompañando la alabanza de la congregación a Dios. Es por eso que todos los promotores de la música nos llevan al salmo 150. ¡Pero eso es un retroceso! El culto davídico apelaba a los sentimientos y la música instrumental ayudaba a ello. El culto cristiano era esencialmente espiritual (Ef 5:19; Col 3:16), como lo era la adoración individual de cada uno de ellos (Jn 4:23).

Las cuerdas vocales de hermanos y hermanas producían las melodías más gratas al corazón de Dios.

Hoy día las cosas han cambiado, y la estridencia de la banda que acompaña los cánticos de la congregación apaga lo emitido por las bocas.

No ha sido poca la vergüenza ocasionada al testimonio evangélico por las iglesias que han debido ser cerradas por las autoridades municipales por contaminación ambiental, debido a las denuncias de vecinos que sentían invadidos sus hogares por la abusiva amplificación de los equipos de audio de la iglesia.

En aquella iglesia en Jerusalem no era necesario recurrir a técnicas y efectos especiales, pues el Espíritu Santo podía hacer temblar el lugar de reunión con su sola presencia, llenándolos a todos (Hch 4:31).

No pretendo con lo anteriormente dicho reavivar la antigua polémica sobre el uso de instrumentos musicales acompañando el canto congregacional, sino tan solamente hacer notar que lo más importante en un culto moderno era desconocido en aquella primera iglesia en Jerusalem.
 
No había ficción sino realidad

No había ficción sino realidad



Otra de las modalidades actuales que chocan fuertemente con lo que era aquella iglesia en Jerusalem, es el terreno que ha venido ganando la ficción en desmedro de lo original, auténtico y genuino.

Si mal no recuerdo fue Carlomagno a quien se le ocurrió la idea de pintar en las paredes de los templos las escenas bíblicas para instrucción del pueblo mayormente analfabeto por aquel entonces.

Más barato que pagarle a los pintores, le hubiera resultado pagar a maestros que enseñaran a leer y escribir a los hombres, con el encargo de que estos a su vez enseñaran en casa a las mujeres y niños. Esto hubiera facilitado no sólo la lectura de los evangelios, Hechos y epístolas (principalmente), sino la transcripción de copias de los mismos.

También se introdujo el teatro con la dramatización de episodios bíblicos, siempre con la mejor intención de educar al pueblo en la fe cristiana.

Actualmente, desde la impostación de la voz del predicador y los que oran, se pasa por el cine, artes visuales, mimos, títeres, payasos y las más estrafalarias ocurrencias tendientes a presentar el mensaje de forma indirecta, como si el hacerlo directamente fuese chocante y de mal gusto.

Pablo, solo con el poder del Espíritu en la predicación, podía anunciar a Cristo entre sus oyentes presentándolo como crucificado en medio de ellos (Gal 3:1).

Muchos predicadores después, y en tiempos más recientes, con el mismo poder de la Palabra y el Espíritu de Dios podían hacer revivir las escenas bíblicas, aunque ellos parecieran estáticos en el púlpito. No les era necesario pasearse por el estrado y pasillos, aporrear el atril, saltar, gritar y gesticular como se hace ahora.

Todo lo que leemos en los primeros seis capítulos del libro de los Hechos era una realidad cotidiana experimentada por aquellos primitivos cristianos, ya fuera que se reunieran por las casas o multitudinariamente en los exteriores del Templo.
 
Re: La iglesia en Jerusalem y las nuestras hoy

Que la PAZ esté con vosotros.

Los ANTISEMITAS suelen NEGAR el ORIGEN de CRISTO y la LEGITIMIDAD de los PRIMEROS CRISTIANOS, JUDIOS COMO ÉL...

En Gálatas 2:16,22, Pablo mismo lo CONFIRMA:
-No subí a los APÓSTOLES que eran ANTES DE MÍ, sino que partí para Arabia y de nuevo volví a Damasco.
-y, era, por tanto, PERSONALMENTE DESCONOCIDO para las IGLESIAS de CRISTO EN JUDEA.
-Solo oían decir; "El que en otro tiempo NOS PERSEGUÍA, ahora ANUNCIA LA FÉ que ANTES PRETENDÍA DESTRUIR".
-Y GLORIFICABAN A DIOS en mí.

Que ÉL os Bendiga a TODOS. AMÉN.