Hola: hace un tiempo escribi un ensayo al respecto, espero les haga sentido.La humildad, en términos absolutos, nace del reconocimiento de la propia pequeñez ante la inmensidad. En términos religiosos nace del reconocimiento de la propia pequeñez ante la inmensidad de Dios. Pero, muchas personas tienen ideas falsas sobre la humildad debido a sus conceptos erróneos sobre Dios. Si bien es cierto que somos por naturaleza y origen "barro" y que no podemos obtener la salvación por nosotros mismo pues los dones espirituales provienen de Dios, también es cierto que estamos habitado por el espíritu de Dios al ejercer la fe. Lo anterior nos otorga un sello de dignidad y nos llama a ser santos y a transcender hasta la presencia de Dios.
Las prácticas sin sentido y serviles de una humildad ostentosa y falsa son incompatibles con la apreciación del origen de nuestra salvación y con el reconocimiento del destino de nuestras almas nacidas del espíritu. La humildad ante Dios es totalmente apropiada en el fondo de vuestro corazón; la mansedumbre delante de los hombres es loable; pero la hipocresía de una humildad consciente y deseosa de llamar la atención es infantil e indigna de los hijos iluminados del reino.
Hacemos bien en ser dóciles ante Dios y en controlarnos delante de los hombres, pero que nuestra mansedumbre sea de origen espiritual, y no la exhibición autoengañosa de un sentido consciente de superioridad presuntuosa. El profeta habló juiciosamente cuando dijo: "Caminad humildemente con Dios" porque, aunque el Padre celestial es el Infinito y el Eterno, también habita "en aquel que tiene una mente contrita y un espíritu humilde", Dios desdeña el orgullo, detesta la hipocresía y aborrece la iniquidad. Para recalcar el valor de la sinceridad y la confianza perfecta en el sostén amoroso y en la guía fiel del Padre celestial. A lo anterior se refería Jesús cuando hablaba de recibir el Reino de los Cielos como un niño, con el fin de ilustrar la actitud mental y la reacción espiritual que son tan esenciales para que el hombre mortal acceda a las realidades espirituales del reino de los cielos.
La humildad, la conciencia de la propia pequeñez, es una de las características básicas de cualquier persona que desee crecer en términos espirituales. Junto a la humildad están además la autorrealización, la curiosidad y una auténtica autocrítica (la conciencia).
Los grandes inhibidores de la humildad y, por ende, del crecimiento espiritual son el prejuicio y la ignorancia, ya que el primero cristaliza nuestras convicciones personales sobre Dios e impide el descubrimiento de su carácter a través de la contemplación de la vida de Jesús y la segunda supone la carencia de tal conocimiento.
Por ejemplo nos equivocamos al contemplar a Jesús con la actitud de un místico apacible, dulce, suave y amable. Mas bien, su enseñanza era conmovedoramente dinámica. No solamente tenía buenas intenciones, sino que circulaba haciendo realmente el bien.
El Maestro mostraba una gran sabiduría y manifestaba una equidad perfecta en todas sus relaciones con sus apóstoles y con todos sus discípulos. Jesús era realmente un maestro de hombres; ejercía una gran influencia sobre sus semejantes a causa de la fuerza y el encanto combinados de su personalidad. Su vida ruda, nómada y sin hogar producía una sutil influencia dominante. Había un atractivo intelectual y un poder persuasivo espiritual en su manera de enseñar llena de autoridad, en su lógica lúcida, en la fuerza de su razonamiento, en su perspicacia sagaz, en su viveza mental, en su serenidad incomparable y en su sublime tolerancia. Era sencillo, varonil, honrado e intrépido. Junto a toda esta influencia física e intelectual que manifestaba la presencia del Maestro, también se encontraban todos los encantos espirituales del ser, que se habían asociado con su personalidad —la paciencia, la ternura, la mansedumbre, la dulzura y, por supuesto, la humildad.
Jesús de Nazaret era en verdad una personalidad fuerte y enérgica; era una potencia intelectual y una fortaleza espiritual. Su personalidad no atraía solamente, entre sus discípulos, a las mujeres propensas a la espiritualidad, sino también al culto e intelectual Nicodemo y al endurecido soldado romano, el capitán que estaba de guardia en la cruz, que después de ver morir al Maestro, dijo: “En verdad, era un Hijo de Dios”. Y los enérgicos y robustos pescadores galileos le llamaban Maestro.
Como podemos ver en la actitud de Jesús para con sus contemporáneos, no se debe tratar de disminuir o destruir la autoestima. Si bien una autoestima excesiva puede destruir la "adecuada" humildad y terminar en orgullo, presunción y arrogancia, mas la pérdida de la autoestima acaba a menudo en la parálisis de la voluntad. El evangelio de Jesús tiene la finalidad de restablecer la autoestima en aquellos que la han perdido y de refrenarla en los que la tienen. Tampoco debemos herir la autoestima de las almas tímidas y temerosas.
Las prácticas sin sentido y serviles de una humildad ostentosa y falsa son incompatibles con la apreciación del origen de nuestra salvación y con el reconocimiento del destino de nuestras almas nacidas del espíritu. La humildad ante Dios es totalmente apropiada en el fondo de vuestro corazón; la mansedumbre delante de los hombres es loable; pero la hipocresía de una humildad consciente y deseosa de llamar la atención es infantil e indigna de los hijos iluminados del reino.
Hacemos bien en ser dóciles ante Dios y en controlarnos delante de los hombres, pero que nuestra mansedumbre sea de origen espiritual, y no la exhibición autoengañosa de un sentido consciente de superioridad presuntuosa. El profeta habló juiciosamente cuando dijo: "Caminad humildemente con Dios" porque, aunque el Padre celestial es el Infinito y el Eterno, también habita "en aquel que tiene una mente contrita y un espíritu humilde", Dios desdeña el orgullo, detesta la hipocresía y aborrece la iniquidad. Para recalcar el valor de la sinceridad y la confianza perfecta en el sostén amoroso y en la guía fiel del Padre celestial. A lo anterior se refería Jesús cuando hablaba de recibir el Reino de los Cielos como un niño, con el fin de ilustrar la actitud mental y la reacción espiritual que son tan esenciales para que el hombre mortal acceda a las realidades espirituales del reino de los cielos.
La humildad, la conciencia de la propia pequeñez, es una de las características básicas de cualquier persona que desee crecer en términos espirituales. Junto a la humildad están además la autorrealización, la curiosidad y una auténtica autocrítica (la conciencia).
Los grandes inhibidores de la humildad y, por ende, del crecimiento espiritual son el prejuicio y la ignorancia, ya que el primero cristaliza nuestras convicciones personales sobre Dios e impide el descubrimiento de su carácter a través de la contemplación de la vida de Jesús y la segunda supone la carencia de tal conocimiento.
Por ejemplo nos equivocamos al contemplar a Jesús con la actitud de un místico apacible, dulce, suave y amable. Mas bien, su enseñanza era conmovedoramente dinámica. No solamente tenía buenas intenciones, sino que circulaba haciendo realmente el bien.
El Maestro mostraba una gran sabiduría y manifestaba una equidad perfecta en todas sus relaciones con sus apóstoles y con todos sus discípulos. Jesús era realmente un maestro de hombres; ejercía una gran influencia sobre sus semejantes a causa de la fuerza y el encanto combinados de su personalidad. Su vida ruda, nómada y sin hogar producía una sutil influencia dominante. Había un atractivo intelectual y un poder persuasivo espiritual en su manera de enseñar llena de autoridad, en su lógica lúcida, en la fuerza de su razonamiento, en su perspicacia sagaz, en su viveza mental, en su serenidad incomparable y en su sublime tolerancia. Era sencillo, varonil, honrado e intrépido. Junto a toda esta influencia física e intelectual que manifestaba la presencia del Maestro, también se encontraban todos los encantos espirituales del ser, que se habían asociado con su personalidad —la paciencia, la ternura, la mansedumbre, la dulzura y, por supuesto, la humildad.
Jesús de Nazaret era en verdad una personalidad fuerte y enérgica; era una potencia intelectual y una fortaleza espiritual. Su personalidad no atraía solamente, entre sus discípulos, a las mujeres propensas a la espiritualidad, sino también al culto e intelectual Nicodemo y al endurecido soldado romano, el capitán que estaba de guardia en la cruz, que después de ver morir al Maestro, dijo: “En verdad, era un Hijo de Dios”. Y los enérgicos y robustos pescadores galileos le llamaban Maestro.
Como podemos ver en la actitud de Jesús para con sus contemporáneos, no se debe tratar de disminuir o destruir la autoestima. Si bien una autoestima excesiva puede destruir la "adecuada" humildad y terminar en orgullo, presunción y arrogancia, mas la pérdida de la autoestima acaba a menudo en la parálisis de la voluntad. El evangelio de Jesús tiene la finalidad de restablecer la autoestima en aquellos que la han perdido y de refrenarla en los que la tienen. Tampoco debemos herir la autoestima de las almas tímidas y temerosas.