Re: La Boda del Heredero de la Corona Española
Matrimonio civil y divorcio
"Carta semanal" del Arzobispo de Valencia Mons. García Gasco, publicada en «Paraula» el 23 de mayo de 2004:
Este fin de semana se casa el Príncipe heredero de España. Se trata de un acto donde la vida privada y su repercusión pública se funden. Son muchas las voces que se han pronunciado desde los aspectos más triviales a los más profundos e íntimos de los que van a unirse ante Dios y ante los hombres. En algunas ocasiones, ha dado la sensación de que se ha intentado generar una polémica en la que, o bien se presentaba a la Iglesia como una institución anacrónica en temas como la unidad de la familia, o bien se intentaba presentarla como una institución que cede, aprueba y bendice lo que llega de los poderosos.
La personalidad de los novios y sus aptitudes y compromiso para desempeñar las graves responsabilidades de representación del Estado son cuestiones que la historia juzgará con la debida perspectiva. En estos momentos, lo que sí estimo oportuno es referirme a algunas cuestiones de relevancia religiosa que a propósito de la boda se han suscitado de forma pública.
El anterior matrimonio civil y posterior divorcio de la novia doña Letizia es una cuestión que parece haber escandalizado a unos, mientras que parece haber entusiasmado a otros. Resulta pues pertinente, ante la importancia del evento, aportar unas reflexiones para aclarar la doctrina de la Iglesia.
En primer lugar, como se ha dicho y repetido, desde el punto de vista canónico no existe ningún impedimento al matrimonio de quien nunca ha contraído matrimonio sacramental. Ningún cristiano puede poner obstáculos, impedimentos ni problemas donde no los hay.
A lo largo de la historia, la Iglesia ha dado pruebas y testimonio de la importancia que tiene la indisolubilidad del matrimonio canónico. Nadie puede olvidar que uno de los mayores cismas de la Iglesia católica provino de la negativa a conceder la nulidad a un monarca, y por la que llegó a ser martirizado un político católico de la talla intelectual de Santo Tomás Moro.
La Iglesia proclama y propone a todo hombre y mujer un matrimonio indisoluble, para toda la vida, donde la fidelidad y la procreación se conjugan desde el respeto y el amor mutuo. La poligamia, los “harenes de facto”, la infidelidad, el amor temporal, a plazo o condicionado "a que no me salga otra persona mejor" quitan toda consistencia profunda a la relación matrimonial y no se pueden considerar “logros” o “progresos” de civilización. No se puede amar por plazos prorrogables como si el matrimonio fuera un contrato de arrendamiento. Cuando se ama, se está dispuesto a amar más allá y por encima de las normales crisis que puedan afectar temporalmente a toda relación humana. A veces cuesta, pero nada hay valioso que se consiga sin esfuerzo y sacrificio.
En ocasiones, algún cristiano ha comentado que si la Iglesia Católica aceptara el divorcio sería mucho más popular. No lo sé; lo cierto es que si la Iglesia actuara así, su proceder parecería más propio de un partido político o de una asociación en busca de adeptos que de una religión que propone la Palabra de Dios con sinceridad, consciente de que puede ser aceptada o rechazada libremente por quien la escucha. La propagación del mensaje cristiano no puede hacerse a costa de desintegrar dicho mensaje, tal como algunos pretenden. No hay nada más fácil que caer en el error de fabricarse una religión a la propia medida, donde las verdades reveladas son cuestionadas, relativizadas u omitidas en aquellos aspectos que no interesan a nuestro egoísmo, o a la popularidad del momento.
Para la Iglesia, la trayectoria de cada persona es muy importante, pues cada decisión, cada paso supone crecer o decrecer en el camino personal del amor profundo a los demás. La libertad humana para aceptar o rechazar cada situación, que proclama la Iglesia, se convierte en oportunidad, en prueba de amor al prójimo. El pasado no es irrelevante, pero para la Iglesia Católica lo importante es el futuro, un futuro que decidimos cada día con nuestro cambio de vida.
Buscar a Dios con sinceridad, aceptarlo y cambiar de vida redime a la persona. No faltan ejemplos en el Evangelio. Personas condenadas a muerte por la sociedad de la época, como el buen ladrón o la mujer que iba a ser lapidada, son acogidas y defendidas por el mismo Jesús y por la Iglesia.
Hoy, una vez más, quiero hacer un llamamiento a todas las personas para recordar que acercarse a Dios es mucho más fácil de lo que puede parecer. Igualmente, deseo hacer un llamamiento a todos los cristianos que se encuentran divorciados. En más de una ocasión, como Arzobispo, he pedido su colaboración y la he encontrado. Aun cuando no se encuentren en comunión plena con la Iglesia, es un error que renuncien a beneficiarse de muchos aspectos del mensaje cristiano.