Más de dos millones de muertos, en su mayoría niños, se ha cobrado, en los últimos tres años y medio, la guerra que está teniendo lugar en la República del Congo. Pero desgraciadamente estas victimas y niños no han sido apadrinados por nuestros pacifistas, políticos e intelectuales, ni por las masas que les siguen. Para ellos esta guerra no existe. Tampoco existe para los periodistas ni para los medios de comunicación, todos ellos frenéticamente dedicados a la Verbena de Irak (Una tragedia más, convertida en verbena mediática y política).
La verdad desnuda es que estos muertos se ignoran porque no dan votos, o no se los quitan al adversario, en las próximas elecciones. Tampoco venden periódicos, ni suben los índices de audiencia de las televisiones. Así, no es de extrañar que la mayoría de estos desgraciados deben estar clamando al cielo para ver si les toca la lotería de que vengan los norteamericanos a dispararles con sus misiles y sus tropas, única posibilidad de que puedan llegar a convertirse en negocio y en actualidad, y alguna voz diga en alguna parte: ?No a la guerra en el Congo?, antes que la cifra de muertos se doble.
Moralmente resulta repugnante ver como esos niños, ancianos y mujeres, civiles en su absoluta mayoría, abandonados a su ?suerte?, son desechados como apestados, ?bastardos? ó ?parias?, y mueren tres veces: Una, físicamente, otra, en el olvido y, finalmente, en el silencio. Ninguna emisora de televisión ó periódico relevante ofrece las imágenes de sus tragedias. No se muestran sus heridas, ni su sangre derramada. Nada se dice de sus inexistentes hospitales, ni de las medicinas que no tienen. Nadie entrevista a las familias de los muertos. Ninguna ONG famosa alza una voz sonora sobre su desventura humanitaria. No se discute la destrucción y reconstrucción de su país en el Consejo de Seguridad (¿No tendrán los congoleños derecho a tener libertades y democracia?). No aparecen por allí los ?escudos humanos? que defiendan sus bienes estratégicos. (Primero porque no los tienen, y segundo porque estos valientes no se ponen nunca delante de los atacantes, salvo que les reconozcan un cierto grado de respeto por la vida, pero nunca lo harían delante de las fuerzas de los dictadores, guerrilleros ó masas exacerbadas). Nadie les manda inspectores que velen por ?la limpieza de la contienda?. (Parece ser, según las encuestas, que los vivos están convencidos de que no es lo mismo que te maten con un machete que con una bomba de racimo. Los muertos no respondieron a la pregunta). Los sindicatos no hacen un paro por ellos (Se ve que no pertenecen a la clase trabajadora). De su paz y de su guerra no se habla ni en los Goya, ni en los Oscar, ni hacen una película, y si la hicieran, no la iría a ver nadie. Tampoco creo que haya dicho mucho el Papa, la Conferencia Episcopal Española ó el Consejo Mundial de Iglesias (en el caso de que hayan dicho algo, porque yo no he oído nada).
Pero estos parias no solo mueren tres veces, sino que además en el fondo reciben el odio de los pacifistas de nuevo cuño, porque cuando les hablas de ellos y de su desdeñada muerte y tragedia, tuercen el gesto con disgusto porque denuncian la mentira, hipocresía y los manejos con que ?buitres? políticos, mediáticos y oportunistas de todo género tratan y hablan ampulosamente de valores como la vida, la paz, la solidaridad y toda esa retahíla de frases que a la vista de los hechos resultan odiosas.
La otra tragedia, casi tan grande como esta, es ver a las masas, algunas ignorantes ó fanatizadas y otras idiotizadas en las universidades, siguiendo la demagogia politiquera y los valores de la telebasura, sin la menor reflexión intelectual, con unos valores éticos esquizofrénicos. Así mucha gente hoy es capaz de afirmar su movilización en pro de la vida humana y a la vez del aborto y la eutanasia. Defender la legalidad y la libertad, y al mismo tiempo la legitimidad del terrorismo de estado tipo Gal y a sus criminales autores (condenando solo su ?chapucera? ejecución, no el método). Ir de demócrata y a la vez justificar las brutales represiones de las dictaduras más sanguinarias y execrables de nuestro tiempo. Gritar por la libertad de expresión y manifestación, y justificar la mordaza que sufren otros pueblos victima de esas mismas dictaduras. Ir de pacíficos, pero arremeter contra la policía, los rivales políticos ó simplemente los bienes de los ciudadanos, ya sean particulares ó colectivos, ó justificar a los que lo hacen. Y allá van, porque les llevan, corriendo junto con Vicente porque va mucha gente, y además porque al final hay un concierto que ?mola?, y si tienen suerte incluso pueden salir en la tele con su pancarta ó por la originalidad de su acto de protesta. Esto es la moda. Es lo progre. Es guay.
¡Claro que esta tragedia de valores no es patrimonio exclusivo de nuestra sociedad española! ¡Por supuesto que no! ¿Acaso no han visto las multitudinarias manifestaciones de Argelia ó Colombia contra la guerra en Irak, mientras que nunca realizaron algo semejante por las guerras que sufren en sus propias carnes, y por los miles de muertos y damnificados de sus propios países? Este mundo no tiene solución, ni justicia, pero aun desde la soledad, y desde estas líneas quiero alzar una voz por los que no tienen ninguna y decir: ¡Que se paren las guerras de los parias!
Pablo Blanco
La verdad desnuda es que estos muertos se ignoran porque no dan votos, o no se los quitan al adversario, en las próximas elecciones. Tampoco venden periódicos, ni suben los índices de audiencia de las televisiones. Así, no es de extrañar que la mayoría de estos desgraciados deben estar clamando al cielo para ver si les toca la lotería de que vengan los norteamericanos a dispararles con sus misiles y sus tropas, única posibilidad de que puedan llegar a convertirse en negocio y en actualidad, y alguna voz diga en alguna parte: ?No a la guerra en el Congo?, antes que la cifra de muertos se doble.
Moralmente resulta repugnante ver como esos niños, ancianos y mujeres, civiles en su absoluta mayoría, abandonados a su ?suerte?, son desechados como apestados, ?bastardos? ó ?parias?, y mueren tres veces: Una, físicamente, otra, en el olvido y, finalmente, en el silencio. Ninguna emisora de televisión ó periódico relevante ofrece las imágenes de sus tragedias. No se muestran sus heridas, ni su sangre derramada. Nada se dice de sus inexistentes hospitales, ni de las medicinas que no tienen. Nadie entrevista a las familias de los muertos. Ninguna ONG famosa alza una voz sonora sobre su desventura humanitaria. No se discute la destrucción y reconstrucción de su país en el Consejo de Seguridad (¿No tendrán los congoleños derecho a tener libertades y democracia?). No aparecen por allí los ?escudos humanos? que defiendan sus bienes estratégicos. (Primero porque no los tienen, y segundo porque estos valientes no se ponen nunca delante de los atacantes, salvo que les reconozcan un cierto grado de respeto por la vida, pero nunca lo harían delante de las fuerzas de los dictadores, guerrilleros ó masas exacerbadas). Nadie les manda inspectores que velen por ?la limpieza de la contienda?. (Parece ser, según las encuestas, que los vivos están convencidos de que no es lo mismo que te maten con un machete que con una bomba de racimo. Los muertos no respondieron a la pregunta). Los sindicatos no hacen un paro por ellos (Se ve que no pertenecen a la clase trabajadora). De su paz y de su guerra no se habla ni en los Goya, ni en los Oscar, ni hacen una película, y si la hicieran, no la iría a ver nadie. Tampoco creo que haya dicho mucho el Papa, la Conferencia Episcopal Española ó el Consejo Mundial de Iglesias (en el caso de que hayan dicho algo, porque yo no he oído nada).
Pero estos parias no solo mueren tres veces, sino que además en el fondo reciben el odio de los pacifistas de nuevo cuño, porque cuando les hablas de ellos y de su desdeñada muerte y tragedia, tuercen el gesto con disgusto porque denuncian la mentira, hipocresía y los manejos con que ?buitres? políticos, mediáticos y oportunistas de todo género tratan y hablan ampulosamente de valores como la vida, la paz, la solidaridad y toda esa retahíla de frases que a la vista de los hechos resultan odiosas.
La otra tragedia, casi tan grande como esta, es ver a las masas, algunas ignorantes ó fanatizadas y otras idiotizadas en las universidades, siguiendo la demagogia politiquera y los valores de la telebasura, sin la menor reflexión intelectual, con unos valores éticos esquizofrénicos. Así mucha gente hoy es capaz de afirmar su movilización en pro de la vida humana y a la vez del aborto y la eutanasia. Defender la legalidad y la libertad, y al mismo tiempo la legitimidad del terrorismo de estado tipo Gal y a sus criminales autores (condenando solo su ?chapucera? ejecución, no el método). Ir de demócrata y a la vez justificar las brutales represiones de las dictaduras más sanguinarias y execrables de nuestro tiempo. Gritar por la libertad de expresión y manifestación, y justificar la mordaza que sufren otros pueblos victima de esas mismas dictaduras. Ir de pacíficos, pero arremeter contra la policía, los rivales políticos ó simplemente los bienes de los ciudadanos, ya sean particulares ó colectivos, ó justificar a los que lo hacen. Y allá van, porque les llevan, corriendo junto con Vicente porque va mucha gente, y además porque al final hay un concierto que ?mola?, y si tienen suerte incluso pueden salir en la tele con su pancarta ó por la originalidad de su acto de protesta. Esto es la moda. Es lo progre. Es guay.
¡Claro que esta tragedia de valores no es patrimonio exclusivo de nuestra sociedad española! ¡Por supuesto que no! ¿Acaso no han visto las multitudinarias manifestaciones de Argelia ó Colombia contra la guerra en Irak, mientras que nunca realizaron algo semejante por las guerras que sufren en sus propias carnes, y por los miles de muertos y damnificados de sus propios países? Este mundo no tiene solución, ni justicia, pero aun desde la soledad, y desde estas líneas quiero alzar una voz por los que no tienen ninguna y decir: ¡Que se paren las guerras de los parias!
Pablo Blanco