¿Sabías que es fácil oír al Señor? Sólo hace falta fe. Cuando le pidas una respuesta, cuenta con ella y acepta lo primero que venga. Si realmente crees y le preguntas a Él, y quieres escuchar o ver la respuesta, no te defraudará. Lo que veas u oigas con tus ojos y oídos espirituales provendrá del Señor. ¡Te infundirá muchísimo aliento! ¡Cuenta con que Dios va a contestar! ¡Abre el corazón y deja entrar la luz del sol!
Si se lo pides clamando de todo corazón, Él te responderá. Un recién nacido ilustra magníficamente este principio. A ninguna madre se le ocurriría no hacerle caso a su hijo cuando llora. ¡Nuestro alimento espiritual proviene de escuchar al Señor, y es imprescindible saber hacerlo! Esa criatura tiene a veces más fe que nosotros. Llora con la certeza de que la van a oír. Sabe —Dios le inculcó ese instinto— que si llama, se le va a responder. ¡Cuenta con la respuesta y la obtiene! Si pide leche, no se le va a dar una serpiente ni nada por el estilo (véase S. Lucas 11:11). Se le da lo que necesita. De igual manera debemos contar nosotros con que lo que recibimos procede del Señor.
Cerrar los ojos nos ayuda a concentrarnos en el plano espiritual y evita que nos distraigan las cosas y personas que nos rodean. Nos predispone a pensar en el Señor y a adoptar una actitud distendida en la que nada nos distrae. Acto seguido, no hay más que contar con que lo que se oiga o se vea es un mensaje de Dios.
Ahora bien, en lo que atañe a esto, Él nos pone a prueba de la siguiente manera: cuando uno le pide algo es como si estuviera llorando del mismo modo que lo hace un niño de pecho para que le den el alimento espiritual que necesita para vivir, para subsistir. Al clamar, tiene que contar con que el Señor le responderá. Cuando la madre toma al niño en brazos, ¿qué hace? Lo alza, se descubre y, si es muy pequeño, tiene que darle ella el alimento. Hay que mostrarle dónde está, meterle el pezón en la boca. Cuando la criatura se hace un poquito mayor, ya sabe dónde encontrar la leche. Sabe echar mano de ella por sí sola. Análogamente, cuanto más nos ejercitamos en obtener alimento de Dios, mejor sabemos dónde encontrarlo. Nos basta con abrir los ojos, verlo y tomarlo.
Una vez que el pezón está en la boca del bebé, éste empieza a mamar de forma automática. Cuando uno clama a Dios pidiéndole algo, Él se lo mete en la boca, pero si uno no chupa no saca nada. Hay que tener fe para empezar a recibir. Es imprescindible tomar el alimento que Dios nos ofrece. Él nos lo puede enseñar, incluso ponérnoslo en la boca; sin embargo, si no succionamos no sacaremos nada. El niño chupa porque Dios lo ha dotado de ese reflejo o reacción automática. Muchas veces tiene que mamar un par de minutos hasta sacar algo. ¡La acción de la fe consiste en succionar! ¡Es necesario poner la fe en acción!
La fe es una especie de fuerza que extrae. Ejercitar la fe consiste en extraer de Dios nuestras fuerzas. Se asemeja a una cuenta bancaria: el Padre ha depositado el dinero a tu nombre en el Banco del Cielo. ¡Pero nunca podrás usufructuar de él —ni un sólo centavo— a menos que estés dispuesto a ir al banco y firmar por fe el cheque para retirar los fondos! La fe te posibilita retirarlos ¿te das cuenta?
¿Qué es lo que extrae la leche del pecho? ¿En qué consiste el principio físico de dicha succión? Se crea un vacío, una succión, un espacio en el que no hay nada. Cuando el bebé mama, crea deliberadamente un vacío en la boca, el cual extrae la leche. Del mismo modo, nosotros tenemos que crear ese vacío dentro del corazón. «Señor, aquí tienes este espacio vacío, ¡llénalo!» Se reduce la presión en un lugar. Eso en física se llama vacío. ¿Sabes qué llena ese vacío? En realidad no lo hace el niño. Lo único que él hace es crear el vacío al reducir la presión dentro de la boca, presión que entonces se vuelve inferior a la del pecho. De esa manera fluye la leche del seno de la madre a la boca del niño.
Al dar un beso, lo que se hace es reducir la presión dentro de la boca. El aire entra en ésta produciendo una ligera explosión. Eso es lo que produce el chuic que se oye cuando besamos, una especie de vibración. Al orar se crea un vacío, un espacio que hay que llenar, y entonces se recurre a la ayuda del Señor. Uno mismo crea el vacío, y la presión del Señor lo llena. La fuerza en realidad proviene de afuera, no de adentro. Lo único que hicimos nosotros fue crear el vacío, pero fue ese vacío lo que generó la fuerza. El vacío succiona y entonces la presión del Señor se dirige adonde la presión es más baja.
La naturaleza ilustra este principio magníficamente: las zonas de alta y de baja presión. Las de alta presión se desplazan con ímpetu desde diferentes direcciones hacia las de baja presión, y cuando se encuentran, ¡catapum!, ¡estalla una tormenta! Según un viejo adagio, la naturaleza aborrece el vacío. ¡Pero a Dios le encanta! ¡Él quiere llenar todos los espacios vacíos! Le gusta ocupar todo lugar creado para Él. Todo espacio que se crea al abrirle el corazón —es decir, una zona de baja presión—, ¡es invadido por el Espíritu de Dios con todo Su poder!
El Señor quiere que absorbamos la Palabra; no sólo la Palabra escrita, sino también la viva. Pero quien extrae eres tú, y para ello hace falta creer. ¿Qué pasaría si el niño succionara con fuerza una sola vez y se diera por vencido. «¡Vaya, no saqué nada, mejor lo dejo!» Tarde o temprano tendrá tanta hambre que querrá mamar otra vez. Cuando uno comience a succionar como un desesperado, ansiando con todo el corazón, acabará por obtener el alimento. Al crear ese vacío interior es imperativo estar convencido de que lo primero que a uno le venga a la memoria procede del Señor. ¡Debemos tener la certeza de que lo primero que percibimos proviene del Señor, y tomar eso como punto de partida! Cuando el Señor nos da una profecía, tenemos que pronunciar las palabras que nos pone en la boca, o sea, decir el versículo o la frase que nos haya transmitido. ¡Él nos da un poquito, pero nosotros debemos contar con recibir más!
Si no traga lo que ha recibido, el bebé no puede recibir más. En la boca sólo cabe cierta cantidad a la vez. ¡Se llena la boca y traga! Luego el Señor la vuelve a llenar. En este caso, comunicárselo a los demás es absorberlo, ¡tragarlo! Por cierto, en el Nuevo Testamento, la palabra creer equivale a beber en el texto griego antiguo. Creo significa bebo, trago. Es la palabra pisteuo, empleada en el Nuevo Testamento con el sentido de creo o bebo.
Así es como se reciben revelaciones del Señor. Si se trata de un mensaje en lenguas y profecía, uno lo ingiere y demuestra creer en él al transmitirlo a los demás. Pero solo se recibe una bocanada a la vez. Si no se comunica eso, ¡no se recibe más! Cuando le pidas al Señor una visión y la recibas, empieza a describirla. Describe lo que veas y el Señor te revelará más. ¿Qué hacemos cuando vemos una película? Entramos en el cine y bebemos las escenas una tras otra. ¡Sería imposible captarlo todo en una sola imagen! ¡Hay que seguir bebiendo! Por eso, hay que ejercitar la fe. ¡Es necesario crear un vacío en el propio espíritu para que el Señor lo llene!
La radio también se asemeja a un vacío. Ahora mismo, en la atmósfera que nos rodea surcan ondas de radio. Lo mismo sucede con el Espíritu del Señor. Pero mientras no encendamos el interruptor de la radio y en cierto sentido creemos un vacío en ese pequeño receptor, no captaremos nada. Hay que establecer un canal, un circuito eléctrico. Se establece contacto creando un vacío. Si no se acciona el interruptor, no se oye nada en la radio.
Las personas fieles son las que están llenas de fe, las que crean dentro de sí un vacío. La presión alta proveniente del Señor llena ese vacío. No obstante, uno tiene que seguir tragando. En este caso, tragar consiste en transmitir a los demás. El Señor no va a verter leche a los cuatro vientos, porque se desperdiciaría; ni en la boca de un bebé que no la va a tragar. La criatura tiene que tragarla, digerirla y asimilarla; de otro modo, no le aprovechará. Uno crea ese pequeño vacío espiritual, y en eso consiste la fe. La fe extrae alimento del Señor, cuya alta presión llena el vacío.
La energía siempre esta presente. El mensaje se emite en todo momento. El Espíritu de Dios es como una emisora que transmite a toda hora. Basta con accionar el interruptor y sintonizar. Hay que crear el vacío y abrir sinceramente la boca para que el Señor la llene. La fuerza extractora capta el poder de Dios. Pero luego hay que describir la visión, contar el sueño, comunicar el mensaje o interpretar las lenguas. (Véase Jeremías 23:28.) Hay que mantenerse activo. Si el bebé deja de mamar no recibirá nada más. En cambio, mientras siga chupando, no dejará de recibir.
A diferencia de la madre, la capacidad de Dios para dar es ilimitada. De ahí que lo que uno obtenga esta limitado únicamente por la propia capacidad de recibir. Al poco rato uno se llena tanto que ya no le cabe más. El vacío se llena, se sacia el hambre y el espíritu queda satisfecho. Es como el dicho: «¡Barriga llena, corazón contento!» Es decir, el Señor seguirá dándonos de comer hasta que estemos satisfechos, hasta que se llene nuestro vacío espiritual. Una vez satisfechos, no creo que le importe que durmamos por un rato. ¡Mamar, chupar, requiere cierto esfuerzo! Hay que hacer un gran esfuerzo espiritual de fe. La fe es como la mano del espíritu o del alma.
La fe es la mano del espíritu que se extiende y recibe. Es la parte que uno hace, el esfuerzo espiritual que realiza. La acción de chupar por parte del niño es el esfuerzo que hace. Todo lo demás lo hace la madre. A veces, para los profetas, orar y escuchar al Señor suponía un esfuerzo tan agotador que se enfermaban. Quedaban totalmente extenuados. En ocasiones se desplomaban como si se hubieran muerto. (Véase Daniel 10:8,9.) Requiere resistencia física. Existe cierta relación entre lo espiritual y lo físico que no entendemos muy bien. Son inseparables hasta el momento de la muerte, a menos que el Señor los separe por medio de un viaje espiritual. Lo físico afecta a lo espiritual y lo espiritual a lo físico.
Es sencillísimo: basta con tener la fe de un recién nacido. Lo único que hay que hacer es mostrarle dónde está el alimento. Una vez hecho eso, él ya sabe dónde encontrarlo. Al poco tiempo tú también reconocerás la voz del Señor cuando empiece a hablar. La respuesta siempre está a tu alcance si estás dispuesto a aceptarla. Pero si rechazas las indicaciones que te da el Señor, Él se calla, dado que no quieres escuchar. Aunque se le meta al bebé el pezón en la boca, si luego de probar un poco no le gusta y deja de tragar, no recibe más. Entonces mamá desistirá y lo pondrá otra vez en la cuna. Por eso, tienes que estar dispuesto a recibir lo que te da el Señor, y a transmitirlo a los demás.
Jesucristo dijo: «Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva» (S. Juan 7:37,38). Si tienes sed de amor y de fe, y anhelas que se te perdonen tus pecados, recibe ahora mismo a Jesús rezando esta sencilla oración:
Jesús, te ruego que perdones todos mis pecados y me des el regalo de la vida eterna. En este momento te abro mi corazón, y te pido que entres, me llenes de Tu espíritu de amor y me des la salvación. Amén.
Si se lo pides clamando de todo corazón, Él te responderá. Un recién nacido ilustra magníficamente este principio. A ninguna madre se le ocurriría no hacerle caso a su hijo cuando llora. ¡Nuestro alimento espiritual proviene de escuchar al Señor, y es imprescindible saber hacerlo! Esa criatura tiene a veces más fe que nosotros. Llora con la certeza de que la van a oír. Sabe —Dios le inculcó ese instinto— que si llama, se le va a responder. ¡Cuenta con la respuesta y la obtiene! Si pide leche, no se le va a dar una serpiente ni nada por el estilo (véase S. Lucas 11:11). Se le da lo que necesita. De igual manera debemos contar nosotros con que lo que recibimos procede del Señor.
Cerrar los ojos nos ayuda a concentrarnos en el plano espiritual y evita que nos distraigan las cosas y personas que nos rodean. Nos predispone a pensar en el Señor y a adoptar una actitud distendida en la que nada nos distrae. Acto seguido, no hay más que contar con que lo que se oiga o se vea es un mensaje de Dios.
Ahora bien, en lo que atañe a esto, Él nos pone a prueba de la siguiente manera: cuando uno le pide algo es como si estuviera llorando del mismo modo que lo hace un niño de pecho para que le den el alimento espiritual que necesita para vivir, para subsistir. Al clamar, tiene que contar con que el Señor le responderá. Cuando la madre toma al niño en brazos, ¿qué hace? Lo alza, se descubre y, si es muy pequeño, tiene que darle ella el alimento. Hay que mostrarle dónde está, meterle el pezón en la boca. Cuando la criatura se hace un poquito mayor, ya sabe dónde encontrar la leche. Sabe echar mano de ella por sí sola. Análogamente, cuanto más nos ejercitamos en obtener alimento de Dios, mejor sabemos dónde encontrarlo. Nos basta con abrir los ojos, verlo y tomarlo.
Una vez que el pezón está en la boca del bebé, éste empieza a mamar de forma automática. Cuando uno clama a Dios pidiéndole algo, Él se lo mete en la boca, pero si uno no chupa no saca nada. Hay que tener fe para empezar a recibir. Es imprescindible tomar el alimento que Dios nos ofrece. Él nos lo puede enseñar, incluso ponérnoslo en la boca; sin embargo, si no succionamos no sacaremos nada. El niño chupa porque Dios lo ha dotado de ese reflejo o reacción automática. Muchas veces tiene que mamar un par de minutos hasta sacar algo. ¡La acción de la fe consiste en succionar! ¡Es necesario poner la fe en acción!
La fe es una especie de fuerza que extrae. Ejercitar la fe consiste en extraer de Dios nuestras fuerzas. Se asemeja a una cuenta bancaria: el Padre ha depositado el dinero a tu nombre en el Banco del Cielo. ¡Pero nunca podrás usufructuar de él —ni un sólo centavo— a menos que estés dispuesto a ir al banco y firmar por fe el cheque para retirar los fondos! La fe te posibilita retirarlos ¿te das cuenta?
¿Qué es lo que extrae la leche del pecho? ¿En qué consiste el principio físico de dicha succión? Se crea un vacío, una succión, un espacio en el que no hay nada. Cuando el bebé mama, crea deliberadamente un vacío en la boca, el cual extrae la leche. Del mismo modo, nosotros tenemos que crear ese vacío dentro del corazón. «Señor, aquí tienes este espacio vacío, ¡llénalo!» Se reduce la presión en un lugar. Eso en física se llama vacío. ¿Sabes qué llena ese vacío? En realidad no lo hace el niño. Lo único que él hace es crear el vacío al reducir la presión dentro de la boca, presión que entonces se vuelve inferior a la del pecho. De esa manera fluye la leche del seno de la madre a la boca del niño.
Al dar un beso, lo que se hace es reducir la presión dentro de la boca. El aire entra en ésta produciendo una ligera explosión. Eso es lo que produce el chuic que se oye cuando besamos, una especie de vibración. Al orar se crea un vacío, un espacio que hay que llenar, y entonces se recurre a la ayuda del Señor. Uno mismo crea el vacío, y la presión del Señor lo llena. La fuerza en realidad proviene de afuera, no de adentro. Lo único que hicimos nosotros fue crear el vacío, pero fue ese vacío lo que generó la fuerza. El vacío succiona y entonces la presión del Señor se dirige adonde la presión es más baja.
La naturaleza ilustra este principio magníficamente: las zonas de alta y de baja presión. Las de alta presión se desplazan con ímpetu desde diferentes direcciones hacia las de baja presión, y cuando se encuentran, ¡catapum!, ¡estalla una tormenta! Según un viejo adagio, la naturaleza aborrece el vacío. ¡Pero a Dios le encanta! ¡Él quiere llenar todos los espacios vacíos! Le gusta ocupar todo lugar creado para Él. Todo espacio que se crea al abrirle el corazón —es decir, una zona de baja presión—, ¡es invadido por el Espíritu de Dios con todo Su poder!
El Señor quiere que absorbamos la Palabra; no sólo la Palabra escrita, sino también la viva. Pero quien extrae eres tú, y para ello hace falta creer. ¿Qué pasaría si el niño succionara con fuerza una sola vez y se diera por vencido. «¡Vaya, no saqué nada, mejor lo dejo!» Tarde o temprano tendrá tanta hambre que querrá mamar otra vez. Cuando uno comience a succionar como un desesperado, ansiando con todo el corazón, acabará por obtener el alimento. Al crear ese vacío interior es imperativo estar convencido de que lo primero que a uno le venga a la memoria procede del Señor. ¡Debemos tener la certeza de que lo primero que percibimos proviene del Señor, y tomar eso como punto de partida! Cuando el Señor nos da una profecía, tenemos que pronunciar las palabras que nos pone en la boca, o sea, decir el versículo o la frase que nos haya transmitido. ¡Él nos da un poquito, pero nosotros debemos contar con recibir más!
Si no traga lo que ha recibido, el bebé no puede recibir más. En la boca sólo cabe cierta cantidad a la vez. ¡Se llena la boca y traga! Luego el Señor la vuelve a llenar. En este caso, comunicárselo a los demás es absorberlo, ¡tragarlo! Por cierto, en el Nuevo Testamento, la palabra creer equivale a beber en el texto griego antiguo. Creo significa bebo, trago. Es la palabra pisteuo, empleada en el Nuevo Testamento con el sentido de creo o bebo.
Así es como se reciben revelaciones del Señor. Si se trata de un mensaje en lenguas y profecía, uno lo ingiere y demuestra creer en él al transmitirlo a los demás. Pero solo se recibe una bocanada a la vez. Si no se comunica eso, ¡no se recibe más! Cuando le pidas al Señor una visión y la recibas, empieza a describirla. Describe lo que veas y el Señor te revelará más. ¿Qué hacemos cuando vemos una película? Entramos en el cine y bebemos las escenas una tras otra. ¡Sería imposible captarlo todo en una sola imagen! ¡Hay que seguir bebiendo! Por eso, hay que ejercitar la fe. ¡Es necesario crear un vacío en el propio espíritu para que el Señor lo llene!
La radio también se asemeja a un vacío. Ahora mismo, en la atmósfera que nos rodea surcan ondas de radio. Lo mismo sucede con el Espíritu del Señor. Pero mientras no encendamos el interruptor de la radio y en cierto sentido creemos un vacío en ese pequeño receptor, no captaremos nada. Hay que establecer un canal, un circuito eléctrico. Se establece contacto creando un vacío. Si no se acciona el interruptor, no se oye nada en la radio.
Las personas fieles son las que están llenas de fe, las que crean dentro de sí un vacío. La presión alta proveniente del Señor llena ese vacío. No obstante, uno tiene que seguir tragando. En este caso, tragar consiste en transmitir a los demás. El Señor no va a verter leche a los cuatro vientos, porque se desperdiciaría; ni en la boca de un bebé que no la va a tragar. La criatura tiene que tragarla, digerirla y asimilarla; de otro modo, no le aprovechará. Uno crea ese pequeño vacío espiritual, y en eso consiste la fe. La fe extrae alimento del Señor, cuya alta presión llena el vacío.
La energía siempre esta presente. El mensaje se emite en todo momento. El Espíritu de Dios es como una emisora que transmite a toda hora. Basta con accionar el interruptor y sintonizar. Hay que crear el vacío y abrir sinceramente la boca para que el Señor la llene. La fuerza extractora capta el poder de Dios. Pero luego hay que describir la visión, contar el sueño, comunicar el mensaje o interpretar las lenguas. (Véase Jeremías 23:28.) Hay que mantenerse activo. Si el bebé deja de mamar no recibirá nada más. En cambio, mientras siga chupando, no dejará de recibir.
A diferencia de la madre, la capacidad de Dios para dar es ilimitada. De ahí que lo que uno obtenga esta limitado únicamente por la propia capacidad de recibir. Al poco rato uno se llena tanto que ya no le cabe más. El vacío se llena, se sacia el hambre y el espíritu queda satisfecho. Es como el dicho: «¡Barriga llena, corazón contento!» Es decir, el Señor seguirá dándonos de comer hasta que estemos satisfechos, hasta que se llene nuestro vacío espiritual. Una vez satisfechos, no creo que le importe que durmamos por un rato. ¡Mamar, chupar, requiere cierto esfuerzo! Hay que hacer un gran esfuerzo espiritual de fe. La fe es como la mano del espíritu o del alma.
La fe es la mano del espíritu que se extiende y recibe. Es la parte que uno hace, el esfuerzo espiritual que realiza. La acción de chupar por parte del niño es el esfuerzo que hace. Todo lo demás lo hace la madre. A veces, para los profetas, orar y escuchar al Señor suponía un esfuerzo tan agotador que se enfermaban. Quedaban totalmente extenuados. En ocasiones se desplomaban como si se hubieran muerto. (Véase Daniel 10:8,9.) Requiere resistencia física. Existe cierta relación entre lo espiritual y lo físico que no entendemos muy bien. Son inseparables hasta el momento de la muerte, a menos que el Señor los separe por medio de un viaje espiritual. Lo físico afecta a lo espiritual y lo espiritual a lo físico.
Es sencillísimo: basta con tener la fe de un recién nacido. Lo único que hay que hacer es mostrarle dónde está el alimento. Una vez hecho eso, él ya sabe dónde encontrarlo. Al poco tiempo tú también reconocerás la voz del Señor cuando empiece a hablar. La respuesta siempre está a tu alcance si estás dispuesto a aceptarla. Pero si rechazas las indicaciones que te da el Señor, Él se calla, dado que no quieres escuchar. Aunque se le meta al bebé el pezón en la boca, si luego de probar un poco no le gusta y deja de tragar, no recibe más. Entonces mamá desistirá y lo pondrá otra vez en la cuna. Por eso, tienes que estar dispuesto a recibir lo que te da el Señor, y a transmitirlo a los demás.
Jesucristo dijo: «Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva» (S. Juan 7:37,38). Si tienes sed de amor y de fe, y anhelas que se te perdonen tus pecados, recibe ahora mismo a Jesús rezando esta sencilla oración:
Jesús, te ruego que perdones todos mis pecados y me des el regalo de la vida eterna. En este momento te abro mi corazón, y te pido que entres, me llenes de Tu espíritu de amor y me des la salvación. Amén.